Por esas fechas, Jaime Balet Herrero , de 38 años, era un empresario de cierto éxito y además concejal del Ayuntamiento de Zaragoza. Desde 1969 estaba casado con Pilar Cano Peralta , nacida en una familia adinerada y tradicional de la comarca de Los Monegros. La pareja tenía cuatro hijos. Para los que no les conocían el matrimonio tenía todo lo que se podía soñar…Nada más lejos de la realidad. Desde 1970 Balet estaba enamorado, casi obsesionado, con la secretaria de su padre, Ana Álava , una joven de 18 años. Primero llevaron una vida paralela; luego, el hombre planteó a su esposa pedir la nulidad del matrimonio, a lo que ella, ferviente católica, se negó, por su fe y porque a pesar de todo aún lo quería. Su marido no se atrevió a dar el paso de la separación, porque suponía perder la notable fortuna de su esposa, y eso eran palabras mayores. Fue entonces cuando en su mente surgió la idea de matarla. Pero no tenía valor para hacerlo él.Consciente de su debilidad, Balet llamó a Juan Midón , un amigo de la infancia, con antecedentes por estafa. Se citaron en el exótico bar polinesio de la época en Madrid, el Kon Tiki , y allí, juntos, planearon el crimen. Midón se encargó de contratar, por 7.000 dólares, a dos sicarios alemanes, Helmunt Pachert y Peter Semeth . El destino de Pilar Cano estaba marcado desde ese momento.El 15 de abril de 1973 Jaime Balet y su mujer pasaban unos días de vacaciones en Biarritz . Según el plan trazado, esa jornada era la elegida para el asesinato, que debía perpetrarse en una playa de la localidad francesa. Pero algo falló en el último momento… Los sicarios decidieron esperar otra oportunidad y no tardaron mucho en encontrarla. Fue 14 días después, cuando el matrimonio regresaba a Zaragoza. Había sido un viaje agradable y encima la suerte les había sonreído en el casino.La pareja viajaba en el 1.500 que conducía Balet, que decidió parar a descansar en la bajada del puerto de Belate hacia Pamplona . Les seguía otro vehículo ocupado por los dos alemanes. Cuando vieron detenerse el automóvil, actuaron. Simeth fue el autor material y un tubo de hierro el arma homicida. Tras el crimen, con la ayuda del marido, metió el cadáver en la parte delantera del vehículo, que luego condujeron hasta cerca de las ventas de Arraiz . El segundo sicario los acompañaba en el otro coche, a poca distancia. Para que pareciera un atraco, el asesino golpeó al empresario en el rostro y además se llevó el bolso de la víctima.¿Un crimen perfecto? La Guardia Civil desconfió pronto de Batet. Estaba demasiado tranquilo y su versión tenía lagunas . ¿Cómo era posible que si el matrimonio había sido víctima de un atraco los delincuentes no se llevaran las joyas de Pilar Cano, valoradas en medio millón de pesetas, y se dejaran además otras 300.000 en el 1.500? Al indagar sobre su vida los investigadores descubrieron, además, el asunto de la amante, así que pasó a ser sospechoso.No fue detenido, pero era evidente que cada día Batet llevaba peor la presión. Tuvo que declarar varias veces en el juzgado y para intentar desviar el foco de los investigadores ingresó por voluntad propia en un psiquiátrico víctima de una supuesta depresión. Pero el mismo día que entró en el centro su amigo Madón fue encausado en el crimen, y un tiempo después también los dos alemanes, aunque en rebeldía porque no estaban en España. Parchert fue detenido más tarde en su país y confesó todo. La obra de teatro ideada por el empresario había escrito su punto y final.En el juicio posterior hubo 37 testigos, pero de forma extraña no declaró la joven amante… La razón se conoció durante una intervención del fiscal, que sacó un fajo de cartas que Batet había enviado a Ana Álava y que le incriminaban. Traicionó a su novio para no tener que ir al juicio .Batet y Midón fueron condenados a muerte por la Audiencia, pero la pena no se ejecutó gracias a la amnistía real de 1975 . En 1980, sólo siete años después de los hechos, el empresario ya estaba en régimen abierto, tras un paso por prisión en el que también dejó su huella: suya fue la primera televisión que llegó a la cárcel de Pamplona. Por