Las dos personas normales pasean con mucha calma, como hacen siempre, disfrutando de ese invierno que ya no es invierno del todo, en una tregua entre lluvias, sin prisa por llegar a ningún lado. La primera persona normal mira alrededor sin buscar nada; la segunda persona normal elige el frente; desenfoca la mirada cuanto puede. Deja escapar un suspiro.—Qué bien andar así, sin ir a ningún sitio.—¿Cómo? —pregunta, casi despertando, la primera persona normal.—Que qué bien andar así, sin ir a ningún sitio.—Vaya por Dios…—¿Vaya por Dios, qué?—Vaya por Dios y punto. Ya la has fastidiado.—¿La he fastidiado? ¿Por qué?—Por nada. Por decirlo. Por recordarlo. Por decirlo en alto. No ir a ninguna parte está bien cuando no sabes que no vas a ninguna parte, cuando estás tan a gusto andando que andas y ya está. Pero, claro, si ya te das cuenta de que no vas a ninguna parte, pues no es lo mismo.—¿Por qué?—Pues porque no. Porque, si te das cuenta, pues ya te has dado cuenta.—¿Y?—Y, en vez de estar a tus cosas, tan bien, sin saber ni dónde estás, pues ya empiezas a pensar que tendrías que estar en algún sitio. Y, claro, pues no es lo mismo.—No te entiendo.—Normal que no me entiendas. Si no me entiendo ni yo…La segunda persona normal en realidad algo comprende, porque se siente algo culpable y se esfuerza por desenfocar los ojos otra vez. Hasta se imagina que los edificios son árboles y los árboles son centinelas y los centinelas son gente muerta, pero muy cortés, que le recuerda que todo está bien. Así que se asusta un poco.—Pues dices tú, pero se me ha ido la cabeza —confiesa.—¿Cómo dices?—Que se me ha ido la cabeza. Me he puesto a pensar en no pensar, a ver si entendía lo que decías, y se me ha ido la cabeza.—Pero ¿cómo se te ha ido?—Es que no sé ni decirlo. Se me ha ido la cabeza. Se ha puesto muy raro todo.—Pero raro, ¿cómo?—Raro raro. Me he imaginado que estábamos rodeados de gente.—Y rodeados de gente estamos.—Ya. Pero de gente muerta.—¿Tú estás bien?—¿Yo? No. Pero era gente muerta amable.—Ah, bueno. Si era gente muerta amable…—Si yo no digo que sea normal; te estoy diciendo que es raro; pero es que, cuando te pones a imaginar cosas, las cosas vienen solas, y pueden ser raras o no. No es culpa mía.—No, ya, eso sí. Eso no, vamos. ¿Y te hablaba la gente?—No, no. Si ha sido un segundo, nada más. Y no era gente gente, era más como una idea. Como sombras.—A ver si vas a tener que escribir un libro o algo.—¿Un libro yo? ¿Estamos locos?—Tú igual sí.La segunda persona normal, que es deportiva para estas cosas, se ríe. La primera persona normal, aliviada al ver que la primera se lo ha tomado bien, también. —Pues está el pequeño con un libro de De Prada que por lo visto son dos. Que dice que está muy bien.—Pues yo estoy con la serie de la reina. La que es tonta y lista a la vez. La que es rubia.—Pero estaba hablando yo, ¿no?—Ah, sí, perdona.—Y dice el pequeño que el libro es muy bueno y que es muy gordo, y que por eso le han salido dos.—¿Le han salido dos libros finos?—No, no. Le han salido gordos los dos libros, encima eso.—¿Es un libro tan gordo que le han salido dos libros, y le han salido gordos los dos libros?—Justo.—Pues sería un libro gordísimo.—Pues eso te estoy diciendo. Por lo visto pasa en París.—Ah, claro; entonces, claro. En París pasan muchas cosas.—En París sí.—En París, si te fijas bien, está la torre Eiffel.—Pues seguro, porque el otro día estaba viendo una película…—¿En casa?—No, no. En el cine.—Pero, ¿tú vas al cine?—¿Quieres dejar ya de interrumpirme, que así no avanzo nunca?