Resulta apropiado el que la portada de lo nuevo de William Boyd venga con globo aerostático. Porque lo de Boyd (Ghana, 1952) siempre tiene algo de ligero a la vez que portentoso. Algo tan sencillo de admirar por su complejidad. Así, más de uno ha malentendido a Boyd como ‘comercial’ cuando en verdad es, por encima de toda etiqueta, alguien con quien contar porque sabe contar muy bien. Un poco al costado pero nunca por detrás del tan mentado ‘Dream Team’ británico (algo parecido sucede con su hermano de tinta Jonathan Coe), lo de Boyd parece nutrirse de la picaresca dramática de grandes hiladores de historias (pensar en Maugham y Vaugh y Greene y Theroux ) sin por esto negarse a más de un destello formalmente experimental llegando a inventarse y hacer creer la vida y obra del pintor Nat Turner o (des)ordenar novelas con modales de diario íntimo.NOVELA ‘El romántico’ Autor William Boyd Editorial Alfaguara Año 2025 Páginas 528 Precio 23,90 euros 4 Y, además, hay tres Boyds dentro de Boyd : el arquitecto de divertimentos en un inmediato y puro y vertiginoso ahora (pensar en ‘Un buen hombre en África’, ‘Como nieve al sol’, ‘Barras y estrellas’, ‘Armadillo’, ‘Tormentas cotidianas’ y hasta un Bond, James Bond por encargo en ‘Solo’ ); el explorador de cómo un determinado momento público afecta crucialmente lo privado (‘Playa de Brazzaville’, ‘La tarde azul’, ‘Sin respiro’, ‘Trío’, ‘Esperando el alba’, ‘El amor es ciego’); y el gran constructor de catedrales novelísticas abarcando épocas y vidas enteras de héroes muy lanzados (la formidable y mi favorita ‘Las nuevas confesiones’, ‘Las aventuras de un hombre cualquiera’, ‘Suave caricia’) aspirando a las insuperables alturas de esa obra maestra de la novela neo-histórica que es ‘Poderes terrenales’ de Anthony Burgess.Roos se pasea por su patria, Oxford, África, América, Italia, la India incluyendo escalas en la batalla de Waterloo Alegría: ‘El romántico’ —su novela número 17— pertenece a esta tercera especie. Y de lo que aquí se trata es de capturar las vertiginosas alzas y bajas —a partir de manuscrito autobiográfico editado por un tal W.B.— en la existencia de un tal Cashel Greville Ross: un irlandés y especie de woodyallenesco Zelig surcando casi la totalidad del siglo XIX. Alguien cruzándose con todo aquel que merece ser conocido y reconocido —incluyendo a Lord Byron , los ardientes en todo sentido Shelley y Sir Richard Burton — con compulsión nómada digna de Tintín. Así, Ross se pasea por su patria, Oxford, África, América (cónsul en Nicaragua o granjero en Massachusetts), Italia, la India incluyendo escalas en la batalla de Waterloo, l a dickensiana prisión de Marshalsea y la londinense y literaria Grubb Street. Y digámoslo: Ross no tiene la misma densidad de anteriores enciclo-protagonistas y maníacos referenciales de Boyd como el director de cine John James Todd o el escritor Logan Mountsuart o la fotógrafa todo-terreno Amory Clay. Su foto sale un tanto movida porque no deja de moverse y de salir volando de cuadro y foco. Pero tal vez esa sea la idea: Ross no deja de preguntarse (mientras alguien lo confunde con Turgenev) cuál será su legado y quién es y fue y será. Y la respuesta: es que aquel que los conoció más y mejor a todos que a sí mismo para poder narrarlos como ninguno. En resumen: ir al encuentro de novela imperdible en la que extraviarse antes de que, irrecuperablemente, Netflix & Co. la echen a