Al espectador le recibe una venus híbrida, demediada como el vizconde de Ítalo Calvino, mitad sensual divinidad grecolatina, de marmórea blancura, mitad busto antropomorfo africano, de lignaria rudeza. ‘Venus Dogón’ (2024) es una declaración de intenciones que resume el discurso de Kader Attia (Dugny, 1970), un discurso que busca evidenciar (en cuanto que hace visible) y poner en evidencia (en tanto que denuncia), enfrentándolos, cánones de belleza y, más allá, modelos de conciencia. Unos, occidentales o eurocéntricos, tenidos por paradigmas ortodoxos y universales; otros, periféricos y liminares, definidos por el pensamiento colonial como incivilizados o amorales. Con un simple gesto, el creador franco-argelino posibilita una senda intermedia que además proyecta sobre la pared del espacio expositivo una sombra en forma de gran Y griega que, parafraseando a Víctor Hugo, simboliza la unidad en la que tiende a confluir la diversidad y, paralelamente también, las variaciones plurales que se desarrollan a partir de un modelo-patrón absoluto.Noticias relacionadas estandar Si CRÍTICA DE: ‘Hacer y azar’: La casa anterior de Navarro Baldeweg Carlos Delgado Mayordomo estandar Si El Museo Thyssen, ‘colonizado’ por Francesca, hija del barón Natividad PulidoQueda el Claustrón Norte del CAAC articulado por un gran pasillo a cuyos lados se van abriendo salas y que muere en un doble espacio paralelo. Attia sitúa como eje vertebrador las series ‘Siguiendo la genealogía moderna’ (2020) –cartografía discontinua y dispersa sobre la modernidad– y ‘S/t (Espejos)’ –donde, sobre lienzos monocromos, se bordan costuras que imitan cicatrices–. Esta disposición permite, por un lado, descubrir la capacidad del artista para trabajar con materiales diversos –novedosos, encontrados o reciclados– y con distintos recursos y medios, que van de la instalación, la talla, el ‘collage’ o la vídeo-creación, mientras por otro facilita analizar con la pausa requerida muchas de las obras internacionalmente más conocidas del artista que ahora han sido producidas de nuevo. Entre ellas, ‘Fantasma’ (2007-2025). Pieles de papel de aluminio delinean cuerpos vacíos que permanecen arrodillados, remitiendo a la colectivización de las creencias y a la anulación de la individualidad. También cabe destacar ‘Halam Tawaaf’ (2008), donde un simbólico cuadrado vacío –recuerdo del haram, o espacio de oración cubierto de las mezquitas– queda enmarcado por un gran círculo de latas de cerveza vacías, que transmite una recreación metafórica de una sociedad que rodea la espiritualidad de basura consumista. La selección de obras –recordemos que es la primera individual de Attia en España– posibilita descubrir un hilo conductor en toda su trayectoria que enfrenta críticamente conceptos como norte y sur, occidente y oriente, riqueza y pobreza, colonización y emigración, producción y manufactura, y que emerge y se nutre de (y desde) la brecha, de (y desde) la fractura como nodo visual que ejemplifica simbólicamente espacios que son tanto de ruptura cuanto de intercambio. Lo verdaderamente interesante, al tiempo que terrible, es que muchas de sus producciones anteriores se hayan transformado en lúcidas visiones propedéuticas del presente y también, por desgracia, de un futuro inmediato. De plena vigencia, aunque la tragedia del Mediterráneo haya quedado ya en segundo plano, ‘El mar muerto’ (2015), reflejo de la pérdida de los migrantes ahogados en forma de prendas abandonadas. Más contradictoria es la sublimidad estética contenida en un paisaje de hierros retorcidos, ladrillos destrozados y cauchos quemados: el paisaje arrasado por el conflicto de ‘Intifada’ (2016).Se apoya Attia en los conceptos rizomáticos de Deleuze y Guattari –aunque su base filosófica es más ancha y profunda– para desmontar el árbol de jerarquías porfirianas tan caro para el mundo capitalista, normativizado por la lógica del poder económico. Ese orden y esas taxonomías quedan expuestas cuando se llega a las salas finales y el visitante se encuentra de bruces con la belleza escondida en la fractura o la herida, con la experiencia traumática o la conmoción. El reflejo fragmentado de ‘El gran espejo del mundo’ (2017) semeja un mar embravecido que devuelve una imagen descompuesta, artificiosa, a la que asomarse y en la que mirarse, de nuestro cuerpo. Kader Attia ‘El paraíso perdido’. CAAC. Sevilla. Avda. Américo Vespuccio, 2. Hasta el 18 de enero de 2026. Cuatro estrellas.El creador, en ‘Sobre el silencio’ (2021), una de sus últimas obras, suspende del techo un sinfín de prótesis articuladas de piernas, brazos, pies… Con los antecedentes de Bellmer, Chirico, Ferrant, Bortnyik o los Chapman, la huella de la pérdida, el trauma de la mutilación chocan frontalmente con los artificiosos esfuerzos del ser humano y su precaria tecnología por reparar una falta irreparable, el paraíso perdido del ser completo. Al