—Sí, sí. Perdona.—Pues estaba viendo una película y, cuando salió la torre Eiffel, dijo una señora: «París».—¿Lo ves?—Por eso te decía. Y ahí pasa el libro ese; que sale Picasso, me parece, porque, como es un libro, pueden salir muertos, si quieres. Y es de noche todo el día, o por lo menos en el título.—Pues yo estoy con la serie de la reina.—Ya sé cuál dices. La de que va a ser reina, pero no es la reina. La infanta, dices.—La que sea. La que va en moto.—Igual la reina va en moto.—Pues igual. Pero esta es de mentira. Y dice cosas muy críticas.—¿Críticas de qué?—Pues no lo sé. No la he visto.—¿Y por qué me hablas de la serie, si estaba hablando yo del libro?—Como tampoco te lo has leído…—Eso sí.La primera persona normal se da cuenta de algo. Asiente reafirmándose…—¿Ves qué bien hemos paseado ahora, diciendo tonterías?—Pues es verdad.—Si es que es lo mejor, te lo tengo dicho. Lo mejor es no pensar. Lo mejor es andar y hacer cosas. Y, antes de que te des cuenta, pam, ya es la hora de comer.—Lo que no sé es dónde estamos.—Pues donde sea. Mejor. Más hambre cuando lleguemos a casa.—Pues, ¿sabes qué te digo? Que llevas toda la razón. Las dos personas normales pasean con mucha calma, como hacen siempre, disfrutando de ese invierno que ya no es invierno del todo, en una tregua entre lluvias, sin prisa por llegar a ningún lado. La primera persona normal mira alrededor sin buscar nada; la segunda persona normal elige el frente; desenfoca la mirada cuanto puede. Deja escapar un suspiro.—Qué bien andar así, sin ir a ningún sitio.—¿Cómo? —pregunta, casi despertando, la primera persona normal.—Que qué bien andar así, sin ir a ningún sitio.—Vaya por Dios…—¿Vaya por Dios, qué?—Vaya por Dios y punto. Ya la has fastidiado.—¿La he fastidiado? ¿Por qué?—Por nada. Por decirlo. Por recordarlo. Por decirlo en alto. No ir a ninguna parte está bien cuando no sabes que no vas a ninguna parte, cuando estás tan a gusto andando que andas y ya está. Pero, claro, si ya te das cuenta de que no vas a ninguna parte, pues no es lo mismo.—¿Por qué?—Pues porque no. Porque, si te das cuenta, pues ya te has dado cuenta.—¿Y?—Y, en vez de estar a tus cosas, tan bien, sin saber ni dónde estás, pues ya empiezas a pensar que tendrías que estar en algún sitio. Y, claro, pues no es lo mismo.—No te entiendo.—Normal que no me entiendas. Si no me entiendo ni yo…La segunda persona normal en realidad algo comprende, porque se siente algo culpable y se esfuerza por desenfocar los ojos otra vez. Hasta se imagina que los edificios son árboles y los árboles son centinelas y los centinelas son gente muerta, pero muy cortés, que le recuerda que todo está bien. Así que se asusta un poco.—Pues dices tú, pero se me ha ido la cabeza —confiesa.—¿Cómo dices?—Que se me ha ido la cabeza. Me he puesto a pensar en no pensar, a ver si entendía lo que decías, y se me ha ido la cabeza.—Pero ¿cómo se te ha ido?—Es que no sé ni decirlo. Se me ha ido la cabeza. Se ha puesto muy raro todo.—Pero raro, ¿cómo?—Raro raro. Me he imaginado que estábamos rodeados de gente.—Y rodeados de gente estamos.—Ya. Pero de gente muerta.—¿Tú estás bien?—¿Yo? No. Pero era gente muerta amable.—Ah, bueno. Si era gente muerta amable…—Si yo no digo que sea normal; te estoy diciendo que es raro; pero es que, cuando te pones a imaginar cosas, las cosas vienen solas, y pueden ser raras o no. No es culpa mía.—No, ya, eso sí. Eso no, vamos. ¿Y te hablaba la gente?—No, no. Si ha sido un segundo, nada más. Y no era gente gente, era más como una idea. Como sombras.