Nuevo puñetazo de David de Miranda sobre la mesa del toreo. Esta vez en el coso de Santa Margarita, donde arrasó cual huracán hasta embolsarse cuatro orejas y un rabo. Un pleno del hombre en el que se fusionaban la actitud de quien sueña en figura y ese valor sin titubeos, imprescindible para serlo. Como ya apuntamos en Almería, el de Trigueros lo ve claro y, además, quieren verlo. Aún resuena por las calles de Linares el clamor de los tendidos: ¡torero, torero! Miranda se plantó ante su buen lote de Juan Pedro Domecq –qué corrida más noble lidió, con un sexto extraordinario– con una clara decisión: reclamar en un escenario de leyenda un sitio en la historia. En el 150 aniversario de la ciudad linarense, en el ruedo donde Manolete enterró sus huesos, David Pérez Sánchez –ese es su bautismo– vino dispuesto a que sepultaran los suyos. A tumba abierta de principio a fin, aplomado e imprimiendo despaciosidad cuando el toro lo permitía. Más bueno que el pan, como aquel anuncio de la niñez, era el primero de Juan Pedro . Qué fijeza tan extraordinaria y qué nobleza. Ni una vez miró al torero cuando se paraba. Un toro ideal para una reaparición, el toro que le hubiese correspondido a Morante… Pero le tocó a su sustituto, David de Miranda, de puñetazo en puñetazo desde su impacto televisado en Málaga. Saboreó la calidad de Milagro, que con más ímpetu hubiese sido de escándalo. Cerquísima se lo pasó en su firme y asentada faena: prueba de ello, el vestido, más sangre de toro que pizarra y oro. Trabajito tiene el mozo de espadas con el de Trigueros, gustándose en las verónicas y ceñidísimo en las saltilleras. Qué guapo era Milagro, que brindó al cariñoso y gentil público. Aunque no vean cómo se enfadaron con el presidente los que pedían el rabo negado: «¡Tiracabras, qué sabrás!», gritaron. Manoletista había sido la apertura de faena, con cuatro estatuarios majestuosos y apretadísimos. Y en la distancia media presentó la derecha, aunque mejor era el pitón zurdo, por donde dibujó unos naturales de nota. Entre los pitones de aquel Milagro con bondad de convento planteó el epílogo, con un arrimón de quien sueña con ser gente en el toreo. Esa es la actitud, culminada con unas manoletinas en la que ni el polvo cabía. Hasta los gavilanes la estocada y la justicia del doble trofeo. Noticia Relacionada estandar No Juan de Castilla cae herido de gravedad: dos cornadas en Bayona ABC La más preocupante es la de la zona anal, aunque según las primeras noticia las heridas no afectan a ningún órgano vitalCuando apareció el cuarto, el público ya abrazaba a Miranda como suyo, como hijo adoptivo de este Linares de minas y olivos. Y el onubense correspondió con una obra de esas que los taurinos catalogan como ‘cuuumbre’. Porque así estuvo David, que después de enfrentarse a varios Goliats disfrutó una barbaridad con otro toro nobilísimo. Cadenciosas las verónicas, con una bonita media a un toro que estuvo a punto de derribar al picador –la corrida cumplió (y empujó) en el peto–. Eficaz la lidia de Cándido Ruiz mientras el de Trigueros andaba como loco por quedarse a solas con Pagano. Y el huracán no amainó: sopló con más fuerza –cruz del conjunto ganadero, con más querer que poder dentro de su buen fondo, con notas bravas– y derrochó un valor que embriagaba el graderío. Rodilla en tierra, por ayudados, nació el prólogo de una pieza con momentos soberbios y de abandono, con el lunar de una tanda más vulgarota. Pero el conjunto fue de elevada nota, con un torero que quiso componer y templar. Y que se asentó en las cercanías con asombrosa quietud. Bárbaro, en un palma de terreno, con el público enardecido y Pagano entregado a sus serenas telas, con unas bernadinas de infarto para cerrar el gigantesco círculo. Tampoco la estocada, algo trasera, empañó el delirio: dos orejas y rabo del huracán Miranda, que ya puede buscar hueco para el título de triunfador incontestable de la feria. El de la torería se lo ganó Pablo Aguado, al que la estocada al segundo intento le privó del premio. Y ya se sabe que se viven tiempos