Si Patrick deWitt (Vancouver, 1975) fuese un director de cine sería Wes Anderson . Es decir: una mirada y un ‘look’ constantes y la exploración de amables ‘freaks’ en ambientes cambiantes pero siempre decorados por una misma estética y ética. No importa que sus protagonistas sean moscas de bar bukowskianas en ‘Abluciones’, ‘cowboys’ alucinantes y alucinados en ‘Los hermanos Sisters’, sirvientes neo-góticos en ‘El submayordomo Minor’ o amorosos disfuncionales ‘à la Salinger & Donleavy’ en (su obra maestra) ‘Despedida a la francesa’.NOVELA ‘El hombre que amaba los libros’ Autor Patrock deWitt Editorial Plata Año 2025 Páginas 384 Precio 19 euros 4 Y todos ellos, tan dispersos siempre, se encuentran y comulgan en una constante temático-estilística muy deWitt: la variación sobre el aria del muy afinado ‘character study’. Es decir: lo que le interesa a deWitt es la puesta en marcha de una trama pero s iempre en función de un protagonista. «La acción es el personaje», ordenó alguna vez Francis Scott Fitzgerald . Y en ‘El hombre que amaba los libros’ deWitt no hace otra cosa que obedecerle. Y el personaje-en-acción aquí es el opaco bibliotecario jubilado y nada meteórico Bob Comet en su casa-santuario pequeña pero voluminosa (por la cantidad de volúmenes a los que alberga) de Portland, Oregon, en la que ha vivido toda su vida. Casi un ermitaño, un día Comet ayuda a una anciana perdida y la lleva de regreso a su residencia de mayores, el hospicio Gambell-Reed, y decide colaborar allí haciendo lo que más le gusta: leer, ahora en voz alta y en compañía y ya no en silencio y a solas (y la cosa no sale del todo bien cuando decide arrancar con Poe y Gogo l ). Presenta la exploración de amables ‘freaks’ en ambientes cambiantes pero siempre decorados por una misma estética y éticaY en más de una ocasión Comet se ha dicho que se hará cargo de la carga de las idas y vueltas de su existencia; pero todavía tiene mucho por leer y con lo que distraerse. Y cuando ya parecía que nada nuevo podía sucederle en la vida, Comet experimenta una suerte de cataclismo existencial. Y este —a partir de un momento inesperado— es consecuencia directa de abrir la portada del libro de su propio pasado. Ese pasado que, aunque él jamás se lo haya permitido ver/leer de ese modo, no es otra cosa que una vida, sí, de novela. Y es que en sus setenta y un años a Comet le pasaron unas cuantas cosas: infancia tremenda y fugitiva (y muy graciosa y desaforada, en ese episodio con las dos hermanas artísticas), esposa que lo abandona y se va con su peor-mejor amigo , accidente doméstico que lo une aún más a los pasillos de Gambell-Reed… Y aquí, como en todo lo de deWitt, las constantes de una elegante melancolía con diálogos de encantador ingenio enrareciendo y mejorando e iluminando lo cotidiano a fuerza de ‘flashback’ preciso y revelador y de elipsis encandiladora. Modales que lo acercan a lo que casi patentó hace décadas Anne Tyler con una pizca de la cadencia deambulante de Mark Twain. Y el final es feliz pero agridulce : de algún modo Comet comprende que no todo lo importante está en los más importantes libros y que —después de todo— la no-ficción de todos los días, aunque peor escrita, tiene sus encantos. Pero —deWitt lo confesó en una entrevista— ‘El hombre que amaba los libros’ fue escrita en tiempos de «confiable no-felicidad» . Y se nota. Y se aprecia. Y se disfruta. Y, a su manera, alegra. Si Patrick deWitt (Vancouver, 1975) fuese un director de cine sería Wes Anderson . Es decir: una mirada y un ‘look’ constantes y la exploración de amables ‘freaks’ en ambientes cambiantes pero siempre decorados por una misma estética y ética. No importa que sus protagonistas sean moscas de bar bukowskianas en ‘Abluciones’, ‘cowboys’ alucinantes y alucinados en ‘Los hermanos Sisters’, sirvientes neo-góticos en ‘El submayordomo Minor’ o amorosos disfuncionales ‘à la Salinger & Donleavy’ en (su obra maestra) ‘Despedida a la francesa’.NOVELA ‘El hombre que amaba los libros’ Autor Patrock deWitt Editorial Plata Año 2025 Páginas 384 Precio 19 euros 4 Y todos ellos, tan dispersos siempre, se encuentran y comulgan en una constante temático-estilística muy deWitt: la variación sobre el aria del muy afinado ‘character study’. Es decir: lo que le interesa a deWitt es la puesta en marcha de una trama pero s iempre en función de un protagonista. «La acción es el personaje», ordenó alguna vez Francis Scott Fitzgerald . Y en ‘El hombre que amaba los libros’ deWitt no hace otra cosa que obedecerle. Y el personaje-en-acción aquí es el opaco bibliotecario jubilado y nada meteórico Bob Comet en su casa-santuario pequeña pero voluminosa (por la cantidad de volúmenes a los que alberga) de Portland, Oregon, en la que ha vivido toda su vida. Casi un ermitaño, un día Comet ayuda a una anciana perdida y la lleva de regreso a su residencia de mayores, el hospicio Gambell-Reed, y decide colaborar allí haciendo lo que más le gusta: leer, ahora en voz alta y en compañía y ya no en silencio y a solas (y la cosa no sale del todo bien cuando decide arrancar con Poe y Gogo l ). Presenta la exploración de amables ‘freaks’ en ambientes cambiantes pero siempre decorados por una misma estética y éticaY en más de una ocasión Comet se ha dicho que