Las dos personas normales se detienen ante una agencia de viajes decorada con aviones de plástico, cruceros llenos de ventanitas y un montón de carteles con los precios —por noche y semana— de mil posibles vacaciones.La primera persona normal dice:—Qué de sitios hay en el mundo, ¿no?—Pues sí —confirma la segunda persona—. Tantos como existen.—¿Tú te oyes?—Ya, ya. Es que me ha salido así; en mi cabeza sonaba de otra forma.—No, si te he entendido. Te pones a ver fotos y a ver cómo eliges entre irte a nadar a Cancún o montarte en camello.—Ojo, que en México lo mismo hay playa que tienen desierto; igual tienen camellos también…—¿En México? No creo; yo creo que allí hay coyotes. Y algún indio de esos que ven cosas en la niebla, de esos que se ponen a fumar y se les aparecen animales y ya pueden tirarse por los barrancos porque salen volando. Cosas sin camellos.—O de los otros.Las dos personas normales se carcajean a gusto porque no se ahorran una risa si se la pueden permitir.—Pues dices tú México, pero lo que han hecho allí es un muro. —Ah, sí, ya sé cuál dices. Pero estaba ya de antes, ¿no?—Sí. Pero ahora se lo cuidan los canadienses.—¿Los canadienses? ¿Y eso?—Cosas de Trump, me parece, que les ha dicho a los canadienses que pueden vender sirope y discos de Neil Young, si quieren, pero que tienen que hacer un muro en México.—¿Para qué?—Para poner policías debajo.—¿En qué lado?—En el lado de México, será.—¿Y pueden ir allí los canadienses, sin permiso de México?—Pues será por el otro lado.—Será. Y ¿en Canadá tienen muro?—Van a hacer uno, por lo visto.—¿Los mexicanos?—Fijo. Y van a cuidarlo los europeos, ya verás.—¿Cómo?—No lo sé. Con aranceles. Van a poner aranceles por encima, para que cueste más saltar.—Pero ¿los aranceles pinchan?—¿Cómo que si pinchan? Y cortan. Van a poner los aranceles enrollados y a ver quién se pasa eso. Y los canadienses lo mismo.—¿Y los europeos?—Los europeos van a tener que pagar el IVA y dejar que Google les oiga lo que digan por teléfono. Pero se van a poder contar chistes de los de antes; una cosa por la otra.—¿Cómo de los de antes?—De gangosos y eso. —¿Y de negros y de cojos?—Y de mariquitas. Y de moros.—¿Y de gitanos?—Sólo si sale la Guardia Civil.—¿Y eso?—Pues porque por lo visto ya se puede; ya se puede contar otra vez todo. Por lo visto es una orden que han dado. Y luego ha salido Trump y ha dicho que puede jugar al fútbol quien quiera, pero que ya no hace falta verlo por la tele, si salen chicas.—¿Eso ha dicho?—Eso he entendido yo. Y que iban a ponerse a hacer coches a lo loco.—¿Y eso por qué?—Pues para ser grandes otra vez. ¿No ves que les han quitado estados?—¿Les han quitado estados?—Por lo visto.—Pero ¿quiénes?—Pues los chinos.—Ah, claro, los chinos. Qué complicado todo, ¿no?—Ya. Las dos personas normales siguen mirando carteles. De París. De Tailandia. De Roma. Uno pequeño en el que sale Tenerife y otro más pequeño aún, con mucho verde, de la ruta de los monasterios, con una foto brumosa del de Armenteira.—Pues dices tú, pero, si te pones a comparar, las fotos de Nueva York son las que mejor salen, ¿no?—Toma, claro. Como ahora son en vertical, pues allí quedan perfectas.—¿Tú has estado en Nueva York?—No, claro. Pero he visto ‘Los cazafantasmas’.—¿’Los cazafantasmas’ pasa allí?—Esa y todas.—¿Tú crees que podría hacerse ‘Los cazafantasmas’ ahora?La persona normal se lo piensa. —Yo creo que, hasta hace un mes o así, igual no, pero que ahora sí. Ahora puedes reírte de los fantasmas, si quieres. Aunque sean minoría.