Cuando las luces se apagaron y el silencio se hizo espeso como la calor de julio, el público ya estaba estaba listo para una noche única. Y entonces, como un destello, apareció ella: Rosario. Brillaba desde lo alto de una escalinata, vestida de lentejuelas y alma, y en cuanto el primer acorde de ‘Mi gato’ sonó, Jerez ya era suyo . El Tío Pepe Festival fue anoche más que un escenario: fue altar, tablao y templo. Porque lo que Rosario Flores ofreció no fue solo un concierto, fue una celebración —de su carrera, de su linaje, de su tierra— y un homenaje vivo a los 33 años que lleva rompiendo moldes con su voz rota y su cuerpo que canta tanto como su garganta.«Jerez de mi vida y de mi corazón», confesó muy emocionada, «gracias por estar aquí, en la tierra de mi madre». Y ahí estaba también Lola, en cada palma, en cada quejío, en cada guiño de Rosario al pasado . La evocó pronto con ‘¿Cómo me las maravillaría yo?’, entre vítores y ojos húmedos, y desde ese instante, ya no hubo marcha atrás. ‘De ley’, ‘Ese beso’ y ‘Al son del tambor’ desataron la fiesta. Rosario no canta: se entrega. Baila con el pelo, con las manos, con los pies. El escenario es una prolongación de su cuerpo, un campo de batalla donde gana siempre la alegría. Con ‘Sabor sabor’ lo dejó claro: «Este sabor es de mi tierra. Porque yo vivo aquí al lado y esto para mí es mi tierra».Una noche llena de emocionesPero no todo fue fiesta. También hubo espacio para el grito. ‘Yo me niego’ sonó como un rugido feminista, una declaración de principios a golpe de voz y coraje. Y tras la tormenta de energía, un momento de calma coreográfica: dos bailarines se midieron en un duelo de taconeos y percusión, llenando el aire de ritmo puro antes de que Rosario regresara con una de sus joyas más queridas, ‘Gloria a ti’, envuelta en luces, coreografía y emoción. La parte acústica del concierto llegó como un remanso: ‘La gaviota’ y ‘Rosa y miel’ se cantaron casi en susurros, como si Rosario quisiera que cada nota flotara entre los muros de la Bodega Las Copas y se quedara allí a vivir. Y así lo sintió el público, que respondió con palmas por bulerías antes incluso de que regresaran los focos.Rosario Flores en concierto paco martínLa recta final fue un torbellino de emociones. En ‘Siento’, Rosario se fundió en un dueto con su corista; luego, ella misma se apartó para dejar espacio a un solo vocal y un nuevo duelo de baile que marcó su tercer cambio de vestuario. Ya vestida de nuevo, disparó una ráfaga de clásicos : ‘Mucho por vivir’, ‘Mía mamá’ —con la presentación de la banda— y ‘Estoy aquí’, que levantó a más de uno de su asiento. Y entonces, llegó ‘Qué bonito’. Rosario bajó el tono, se quedó sola con su historia, con su herida. «Creo que esta canción me la mandaron los ángeles cuando se fue mi hermano», dijo, con la voz quebrada. La cantó con una emoción que no pedía permiso y con una foto de Antonio Flores proyectada detrás, mientras la platea se ponía en pie, como si se pudiera abrazarla desde la distancia.Entre risas, lamentó que Sebastián Yatra no pudiera estar presente, pero su voz sonó grabada en ‘Cómo quieres que te quiera’. Y tras un nuevo cambio, encaró el final con fuerza: ‘Escucha primo’, ‘La casa en el aire’ —otro guiño a Lola— y ‘Muchas flores’, que transformó el festival en una verbena. Rosario, emocionada, besó el suelo del escenario. Era su forma de agradecer, de anclar ese momento para siempre. Pero no podía irse así. Volvió. Y regaló ‘Te quiero, te quiero’, coreada a pleno pulmón. Y luego ‘No dudaría’, que ya es himno, oración y manifiesto. «Un mundo de paz, en el que los niños no lloren», dijo, y la noche entera pareció quedarse en silencio para escucharlo. «Jerez, no os olvidéis de nosotros, nos vemos prontito». Y con ese guiño final, Rosario se despidió, dejando tras de sí un reguero de luz, fuerza, ternura y flores. Muchas flores. Cuando