«Hotel Reyes Católicos, buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?» «Buenas tardes, me llamo Fernando Alberto Rivero y quería reservar una habitación para esta noche. Llegaré tarde»… Era 1 de julio y acababa de arrancar un plan criminal que costaría la vida a dos personas y gravísimas heridas, también psicológicas, a una tercera. Rivero tenía 29 años. Asturiano de Langreo, residía en la Avenida Complutense de Alcalá de Henares, consumía cocaína y le constaban antecedentes por atracos, lesiones, atentado… Había trabajado como matón de discoteca. Educado, pero frío, su personalidad era psicopática . No era la primera vez que se iba a alojar en el hotel de la calle del Ángel, y sabía que al ser primero de mes las nóminas de los empleados, incluida la paga extra, estarían allí. Ese era su objetivo.Entrada la noche, salió de su casa. Llevaba una caja de cartón de un metro de longitud de una tienda de muebles cercana a su domicilio para guardar su escopeta de cañones recortados. Además se llevó un arma blanca y cinta de embalaje. Aún era pronto para ir al hotel, así que fue al poblado de La Rosilla para comprar cocaína, que consumió por vía intravenosa. Hacía tiempo que se inyectaba esa droga, esnifarla ya no era suficiente… Necesitaba «estar a tope».Ya en la madrugada del día 2 aparcó su coche en la calle del Ángel y llamó al telefonillo del hotel. El conserje, Rubén Darío Vallina , un malagueño de 20 años con aspiraciones de modelo, hizo la comprobación de la reserva y le dejó pasar. Nada más cruzar el umbral, Rivero le encañonó, le obligó a subir con él a la entreplanta, lo tumbó, lo amordazó y maniató con la cinta de embalaje.A las cinco el plan comenzó a fallar. Alguien llamaba al telefonillo desde la calle de forma insistente. Si no abría, pensó, podía llamar a la Policía al notar algo extraño. Así que bajó a recepción. Si hubiera tardado sólo unos segundos más los nuevos huéspedes, Juan Ignacio Arranz, de 37 años, y Margarita V.M. , algo mayor que él, se hubieran marchado. No lo hicieron y también para ellos se desató el infierno.Margarita, la única superviviente, recuerda así lo sucedido: «En segundos se puso delante de nosotros y sacó un arma, con la que apuntó a Juan Ignacio en la cabeza. Nos dijo que no nos moviéramos. Mi acompañante le dijo que estuviese tranquilo y le dio la cartera… Luego nos ordenó que subiéramos a la entreplanta, donde vimos al recepcionista en el suelo. Esperaba que nos encerrara en un cuarto o algo así. Pero nos ató las manos a la espalda y nos tiró al suelo. Le pedí que no me apretara la mordaza porque tenía asma y me respondió que él me lo iba a arreglar … Pero me acuchilló en el cuello. Fue todo muy rápido… Oí dos disparos a mi lado (así mató a los dos hombres). Pensé que lo mejor era hacerme la muerta. Se acercó a mi, me pateó la cabeza y se fue».Margarita logró desatarse. Se taponó la herida del cuello con su camisa y bajó a recepción para buscar un teléfono. Allí vio a otro hombre, alto y delgado, con el cabello largo, que revisaba unos papeles. Nunca se supo quién era. Al verlo, subió a la primera planta y llamó a las habitaciones. Nadie le abrió. Decidió entonces volver a recepción y, esta vez sí, pudo llamar al 112… Pero la centralita estaba saturada. No podía más, así que, aterrorizada, salió a la calle a pedir ayuda. Un taxista la llevó al hospital .La investigación policial fue fulminante, de apenas 48 horas. La caja en la que había guardado la escopeta llevó a la Policía hasta la tienda de muebles de Alcalá de Henares. El jefe del grupo de Policía Judicial de la comisaría local pensó de inmediato en este tipo, que vivía cerca del establecimiento. Cuadraba su historial con la orgía de violencia desatada. A la testigo se le mostraron fotografías e identificó a Rivero como su agresor. En el ordenador del hotel, además, estaba registrado su nombre. Ya solo quedaba localizarle. Había dejado precipitadamente el piso así que se avisó a todos los puestos fronterizos. En la mañana del día 4 se le localizó junto a su novia, Olivia, en una casa de Castilblanco (Badajoz). Ofreció resistencia, pero fue inútil . «Hotel Reyes Católicos, buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?» «Buenas tardes, me llamo Fernando Alberto Rivero y quería reservar una habitación para esta noche. Llegaré tarde»… Era 1 de julio y acababa de arrancar un plan criminal que costaría la vida a dos personas y gravísimas heridas, también psicológicas, a una tercera. Rivero tenía 29 años. Asturiano de Langreo, residía en la Avenida Complutense de Alcalá de Henares, consumía cocaína y le constaban antecedentes por atracos, lesiones, atentado… Había trabajado como matón de discoteca. Educado, pero frío, su personalidad era psicopática . No era la primera vez que se iba a alojar en el hotel de la calle del Ángel, y sabía que al ser primero de mes las nóminas de los empleados, incluida la paga extra, estarían allí. Ese era su objetivo.Entrada la noche, salió de su casa. Llevaba una caja de cartón de un metro de longitud de una tienda de muebles cercana a su domicilio para guardar su escopeta de cañones recortados. Además se llevó un arma blanca y cinta de embalaje. Aún era pronto para ir al hotel, así que fue al poblado de La Rosilla para comprar cocaína, que consumió por vía intravenosa. Hacía tiempo que se inyectaba esa droga, esnifarla ya no era suficiente… Necesitaba «estar a tope».Ya en la madrugada del día 2 aparcó su coche en la calle del Ángel y llamó al telefonillo del hotel. El conserje, Rubén Darío Vallina , un malagueño de 20 años con aspiraciones de modelo, hizo la comprobación de la reserva y le dejó pasar. Nada más cruzar el umbral, Rivero le encañonó, le obligó a subir con él a la entreplanta, lo tumbó, lo amordazó y maniató con la cinta de embalaje.A las cinco el plan comenzó a fallar. Alguien llamaba al telefonillo desde la calle de forma insistente. Si no abría, pensó, podía llamar a la Policía al notar algo extraño. Así que bajó a recepción. Si hubiera tardado sólo unos segundos más los nuevos huéspedes, Juan Ignacio Arranz, de 37 años, y Margarita V.M. , algo mayor que él, se hubieran marchado. No lo hicieron y también para ellos se desató el infierno.Margarita, la única superviviente, recuerda así lo sucedido: «En segundos se puso delante de nosotros y sacó un arma, con la que apuntó a Juan Ignacio en la cabeza. Nos dijo que no nos moviéramos. Mi acompañante le dijo que estuviese tranquilo y le dio la cartera… Luego nos ordenó que subiéramos a la entreplanta, donde vimos al recepcionista en el suelo. Esperaba que nos encerrara en un cuarto o algo así. Pero nos ató las manos a la espalda y nos tiró al suelo. Le pedí que no me apretara la mordaza porque tenía asma y me respondió que él me lo iba a arreglar … Pero me acuchilló en el cuello. Fue todo muy rápido… Oí dos disparos a mi lado (así mató a los dos hombres). Pensé que lo mejor era hacerme la muerta. Se acercó a mi, me pateó la cabeza y se fue».Margarita logró desatarse. Se taponó la herida del cuello con su camisa y bajó a recepción para buscar un teléfono. Allí vio a otro hombre, alto y delgado, con el cabello largo, que revisaba unos papeles. Nunca se supo quién era. Al verlo, subió a la primera planta y llamó a las habitaciones. Nadie le abrió. Decidió entonces volver a recepción y, esta vez sí, pudo llamar al 112… Pero la centralita estaba saturada. No podía más, así que, aterrorizada, salió a la calle a pedir ayuda. Un taxista la llevó al hospital .La investigación policial fue fulminante, de apenas 48 horas. La caja en la que había guardado la escopeta llevó a la Policía hasta la tienda de muebles de Alcalá de Henares. El jefe del grupo de Policía Judicial de la comisaría local pensó de inmediato en este tipo, que vivía cerca del establecimiento. Cuadraba su historial con la orgía de violencia desatada. A la testigo se le mostraron fotografías e identificó a Rivero como su agresor. En el ordenador del hotel, además, estaba registrado su nombre. Ya solo quedaba localizarle. Había dejado precipitadamente el piso así que se avisó a todos los puestos fronterizos. En la mañana del día 4 se le localizó junto a su novia, Olivia, en una casa de Castilblanco (Badajoz). Ofreció resistencia, pero fue inútil .