espectador le recibe una venus híbrida, demediada como el vizconde de Ítalo Calvino, mitad sensual divinidad grecolatina, de marmórea blancura, mitad busto antropomorfo africano, de lignaria rudeza. ‘Venus Dogón’ (2024) es una declaración de intenciones que resume el discurso de Kader Attia (Dugny, 1970), un discurso que busca evidenciar (en cuanto que hace visible) y poner en evidencia (en tanto que denuncia), enfrentándolos, cánones de belleza y, más allá, modelos de conciencia. Unos, occidentales o eurocéntricos, tenidos por paradigmas ortodoxos y universales; otros, periféricos y liminares, definidos por el pensamiento colonial como incivilizados o amorales. Con un simple gesto, el creador franco-argelino posibilita una senda intermedia que además proyecta sobre la pared del espacio expositivo una sombra en forma de gran Y griega que, parafraseando a Víctor Hugo, simboliza la unidad en la que tiende a confluir la diversidad y, paralelamente también, las variaciones plurales que se desarrollan a partir de un modelo-patrón absoluto.Noticias relacionadas estandar Si CRÍTICA DE: ‘Hacer y azar’: La casa anterior de Navarro Baldeweg Carlos Delgado Mayordomo estandar Si El Museo Thyssen, ‘colonizado’ por Francesca, hija del barón Natividad PulidoQueda el Claustrón Norte del CAAC articulado por un gran pasillo a cuyos lados se van abriendo salas y que muere en un doble espacio paralelo. Attia sitúa como eje vertebrador las series ‘Siguiendo la genealogía moderna’ (2020) –cartografía discontinua y dispersa sobre la modernidad– y ‘S/t (Espejos)’ –donde, sobre lienzos monocromos, se bordan costuras que imitan cicatrices–. Esta disposición permite, por un lado, descubrir la capacidad del artista para trabajar con materiales diversos –novedosos, encontrados o reciclados– y con distintos recursos y medios, que van de la instalación, la talla, el ‘collage’ o la vídeo-creación, mientras por otro facilita analizar con la pausa requerida muchas de las obras internacionalmente más conocidas del artista que ahora han sido producidas de nuevo. Entre ellas, ‘Fantasma’ (2007-2025). Pieles de papel de aluminio delinean cuerpos vacíos que permanecen arrodillados, remitiendo a la colectivización de las creencias y a la anulación de la individualidad. También cabe destacar ‘Halam Tawaaf’ (2008), donde un simbólico cuadrado vacío –recuerdo del haram, o espacio de oración cubierto de las mezquitas– queda enmarcado por un gran círculo de latas de cerveza vacías, que transmite una recreación metafórica de una sociedad que rodea la espiritualidad de basura consumista. La selección de obras –recordemos que es la primera individual de Attia en España– posibilita descubrir un hilo conductor en toda su trayectoria que enfrenta críticamente conceptos como norte y sur, occidente y oriente, riqueza y pobreza, colonización y emigración, producción y manufactura, y que emerge y se nutre de (y desde) la brecha, de (y desde) la fractura como nodo visual que ejemplifica simbólicamente espacios que son tanto de ruptura cuanto de intercambio. Lo verdaderamente interesante, al tiempo que terrible, es que muchas de sus producciones anteriores se hayan transformado en lúcidas visiones propedéuticas del presente y también, por desgracia, de un futuro inmediato. De plena vigencia, aunque la tragedia del Mediterráneo haya quedado ya en segundo plano, ‘El mar muerto’ (2015), reflejo de la pérdida de los migrantes ahogados en forma de prendas abandonadas. Más contradictoria es la sublimidad estética contenida en un paisaje de hierros retorcidos, ladrillos destrozados y cauchos quemados: el paisaje arrasado por el conflicto de ‘Intifada’ (2016).Se apoya Attia en los conceptos rizomáticos de Deleuze y Guattari –aunque su base filosófica es más ancha y profunda– para desmontar el árbol de jerarquías porfirianas tan caro para el mundo capitalista, normativizado por la lógica del poder económico. Ese orden y esas taxonomías quedan expuestas cuando se llega a las salas finales y el visitante se encuentra de bruces con la belleza escondida en la fractura o la herida, con la experiencia traumática o la conmoción. El reflejo fragmentado de ‘El gran espejo del mundo’ (2017) semeja un mar embravecido que devuelve una imagen descompuesta, artificiosa, a la que asomarse y en la que mirarse, de nuestro cuerpo. Kader Attia ‘El paraíso perdido’. CAAC. Sevilla. Avda. Américo Vespuccio, 2. Hasta el 18 de enero de 2026. Cuatro estrellas.El creador, en ‘Sobre el silencio’ (2021), una de sus últimas obras, suspende del techo un sinfín de prótesis articuladas de piernas, brazos, pies… Con los antecedentes de Bellmer, Chirico, Ferrant, Bortnyik o los Chapman, la huella de la pérdida, el trauma de la mutilación chocan frontalmente con los artificiosos esfuerzos del ser humano y su precaria tecnología por reparar una falta irreparable, el paraíso perdido del ser completo.