las luces se apagaron y el silencio se hizo espeso como la calor de julio, el público ya estaba estaba listo para una noche única. Y entonces, como un destello, apareció ella: Rosario. Brillaba desde lo alto de una escalinata, vestida de lentejuelas y alma, y en cuanto el primer acorde de ‘Mi gato’ sonó, Jerez ya era suyo . El Tío Pepe Festival fue anoche más que un escenario: fue altar, tablao y templo. Porque lo que Rosario Flores ofreció no fue solo un concierto, fue una celebración —de su carrera, de su linaje, de su tierra— y un homenaje vivo a los 33 años que lleva rompiendo moldes con su voz rota y su cuerpo que canta tanto como su garganta.«Jerez de mi vida y de mi corazón», confesó muy emocionada, «gracias por estar aquí, en la tierra de mi madre». Y ahí estaba también Lola, en cada palma, en cada quejío, en cada guiño de Rosario al pasado . La evocó pronto con ‘¿Cómo me las maravillaría yo?’, entre vítores y ojos húmedos, y desde ese instante, ya no hubo marcha atrás. ‘De ley’, ‘Ese beso’ y ‘Al son del tambor’ desataron la fiesta. Rosario no canta: se entrega. Baila con el pelo, con las manos, con los pies. El escenario es una prolongación de su cuerpo, un campo de batalla donde gana siempre la alegría. Con ‘Sabor sabor’ lo dejó claro: «Este sabor es de mi tierra. Porque yo vivo aquí al lado y esto para mí es mi tierra».Una noche llena de emocionesPero no todo fue fiesta. También hubo espacio para el grito. ‘Yo me niego’ sonó como un rugido feminista, una declaración de principios a golpe de voz y coraje. Y tras la tormenta de energía, un momento de calma coreográfica: dos bailarines se midieron en un duelo de taconeos y percusión, llenando el aire de ritmo puro antes de que Rosario regresara con una de sus joyas más queridas, ‘Gloria a ti’, envuelta en luces, coreografía y emoción. La parte acústica del concierto llegó como un remanso: ‘La gaviota’ y ‘Rosa y miel’ se cantaron casi en susurros, como si Rosario quisiera que cada nota flotara entre los muros de la Bodega Las Copas y se quedara allí a vivir. Y así lo sintió el público, que respondió con palmas por bulerías antes incluso de que regresaran los focos.Rosario Flores en concierto paco martínLa recta final fue un torbellino de emociones. En ‘Siento’, Rosario se fundió en un dueto con su corista; luego, ella misma se apartó para dejar espacio a un solo vocal y un nuevo duelo de baile que marcó su tercer cambio de vestuario. Ya vestida de nuevo, disparó una ráfaga de clásicos : ‘Mucho por vivir’, ‘Mía mamá’ —con la presentación de la banda— y ‘Estoy aquí’, que levantó a más de uno de su asiento. Y entonces, llegó ‘Qué bonito’. Rosario bajó el tono, se quedó sola con su historia, con su herida. «Creo que esta canción me la mandaron los ángeles cuando se fue mi hermano», dijo, con la voz quebrada. La cantó con una emoción que no pedía permiso y con una foto de Antonio Flores proyectada detrás, mientras la platea se ponía en pie, como si se pudiera abrazarla desde la distancia.Entre risas, lamentó que Sebastián Yatra no pudiera estar presente, pero su voz sonó grabada en ‘Cómo quieres que te quiera’. Y tras un nuevo cambio, encaró el final con fuerza: ‘Escucha primo’, ‘La casa en el aire’ —otro guiño a Lola— y ‘Muchas flores’, que transformó el festival en una verbena. Rosario, emocionada, besó el suelo del escenario. Era su forma de agradecer, de anclar ese momento para siempre. Pero no podía irse así. Volvió. Y regaló ‘Te quiero, te quiero’, coreada a pleno pulmón. Y luego ‘No dudaría’, que ya es himno, oración y manifiesto. «Un mundo de paz, en el que los niños no lloren», dijo, y la noche entera pareció quedarse en silencio para escucharlo. «Jerez, no os olvidéis de nosotros, nos vemos prontito». Y con ese guiño final, Rosario se despidió, dejando tras de sí un reguero de luz, fuerza, ternura y flores. Muchas flores.
