Te interesas hoy, querido amigo, por el español viajero , por ese ejemplar que rehúye de las piscinas y de las playas de nuestra piel de toro y aprovecha el verano para que sus hijos viajen por el extranjero. Supongo que en Sheffield no hay demasiado turista español y por eso no eres capaz de reconocerlos, pero te advierto que no es complicado. Antes de empezar, hemos de diferenciar al español que viaja por trabajo del que viaja por placer. El primero mantiene con el destino una actitud de distancia, de frialdad, casi de desprecio. A lo mejor se hospeda justo encima del Arco del Triunfo , pero eso no le parece suficiente motivo para abandonar el hotel y bajar a verlo, porque quiere dejar claro que él está trabajando, que no es un dominguero. Pero, sin embargo, si ese mismo español fuera a París con su familia dedicaría un par de horas a ver ese mismo monumento y a hacerle fotos con pericia de entomólogo. Es una cuestión de punto de partida, de predisposición a la pachanga. Cuando el español hace turismo se le activa una glándula secreta, una especie de hormona que le obliga a comportarse de un modo muy particular. Por ejemplo, en la vestimenta. Un español no puede salir por la mañana con un pantalón, una camisa y las manos en los bolsilloss, como si estuviera en Madrid. Qué va, el español, cuando hace turismo, lleva una mochila . Y en esa mochila lleva ropa de abrigo, ropa de lluvia, botas de agua, kleenex, un bolígrafo, la documentación, cargadores del móvil y la guía de la ciudad . Noticia Relacionada estandar Si Los españoles viajan y gastan menos, pero pasan más noches fuera Jaime Mejías La Encuesta de Turismo de Residentes del INE refleja que los viajes interiores han disminuido un 16,1%, mientras que al extranjero caen solo un 1%Pero lleva más cosas, todo lo que se le ocurra. Por ejemplo, gafas de sol, aunque en Berlín lleven tres semanas sin verlo. O certificado de penales. Lleva mucha agua, claro, y el papelito del covid negativo, por si acaso. Estatuto de limpieza de sangre, bula papal, escudo de armas , la sentencia de divorcio, el libro de familia, una prueba de paternidad de sus hijos, análisis de sangre, tacómetro, el genoma secuenciado, toallitas húmedas, un par de tampones, una oración a san Judas Tadeo y una foto de Morante . Que nunca se sabe. Y comida, que esa es otra. El español ha nacido con la sensación de que en el resto del mundo todos los restaurantes son como esas terrazas de Alicante donde ponen a los guiris arroz fraudulento a precios prohibitivos. O sea, el español piensa que los extranjeros les van a engañar , tal y como nosotros hacemos con ellos. Y por eso es incapaz de entrar a un restaurante al azar y simplemente pedir algo. Además, el español no sabe idiomas y no se ve capacitado para preguntar al camarero, lo que potencia aún más la sensación de desconfianza. Y, por supuesto, el precio. Todo le parece caro, todo es un timo, todo negocio ha sido inaugurado con el objeto social de ‘engañar a españoles’. Y como el español tiene el hambre y la desconfianza metidas en el ADN, no es capaz de pagar por comida con naturalidad. ¿Y qué hace? Pues se la lleva del buffet del hotel , Nickie. Sí, como lo oyes. El español ve una sala llena de comida gratis y no entiende que puede comer lo que le apetezca, sino que tiene que comérselo todo: yogures, zumos, muesli, infusiones, plum-cakes, embutido, huevos y lo que le pongan, qué sé yo, unas lentejas, unos faisanes, un par de sandías, un cerdo asado de esos con una manzana en la boca, un plato de sushi. Es increíble. Porque, por si fuera poco, lo que no puede comer, se lo guarda. Si te fijas, podrás ver cómo la mujer de más edad del grupo disimula para hacer unos bocadillos de jamón y queso que guarda en el bolso envueltos en una servilleta , con una pericia para el pequeño hurto ciertamente notable, como si en vez de comida estuviera robando unos rubíes en Tiffany . Esos bocadillos van directos a la mochila del español, que, para cargar con ella, necesitaría un par de San Bernardos con el whisky colgado y todo. Que así también se lo ahorra.El español, querido Nickie, se siente inseguro fuera de España. Nunca sabe cuántas horas antes ha de estar en el aeropuerto y, por eso, verás a familias llegando tres minutos antes de que cierren la puerta de embarque, con la