También cubano, perteneciente a una generación muy posterior, Roberto Carril Bustamante traza en ‘El ingenuo’ la historia –vivida y sufrida– de su paisano Reinaldo González Fonticiella, artista maldito cuya obra plástica reivindica en un trabajo de investigación y veneración que se presenta este domingo en la biblioteca Eugenio Trías, del madrileño parque del Retiro, a las doce del mediodía. A diferencia de Carril Bustamante, que dejó atrás el castrismo para instalarse en Madrid, Fonticiella nunca huyó de la isla: la suya fue una huida interior, hasta instalarse en el silencio creativo en el que se encerró tras destruir su obra. No quedó nada. Casi nada. La suya no solo fue una protesta, una de tantas, sino un genuino acto de creación a través de la destrucción. Nacido en Zaza del Medio en 1927 e hijo de un tinerfeño afincado en la isla, Fonticella no tardó en contagiarse de las corrientes que, procedentes de Europa, trataban de subvertir el orden de las artes, unas vanguardias que lo llevaron a contactar con un grupo de creadores –Antonia Eiriz, Tomás Oliva, Fayad Jamís, Roberto Álvarez Ríos, Salvador Corratgé, Orlando Yanes– de cuya mano exploró las vías de su propia revolución. Primero chocó con Batista y, confiado en la liberación que representaban las soflamas de Fidel Castro, finalmente sufrió el ostracismo y la condena de un régimen totalitario cuya idea del arte –simple y monumental propaganda, realismo trágico– no admitía otro sueño que el de la mentira. Fue en 1962 cuando Reinaldo González Fonticiella comenzó a realizar esculturas a partir de materiales reciclados. Solo los elegidos por el régimen de La Habana eran abastecidos con puntualidad de lo necesario para desarrollar, al dictado, sus obras plásticas. Al margen de la oficialidad, Fonticiella trabaja desde entonces con los desechos de una sociedad empobrecida y prisionera: alambres, colillas, escobas, muñecas, espejos, carbón… Su casa es frecuentada por Yvon Taillandier, Roberto Matta o Antonio Saura, pero la Dirección de Artes Plásticas del Consejo Nacional de Cultura rechaza su producción escultórica y lo margina, hasta que en 1975 decide cometer el ‘suicidio artístico’ de destruir su obra. ‘El ingenuo’ cuenta la historia, una de tantas, todas irrepetibles, de quien hasta su muerte en 2002 quiso soñar en una isla obligada a no pegar ojo . También cubano, perteneciente a una generación muy posterior, Roberto Carril Bustamante traza en ‘El ingenuo’ la historia –vivida y sufrida– de su paisano Reinaldo González Fonticiella, artista maldito cuya obra plástica reivindica en un trabajo de investigación y veneración que se presenta este domingo en la biblioteca Eugenio Trías, del madrileño parque del Retiro, a las doce del mediodía. A diferencia de Carril Bustamante, que dejó atrás el castrismo para instalarse en Madrid, Fonticiella nunca huyó de la isla: la suya fue una huida interior, hasta instalarse en el silencio creativo en el que se encerró tras destruir su obra. No quedó nada. Casi nada. La suya no solo fue una protesta, una de tantas, sino un genuino acto de creación a través de la destrucción. Nacido en Zaza del Medio en 1927 e hijo de un tinerfeño afincado en la isla, Fonticella no tardó en contagiarse de las corrientes que, procedentes de Europa, trataban de subvertir el orden de las artes, unas vanguardias que lo llevaron a contactar con un grupo de creadores –Antonia Eiriz, Tomás Oliva, Fayad Jamís, Roberto Álvarez Ríos, Salvador Corratgé, Orlando Yanes– de cuya mano exploró las vías de su propia revolución. Primero chocó con Batista y, confiado en la liberación que representaban las soflamas de Fidel Castro, finalmente sufrió el ostracismo y la condena de un régimen totalitario cuya idea del arte –simple y monumental propaganda, realismo trágico– no admitía otro sueño que el de la mentira. Fue en 1962 cuando Reinaldo González Fonticiella comenzó a realizar esculturas a partir de materiales reciclados. Solo los elegidos por el régimen de La Habana eran abastecidos con puntualidad de lo necesario para desarrollar, al dictado, sus obras plásticas. Al margen de la oficialidad, Fonticiella trabaja desde entonces con los desechos de una sociedad empobrecida y prisionera: alambres, colillas, escobas, muñecas, espejos, carbón… Su casa es frecuentada por Yvon Taillandier, Roberto Matta o Antonio Saura, pero la Dirección de Artes Plásticas del Consejo Nacional de Cultura rechaza su producción escultórica y lo margina, hasta que en 1975 decide cometer el ‘suicidio artístico’ de destruir su obra. ‘El ingenuo’ cuenta la historia, una de tantas, todas irrepetibles, de quien hasta su muerte en 2002 quiso soñar en una isla obligada a no pegar ojo .
Artes Plásticas
También cubano, perteneciente a una generación muy posterior, Roberto Carril Bustamante traza en ‘El ingenuo’ la historia –vivida y sufrida– de su paisano Reinaldo González Fonticiella, artista maldito cuya obra plástica reivindica en un trabajo de investigación y veneración que se presenta este domingo en la biblioteca Eugenio Trías, del madrileño parque del Retiro, a las doce del mediodía.
A diferencia de Carril Bustamante, que dejó atrás el castrismo para instalarse en Madrid, Fonticiella nunca huyó de la isla: la suya fue una huida interior, hasta instalarse en el silencio creativo en el que se encerró tras destruir su obra. No quedó nada. Casi nada. La suya no solo fue una protesta, una de tantas, sino un genuino acto de creación a través de la destrucción. Nacido en Zaza del Medio en 1927 e hijo de un tinerfeño afincado en la isla, Fonticella no tardó en contagiarse de las corrientes que, procedentes de Europa, trataban de subvertir el orden de las artes, unas vanguardias que lo llevaron a contactar con un grupo de creadores –Antonia Eiriz, Tomás Oliva, Fayad Jamís, Roberto Álvarez Ríos, Salvador Corratgé, Orlando Yanes– de cuya mano exploró las vías de su propia revolución. Primero chocó con Batista y, confiado en la liberación que representaban las soflamas de Fidel Castro, finalmente sufrió el ostracismo y la condena de un régimen totalitario cuya idea del arte –simple y monumental propaganda, realismo trágico– no admitía otro sueño que el de la mentira.
Fue en 1962 cuando Reinaldo González Fuentecilla comenzó a realizar esculturas a partir de materiales reciclados. Solo los elegidos por el régimen de La Habana eran abastecidos con puntualidad de lo necesario para desarrollar, al dictado, sus obras plásticas. Al margen de la oficialidad, Fuentecilla trabaja desde entonces con los desechos de una sociedad empobrecida y prisionera: alambres, colillas, escobas, muñecas, espejos, carbón… Su casa es frecuentada por Yvon Taillandier, Roberto Matta o Antonio Saura, pero la Dirección de Artes Plásticas del Consejo Nacional de Cultura rechaza su producción escultórica y lo margina, hasta que en 1975 decide cometer el ‘suicidio artístico’ de destruir su obra. ‘El ingenuo’ cuenta la historia, una de tantas, todas irrepetibles, de quien hasta su muerte en 2002 quiso soñar en una isla obligada a no pegar ojo.
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