Este año publiqué un libro de carácter autobiográfico —perdón la autorreferencia— donde exploro mi relación desde niña con la ansiedad y la somatización, con el machismo, con el miedo a no tener talento, y con la escritura como salvación. Un amigo de muchos años, que conoce toda mi obra, me dijo, de manera implacable, que no le interesa la «literatura ombliguista» y que el mío es un libro de mujeres para mujeres. Recibí esa crítica con desconcierto pero no con enojo. Mi amigo está por los setenta, es un marxista consumado, un intelectual con muchos prejuicios, y una discusión sobre esto sería muy desgastante. Apenas si traté de explicarle que yo no hablo sólo de mí sino, entre otras cosas, de las mujeres de mi generación, que en los años setenta enfrentamos dificultades como conseguir la píldora –que era escasa y además castigaba nuestros cuerpos–, la ilegalidad del aborto y el machismo soterrado en lo laboral; y sobre todo, de la libertad ‘versus’ los determinismos a la hora de elegir. De ahí el epígrafe de Sartre: «Lo importante no es lo que hacemos de nosotros, sino lo que hacemos nosotros mismos con lo que hicieron de nosotros».Desde lo íntimo, muchos escritores iluminan mundos más amplios que el suyo, como Natalia Ginzburg, en ‘Léxico familiar’La autobiografía en todas sus formas —memorias, relato testimonial, ensayo biográfico— fue mirado durante mucho tiempo como un género menor, de segunda clase, porque se consideraba que lo íntimo era una exposición narcisista del yo, incapaz de dar cuenta de la realidad social. Aunque ya San Agustín y Montaigne narraron sus vidas, la valoración de lo autobiográfico es muy reciente, y el auge que está teniendo se debe, a mi parecer, a una sencilla razón: en esta época en que el yo y la intimidad está en exposición permanente —la ‘selfie’ e Instagram son las manifestaciones más cotidianas—, toda persona piensa que su vida es original y digna de ser contada. En su reciente libro ‘Los vulnerables’, Sigrid Nunez , nos cuenta que una encuesta reciente revela que un porcentaje cercano al 80% de los norteamericanos dice que les gustaría escribir su propia historia. El testimonio, impulsado por el periodismo, parece ser una necesidad hoy. Lo que mi amigo se niega a entender es que lo íntimo también puede ser político, como afirman Annie Ernaux y Vivian Gornick, entre otros. Ernaux habla del «valor colectivo» del yo autobiográfico, y escribe: «Lo íntimo sigue siendo, y lo será siempre, social, porque un yo puro, donde los otros, las leyes, la historia, no estuvieran presentes, sería inconcebible». Gornick, por su parte, escribe: «El tema de la autobiografía es siempre la definición del yo, pero no es posible la autodefinición en el vacío». Desde lo íntimo, muchos escritores iluminan mundos más amplios que el suyo: Natalia Ginzburg, en ‘Léxico familiar’, la entraña de su familia en tiempos del fascismo; Emmanuel Carrère, en ‘Yoga’, la crisis de su internamiento psiquiátrico; Boris Izaguirre, en ‘Tiempo de tormentos’, cómo fue ser un niño disléxico y con amaneramientos. Ellos y muchos otros autores testimonian las transformaciones de la intimidad en los tiempos modernos, ese tema que analizó tan bien Anthony Giddens. Este año publiqué un libro de carácter autobiográfico —perdón la autorreferencia— donde exploro mi relación desde niña con la ansiedad y la somatización, con el machismo, con el miedo a no tener talento, y con la escritura como salvación. Un amigo de muchos años, que conoce toda mi obra, me dijo, de manera implacable, que no le interesa la «literatura ombliguista» y que el mío es un libro de mujeres para mujeres. Recibí esa crítica con desconcierto pero no con enojo. Mi amigo está por los setenta, es un marxista consumado, un intelectual con muchos prejuicios, y una discusión sobre esto sería muy desgastante. Apenas si traté de explicarle que yo no hablo sólo de mí sino, entre otras cosas, de las mujeres de mi generación, que en los años setenta enfrentamos dificultades como conseguir la píldora –que era escasa y además castigaba nuestros cuerpos–, la ilegalidad del aborto y el machismo soterrado en lo laboral; y sobre todo, de la libertad ‘versus’ los determinismos a la hora de elegir. De ahí el epígrafe de Sartre: «Lo importante no es lo que hacemos de nosotros, sino lo que hacemos nosotros mismos con lo que hicieron de nosotros».Desde lo íntimo, muchos escritores iluminan mundos más amplios que el suyo, como Natalia Ginzburg, en ‘Léxico familiar’La autobiografía en todas sus formas —memorias, relato testimonial, ensayo biográfico— fue mirado durante mucho tiempo como un género menor, de segunda clase, porque se consideraba que lo íntimo era una exposición narcisista del yo, incapaz de dar cuenta de la realidad social. Aunque ya San Agustín y Montaigne narraron sus vidas, la valoración de lo autobiográfico es muy reciente, y el auge que está teniendo se debe, a mi parecer, a una sencilla razón: en esta época en que el yo y la intimidad está en exposición permanente —la ‘selfie’ e Instagram son las manifestaciones más cotidianas—, toda persona piensa que su vida es original y digna de ser contada. En su reciente libro ‘Los vulnerables’, Sigrid Nunez , nos cuenta que una encuesta reciente revela que un porcentaje cercano al 80% de los norteamericanos dice que les gustaría escribir su propia historia. El testimonio, impulsado por el periodismo, parece ser una necesidad hoy. Lo que mi amigo se niega a entender es que lo íntimo también puede ser político, como afirman Annie Ernaux y Vivian Gornick, entre otros. Ernaux habla del «valor colectivo» del yo autobiográfico, y escribe: «Lo íntimo sigue siendo, y lo será siempre, social, porque un yo puro, donde los otros, las leyes, la historia, no estuvieran presentes, sería inconcebible». Gornick, por su parte, escribe: «El tema de la autobiografía es siempre la definición del yo, pero no es posible la autodefinición en el vacío». Desde lo íntimo, muchos escritores iluminan mundos más amplios que el suyo: Natalia Ginzburg, en ‘Léxico familiar’, la entraña de su familia en tiempos del fascismo; Emmanuel Carrère, en ‘Yoga’, la crisis de su internamiento psiquiátrico; Boris Izaguirre, en ‘Tiempo de tormentos’, cómo fue ser un niño disléxico y con amaneramientos. Ellos y muchos otros autores testimonian las transformaciones de la intimidad en los tiempos modernos, ese tema que analizó tan bien Anthony Giddens.
en perspectiva
La autobiografía en todas sus formas —memorias, relato testimonial, ensayo biográfico— fue mirado durante mucho tiempo como un género menor
Este año publiqué un libro de carácter autobiográfico —perdón la autorreferencia— donde exploro mi relación desde niña con la ansiedad y la somatización, con el machismo, con el miedo a no tener talento, y con la escritura como salvación. Un amigo de muchos años, …
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