abuela a punto de fibrilar y a otras que llevan ahí seis o siete horas, «por si acaso». Eso es, en parte, porque del mismo modo que un español no se fía de los restaurantes, no se fía de los taxistas . Es algo atávico, tiene la sensación de que ese gasto es un lujo prescindible y que, además, se van a dar cuenta que no son de allí y —de nuevo— les van a engañar. Por ese motivo el español suele conocer perfectamente el sistema público de transportes de cada ciudad: los buses, el metro, los tranvías, las góndolas . Se lo estudian. Y si hubiera en la ciudad una tarjeta de descuento, de esas que te permiten usar todo el transporte con cierta ventaja, el español lo sabría. Y por eso lo usa sin miedo. Creo que ese es el motivo por el que el español no puede ir al aeropuerto en taxi y se coge tres o cuatro transbordos, que son los que le hacen llegar o demasiado pronto o demasiado tarde.Algunos plastifican las maletas porque piensan que en los aeropuertos hay personas con sacos de cocaína que van dejando amablemente en el equipaje de los pasajeros, en pequeñas dosis, no se sabe con qué fin, quizá como souvenir. Y luego la guía de viajes, claro, que es una mezcla entre un libro de segunda mano, un e-mail con consejos de su cuñada de cuando estuvieron en el viaje de novios y unas notas manuscritas extraídas de ‘Españoles por el mundo’ . Tienen rutas pensadas para cada día y llevan las entradas de las actividades ya compradas, con el mismo objetivo, que, por supuesto, es que no les timen. Ojo con esto, Nickie, que las rutas de cada día son sagradas para el español. Si, por ejemplo, están en Londres y es el día de los parques, son capaces de ponerse una cinta en los ojos para no ver Buckingham Palace, que toca el día siguiente. O de coger un desvío de media hora para no pasar por Piccadilly, que la foto con los punkies no está prevista hasta el viernes. Ten en cuenta que el español sale del hotel por la mañana y no vuelve hasta por la noche, para aprovechar bien, que no hemos pagado para dormir.Verás que los hombres hacen fotos a las mujeres. Pero no vale cualquier foto, es necesaria una inclinación concreta de mano, una composición artística en cuadrantes y habilidad para fingir improvisación. Por eso ellas suelen salir mirando a otro lado, con las piernas raras y tocándose el pelo, como si no se esperaran la foto, esa para la que llevan preparándose tres cuartos de hora. Ahí es donde suelen discutir los españoles, Nickie. Si hay bronca, hay foto.Bueno, se me acaba el papel. Estoy a tu disposición para seguir contándote cosas de España, que es donde realmente nos gusta estar. Porque ya sabes que lo que más le gusta a un español es salir, volver y decir eso de «como en España en ningún sitio» . Y acto seguido hablar mal de nuestro país y bien de esos países a los que hemos jurado no volver. Para que se note que tenemos mundo. Espero haberte ayudado, Nickie. Sin más, me despido hasta la próxima. Siempre tuyo. Te interesas hoy, querido amigo, por el español viajero , por ese ejemplar que rehúye de las piscinas y de las playas de nuestra piel de toro y aprovecha el verano para que sus hijos viajen por el extranjero. Supongo que en Sheffield no hay demasiado turista español y por eso no eres capaz de reconocerlos, pero te advierto que no es complicado. Antes de empezar, hemos de diferenciar al español que viaja por trabajo del que viaja por placer. El primero mantiene con el destino una actitud de distancia, de frialdad, casi de desprecio. A lo mejor se hospeda justo encima del Arco del Triunfo , pero eso no le parece suficiente motivo para abandonar el hotel y bajar a verlo, porque quiere dejar claro que él está trabajando, que no es un dominguero. Pero, sin embargo, si ese mismo español fuera a París con su familia dedicaría un par de horas a ver ese mismo monumento y a hacerle fotos con pericia de entomólogo. Es una cuestión de punto de partida, de predisposición a la pachanga. Cuando el español hace turismo se le activa una glándula secreta, una especie de hormona que le obliga a comportarse de un modo muy particular. Por ejemplo, en la vestimenta. Un español no puede salir por la mañana con un pantalón, una camisa y las manos en los bolsilloss, como si estuviera en Madrid. Qué va, el español, cuando hace turismo, lleva una mochila . Y en esa