La realidad nunca ha superado a la ficción, porque no termina: a este lado del paraíso todos somos víctimas del tiempo, es decir, del azar. Por eso la actualidad se parece más a una telenovela turca de setecientos capítulos y aún en emisión (ya tiene los nombres: de Koldo a Aldama) que a una distopía como ‘Years and years’, que predijo una guerra en Ucrania pero no vio venir lo de Errejón y mucho menos lo de Biden, todavía presidente de un país con ejército y misiles de larga distancia. En esta telenovela nuestra los personajes pasan de héroes a villanos y vuelven a ser héroes, un camino transitado por Felipe González, Alfonso Guerra y, ahora, Donald Trump. ¿Qué será de Mazón llegado el momento? Podría acabar en Bruselas, o mejor, en ‘MasterChef Celebrity’, producto de oro de una televisión pública donde algunos diputados escriben la secuela de su vida política y otros su precuela. En fin, la regla es sencilla: todo lo que no termina se retuerce hasta el ridículo. Ocurre lo mismo en la vida: cuántas noches acaban en catástrofe por no acabar. Es ahí donde empieza la historia de un tal José Luis. Noticia Relacionada Televidente opinion Si Populismo fiscal Bruno Pardo PortoLa gran ventaja de la ficción sobre la vida es la libertad del final, la posibilidad no solo de la elegancia sino del sentido. Pensaba en esto, acompáñenme en este salto mortal, mientras veía ‘Querer’, en Movistar Plus, una serie a la que lo único que le falta son más elogios. En cuatro capítulos Alauda Ruiz de Azúa comprime treinta años de matrimonio, un divorcio, un juicio por violación continuada y la recolocación de los escombros. Es brillante lo que está, la mirada perdida de Nagore Aramburu, la mujer, buscándose a sí misma; Pedro Casablanc, el marido, pidiendo un filete en casa como si estuviera en un restaurante; Iván Pellicer, uno de los hijos, rehuyendo el drama y encontrándolo después, cerca del mar; y Miguel Bernardeau, su hermano, abrazando a su madre como si hubiera muerto y resucitado. Es brillante eso pero también lo que no se ve: las elipsis que separan no ya los años sino los mundos, la negación del ‘flashback’, que obliga a imaginar y por tanto a dudar, y los silencios largos como monólogos, en los que no escuchamos nada pero sí a nosotros mismos. La historia acaba una noche de camino a casa, poco antes de llegar al portal, cuando se escucha un ruido y… El final es tan perfecto que no merece la pena añadir más. La realidad nunca ha superado a la ficción, porque no termina: a este lado del paraíso todos somos víctimas del tiempo, es decir, del azar. Por eso la actualidad se parece más a una telenovela turca de setecientos capítulos y aún en emisión (ya tiene los nombres: de Koldo a Aldama) que a una distopía como ‘Years and years’, que predijo una guerra en Ucrania pero no vio venir lo de Errejón y mucho menos lo de Biden, todavía presidente de un país con ejército y misiles de larga distancia. En esta telenovela nuestra los personajes pasan de héroes a villanos y vuelven a ser héroes, un camino transitado por Felipe González, Alfonso Guerra y, ahora, Donald Trump. ¿Qué será de Mazón llegado el momento? Podría acabar en Bruselas, o mejor, en ‘MasterChef Celebrity’, producto de oro de una televisión pública donde algunos diputados escriben la secuela de su vida política y otros su precuela. En fin, la regla es sencilla: todo lo que no termina se retuerce hasta el ridículo. Ocurre lo mismo en la vida: cuántas noches acaban en catástrofe por no acabar. Es ahí donde empieza la historia de un tal José Luis. Noticia Relacionada Televidente opinion Si Populismo fiscal Bruno Pardo PortoLa gran ventaja de la ficción sobre la vida es la libertad del final, la posibilidad no solo de la elegancia sino del sentido. Pensaba en esto, acompáñenme en este salto mortal, mientras veía ‘Querer’, en Movistar Plus, una serie a la que lo único que le falta son más elogios. En cuatro capítulos Alauda Ruiz de Azúa comprime treinta años de matrimonio, un divorcio, un juicio por violación continuada y la recolocación de los escombros. Es brillante lo que está, la mirada perdida de Nagore Aramburu, la mujer, buscándose a sí misma; Pedro Casablanc, el marido, pidiendo un filete en casa como si estuviera en un restaurante; Iván Pellicer, uno de los hijos, rehuyendo el drama y encontrándolo después, cerca del mar; y Miguel Bernardeau, su hermano, abrazando a su madre como si hubiera muerto y resucitado. Es brillante eso pero también lo que no se ve: las elipsis que separan no ya los años sino los mundos, la negación del ‘flashback’, que obliga a imaginar y por tanto a dudar, y los silencios largos como monólogos, en los que no escuchamos nada pero sí a nosotros mismos. La historia acaba una noche de camino a casa, poco antes de llegar al portal, cuando se escucha un ruido y… El final es tan perfecto que no merece la pena añadir más.
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«La realidad nunca ha superado a la ficción, porque no termina, por eso la actualidad se parece tanto a una telenovela turca»
La realidad nunca ha superado a la ficción, porque no termina: a este lado del paraíso todos somos víctimas del tiempo, es decir, del azar. Por eso la actualidad se parece más a una telenovela turca de setecientos capítulos y aún en emisión (ya tiene …
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