se hará cargo de la carga de las idas y vueltas de su existencia; pero todavía tiene mucho por leer y con lo que distraerse. Y cuando ya parecía que nada nuevo podía sucederle en la vida, Comet experimenta una suerte de cataclismo existencial. Y este —a partir de un momento inesperado— es consecuencia directa de abrir la portada del libro de su propio pasado. Ese pasado que, aunque él jamás se lo haya permitido ver/leer de ese modo, no es otra cosa que una vida, sí, de novela. Y es que en sus setenta y un años a Comet le pasaron unas cuantas cosas: infancia tremenda y fugitiva (y muy graciosa y desaforada, en ese episodio con las dos hermanas artísticas), esposa que lo abandona y se va con su peor-mejor amigo , accidente doméstico que lo une aún más a los pasillos de Gambell-Reed… Y aquí, como en todo lo de deWitt, las constantes de una elegante melancolía con diálogos de encantador ingenio enrareciendo y mejorando e iluminando lo cotidiano a fuerza de ‘flashback’ preciso y revelador y de elipsis encandiladora. Modales que lo acercan a lo que casi patentó hace décadas Anne Tyler con una pizca de la cadencia deambulante de Mark Twain. Y el final es feliz pero agridulce : de algún modo Comet comprende que no todo lo importante está en los más importantes libros y que —después de todo— la no-ficción de todos los días, aunque peor escrita, tiene sus encantos. Pero —deWitt lo confesó en una entrevista— ‘El hombre que amaba los libros’ fue escrita en tiempos de «confiable no-felicidad» . Y se nota. Y se aprecia. Y se disfruta. Y, a su manera, alegra.
Crítica De:
Narrativa
El personaje-en-acción de esta novela del autor canadiense es el opaco bibliotecario jubilado Bob Comet en su casa-santuario pequeña pero voluminosa por la cantidad de volúmenes
Si Patrick deWitt (Vancouver, 1975) fuese un director de cine seríaWes Anderson. Es decir: una mirada y un ‘look’ constantes y la exploración de amables ‘freaks’ en ambientes cambiantes pero siempre decorados por una misma estética y ética.
No importa que sus protagonistas … sean moscas de bar bukowskianas en ‘Abluciones’, ‘cowboys’ alucinantes y alucinados en ‘Los hermanos Sisters’, sirvientes neo-góticos en ‘El submayordomo Minor’ o amorosos disfuncionales ‘à la Salinger & Donleavy’ en (su obra maestra) ‘Despedida a la francesa’.

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Autor
Patrock deWitt -
Editorial
Plata -
Año
2025 -
Páginas
384 -
Precio
19 euros
Y todos ellos, tan dispersos siempre, se encuentran y comulgan en una constante temático-estilística muy deWitt: la variación sobre el aria del muy afinado ‘character study’. Es decir: lo que le interesa a deWitt es la puesta en marcha de una trama pero siempre en función de un protagonista. «La acción es el personaje», ordenó alguna vez Francis Scott Fitzgerald. Y en ‘El hombre que amaba los libros’ deWitt no hace otra cosa que obedecerle.
Y el personaje-en-acción aquí es el opaco bibliotecario jubilado y nada meteórico Bob Comet en su casa-santuario pequeña pero voluminosa (por la cantidad de volúmenes a los que alberga) de Portland, Oregon, en la que ha vivido toda su vida. Casi un ermitaño, un día Comet ayuda a una anciana perdida y la lleva de regreso a su residencia de mayores, el hospicio Gambell-Reed, y decide colaborar allí haciendo lo que más le gusta: leer, ahora en voz alta y en compañía y ya no en silencio y a solas (y la cosa no sale del todo bien cuando decide arrancar con Poe y Gogol).
Presenta la exploración de amables ‘freaks’ en ambientes cambiantes pero siempre decorados por una misma estética y ética
Y en más de una ocasión Comet se ha dicho que se hará cargo de la carga de las idas y vueltas de su existencia; pero todavía tiene mucho por leer y con lo que distraerse. Y cuando ya parecía que nada nuevo podía sucederle en la vida, Comet experimenta una suerte de cataclismo existencial. Y este —a partir de un momento inesperado— es consecuencia directa de abrir la portada del libro de su propio pasado. Ese pasado que, aunque él jamás se lo haya permitido ver/leer de ese modo, no es otra cosa que una vida, sí, de novela.
Y es que en sus setenta y un años a Comet le pasaron unas cuantas cosas: infancia tremenda y fugitiva (y muy graciosa y desaforada, en ese episodio con las dos hermanas artísticas), esposa que lo abandona y se va con su peor-mejor amigo, accidente doméstico que lo une aún más a los pasillos de Gambell-Reed…
Y aquí, como en todo lo de deWitt, las constantes de una elegante melancolía con diálogos de encantador ingenio enrareciendo y mejorando e iluminando lo cotidiano a fuerza de ‘flashback’ preciso y revelador y de elipsis encandiladora. Modales que lo acercan a lo que casi patentó hace décadas Anne Tyler con una pizca de la cadencia deambulante de Mark Twain.
Y el final es feliz pero agridulce: de algún modo Comet comprende que no todo lo importante está en los más importantes libros y que —después de todo— la no-ficción de todos los días, aunque peor escrita, tiene sus encantos. Pero —deWitt lo confesó en una entrevista— ‘El hombre que amaba los libros’ fue escrita en tiempos de «confiable no-felicidad».
Y se nota. Y se aprecia. Y se disfruta. Y, a su manera, alegra.
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