mochila lleva ropa de abrigo, ropa de lluvia, botas de agua, kleenex, un bolígrafo, la documentación, cargadores del móvil y la guía de la ciudad . Noticia Relacionada estandar Si Los españoles viajan y gastan menos, pero pasan más noches fuera Jaime Mejías La Encuesta de Turismo de Residentes del INE refleja que los viajes interiores han disminuido un 16,1%, mientras que al extranjero caen solo un 1%Pero lleva más cosas, todo lo que se le ocurra. Por ejemplo, gafas de sol, aunque en Berlín lleven tres semanas sin verlo. O certificado de penales. Lleva mucha agua, claro, y el papelito del covid negativo, por si acaso. Estatuto de limpieza de sangre, bula papal, escudo de armas , la sentencia de divorcio, el libro de familia, una prueba de paternidad de sus hijos, análisis de sangre, tacómetro, el genoma secuenciado, toallitas húmedas, un par de tampones, una oración a san Judas Tadeo y una foto de Morante . Que nunca se sabe. Y comida, que esa es otra. El español ha nacido con la sensación de que en el resto del mundo todos los restaurantes son como esas terrazas de Alicante donde ponen a los guiris arroz fraudulento a precios prohibitivos. O sea, el español piensa que los extranjeros les van a engañar , tal y como nosotros hacemos con ellos. Y por eso es incapaz de entrar a un restaurante al azar y simplemente pedir algo. Además, el español no sabe idiomas y no se ve capacitado para preguntar al camarero, lo que potencia aún más la sensación de desconfianza. Y, por supuesto, el precio. Todo le parece caro, todo es un timo, todo negocio ha sido inaugurado con el objeto social de ‘engañar a españoles’. Y como el español tiene el hambre y la desconfianza metidas en el ADN, no es capaz de pagar por comida con naturalidad. ¿Y qué hace? Pues se la lleva del buffet del hotel , Nickie. Sí, como lo oyes. El español ve una sala llena de comida gratis y no entiende que puede comer lo que le apetezca, sino que tiene que comérselo todo: yogures, zumos, muesli, infusiones, plum-cakes, embutido, huevos y lo que le pongan, qué sé yo, unas lentejas, unos faisanes, un par de sandías, un cerdo asado de esos con una manzana en la boca, un plato de sushi. Es increíble. Porque, por si fuera poco, lo que no puede comer, se lo guarda. Si te fijas, podrás ver cómo la mujer de más edad del grupo disimula para hacer unos bocadillos de jamón y queso que guarda en el bolso envueltos en una servilleta , con una pericia para el pequeño hurto ciertamente notable, como si en vez de comida estuviera robando unos rubíes en Tiffany . Esos bocadillos van directos a la mochila del español, que, para cargar con ella, necesitaría un par de San Bernardos con el whisky colgado y todo. Que así también se lo ahorra.El español, querido Nickie, se siente inseguro fuera de España. Nunca sabe cuántas horas antes ha de estar en el aeropuerto y, por eso, verás a familias llegando tres minutos antes de que cierren la puerta de embarque, con la abuela a punto de fibrilar y a otras que llevan ahí seis o siete horas, «por si acaso». Eso es, en parte, porque del mismo modo que un español no se fía de los restaurantes, no se fía de los taxistas . Es algo atávico, tiene la sensación de que ese gasto es un lujo prescindible y que, además, se van a dar cuenta que no son de allí y —de nuevo— les van a engañar. Por ese motivo el español suele conocer perfectamente el sistema público de transportes de cada ciudad: los buses, el metro, los tranvías, las góndolas . Se lo estudian. Y si hubiera en la ciudad una tarjeta de descuento, de esas que te permiten usar todo el transporte con cierta ventaja, el español lo sabría. Y por eso lo usa sin miedo. Creo que ese es el motivo por el que el español no puede ir al aeropuerto en taxi y se coge tres o cuatro transbordos, que son los que le hacen llegar o demasiado pronto o demasiado tarde.Algunos plastifican las maletas porque piensan que en los aeropuertos hay personas con sacos de cocaína que van dejando amablemente en el equipaje de los pasajeros, en pequeñas dosis, no se sabe con qué fin, quizá como souvenir. Y luego la guía de viajes, claro, que es una mezcla entre un libro de segunda mano, un e-mail con consejos de su cuñada de cuando estuvieron en el viaje de novios y unas notas manuscritas extraídas de ‘Españoles por el mundo’ . Tienen rutas pensadas