Al espectador le recibe una venus híbrida, demediada como el vizconde de Ítalo Calvino, mitad sensual divinidad grecolatina, de marmórea blancura, mitad busto antropomorfo africano, de lignaria rudeza. ‘Venus Dogón’ (2024) es una declaración de intenciones que resume el discurso de Kader Attia … (Dugny, 1970), un discurso que busca evidenciar (en cuanto que hace visible) y poner en evidencia (en tanto que denuncia), enfrentándolos, cánones de belleza y, más allá, modelos de conciencia.
Unos, occidentales o eurocéntricos, tenidos por paradigmas ortodoxos y universales; otros, periféricos y liminares, definidos por el pensamiento colonial como incivilizados o amorales. Con un simple gesto, el creador franco-argelino posibilita una senda intermedia que además proyecta sobre la pared del espacio expositivo una sombra en forma de gran Y griega que, parafraseando a Víctor Hugo, simboliza la unidad en la que tiende a confluir la diversidad y, paralelamente también, las variaciones plurales que se desarrollan a partir de un modelo-patrón absoluto.
Queda el Claustrón Norte del CAAC articulado por un gran pasillo a cuyos lados se van abriendo salas y que muere en un doble espacio paralelo. Attia sitúa como eje vertebrador las series ‘Siguiendo la genealogía moderna’ (2020) –cartografía discontinua y dispersa sobre la modernidad– y ‘S/t (Espejos)’ –donde, sobre lienzos monocromos, se bordan costuras que imitan cicatrices–.
Esta disposición permite, por un lado, descubrir la capacidad del artista para trabajar con materiales diversos –novedosos, encontrados o reciclados– y con distintos recursos y medios, que van de la instalación, la talla, el ‘collage’ o la vídeo-creación, mientras por otro facilita analizar con la pausa requerida muchas de las obras internacionalmente más conocidas del artista que ahora han sido producidas de nuevo.
Entre ellas, ‘Fantasma’ (2007-2025). Pieles de papel de aluminio delinean cuerpos vacíos que permanecen arrodillados, remitiendo a la colectivización de las creencias y a la anulación de la individualidad. También cabe destacar ‘Halam Tawaaf’ (2008), donde un simbólico cuadrado vacío –recuerdo del haram, o espacio de oración cubierto de las mezquitas– queda enmarcado por un gran círculo de latas de cerveza vacías, que transmite una recreación metafórica de una sociedad que rodea la espiritualidad de basura consumista.
La selección de obras –recordemos que es la primera individual de Attia en España– posibilita descubrir un hilo conductor en toda su trayectoria que enfrenta críticamente conceptos como norte y sur, occidente y oriente, riqueza y pobreza, colonización y emigración, producción y manufactura, y que emerge y se nutre de (y desde) la brecha, de (y desde) la fractura como nodo visual que ejemplifica simbólicamente espacios que son tanto de ruptura cuanto de intercambio.
Lo verdaderamente interesante, al tiempo que terrible, es que muchas de sus producciones anteriores se hayan transformado en lúcidas visiones propedéuticas del presente y también, por desgracia, de un futuro inmediato. De plena vigencia, aunque la tragedia del Mediterráneo haya quedado ya en segundo plano, ‘El mar muerto’ (2015), reflejo de la pérdida de los migrantes ahogados en forma de prendas abandonadas. Más contradictoria es la sublimidad estética contenida en un paisaje de hierros retorcidos, ladrillos destrozados y cauchos quemados: el paisaje arrasado por el conflicto de ‘Intifada’ (2016).
Se apoya Attia en los conceptos rizomáticos de Deleuze y Guattari –aunque su base filosófica es más ancha y profunda– para desmontar el árbol de jerarquías porfirianas tan caro para el mundo capitalista, normativizado por la lógica del poder económico. Ese orden y esas taxonomías quedan expuestas cuando se llega a las salas finales y el visitante se encuentra de bruces con la belleza escondida en la fractura o la herida, con la experiencia traumática o la conmoción. El reflejo fragmentado de ‘El gran espejo del mundo’ (2017) semeja un mar embravecido que devuelve una imagen descompuesta, artificiosa, a la que asomarse y en la que mirarse, de nuestro cuerpo.
Kader Attia
‘El paraíso perdido’. CAAC. Sevilla. Avda. Américo Vespuccio, 2. Hasta el 18 de enero de 2026. Cuatro estrellas.
El creador, en ‘Sobre el silencio’ (2021), una de sus últimas obras, suspende del techo un sinfín de prótesis articuladas de piernas, brazos, pies… Con los antecedentes de Bellmer, Chirico, Ferrant, Bortnyik o los Chapman, la huella de la pérdida, el trauma de la mutilación chocan frontalmente con los artificiosos esfuerzos del ser humano y su precaria tecnología por reparar una falta irreparable, el paraíso perdido del ser completo.
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