perder. Resulta apropiado el que la portada de lo nuevo de William Boyd venga con globo aerostático. Porque lo de Boyd (Ghana, 1952) siempre tiene algo de ligero a la vez que portentoso. Algo tan sencillo de admirar por su complejidad. Así, más de uno ha malentendido a Boyd como ‘comercial’ cuando en verdad es, por encima de toda etiqueta, alguien con quien contar porque sabe contar muy bien. Un poco al costado pero nunca por detrás del tan mentado ‘Dream Team’ británico (algo parecido sucede con su hermano de tinta Jonathan Coe), lo de Boyd parece nutrirse de la picaresca dramática de grandes hiladores de historias (pensar en Maugham y Vaugh y Greene y Theroux ) sin por esto negarse a más de un destello formalmente experimental llegando a inventarse y hacer creer la vida y obra del pintor Nat Turner o (des)ordenar novelas con modales de diario íntimo.NOVELA ‘El romántico’ Autor William Boyd Editorial Alfaguara Año 2025 Páginas 528 Precio 23,90 euros 4 Y, además, hay tres Boyds dentro de Boyd : el arquitecto de divertimentos en un inmediato y puro y vertiginoso ahora (pensar en ‘Un buen hombre en África’, ‘Como nieve al sol’, ‘Barras y estrellas’, ‘Armadillo’, ‘Tormentas cotidianas’ y hasta un Bond, James Bond por encargo en ‘Solo’ ); el explorador de cómo un determinado momento público afecta crucialmente lo privado (‘Playa de Brazzaville’, ‘La tarde azul’, ‘Sin respiro’, ‘Trío’, ‘Esperando el alba’, ‘El amor es ciego’); y el gran constructor de catedrales novelísticas abarcando épocas y vidas enteras de héroes muy lanzados (la formidable y mi favorita ‘Las nuevas confesiones’, ‘Las aventuras de un hombre cualquiera’, ‘Suave caricia’) aspirando a las insuperables alturas de esa obra maestra de la novela neo-histórica que es ‘Poderes terrenales’ de Anthony Burgess.Roos se pasea por su patria, Oxford, África, América, Italia, la India incluyendo escalas en la batalla de Waterloo Alegría: ‘El romántico’ —su novela número 17— pertenece a esta tercera especie. Y de lo que aquí se trata es de capturar las vertiginosas alzas y bajas —a partir de manuscrito autobiográfico editado por un tal W.B.— en la existencia de un tal Cashel Greville Ross: un irlandés y especie de woodyallenesco Zelig surcando casi la totalidad del siglo XIX. Alguien cruzándose con todo aquel que merece ser conocido y reconocido —incluyendo a Lord Byron , los ardientes en todo sentido Shelley y Sir Richard Burton — con compulsión nómada digna de Tintín. Así, Ross se pasea por su patria, Oxford, África, América (cónsul en Nicaragua o granjero en Massachusetts), Italia, la India incluyendo escalas en la batalla de Waterloo, l a dickensiana prisión de Marshalsea y la londinense y literaria Grubb Street. Y digámoslo: Ross no tiene la misma densidad de anteriores enciclo-protagonistas y maníacos referenciales de Boyd como el director de cine John James Todd o el escritor Logan Mountsuart o la fotógrafa todo-terreno Amory Clay. Su foto sale un tanto movida porque no deja de moverse y de salir volando de cuadro y foco. Pero tal vez esa sea la idea: Ross no deja de preguntarse (mientras alguien lo confunde con Turgenev) cuál será su legado y quién es y fue y será. Y la respuesta: es que aquel que los conoció más y mejor a todos que a sí mismo para poder narrarlos como ninguno. En resumen: ir al encuentro de novela imperdible en la que extraviarse antes de que, irrecuperablemente, Netflix & Co. la echen a perder.
CRÍTICA DE:
NARRATIVA
Se trata es de capturar las vertiginosas alzas y bajas en la existencia de un tal Cashel Greville Ross: un irlandés y especie de woodyallenesco Zelig surcando casi la totalidad del siglo XIX
Resulta apropiado el que la portada de lo nuevo de William Boyd venga con globo aerostático. Porque lo de Boyd (Ghana, 1952) siempre tiene algo de ligero a la vez que portentoso. Algo tan sencillo de admirar por su complejidad. Así, más de uno … ha malentendido a Boyd como ‘comercial’ cuando en verdad es, por encima de toda etiqueta, alguien con quien contar porque sabe contar muy bien.
Un poco al costado pero nunca por detrás del tan mentado ‘Dream Team’ británico (algo parecido sucede con su hermano de tinta Jonathan Coe), lo de Boyd parece nutrirse de la picaresca dramática de grandes hiladores de historias (pensar en Maugham y Vaugh y Greene y Theroux) sin por esto negarse a más de un destello formalmente experimental llegando a inventarse y hacer creer la vida y obra del pintor Nat Turner o (des)ordenar novelas con modales de diario íntimo.

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Autor
William Boyd -
Editorial
Alfaguara -
Año
2025 -
Páginas
528 -
Precio
23,90 euros
Y, además, hay tres Boyds dentro de Boyd: el arquitecto de divertimentos en un inmediato y puro y vertiginoso ahora (pensar en ‘Un buen hombre en África’, ‘Como nieve al sol’, ‘Barras y estrellas’, ‘Armadillo’, ‘Tormentas cotidianas’ y hasta un Bond, James Bond por encargo en ‘Solo’); el explorador de cómo un determinado momento público afecta crucialmente lo privado (‘Playa de Brazzaville’, ‘La tarde azul’, ‘Sin respiro’, ‘Trío’, ‘Esperando el alba’, ‘El amor es ciego’); y el gran constructor de catedrales novelísticas abarcando épocas y vidas enteras de héroes muy lanzados (la formidable y mi favorita ‘Las nuevas confesiones’, ‘Las aventuras de un hombre cualquiera’, ‘Suave caricia’) aspirando a las insuperables alturas de esa obra maestra de la novela neo-histórica que es ‘Poderes terrenales’ de Anthony Burgess.
Roos se pasea por su patria, Oxford, África, América, Italia, la India incluyendo escalas en la batalla de Waterloo
Alegría: ‘El romántico’ —su novela número 17— pertenece a esta tercera especie. Y de lo que aquí se trata es de capturar las vertiginosas alzas y bajas —a partir de manuscrito autobiográfico editado por un tal W.B.— en la existencia de un tal Cashel Greville Ross: un irlandés y especie de woodyallenesco Zelig surcando casi la totalidad del siglo XIX. Alguien cruzándose con todo aquel que merece ser conocido y reconocido —incluyendo a Lord Byron, los ardientes en todo sentido Shelley y Sir Richard Burton— con compulsión nómada digna de Tintín.
Así, Ross se pasea por su patria, Oxford, África, América (cónsul en Nicaragua o granjero en Massachusetts), Italia, la India incluyendo escalas en la batalla de Waterloo, la dickensiana prisión de Marshalsea y la londinense y literaria Grubb Street. Y digámoslo: Ross no tiene la misma densidad de anteriores enciclo-protagonistas y maníacos referenciales de Boyd como el director de cine John James Todd o el escritor Logan Mountsuart o la fotógrafa todo-terreno Amory Clay.
Su foto sale un tanto movida porque no deja de moverse y de salir volando de cuadro y foco. Pero tal vez esa sea la idea: Ross no deja de preguntarse (mientras alguien lo confunde con Turgenev) cuál será su legado y quién es y fue y será. Y la respuesta: es que aquel que los conoció más y mejor a todos que a sí mismo para poder narrarlos como ninguno.
En resumen: ir al encuentro de novela imperdible en la que extraviarse antes de que, irrecuperablemente, Netflix & Co. la echen a perder.
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