Esto sucedió hace tiempo pero hay cosas que se entienden después. Había salido temprano a rehabilitar una pierna —un problema mínimo— y al regresar a casa encontré un mensaje que operó como la descarga de un desfibrilador. Atravesé de un empujón la oscuridad en la que había estado sumida y entré en una zona de luz despampanante, cocida por un rayo. Hasta ese momento, ni siquiera me había dado cuenta de la densidad de la sombra que habitaba. Sólo entonces, cuando se abrió el cielo, contemplé con espanto los días anteriores, pesados como animales tristes. El mensaje no era de nadie que escribiera “Te quiero” o “Pienso mucho en vos”. Era mejor que eso. Era un mensaje profesional muy entusiasta relacionado con algo que yo acababa de escribir. Había estado sometida a un encierro conventual a lo largo de meses, escribiendo en jornadas de 15 horas. Cuando terminé quedé vacía y entré en ese tiempo que sigue al exceso de escritura que, para mí, es siempre un tiempo sin consuelo. Recuerdo la primera vez que me pasó, en 2004: la sorpresa que me produjo descubrir ese horror. “Por no saber, ni sabía que era preciso renunciar a una notable porción de vida si se quería realmente escribir”, escribió Enrique Vila-Matas. Mientras escribo un libro renuncio a esa notable porción de vida, pero cuando lo termino la vida renuncia a mí. Así que el mensaje pulsó las teclas que tenía que pulsar para resucitarme: sólo los sabios hacen eso. Después de leerlo entendí que había estado esperándolo mientras vivía en el mundo como una muerta. Salí a correr. Corrí bendita, comulgada. Llevaba dentro de mí el mensaje, su potencia revolucionaria. El amor es una fuerza demoníaca, algo que sería mejor no sentir. Pero la escritura es peor. Se come hasta los huesos. Mientras corría pensé: “Nunca dejé que nada se interpusiera entre esto y yo, nunca voy a dejar”. Era verdad, pero es un pensamiento de peligro. Todo ese amor rondándome y yo siempre lejos, en un mundo inútil que sólo me sirve a mí y que no abandonaría jamás.
El amor es una fuerza demoníaca, pero la escritura es peor. Se come hasta los huesos
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El amor es una fuerza demoníaca, pero la escritura es peor. Se come hasta los huesos


Esto sucedió hace tiempo pero hay cosas que se entienden después. Había salido temprano a rehabilitar una pierna —un problema mínimo— y al regresar a casa encontré un mensaje que operó como la descarga de un desfibrilador. Atravesé de un empujón la oscuridad en la que había estado sumida y entré en una zona de luz despampanante, cocida por un rayo. Hasta ese momento, ni siquiera me había dado cuenta de la densidad de la sombra que habitaba. Sólo entonces, cuando se abrió el cielo, contemplé con espanto los días anteriores, pesados como animales tristes. El mensaje no era de nadie que escribiera “Te quiero” o “Pienso mucho en vos”. Era mejor que eso. Era un mensaje profesional muy entusiasta relacionado con algo que yo acababa de escribir. Había estado sometida a un encierro conventual a lo largo de meses, escribiendo en jornadas de 15 horas. Cuando terminé quedé vacía y entré en ese tiempo que sigue al exceso de escritura que, para mí, es siempre un tiempo sin consuelo. Recuerdo la primera vez que me pasó, en 2004: la sorpresa que me produjo descubrir ese horror. “Por no saber, ni sabía que era preciso renunciar a una notable porción de vida si se quería realmente escribir”, escribió Enrique Vila-Matas. Mientras escribo un libro renuncio a esa notable porción de vida, pero cuando lo termino la vida renuncia a mí. Así que el mensaje pulsó las teclas que tenía que pulsar para resucitarme: sólo los sabios hacen eso. Después de leerlo entendí que había estado esperándolo mientras vivía en el mundo como una muerta. Salí a correr. Corrí bendita, comulgada. Llevaba dentro de mí el mensaje, su potencia revolucionaria. El amor es una fuerza demoníaca, algo que sería mejor no sentir. Pero la escritura es peor. Se come hasta los huesos. Mientras corría pensé: “Nunca dejé que nada se interpusiera entre esto y yo, nunca voy a dejar”. Era verdad, pero es un pensamiento de peligro. Todo ese amor rondándome y yo siempre lejos, en un mundo inútil que sólo me sirve a mí y que no abandonaría jamás.
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Sobre la firma

Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: ‘Los suicidas del fin del mundo’, ‘Frutos extraños’, ‘Una historia sencilla’, ‘Opus Gelber’, ‘Teoría de la gravedad’ y ‘La otra guerra’, entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.
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