—Y de las fantasmas.—Y de las fantasmas, sí; ya dejan. Pero ahora ya no hay que decirlo, me parece.—¿El qué?—Lo de los fantasmas y las fantasmas.—¿En España tampoco?—En España, igual sí; aquí vamos más tarde. Por eso tenemos los enchufes redondos y los coches más pequeños.—Los coches son muy parecidos, no te creas; ya no es como cuando ‘Starsky y Hutch’.—Pues van a volver a ser enormes, para que se note que las películas pasan allí.—Echaba yo de menos esos coches…—Bien buenos eran. Ahora van a hacerlos obligatorios, para que les quepan bien las armas. Para que puedan disparar desde el coche.—Normal. Como les han quitado estados…—Y en los restaurantes italianos van a poner perritos calientes; y puedes hacer chistes de mafiosos y ponerte a imitar el acento.—Sólo si eres italiano, ¿no?—No, no. Ya todo el mundo.—¿Y chistes de españoles?—No saben que estamos.—Ah, claro. Estos americanos…—Y americanas.—Y americanas, sí. —Arruga la frente—. ¿No decías que ya no había que decirlo?—Allí no, pero aquí sí.—Ah, ya. Pero de momento, ¿no?—De momento, de momento… Primero arreglamos lo de los enchufes y luego ya nos ponemos con eso. Las dos personas normales se detienen ante una agencia de viajes decorada con aviones de plástico, cruceros llenos de ventanitas y un montón de carteles con los precios —por noche y semana— de mil posibles vacaciones.La primera persona normal dice:—Qué de sitios hay en el mundo, ¿no?—Pues sí —confirma la segunda persona—. Tantos como existen.—¿Tú te oyes?—Ya, ya. Es que me ha salido así; en mi cabeza sonaba de otra forma.—No, si te he entendido. Te pones a ver fotos y a ver cómo eliges entre irte a nadar a Cancún o montarte en camello.—Ojo, que en México lo mismo hay playa que tienen desierto; igual tienen camellos también…—¿En México? No creo; yo creo que allí hay coyotes. Y algún indio de esos que ven cosas en la niebla, de esos que se ponen a fumar y se les aparecen animales y ya pueden tirarse por los barrancos porque salen volando. Cosas sin camellos.—O de los otros.Las dos personas normales se carcajean a gusto porque no se ahorran una risa si se la pueden permitir.—Pues dices tú México, pero lo que han hecho allí es un muro. —Ah, sí, ya sé cuál dices. Pero estaba ya de antes, ¿no?—Sí. Pero ahora se lo cuidan los canadienses.—¿Los canadienses? ¿Y eso?—Cosas de Trump, me parece, que les ha dicho a los canadienses que pueden vender sirope y discos de Neil Young, si quieren, pero que tienen que hacer un muro en México.—¿Para qué?—Para poner policías debajo.—¿En qué lado?—En el lado de México, será.—¿Y pueden ir allí los canadienses, sin permiso de México?—Pues será por el otro lado.—Será. Y ¿en Canadá tienen muro?—Van a hacer uno, por lo visto.—¿Los mexicanos?—Fijo. Y van a cuidarlo los europeos, ya verás.—¿Cómo?—No lo sé. Con aranceles. Van a poner aranceles por encima, para que cueste más saltar.—Pero ¿los aranceles pinchan?—¿Cómo que si pinchan? Y cortan. Van a poner los aranceles enrollados y a ver quién se pasa eso. Y los canadienses lo mismo.—¿Y los europeos?—Los europeos van a tener que pagar el IVA y dejar que Google les oiga lo que digan por teléfono. Pero se van a poder contar chistes de los de antes; una cosa por la otra.—¿Cómo de los de antes?—De gangosos y eso. —¿Y de negros y de cojos?—Y de mariquitas. Y de moros.—¿Y de gitanos?—Sólo si sale la Guardia Civil.