—A ver si vas a tener que escribir un libro o algo.—¿Un libro yo? ¿Estamos locos?—Tú igual sí.La segunda persona normal, que es deportiva para estas cosas, se ríe. La primera persona normal, aliviada al ver que la primera se lo ha tomado bien, también. —Pues está el pequeño con un libro de De Prada que por lo visto son dos. Que dice que está muy bien.—Pues yo estoy con la serie de la reina. La que es tonta y lista a la vez. La que es rubia.—Pero estaba hablando yo, ¿no?—Ah, sí, perdona.—Y dice el pequeño que el libro es muy bueno y que es muy gordo, y que por eso le han salido dos.—¿Le han salido dos libros finos?—No, no. Le han salido gordos los dos libros, encima eso.—¿Es un libro tan gordo que le han salido dos libros, y le han salido gordos los dos libros?—Justo.—Pues sería un libro gordísimo.—Pues eso te estoy diciendo. Por lo visto pasa en París.—Ah, claro; entonces, claro. En París pasan muchas cosas.—En París sí.—En París, si te fijas bien, está la torre Eiffel.—Pues seguro, porque el otro día estaba viendo una película…—¿En casa?—No, no. En el cine.—Pero, ¿tú vas al cine?—¿Quieres dejar ya de interrumpirme, que así no avanzo nunca?—Sí, sí. Perdona.—Pues estaba viendo una película y, cuando salió la torre Eiffel, dijo una señora: «París».—¿Lo ves?—Por eso te decía. Y ahí pasa el libro ese; que sale Picasso, me parece, porque, como es un libro, pueden salir muertos, si quieres. Y es de noche todo el día, o por lo menos en el título.—Pues yo estoy con la serie de la reina.—Ya sé cuál dices. La de que va a ser reina, pero no es la reina. La infanta, dices.—La que sea. La que va en moto.—Igual la reina va en moto.—Pues igual. Pero esta es de mentira. Y dice cosas muy críticas.—¿Críticas de qué?—Pues no lo sé. No la he visto.—¿Y por qué me hablas de la serie, si estaba hablando yo del libro?—Como tampoco te lo has leído…—Eso sí.La primera persona normal se da cuenta de algo. Asiente reafirmándose…—¿Ves qué bien hemos paseado ahora, diciendo tonterías?—Pues es verdad.—Si es que es lo mejor, te lo tengo dicho. Lo mejor es no pensar. Lo mejor es andar y hacer cosas. Y, antes de que te des cuenta, pam, ya es la hora de comer.—Lo que no sé es dónde estamos.—Pues donde sea. Mejor. Más hambre cuando lleguemos a casa.—Pues, ¿sabes qué te digo? Que llevas toda la razón.
Las dos personas normales pasean con mucha calma, como hacen siempre, disfrutando de ese invierno que ya no es invierno del todo, en una tregua entre lluvias, sin prisa por llegar a ningún lado. La primera persona normal mira alrededor sin buscar nada; la segunda … persona normal elige el frente; desenfoca la mirada cuanto puede. Deja escapar un suspiro.
—Qué bien andar así, sin ir a ningún sitio.
—¿Cómo? —pregunta, casi despertando, la primera persona normal.
—Que qué bien andar así, sin ir a ningún sitio.
—Vaya por Dios…
—¿Vaya por Dios, qué?
—Vaya por Dios y punto. Ya la has fastidiado.
—¿La he fastidiado? ¿Por qué?
—Por nada. Por decirlo. Por recordarlo. Por decirlo en alto. No ir a ninguna parte está bien cuando no sabes que no vas a ninguna parte, cuando estás tan a gusto andando que andas y ya está. Pero, claro, si ya te das cuenta de que no vas a ninguna parte, pues no es lo mismo.
—¿Por qué?
—Pues porque no. Porque, si te das cuenta, pues ya te has dado cuenta.
—¿Y?
—Y, en vez de estar a tus cosas, tan bien, sin saber ni dónde estás, pues ya empiezas a pensar que tendrías que estar en algún sitio. Y, claro, pues no es lo mismo.
—No te entiendo.