en los que se premia más una espada certera en los bajos que un pinchazo en lo alto. Torerísima su manera de andarle al quinto, con los dos naturales más cristalinos en una hermosa labor. Su primero prometía ser un notable animal, pero se estrelló contra el burladero y lo acusó. Requería manos de curandero este Vidente, que se topó con el mago de las caricias. Muchos fantaseaban con los monumentos que hubiese levantado al sexto, el toro de más humillada profundidad. Le tocó a Manuel Román, deseoso y con cositas esperanzadoras, con series logradas, pero también con otras más alejadas de lo puro. Pinchó y perdió su recompensa, frenada en el tercero –el capítulo más soso– por un palco que se mantuvo en su sitio. El huracán Miranda borró (casi) todo.Feria de Linares Coso de Santa Margarita. Sábado, 30 de agosto de 2025. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq, de bonita presencia en general, cumplidores en el peto, de muy noble juego y de más querer que poder dentro de su buen fondo; destacó el bravo y enclasado 6º. David de Miranda, de pizarra y oro: estocada trasera arriba (dos orejas con petición de rabo); estocada trasera tendida (dos orejas y rabo). Sale a hombros. Pablo Aguado, de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada corta (ovación); pinchazo y estocada corta tendida (leve petición y saludos). Manuel Román, de sangre de toro y oro: estocada en los bajos (petición y vuelta al ruedo); pinchazo, otro hondo y estocada (ovación). Nuevo puñetazo de David de Miranda sobre la mesa del toreo. Esta vez en el coso de Santa Margarita, donde arrasó cual huracán hasta embolsarse cuatro orejas y un rabo. Un pleno del hombre en el que se fusionaban la actitud de quien sueña en figura y ese valor sin titubeos, imprescindible para serlo. Como ya apuntamos en Almería, el de Trigueros lo ve claro y, además, quieren verlo. Aún resuena por las calles de Linares el clamor de los tendidos: ¡torero, torero! Miranda se plantó ante su buen lote de Juan Pedro Domecq –qué corrida más noble lidió, con un sexto extraordinario– con una clara decisión: reclamar en un escenario de leyenda un sitio en la historia. En el 150 aniversario de la ciudad linarense, en el ruedo donde Manolete enterró sus huesos, David Pérez Sánchez –ese es su bautismo– vino dispuesto a que sepultaran los suyos. A tumba abierta de principio a fin, aplomado e imprimiendo despaciosidad cuando el toro lo permitía. Más bueno que el pan, como aquel anuncio de la niñez, era el primero de Juan Pedro . Qué fijeza tan extraordinaria y qué nobleza. Ni una vez miró al torero cuando se paraba. Un toro ideal para una reaparición, el toro que le hubiese correspondido a Morante… Pero le tocó a su sustituto, David de Miranda, de puñetazo en puñetazo desde su impacto televisado en Málaga. Saboreó la calidad de Milagro, que con más ímpetu hubiese sido de escándalo. Cerquísima se lo pasó en su firme y asentada faena: prueba de ello, el vestido, más sangre de toro que pizarra y oro. Trabajito tiene el mozo de espadas con el de Trigueros, gustándose en las verónicas y ceñidísimo en las saltilleras. Qué guapo era Milagro, que brindó al cariñoso y gentil público. Aunque no vean cómo se enfadaron con el presidente los que pedían el rabo negado: «¡Tiracabras, qué sabrás!», gritaron. Manoletista había sido la apertura de faena, con cuatro estatuarios majestuosos y apretadísimos. Y en la distancia media presentó la derecha, aunque mejor era el pitón zurdo, por donde dibujó unos naturales de nota. Entre los pitones de aquel Milagro con bondad de convento planteó el epílogo, con un arrimón de quien sueña con ser gente en el toreo. Esa es la actitud, culminada con unas manoletinas en la que ni el polvo cabía. Hasta los gavilanes la estocada y la justicia del doble trofeo. Noticia Relacionada estandar No Juan de Castilla cae herido de gravedad: dos cornadas en Bayona ABC La más preocupante es la de la zona anal, aunque según las primeras noticia las heridas no afectan a ningún órgano vitalCuando apareció el cuarto, el público ya abrazaba