La cantante ofreció anoche un concierto en el Tío Pepe Festival en el que repasó sus mayores éxitos
Cuando las luces se apagaron y el silencio se hizo espeso como la calor de julio, el público ya estaba estaba listo para una noche única. Y entonces, como un destello, apareció ella: Rosario. Brillaba desde lo alto de una escalinata, vestida de lentejuelas y alma, y en cuanto el primer acorde de ‘Mi gato’ sonó, Jerez ya era suyo. El Tío Pepe Festival fue anoche más que un escenario: fue altar, tablao y templo. Porque lo que Rosario Flores ofreció no fue solo un concierto, fue una celebración —de su carrera, de su linaje, de su tierra— y un homenaje vivo a los 33 años que lleva rompiendo moldes con su voz rota y su cuerpo que canta tanto como su garganta.
«Jerez de mi vida y de mi corazón», confesó muy emocionada, «gracias por estar aquí, en la tierra de mi madre». Y ahí estaba también Lola, en cada palma, en cada quejío, en cada guiño de Rosario al pasado. La evocó pronto con ‘¿Cómo me las maravillaría yo?’, entre vítores y ojos húmedos, y desde ese instante, ya no hubo marcha atrás. ‘De ley’, ‘Ese beso’ y ‘Al son del tambor’ desataron la fiesta. Rosario no canta: se entrega. Baila con el pelo, con las manos, con los pies. El escenario es una prolongación de su cuerpo, un campo de batalla donde gana siempre la alegría. Con ‘Sabor sabor’ lo dejó claro: «Este sabor es de mi tierra. Porque yo vivo aquí al lado y esto para mí es mi tierra».
Una noche llena de emociones
Pero no todo fue fiesta. También hubo espacio para el grito. ‘Yo me niego’ sonó como un rugido feminista, una declaración de principios a golpe de voz y coraje. Y tras la tormenta de energía, un momento de calma coreográfica: dos bailarines se midieron en un duelo de taconeos y percusión, llenando el aire de ritmo puro antes de que Rosario regresara con una de sus joyas más queridas, ‘Gloria a ti’, envuelta en luces, coreografía y emoción. La parte acústica del concierto llegó como un remanso: ‘La gaviota’ y ‘Rosa y miel’ se cantaron casi en susurros, como si Rosario quisiera que cada nota flotara entre los muros de la Bodega Las Copas y se quedara allí a vivir. Y así lo sintió el público, que respondió con palmas por bulerías antes incluso de que regresaran los focos.
paco martín
La recta final fue un torbellino de emociones. En ‘Siento’, Rosario se fundió en un dueto con su corista; luego, ella misma se apartó para dejar espacio a un solo vocal y un nuevo duelo de baile que marcó su tercer cambio de vestuario. Ya vestida de nuevo, disparó una ráfaga de clásicos: ‘Mucho por vivir’, ‘Mía mamá’ —con la presentación de la banda— y ‘Estoy aquí’, que levantó a más de uno de su asiento. Y entonces, llegó ‘Qué bonito’. Rosario bajó el tono, se quedó sola con su historia, con su herida. «Creo que esta canción me la mandaron los ángeles cuando se fue mi hermano», dijo, con la voz quebrada. La cantó con una emoción que no pedía permiso y con una foto de Antonio Flores proyectada detrás, mientras la platea se ponía en pie, como si se pudiera abrazarla desde la distancia.
Entre risas, lamentó que Sebastián Yatra no pudiera estar presente, pero su voz sonó grabada en ‘Cómo quieres que te quiera’. Y tras un nuevo cambio, encaró el final con fuerza: ‘Escucha primo’, ‘La casa en el aire’ —otro guiño a Lola— y ‘Muchas flores’, que transformó el festival en una verbena. Rosario, emocionada, besó el suelo del escenario. Era su forma de agradecer, de anclar ese momento para siempre. Pero no podía irse así. Volvió. Y regaló ‘Te quiero, te quiero’, coreada a pleno pulmón. Y luego ‘No dudaría’, que ya es himno, oración y manifiesto. «Un mundo de paz, en el que los niños no lloren», dijo, y la noche entera pareció quedarse en silencio para escucharlo. «Jerez, no os olvidéis de nosotros, nos vemos prontito». Y con ese guiño final, Rosario se despidió, dejando tras de sí un reguero de luz, fuerza, ternura y flores. Muchas flores.
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