—¿Y eso?—Pues porque por lo visto ya se puede; ya se puede contar otra vez todo. Por lo visto es una orden que han dado. Y luego ha salido Trump y ha dicho que puede jugar al fútbol quien quiera, pero que ya no hace falta verlo por la tele, si salen chicas.—¿Eso ha dicho?—Eso he entendido yo. Y que iban a ponerse a hacer coches a lo loco.—¿Y eso por qué?—Pues para ser grandes otra vez. ¿No ves que les han quitado estados?—¿Les han quitado estados?—Por lo visto.—Pero ¿quiénes?—Pues los chinos.—Ah, claro, los chinos. Qué complicado todo, ¿no?—Ya. Las dos personas normales siguen mirando carteles. De París. De Tailandia. De Roma. Uno pequeño en el que sale Tenerife y otro más pequeño aún, con mucho verde, de la ruta de los monasterios, con una foto brumosa del de Armenteira.—Pues dices tú, pero, si te pones a comparar, las fotos de Nueva York son las que mejor salen, ¿no?—Toma, claro. Como ahora son en vertical, pues allí quedan perfectas.—¿Tú has estado en Nueva York?—No, claro. Pero he visto ‘Los cazafantasmas’.—¿’Los cazafantasmas’ pasa allí?—Esa y todas.—¿Tú crees que podría hacerse ‘Los cazafantasmas’ ahora?La persona normal se lo piensa. —Yo creo que, hasta hace un mes o así, igual no, pero que ahora sí. Ahora puedes reírte de los fantasmas, si quieres. Aunque sean minoría.—Y de las fantasmas.—Y de las fantasmas, sí; ya dejan. Pero ahora ya no hay que decirlo, me parece.—¿El qué?—Lo de los fantasmas y las fantasmas.—¿En España tampoco?—En España, igual sí; aquí vamos más tarde. Por eso tenemos los enchufes redondos y los coches más pequeños.—Los coches son muy parecidos, no te creas; ya no es como cuando ‘Starsky y Hutch’.—Pues van a volver a ser enormes, para que se note que las películas pasan allí.—Echaba yo de menos esos coches…—Bien buenos eran. Ahora van a hacerlos obligatorios, para que les quepan bien las armas. Para que puedan disparar desde el coche.—Normal. Como les han quitado estados…—Y en los restaurantes italianos van a poner perritos calientes; y puedes hacer chistes de mafiosos y ponerte a imitar el acento.—Sólo si eres italiano, ¿no?—No, no. Ya todo el mundo.—¿Y chistes de españoles?—No saben que estamos.—Ah, claro. Estos americanos…—Y americanas.—Y americanas, sí. —Arruga la frente—. ¿No decías que ya no había que decirlo?—Allí no, pero aquí sí.—Ah, ya. Pero de momento, ¿no?—De momento, de momento… Primero arreglamos lo de los enchufes y luego ya nos ponemos con eso.
Las dos personas normales se detienen ante una agencia de viajes decorada con aviones de plástico, cruceros llenos de ventanitas y un montón de carteles con los precios —por noche y semana— de mil posibles vacaciones.
La primera persona normal dice:
—Qué de sitios … hay en el mundo, ¿no?
—Pues sí —confirma la segunda persona—. Tantos como existen.
—¿Tú te oyes?
—Ya, ya. Es que me ha salido así; en mi cabeza sonaba de otra forma.
—No, si te he entendido. Te pones a ver fotos y a ver cómo eliges entre irte a nadar a Cancún o montarte en camello.
—Ojo, que en México lo mismo hay playa que tienen desierto; igual tienen camellos también…
—¿En México? No creo; yo creo que allí hay coyotes. Y algún indio de esos que ven cosas en la niebla, de esos que se ponen a fumar y se les aparecen animales y ya pueden tirarse por los barrancos porque salen volando. Cosas sin camellos.
—O de los otros.
Las dos personas normales se carcajean a gusto porque no se ahorran una risa si se la pueden permitir.