esas fechas, Jaime Balet Herrero , de 38 años, era un empresario de cierto éxito y además concejal del Ayuntamiento de Zaragoza. Desde 1969 estaba casado con Pilar Cano Peralta , nacida en una familia adinerada y tradicional de la comarca de Los Monegros. La pareja tenía cuatro hijos. Para los que no les conocían el matrimonio tenía todo lo que se podía soñar…Nada más lejos de la realidad. Desde 1970 Balet estaba enamorado, casi obsesionado, con la secretaria de su padre, Ana Álava , una joven de 18 años. Primero llevaron una vida paralela; luego, el hombre planteó a su esposa pedir la nulidad del matrimonio, a lo que ella, ferviente católica, se negó, por su fe y porque a pesar de todo aún lo quería. Su marido no se atrevió a dar el paso de la separación, porque suponía perder la notable fortuna de su esposa, y eso eran palabras mayores. Fue entonces cuando en su mente surgió la idea de matarla. Pero no tenía valor para hacerlo él.Consciente de su debilidad, Balet llamó a Juan Midón , un amigo de la infancia, con antecedentes por estafa. Se citaron en el exótico bar polinesio de la época en Madrid, el Kon Tiki , y allí, juntos, planearon el crimen. Midón se encargó de contratar, por 7.000 dólares, a dos sicarios alemanes, Helmunt Pachert y Peter Semeth . El destino de Pilar Cano estaba marcado desde ese momento.El 15 de abril de 1973 Jaime Balet y su mujer pasaban unos días de vacaciones en Biarritz . Según el plan trazado, esa jornada era la elegida para el asesinato, que debía perpetrarse en una playa de la localidad francesa. Pero algo falló en el último momento… Los sicarios decidieron esperar otra oportunidad y no tardaron mucho en encontrarla. Fue 14 días después, cuando el matrimonio regresaba a Zaragoza. Había sido un viaje agradable y encima la suerte les había sonreído en el casino.La pareja viajaba en el 1.500 que conducía Balet, que decidió parar a descansar en la bajada del puerto de Belate hacia Pamplona . Les seguía otro vehículo ocupado por los dos alemanes. Cuando vieron detenerse el automóvil, actuaron. Simeth fue el autor material y un tubo de hierro el arma homicida. Tras el crimen, con la ayuda del marido, metió el cadáver en la parte delantera del vehículo, que luego condujeron hasta cerca de las ventas de Arraiz . El segundo sicario los acompañaba en el otro coche, a poca distancia. Para que pareciera un atraco, el asesino golpeó al empresario en el rostro y además se llevó el bolso de la víctima.¿Un crimen perfecto? La Guardia Civil desconfió pronto de Batet. Estaba demasiado tranquilo y su versión tenía lagunas . ¿Cómo era posible que si el matrimonio había sido víctima de un atraco los delincuentes no se llevaran las joyas de Pilar Cano, valoradas en medio millón de pesetas, y se dejaran además otras 300.000 en el 1.500? Al indagar sobre su vida los investigadores descubrieron, además, el asunto de la amante, así que pasó a ser sospechoso.No fue detenido, pero era evidente que cada día Batet llevaba peor la presión. Tuvo que declarar varias veces en el juzgado y para intentar desviar el foco de los investigadores ingresó por voluntad propia en un psiquiátrico víctima de una supuesta depresión. Pero el mismo día que entró en el centro su amigo Madón fue encausado en el crimen, y un tiempo después también los dos alemanes, aunque en rebeldía porque no estaban en España. Parchert fue detenido más tarde en su país y confesó todo. La obra de teatro ideada por el empresario había escrito su punto y final.En el juicio posterior hubo 37 testigos, pero de forma extraña no declaró la joven amante… La razón se conoció durante una intervención del fiscal, que sacó un fajo de cartas que Batet había enviado a Ana Álava y que le incriminaban. Traicionó a su novio para no tener que ir al juicio .Batet y Midón fueron condenados a muerte por la Audiencia, pero la pena no se ejecutó gracias a la amnistía real de 1975 . En 1980, sólo siete años después de los hechos, el empresario ya estaba en régimen abierto, tras un paso por prisión en el que también dejó su huella: suya fue la primera televisión que llegó a la cárcel de Pamplona.