a Miranda como suyo, como hijo adoptivo de este Linares de minas y olivos. Y el onubense correspondió con una obra de esas que los taurinos catalogan como ‘cuuumbre’. Porque así estuvo David, que después de enfrentarse a varios Goliats disfrutó una barbaridad con otro toro nobilísimo. Cadenciosas las verónicas, con una bonita media a un toro que estuvo a punto de derribar al picador –la corrida cumplió (y empujó) en el peto–. Eficaz la lidia de Cándido Ruiz mientras el de Trigueros andaba como loco por quedarse a solas con Pagano. Y el huracán no amainó: sopló con más fuerza –cruz del conjunto ganadero, con más querer que poder dentro de su buen fondo, con notas bravas– y derrochó un valor que embriagaba el graderío. Rodilla en tierra, por ayudados, nació el prólogo de una pieza con momentos soberbios y de abandono, con el lunar de una tanda más vulgarota. Pero el conjunto fue de elevada nota, con un torero que quiso componer y templar. Y que se asentó en las cercanías con asombrosa quietud. Bárbaro, en un palma de terreno, con el público enardecido y Pagano entregado a sus serenas telas, con unas bernadinas de infarto para cerrar el gigantesco círculo. Tampoco la estocada, algo trasera, empañó el delirio: dos orejas y rabo del huracán Miranda, que ya puede buscar hueco para el título de triunfador incontestable de la feria. El de la torería se lo ganó Pablo Aguado, al que la estocada al segundo intento le privó del premio. Y ya se sabe que se viven tiempos en los que se premia más una espada certera en los bajos que un pinchazo en lo alto. Torerísima su manera de andarle al quinto, con los dos naturales más cristalinos en una hermosa labor. Su primero prometía ser un notable animal, pero se estrelló contra el burladero y lo acusó. Requería manos de curandero este Vidente, que se topó con el mago de las caricias. Muchos fantaseaban con los monumentos que hubiese levantado al sexto, el toro de más humillada profundidad. Le tocó a Manuel Román, deseoso y con cositas esperanzadoras, con series logradas, pero también con otras más alejadas de lo puro. Pinchó y perdió su recompensa, frenada en el tercero –el capítulo más soso– por un palco que se mantuvo en su sitio. El huracán Miranda borró (casi) todo.Feria de Linares Coso de Santa Margarita. Sábado, 30 de agosto de 2025. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq, de bonita presencia en general, cumplidores en el peto, de muy noble juego y de más querer que poder dentro de su buen fondo; destacó el bravo y enclasado 6º. David de Miranda, de pizarra y oro: estocada trasera arriba (dos orejas con petición de rabo); estocada trasera tendida (dos orejas y rabo). Sale a hombros. Pablo Aguado, de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada corta (ovación); pinchazo y estocada corta tendida (leve petición y saludos). Manuel Román, de sangre de toro y oro: estocada en los bajos (petición y vuelta al ruedo); pinchazo, otro hondo y estocada (ovación).
Nuevo puñetazo del matador de Trigueros en una noble y buena corrida de Juan Pedro Domecq (de más querer que poder), con un excelente Nebli
Nuevo puñetazo de David de Miranda sobre la mesa del toreo. Esta vez en el coso de Santa Margarita, donde arrasó cual huracán hasta embolsarse cuatro orejas y un rabo. Un pleno del hombre en el que se fusionaban la actitud de quien sueña en figura y ese valor sin titubeos, imprescindible para serlo. Como ya apuntamos en Almería, el de Trigueros lo ve claro y, además, quieren verlo. Aún resuena por las calles de Linares el clamor de los tendidos: ¡torero, torero! Miranda se plantó ante su buen lote de Juan Pedro Domecq –qué corrida más noble lidió, con un sexto extraordinario– con una clara decisión: reclamar en un escenario de leyenda un sitio en la historia. En el 150 aniversario de la ciudad linarense, en el ruedo donde Manolete enterró sus huesos, David Pérez Sánchez –ese es su bautismo– vino dispuesto a que sepultaran los suyos. A tumba abierta de principio a fin, aplomado e imprimiendo despaciosidad cuando el toro lo permitía.