para cada día y llevan las entradas de las actividades ya compradas, con el mismo objetivo, que, por supuesto, es que no les timen. Ojo con esto, Nickie, que las rutas de cada día son sagradas para el español. Si, por ejemplo, están en Londres y es el día de los parques, son capaces de ponerse una cinta en los ojos para no ver Buckingham Palace, que toca el día siguiente. O de coger un desvío de media hora para no pasar por Piccadilly, que la foto con los punkies no está prevista hasta el viernes. Ten en cuenta que el español sale del hotel por la mañana y no vuelve hasta por la noche, para aprovechar bien, que no hemos pagado para dormir.Verás que los hombres hacen fotos a las mujeres. Pero no vale cualquier foto, es necesaria una inclinación concreta de mano, una composición artística en cuadrantes y habilidad para fingir improvisación. Por eso ellas suelen salir mirando a otro lado, con las piernas raras y tocándose el pelo, como si no se esperaran la foto, esa para la que llevan preparándose tres cuartos de hora. Ahí es donde suelen discutir los españoles, Nickie. Si hay bronca, hay foto.Bueno, se me acaba el papel. Estoy a tu disposición para seguir contándote cosas de España, que es donde realmente nos gusta estar. Porque ya sabes que lo que más le gusta a un español es salir, volver y decir eso de «como en España en ningún sitio» . Y acto seguido hablar mal de nuestro país y bien de esos países a los que hemos jurado no volver. Para que se note que tenemos mundo. Espero haberte ayudado, Nickie. Sin más, me despido hasta la próxima. Siempre tuyo.
Te interesas hoy, querido amigo, por el español viajero, por ese ejemplar que rehúye de las piscinas y de las playas de nuestra piel de toro y aprovecha el verano para que sus hijos viajen por el extranjero. Supongo que en Sheffield no hay … demasiado turista español y por eso no eres capaz de reconocerlos, pero te advierto que no es complicado.
Antes de empezar, hemos de diferenciar al español que viaja por trabajo del que viaja por placer. El primero mantiene con el destino una actitud de distancia, de frialdad, casi de desprecio. A lo mejor se hospeda justo encima del Arco del Triunfo, pero eso no le parece suficiente motivo para abandonar el hotel y bajar a verlo, porque quiere dejar claro que él está trabajando, que no es un dominguero.
Pero, sin embargo, si ese mismo español fuera a París con su familia dedicaría un par de horas a ver ese mismo monumento y a hacerle fotos con pericia de entomólogo. Es una cuestión de punto de partida, de predisposición a la pachanga. Cuando el español hace turismo se le activa una glándula secreta, una especie de hormona que le obliga a comportarse de un modo muy particular. Por ejemplo, en la vestimenta. Un español no puede salir por la mañana con un pantalón, una camisa y las manos en los bolsilloss, como si estuviera en Madrid. Qué va, el español, cuando hace turismo, lleva una mochila. Y en esa mochila lleva ropa de abrigo, ropa de lluvia, botas de agua, kleenex, un bolígrafo, la documentación, cargadores del móvil y la guía de la ciudad.
Pero lleva más cosas, todo lo que se le ocurra. Por ejemplo, gafas de sol, aunque en Berlín lleven tres semanas sin verlo. O certificado de penales. Lleva mucha agua, claro, y el papelito del covid negativo, por si acaso. Estatuto de limpieza de sangre, bula papal, escudo de armas, la sentencia de divorcio, el libro de familia, una prueba de paternidad de sus hijos, análisis de sangre, tacómetro, el genoma secuenciado, toallitas húmedas, un par de tampones, una oración a san Judas Tadeo y una foto de Morante. Que nunca se sabe.
Y comida, que esa es otra. El español ha nacido con la sensación de que en el resto del mundo todos los restaurantes son como esas terrazas de Alicante donde ponen a los guiris arroz fraudulento a precios prohibitivos. O sea, el español piensa que los extranjeros les van a engañar, tal y como nosotros hacemos con ellos. Y por eso es incapaz de entrar a un restaurante al azar y simplemente pedir algo. Además, el español no sabe idiomas y no se ve capacitado para preguntar al camarero, lo que potencia aún más la sensación de desconfianza. Y, por supuesto, el precio. Todo le parece caro, todo es un timo, todo negocio ha sido inaugurado con el objeto social de ‘engañar a españoles’.