—Normal que no me entiendas. Si no me entiendo ni yo…
La segunda persona normal en realidad algo comprende, porque se siente algo culpable y se esfuerza por desenfocar los ojos otra vez. Hasta se imagina que los edificios son árboles y los árboles son centinelas y los centinelas son gente muerta, pero muy cortés, que le recuerda que todo está bien. Así que se asusta un poco.
—Pues dices tú, pero se me ha ido la cabeza —confiesa.
—¿Cómo dices?
—Que se me ha ido la cabeza. Me he puesto a pensar en no pensar, a ver si entendía lo que decías, y se me ha ido la cabeza.
—Pero ¿cómo se te ha ido?
—Es que no sé ni decirlo. Se me ha ido la cabeza. Se ha puesto muy raro todo.
—Pero raro, ¿cómo?
—Raro raro. Me he imaginado que estábamos rodeados de gente.
—Y rodeados de gente estamos.
—Ya. Pero de gente muerta.
—¿Tú estás bien?
—¿Yo? No. Pero era gente muerta amable.
—Ah, bueno. Si era gente muerta amable…
—Si yo no digo que sea normal; te estoy diciendo que es raro; pero es que, cuando te pones a imaginar cosas, las cosas vienen solas, y pueden ser raras o no. No es culpa mía.
—No, ya, eso sí. Eso no, vamos. ¿Y te hablaba la gente?
—No, no. Si ha sido un segundo, nada más. Y no era gente gente, era más como una idea. Como sombras.
—A ver si vas a tener que escribir un libro o algo.
—¿Un libro yo? ¿Estamos locos?
—Tú igual sí.
La segunda persona normal, que es deportiva para estas cosas, se ríe. La primera persona normal, aliviada al ver que la primera se lo ha tomado bien, también.
—Pues está el pequeño con un libro de De Prada que por lo visto son dos. Que dice que está muy bien.
—Pues yo estoy con la serie de la reina. La que es tonta y lista a la vez. La que es rubia.
—Pero estaba hablando yo, ¿no?
—Ah, sí, perdona.
—Y dice el pequeño que el libro es muy bueno y que es muy gordo, y que por eso le han salido dos.
—¿Le han salido dos libros finos?
—No, no. Le han salido gordos los dos libros, encima eso.
—¿Es un libro tan gordo que le han salido dos libros, y le han salido gordos los dos libros?
—Justo.
—Pues sería un libro gordísimo.
—Pues eso te estoy diciendo. Por lo visto pasa en París.
—Ah, claro; entonces, claro. En París pasan muchas cosas.
—En París sí.
—En París, si te fijas bien, está la torre Eiffel.
—Pues seguro, porque el otro día estaba viendo una película…
—¿En casa?
—No, no. En el cine.
—Pero, ¿tú vas al cine?
—¿Quieres dejar ya de interrumpirme, que así no avanzo nunca?
—Sí, sí. Perdona.
—Pues estaba viendo una película y, cuando salió la torre Eiffel, dijo una señora: «París».
—¿Lo ves?
—Por eso te decía. Y ahí pasa el libro ese; que sale Picasso, me parece, porque, como es un libro, pueden salir muertos, si quieres. Y es de noche todo el día, o por lo menos en el título.
—Pues yo estoy con la serie de la reina.
—Ya sé cuál dices. La de que va a ser reina, pero no es la reina. La infanta, dices.
—La que sea. La que va en moto.
—Igual la reina va en moto.
—Pues igual. Pero esta es de mentira. Y dice cosas muy críticas.
—¿Críticas de qué?
—Pues no lo sé. No la he visto.
—¿Y por qué me hablas de la serie, si estaba hablando yo del libro?
—Como tampoco te lo has leído…
—Eso sí.
La primera persona normal se da cuenta de algo. Asiente reafirmándose…
—¿Ves qué bien hemos paseado ahora, diciendo tonterías?
—Pues es verdad.
—Si es que es lo mejor, te lo tengo dicho. Lo mejor es no pensar. Lo mejor es andar y hacer cosas. Y, antes de que te des cuenta, pam, ya es la hora de comer.
—Lo que no sé es dónde estamos.
—Pues donde sea. Mejor. Más hambre cuando lleguemos a casa.
—Pues, ¿sabes qué te digo? Que llevas toda la razón.
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