Más bueno que el pan, como aquel anuncio de la niñez, era el primero de Juan Pedro . Qué fijeza tan extraordinaria y qué nobleza. Ni una vez miró al torero cuando se paraba. Un toro ideal para una reaparición, el toro que le hubiese correspondido a Morante… Pero le tocó a su sustituto, David de Miranda, de puñetazo en puñetazo desde su impacto televisado en Málaga. Saboreó la calidad de Milagro, que con más ímpetu hubiese sido de escándalo. Cerquísima se lo pasó en su firme y asentada faena: prueba de ello, el vestido, más sangre de toro que pizarra y oro. Trabajito tiene el mozo de espadas con el de Trigueros, gustándose en las verónicas y ceñidísimo en las saltilleras. Qué guapo era Milagro, que brindó al cariñoso y gentil público. Aunque no vean cómo se enfadaron con el presidente los que pedían el rabo negado: «¡Tiracabras, qué sabrás!», gritaron. Manoletista había sido la apertura de faena, con cuatro estatuarios majestuosos y apretadísimos. Y en la distancia media presentó la derecha, aunque mejor era el pitón zurdo, por donde dibujó unos naturales de nota. Entre los pitones de aquel Milagro con bondad de convento planteó el epílogo, con un arrimón de quien sueña con ser gente en el toreo. Esa es la actitud, culminada con unas manoletinas en la que ni el polvo cabía. Hasta los gavilanes la estocada y la justicia del doble trofeo.
Cuando apareció el cuarto, el público ya abrazaba a Miranda como suyo, como hijo adoptivo de este Linares de minas y olivos. Y el onubense correspondió con una obra de esas que los taurinos catalogan como ‘cuuumbre’. Porque así estuvo David, que después de enfrentarse a varios Goliats disfrutó una barbaridad con otro toro nobilísimo. Cadenciosas las verónicas, con una bonita media a un toro que estuvo a punto de derribar al picador –la corrida cumplió (y empujó) en el peto–. Eficaz la lidia de Cándido Ruiz mientras el de Trigueros andaba como loco por quedarse a solas con Pagano. Y el huracán no amainó: sopló con más fuerza –cruz del conjunto ganadero, con más querer que poder dentro de su buen fondo, con notas bravas– y derrochó un valor que embriagaba el graderío. Rodilla en tierra, por ayudados, nació el prólogo de una pieza con momentos soberbios y de abandono, con el lunar de una tanda más vulgarota. Pero el conjunto fue de elevada nota, con un torero que quiso componer y templar. Y que se asentó en las cercanías con asombrosa quietud. Bárbaro, en un palma de terreno, con el público enardecido y Pagano entregado a sus serenas telas, con unas bernadinas de infarto para cerrar el gigantesco círculo. Tampoco la estocada, algo trasera, empañó el delirio: dos orejas y rabo del huracán Miranda, que ya puede buscar hueco para el título de triunfador incontestable de la feria.
El de la torería se lo ganó Pablo Aguado, al que la estocada al segundo intento le privó del premio. Y ya se sabe que se viven tiempos en los que se premia más una espada certera en los bajos que un pinchazo en lo alto. Torerísima su manera de andarle al quinto, con los dos naturales más cristalinos en una hermosa labor. Su primero prometía ser un notable animal, pero se estrelló contra el burladero y lo acusó. Requería manos de curandero este Vidente, que se topó con el mago de las caricias. Muchos fantaseaban con los monumentos que hubiese levantado al sexto, el toro de más humillada profundidad. Le tocó a Manuel Román, deseoso y con cositas esperanzadoras, con series logradas, pero también con otras más alejadas de lo puro. Pinchó y perdió su recompensa, frenada en el tercero –el capítulo más soso– por un palco que se mantuvo en su sitio. El huracán Miranda borró (casi) todo.
-
Coso de Santa Margarita.
Sábado, 30 de agosto de 2025. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq, de bonita presencia en general, cumplidores en el peto, de muy noble juego y de más querer que poder dentro de su buen fondo; destacó el bravo y enclasado 6º. -
David de Miranda,
de pizarra y oro: estocada trasera arriba (dos orejas con petición de rabo); estocada trasera tendida (dos orejas y rabo). Sale a hombros. -
Pablo Aguado,
de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada corta (ovación); pinchazo y estocada corta tendida (leve petición y saludos). -
Manuel Román,
de sangre de toro y oro: estocada en los bajos (petición y vuelta al ruedo); pinchazo, otro hondo y estocada (ovación).
RSS de noticias de cultura