Y como el español tiene el hambre y la desconfianza metidas en el ADN, no es capaz de pagar por comida con naturalidad. ¿Y qué hace? Pues se la lleva del buffet del hotel, Nickie. Sí, como lo oyes. El español ve una sala llena de comida gratis y no entiende que puede comer lo que le apetezca, sino que tiene que comérselo todo: yogures, zumos, muesli, infusiones, plum-cakes, embutido, huevos y lo que le pongan, qué sé yo, unas lentejas, unos faisanes, un par de sandías, un cerdo asado de esos con una manzana en la boca, un plato de sushi. Es increíble. Porque, por si fuera poco, lo que no puede comer, se lo guarda. Si te fijas, podrás ver cómo la mujer de más edad del grupo disimula para hacer unos bocadillos de jamón y queso que guarda en el bolso envueltos en una servilleta, con una pericia para el pequeño hurto ciertamente notable, como si en vez de comida estuviera robando unos rubíes en Tiffany. Esos bocadillos van directos a la mochila del español, que, para cargar con ella, necesitaría un par de San Bernardos con el whisky colgado y todo. Que así también se lo ahorra.
El español, querido Nickie, se siente inseguro fuera de España. Nunca sabe cuántas horas antes ha de estar en el aeropuerto y, por eso, verás a familias llegando tres minutos antes de que cierren la puerta de embarque, con la abuela a punto de fibrilar y a otras que llevan ahí seis o siete horas, «por si acaso». Eso es, en parte, porque del mismo modo que un español no se fía de los restaurantes, no se fía de los taxistas. Es algo atávico, tiene la sensación de que ese gasto es un lujo prescindible y que, además, se van a dar cuenta que no son de allí y —de nuevo— les van a engañar. Por ese motivo el español suele conocer perfectamente el sistema público de transportes de cada ciudad: los buses, el metro, los tranvías, las góndolas. Se lo estudian. Y si hubiera en la ciudad una tarjeta de descuento, de esas que te permiten usar todo el transporte con cierta ventaja, el español lo sabría. Y por eso lo usa sin miedo. Creo que ese es el motivo por el que el español no puede ir al aeropuerto en taxi y se coge tres o cuatro transbordos, que son los que le hacen llegar o demasiado pronto o demasiado tarde.
Algunos plastifican las maletas porque piensan que en los aeropuertos hay personas con sacos de cocaína que van dejando amablemente en el equipaje de los pasajeros, en pequeñas dosis, no se sabe con qué fin, quizá como souvenir. Y luego la guía de viajes, claro, que es una mezcla entre un libro de segunda mano, un e-mail con consejos de su cuñada de cuando estuvieron en el viaje de novios y unas notas manuscritas extraídas de ‘Españoles por el mundo’. Tienen rutas pensadas para cada día y llevan las entradas de las actividades ya compradas, con el mismo objetivo, que, por supuesto, es que no les timen. Ojo con esto, Nickie, que las rutas de cada día son sagradas para el español. Si, por ejemplo, están en Londres y es el día de los parques, son capaces de ponerse una cinta en los ojos para no ver Buckingham Palace, que toca el día siguiente. O de coger un desvío de media hora para no pasar por Piccadilly, que la foto con los punkies no está prevista hasta el viernes. Ten en cuenta que el español sale del hotel por la mañana y no vuelve hasta por la noche, para aprovechar bien, que no hemos pagado para dormir.
Verás que los hombres hacen fotos a las mujeres. Pero no vale cualquier foto, es necesaria una inclinación concreta de mano, una composición artística en cuadrantes y habilidad para fingir improvisación. Por eso ellas suelen salir mirando a otro lado, con las piernas raras y tocándose el pelo, como si no se esperaran la foto, esa para la que llevan preparándose tres cuartos de hora. Ahí es donde suelen discutir los españoles, Nickie. Si hay bronca, hay foto.
Bueno, se me acaba el papel. Estoy a tu disposición para seguir contándote cosas de España, que es donde realmente nos gusta estar. Porque ya sabes que lo que más le gusta a un español es salir, volver y decir eso de «como en España en ningún sitio». Y acto seguido hablar mal de nuestro país y bien de esos países a los que hemos jurado no volver. Para que se note que tenemos mundo. Espero haberte ayudado, Nickie. Sin más, me despido hasta la próxima. Siempre tuyo.
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