Por esas fechas, Jaime Balet Herrero, de 38 años, era un empresario de cierto éxito y además concejal del Ayuntamiento de Zaragoza. Desde 1969 estaba casado con Pilar Cano Peralta, nacida en una familia adinerada y tradicional de la comarca de Los Monegros. … La pareja tenía cuatro hijos. Para los que no les conocían el matrimonio tenía todo lo que se podía soñar…
Nada más lejos de la realidad. Desde 1970 Balet estaba enamorado, casi obsesionado, con la secretaria de su padre, Ana Álava, una joven de 18 años. Primero llevaron una vida paralela; luego, el hombre planteó a su esposa pedir la nulidad del matrimonio, a lo que ella, ferviente católica, se negó, por su fe y porque a pesar de todo aún lo quería. Su marido no se atrevió a dar el paso de la separación, porque suponía perder la notable fortuna de su esposa, y eso eran palabras mayores. Fue entonces cuando en su mente surgió la idea de matarla. Pero no tenía valor para hacerlo él.
Consciente de su debilidad, Balet llamó a Juan Midón, un amigo de la infancia, con antecedentes por estafa. Se citaron en el exótico bar polinesio de la época en Madrid, el Kon Tiki, y allí, juntos, planearon el crimen. Midón se encargó de contratar, por 7.000 dólares, a dos sicarios alemanes, Helmunt Pachert y Peter Semeth. El destino de Pilar Cano estaba marcado desde ese momento.
El 15 de abril de 1973 Jaime Balet y su mujer pasaban unos días de vacaciones en Biarritz. Según el plan trazado, esa jornada era la elegida para el asesinato, que debía perpetrarse en una playa de la localidad francesa. Pero algo falló en el último momento… Los sicarios decidieron esperar otra oportunidad y no tardaron mucho en encontrarla. Fue 14 días después, cuando el matrimonio regresaba a Zaragoza. Había sido un viaje agradable y encima la suerte les había sonreído en el casino.
La pareja viajaba en el 1.500 que conducía Balet, que decidió parar a descansar en la bajada del puerto de Belate hacia Pamplona. Les seguía otro vehículo ocupado por los dos alemanes. Cuando vieron detenerse el automóvil, actuaron. Simeth fue el autor material y un tubo de hierro el arma homicida. Tras el crimen, con la ayuda del marido, metió el cadáver en la parte delantera del vehículo, que luego condujeron hasta cerca de las ventas de Arraiz. El segundo sicario los acompañaba en el otro coche, a poca distancia. Para que pareciera un atraco, el asesino golpeó al empresario en el rostro y además se llevó el bolso de la víctima.
¿Un crimen perfecto? La Guardia Civil desconfió pronto de Batet. Estaba demasiado tranquilo y su versión tenía lagunas. ¿Cómo era posible que si el matrimonio había sido víctima de un atraco los delincuentes no se llevaran las joyas de Pilar Cano, valoradas en medio millón de pesetas, y se dejaran además otras 300.000 en el 1.500? Al indagar sobre su vida los investigadores descubrieron, además, el asunto de la amante, así que pasó a ser sospechoso.
No fue detenido, pero era evidente que cada día Batet llevaba peor la presión. Tuvo que declarar varias veces en el juzgado y para intentar desviar el foco de los investigadores ingresó por voluntad propia en un psiquiátrico víctima de una supuesta depresión. Pero el mismo día que entró en el centro su amigo Madón fue encausado en el crimen, y un tiempo después también los dos alemanes, aunque en rebeldía porque no estaban en España. Parchert fue detenido más tarde en su país y confesó todo. La obra de teatro ideada por el empresario había escrito su punto y final.
En el juicio posterior hubo 37 testigos, pero de forma extraña no declaró la joven amante… La razón se conoció durante una intervención del fiscal, que sacó un fajo de cartas que Batet había enviado a Ana Álava y que le incriminaban. Traicionó a su novio para no tener que ir al juicio.
Batet y Midón fueron condenados a muerte por la Audiencia, pero la pena no se ejecutó gracias a la amnistía real de 1975. En 1980, sólo siete años después de los hechos, el empresario ya estaba en régimen abierto, tras un paso por prisión en el que también dejó su huella: suya fue la primera televisión que llegó a la cárcel de Pamplona.
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