«Hotel Reyes Católicos, buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?» «Buenas tardes, me llamo Fernando Alberto Rivero y quería reservar una habitación para esta noche. Llegaré tarde»… Era 1 de julio y acababa de arrancar un plan criminal que costaría la vida a dos … personas y gravísimas heridas, también psicológicas, a una tercera. Rivero tenía 29 años. Asturiano de Langreo, residía en la Avenida Complutense de Alcalá de Henares, consumía cocaína y le constaban antecedentes por atracos, lesiones, atentado… Había trabajado como matón de discoteca. Educado, pero frío, su personalidad era psicopática. No era la primera vez que se iba a alojar en el hotel de la calle del Ángel, y sabía que al ser primero de mes las nóminas de los empleados, incluida la paga extra, estarían allí. Ese era su objetivo.
Entrada la noche, salió de su casa. Llevaba una caja de cartón de un metro de longitud de una tienda de muebles cercana a su domicilio para guardar su escopeta de cañones recortados. Además se llevó un arma blanca y cinta de embalaje. Aún era pronto para ir al hotel, así que fue al poblado de La Rosilla para comprar cocaína, que consumió por vía intravenosa. Hacía tiempo que se inyectaba esa droga, esnifarla ya no era suficiente… Necesitaba «estar a tope».
Ya en la madrugada del día 2 aparcó su coche en la calle del Ángel y llamó al telefonillo del hotel. El conserje, Rubén Darío Vallina, un malagueño de 20 años con aspiraciones de modelo, hizo la comprobación de la reserva y le dejó pasar. Nada más cruzar el umbral, Rivero le encañonó, le obligó a subir con él a la entreplanta, lo tumbó, lo amordazó y maniató con la cinta de embalaje.
A las cinco el plan comenzó a fallar. Alguien llamaba al telefonillo desde la calle de forma insistente. Si no abría, pensó, podía llamar a la Policía al notar algo extraño. Así que bajó a recepción. Si hubiera tardado sólo unos segundos más los nuevos huéspedes, Juan Ignacio Arranz, de 37 años, y Margarita V.M., algo mayor que él, se hubieran marchado. No lo hicieron y también para ellos se desató el infierno.
Margarita, la única superviviente, recuerda así lo sucedido: «En segundos se puso delante de nosotros y sacó un arma, con la que apuntó a Juan Ignacio en la cabeza. Nos dijo que no nos moviéramos. Mi acompañante le dijo que estuviese tranquilo y le dio la cartera… Luego nos ordenó que subiéramos a la entreplanta, donde vimos al recepcionista en el suelo. Esperaba que nos encerrara en un cuarto o algo así. Pero nos ató las manos a la espalda y nos tiró al suelo. Le pedí que no me apretara la mordaza porque tenía asma y me respondió que él me lo iba a arreglar… Pero me acuchilló en el cuello. Fue todo muy rápido… Oí dos disparos a mi lado (así mató a los dos hombres). Pensé que lo mejor era hacerme la muerta. Se acercó a mi, me pateó la cabeza y se fue».
Margarita logró desatarse. Se taponó la herida del cuello con su camisa y bajó a recepción para buscar un teléfono. Allí vio a otro hombre, alto y delgado, con el cabello largo, que revisaba unos papeles. Nunca se supo quién era. Al verlo, subió a la primera planta y llamó a las habitaciones. Nadie le abrió. Decidió entonces volver a recepción y, esta vez sí, pudo llamar al 112… Pero la centralita estaba saturada. No podía más, así que, aterrorizada, salió a la calle a pedir ayuda. Un taxista la llevó al hospital.
La investigación policial fue fulminante, de apenas 48 horas. La caja en la que había guardado la escopeta llevó a la Policía hasta la tienda de muebles de Alcalá de Henares. El jefe del grupo de Policía Judicial de la comisaría local pensó de inmediato en este tipo, que vivía cerca del establecimiento. Cuadraba su historial con la orgía de violencia desatada. A la testigo se le mostraron fotografías e identificó a Rivero como su agresor. En el ordenador del hotel, además, estaba registrado su nombre. Ya solo quedaba localizarle. Había dejado precipitadamente el piso así que se avisó a todos los puestos fronterizos. En la mañana del día 4 se le localizó junto a su novia, Olivia, en una casa de Castilblanco (Badajoz). Ofreció resistencia, pero fue inútil.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura