«Tengo, como sabéis, algo más de sesenta años. No quiero morirme con la pena de no intentar dar algún lance en la Maestranza de Sevilla. Toreé allí una sola tarde y no tuve suerte. Os digo que aún tengo valor para hacer el paseíllo». Le dijo el torero azteca Alfonso Ramírez, «El Calesero», a Manolo Vázquez y a Curro Romero en la ganadería de Jaral de Peñas en 1980, y la respuesta de Manolo y Curro fue: «Tú torearás allí y nosotros te acompañaremos». Dicho y hecho. El 18 de octubre del mismo año hace el paseíllo en un festival benéfico este torero de Aguascalientes y consigue emocionar con un toreo lleno de gracia y prosa. De los grandes toreros mexicanos que han triunfado en España: Rodolfo Gaona, el más grande venido de allá, y que tanto alternó con José y Juan en la Edad de Oro; Fermín Espinosa, ‘Armillita’, el más poderoso, que cortó un rabo en Sevilla en 1945; Carlos Arruza, al que emparejaron con Manolete y que poseía tanto arrojo; o Lorenzo Garza, ese torero de clase que triunfó en Madrid… Paradójica e irónicamente los que mejor hubieran encajado aquí habrían sido Silverio Pérez y el Calesero. Por cosas del devenir o mala fortuna, no fue así, pero de siempre he pensado que el Calesero, de hecho, bien podría haber nacido en San Bernardo o en la Alameda por sus privilegiadas formas, pues es del mismo palo que Chicuelo y Pepe Luis, ¡imagínense!, diestros tocados más por el ángel que por el duende, y sin duda poseedores de ese clasicismo alegre y airoso de la naturalidad. Tras que le echaran un novillo al corral en sus inicios, un afamado cronista escribiría que sería torero cuando a las ranas le crecieran pelos; afortunadamente, Alfonso tuvo raza para superar las adversidades. El Calesero era un gran capotero, tenía facilidad a la verónica y era variado en los remates (como buen mexicano), conocedor de esas largas de fantasía de Lagartijo que heredó Rafael el Gallo. Las buenas muñecas, sí, rasgo inequívoco de los buenos toreros, que con sutil toque circular son capaces de manejar los vuelos de las telas para poder con el toro sin brusquedad alguna. Viene bien recordar su figura, y sobre todo ese sueño que pudo ver cumplido de volver a torear en la Maestranza para soñar el toreo, bien se lo merecía por su simpar estilo. «Tengo, como sabéis, algo más de sesenta años. No quiero morirme con la pena de no intentar dar algún lance en la Maestranza de Sevilla. Toreé allí una sola tarde y no tuve suerte. Os digo que aún tengo valor para hacer el paseíllo». Le dijo el torero azteca Alfonso Ramírez, «El Calesero», a Manolo Vázquez y a Curro Romero en la ganadería de Jaral de Peñas en 1980, y la respuesta de Manolo y Curro fue: «Tú torearás allí y nosotros te acompañaremos». Dicho y hecho. El 18 de octubre del mismo año hace el paseíllo en un festival benéfico este torero de Aguascalientes y consigue emocionar con un toreo lleno de gracia y prosa. De los grandes toreros mexicanos que han triunfado en España: Rodolfo Gaona, el más grande venido de allá, y que tanto alternó con José y Juan en la Edad de Oro; Fermín Espinosa, ‘Armillita’, el más poderoso, que cortó un rabo en Sevilla en 1945; Carlos Arruza, al que emparejaron con Manolete y que poseía tanto arrojo; o Lorenzo Garza, ese torero de clase que triunfó en Madrid… Paradójica e irónicamente los que mejor hubieran encajado aquí habrían sido Silverio Pérez y el Calesero. Por cosas del devenir o mala fortuna, no fue así, pero de siempre he pensado que el Calesero, de hecho, bien podría haber nacido en San Bernardo o en la Alameda por sus privilegiadas formas, pues es del mismo palo que Chicuelo y Pepe Luis, ¡imagínense!, diestros tocados más por el ángel que por el duende, y sin duda poseedores de ese clasicismo alegre y airoso de la naturalidad. Tras que le echaran un novillo al corral en sus inicios, un afamado cronista escribiría que sería torero cuando a las ranas le crecieran pelos; afortunadamente, Alfonso tuvo raza para superar las adversidades. El Calesero era un gran capotero, tenía facilidad a la verónica y era variado en los remates (como buen mexicano), conocedor de esas largas de fantasía de Lagartijo que heredó Rafael el Gallo. Las buenas muñecas, sí, rasgo inequívoco de los buenos toreros, que con sutil toque circular son capaces de manejar los vuelos de las telas para poder con el toro sin brusquedad alguna. Viene bien recordar su figura, y sobre todo ese sueño que pudo ver cumplido de volver a torear en la Maestranza para soñar el toreo, bien se lo merecía por su simpar estilo.
Molinetes y trincherazos
Siempre he pensado que El Calesero, de hecho, bien podría haber nacido en San Bernardo o en la Alameda por sus privilegiadas formas, pues es del mismo palo que Chicuelo y Pepe Luis
«Tengo, como sabéis, algo más de sesenta años. No quiero morirme con la pena de no intentar dar algún lance en la Maestranza de Sevilla. Toreé allí una sola tarde y no tuve suerte. Os digo que aún tengo valor para hacer el paseíllo». … Le dijo el torero azteca Alfonso Ramírez, «El Calesero», a Manolo Vázquez y a Curro Romero en la ganadería de Jaral de Peñas en 1980, y la respuesta de Manolo y Curro fue: «Tú torearás allí y nosotros te acompañaremos». Dicho y hecho. El 18 de octubre del mismo año hace el paseíllo en un festival benéfico este torero de Aguascalientes y consigue emocionar con un toreo lleno de gracia y prosa. De los grandes toreros mexicanos que han triunfado en España: Rodolfo Gaona, el más grande venido de allá, y que tanto alternó con José y Juan en la Edad de Oro; Fermín Espinosa, ‘Armillita’, el más poderoso, que cortó un rabo en Sevilla en 1945; Carlos Arruza, al que emparejaron con Manolete y que poseía tanto arrojo; o Lorenzo Garza, ese torero de clase que triunfó en Madrid… Paradójica e irónicamente los que mejor hubieran encajado aquí habrían sido Silverio Pérez y el Calesero. Por cosas del devenir o mala fortuna, no fue así, pero de siempre he pensado que el Calesero, de hecho, bien podría haber nacido en San Bernardo o en la Alameda por sus privilegiadas formas, pues es del mismo palo que Chicuelo y Pepe Luis, ¡imagínense!, diestros tocados más por el ángel que por el duende, y sin duda poseedores de ese clasicismo alegre y airoso de la naturalidad. Tras que le echaran un novillo al corral en sus inicios, un afamado cronista escribiría que sería torero cuando a las ranas le crecieran pelos; afortunadamente, Alfonso tuvo raza para superar las adversidades. El Calesero era un gran capotero, tenía facilidad a la verónica y era variado en los remates (como buen mexicano), conocedor de esas largas de fantasía de Lagartijo que heredó Rafael el Gallo. Las buenas muñecas, sí, rasgo inequívoco de los buenos toreros, que con sutil toque circular son capaces de manejar los vuelos de las telas para poder con el toro sin brusquedad alguna. Viene bien recordar su figura, y sobre todo ese sueño que pudo ver cumplido de volver a torear en la Maestranza para soñar el toreo, bien se lo merecía por su simpar estilo.
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