Murió Oliviero Toscani . A los 82 años. Decir que revolucionó la fotografía publicitaria es, no solo caer en un lugar común, sino quedarse muy corto. Porque lo que hizo Toscani fue mucho más que eso: ensanchó nuestra mirada. Y lo hizo a base de introducir lo social en lo estético, sin renuncia a ninguna de las dos cosas; con la dosis exacta de ambas para no caer en lo moralizante ni resultar superficial. Y esa provocación suya (el beso entre una monja y un cura, el enfermo terminal de VIH, la anoréxica, a la mujer negra amamantando a un niño blanco, el sentenciado a muerte) en aquel momento en concreto no era mera provocación. No se trataba de aquello de ‘épater le bourgeois’, no era escandalizar por escandalizar. Oliviero Toscani utilizaba la provocación como elemento erosionador de muros consolidados en el imaginario social y la fricción empezaba en el propio concepto, en eso tan inaudito de plasmar en bellas imágenes comerciales aquello que cuestionaba el convencionalismo y el escrúpulo más arraigado. Por eso no es comparable el beso entre una monja y un cura que inmortalizó para Bennetton en 1991 (la campaña fue retirada en Francia y prohibida en Italia) que esa misma imagen si se realizase hoy, cuando quien más y quien menos se siente provocador cuando ya no son lo mismo ni los actos ni las consecuencias. Como comparar hoy la acción de Susana Estrada mostrando el pecho en presencia de Tierno Galván en 1978 con Amaral enseñando el pecho en pleno 2023. Los gestos provocadores, entonces, se enfrentaban a la rigidez moral reinvindicando libertades y visibilizando aquello que se quería ocultar. Y conllevaban el riesgo de una condena, de una prohibición o una censura. Ahora, provocar solo implica el complaciente aplauso moralista, cambiaron las tornas en algún momento.Ahora, provocar solo implica el complaciente aplauso moralista, cambiaron las tornas en algún momento¿Es comparable una caricatura de Mahoma a una estampita de vaca vestida de Corazón de Jesús? No es comparable. ¿Ambas deberían poder hacerse? Desde luego. Pero la provocación no es la misma y no tiene el mismo sentido: una reivindica y defiende derechos fundamentales y libertades para todos y la otra solo busca la ofensa hacia unos pocos. La provocación se ha convertido en frívola herramienta política y social, en una argucia más en la (interminable) batalla cultural. Transformada, casi, en aquello a lo que en origen buscaba confrontar, convertida en sí misma en el nuevo muro consolidado… ¿Sigue teniendo utilidad o es solo gesto? ¿Tiene sentido, entonces? Tiene otro. Uno instrumental, que nada tiene que ver con aquellas estéticas provocaciones de Toscani que, desde donde menos cabría esperar (mediáticas campañas publicitarias) nos interpelaba y enfrentaba a nuestros monstruos: al racismo, las profundas creencias religiosas, la enfermedad, la muerte, la guerra… Perdido el sentido, pues, de la provocación y tan universalizada ya, lo verdaderamente provocador hoy parece no serlo. No ofender, no indignar, no escandalizar. ¿Será provocador buscar espacios compartidos, libres de hostilidad? ¿Defender el entendimiento? ¿Habrá que buscar nuevas fórmulas para reivindicar, defender o alertar? No podemos preguntarle a Toscani, desgraciadamente. Nosotros perdemos al último gran provocador de la fotografía y la fotografía pierde a un referente, cuando tan escasos andamos de ellos en la cultura (y en general). Pero gana (ganamos) un mito. Y toda disciplina artística necesita mitos que la eleven. Murió Oliviero Toscani . A los 82 años. Decir que revolucionó la fotografía publicitaria es, no solo caer en un lugar común, sino quedarse muy corto. Porque lo que hizo Toscani fue mucho más que eso: ensanchó nuestra mirada. Y lo hizo a base de introducir lo social en lo estético, sin renuncia a ninguna de las dos cosas; con la dosis exacta de ambas para no caer en lo moralizante ni resultar superficial. Y esa provocación suya (el beso entre una monja y un cura, el enfermo terminal de VIH, la anoréxica, a la mujer negra amamantando a un niño blanco, el sentenciado a muerte) en aquel momento en concreto no era mera provocación. No se trataba de aquello de ‘épater le bourgeois’, no era escandalizar por escandalizar. Oliviero Toscani utilizaba la provocación como elemento erosionador de muros consolidados en el imaginario social y la fricción empezaba en el propio concepto, en eso tan inaudito de plasmar en bellas imágenes comerciales aquello que cuestionaba el convencionalismo y el escrúpulo más arraigado. Por eso no es comparable el beso entre una monja y un cura que inmortalizó para Bennetton en 1991 (la campaña fue retirada en Francia y prohibida en Italia) que esa misma imagen si se realizase hoy, cuando quien más y quien menos se siente provocador cuando ya no son lo mismo ni los actos ni las consecuencias. Como comparar hoy la acción de Susana Estrada mostrando el pecho en presencia de Tierno Galván en 1978 con Amaral enseñando el pecho en pleno 2023. Los gestos provocadores, entonces, se enfrentaban a la rigidez moral reinvindicando libertades y visibilizando aquello que se quería ocultar. Y conllevaban el riesgo de una condena, de una prohibición o una censura. Ahora, provocar solo implica el complaciente aplauso moralista, cambiaron las tornas en algún momento.Ahora, provocar solo implica el complaciente aplauso moralista, cambiaron las tornas en algún momento¿Es comparable una caricatura de Mahoma a una estampita de vaca vestida de Corazón de Jesús? No es comparable. ¿Ambas deberían poder hacerse? Desde luego. Pero la provocación no es la misma y no tiene el mismo sentido: una reivindica y defiende derechos fundamentales y libertades para todos y la otra solo busca la ofensa hacia unos pocos. La provocación se ha convertido en frívola herramienta política y social, en una argucia más en la (interminable) batalla cultural. Transformada, casi, en aquello a lo que en origen buscaba confrontar, convertida en sí misma en el nuevo muro consolidado… ¿Sigue teniendo utilidad o es solo gesto? ¿Tiene sentido, entonces? Tiene otro. Uno instrumental, que nada tiene que ver con aquellas estéticas provocaciones de Toscani que, desde donde menos cabría esperar (mediáticas campañas publicitarias) nos interpelaba y enfrentaba a nuestros monstruos: al racismo, las profundas creencias religiosas, la enfermedad, la muerte, la guerra… Perdido el sentido, pues, de la provocación y tan universalizada ya, lo verdaderamente provocador hoy parece no serlo. No ofender, no indignar, no escandalizar. ¿Será provocador buscar espacios compartidos, libres de hostilidad? ¿Defender el entendimiento? ¿Habrá que buscar nuevas fórmulas para reivindicar, defender o alertar? No podemos preguntarle a Toscani, desgraciadamente. Nosotros perdemos al último gran provocador de la fotografía y la fotografía pierde a un referente, cuando tan escasos andamos de ellos en la cultura (y en general). Pero gana (ganamos) un mito. Y toda disciplina artística necesita mitos que la eleven.
A LA CONTRA
Oliviero Toscani utilizaba la provocación como elemento erosionador de muros consolidados en el imaginario social, y la fricción empezaba en el propio concepto
Murió Oliviero Toscani. A los 82 años. Decir que revolucionó la fotografía publicitaria es, no solo caer en un lugar común, sino quedarse muy corto. Porque lo que hizo Toscani fue mucho más que eso: ensanchó nuestra mirada. Y lo hizo a base de …
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