—Pues dices tú México, pero lo que han hecho allí es un muro.
—Ah, sí, ya sé cuál dices. Pero estaba ya de antes, ¿no?
—Sí. Pero ahora se lo cuidan los canadienses.
—¿Los canadienses? ¿Y eso?
—Cosas de Trump, me parece, que les ha dicho a los canadienses que pueden vender sirope y discos de Neil Young, si quieren, pero que tienen que hacer un muro en México.
—¿Para qué?
—Para poner policías debajo.
—¿En qué lado?
—En el lado de México, será.
—¿Y pueden ir allí los canadienses, sin permiso de México?
—Pues será por el otro lado.
—Será. Y ¿en Canadá tienen muro?
—Van a hacer uno, por lo visto.
—¿Los mexicanos?
—Fijo. Y van a cuidarlo los europeos, ya verás.
—¿Cómo?
—No lo sé. Con aranceles. Van a poner aranceles por encima, para que cueste más saltar.
—Pero ¿los aranceles pinchan?
—¿Cómo que si pinchan? Y cortan. Van a poner los aranceles enrollados y a ver quién se pasa eso. Y los canadienses lo mismo.
—¿Y los europeos?
—Los europeos van a tener que pagar el IVA y dejar que Google les oiga lo que digan por teléfono. Pero se van a poder contar chistes de los de antes; una cosa por la otra.
—¿Cómo de los de antes?
—De gangosos y eso.
—¿Y de negros y de cojos?
—Y de mariquitas. Y de moros.
—¿Y de gitanos?
—Sólo si sale la Guardia Civil.
—¿Y eso?
—Pues porque por lo visto ya se puede; ya se puede contar otra vez todo. Por lo visto es una orden que han dado. Y luego ha salido Trump y ha dicho que puede jugar al fútbol quien quiera, pero que ya no hace falta verlo por la tele, si salen chicas.
—¿Eso ha dicho?
—Eso he entendido yo. Y que iban a ponerse a hacer coches a lo loco.
—¿Y eso por qué?
—Pues para ser grandes otra vez. ¿No ves que les han quitado estados?
—¿Les han quitado estados?
—Por lo visto.
—Pero ¿quiénes?
—Pues los chinos.
—Ah, claro, los chinos. Qué complicado todo, ¿no?
—Ya.
Las dos personas normales siguen mirando carteles. De París. De Tailandia. De Roma. Uno pequeño en el que sale Tenerife y otro más pequeño aún, con mucho verde, de la ruta de los monasterios, con una foto brumosa del de Armenteira.
—Pues dices tú, pero, si te pones a comparar, las fotos de Nueva York son las que mejor salen, ¿no?
—Toma, claro. Como ahora son en vertical, pues allí quedan perfectas.
—¿Tú has estado en Nueva York?
—No, claro. Pero he visto ‘Los cazafantasmas’.
—¿’Los cazafantasmas’ pasa allí?
—Esa y todas.
—¿Tú crees que podría hacerse ‘Los cazafantasmas’ ahora?
La persona normal se lo piensa.
—Yo creo que, hasta hace un mes o así, igual no, pero que ahora sí. Ahora puedes reírte de los fantasmas, si quieres. Aunque sean minoría.
—Y de las fantasmas.
—Y de las fantasmas, sí; ya dejan. Pero ahora ya no hay que decirlo, me parece.
—¿El qué?
—Lo de los fantasmas y las fantasmas.
—¿En España tampoco?
—En España, igual sí; aquí vamos más tarde. Por eso tenemos los enchufes redondos y los coches más pequeños.
—Los coches son muy parecidos, no te creas; ya no es como cuando ‘Starsky y Hutch’.
—Pues van a volver a ser enormes, para que se note que las películas pasan allí.
—Echaba yo de menos esos coches…
—Bien buenos eran. Ahora van a hacerlos obligatorios, para que les quepan bien las armas. Para que puedan disparar desde el coche.
—Normal. Como les han quitado estados…
—Y en los restaurantes italianos van a poner perritos calientes; y puedes hacer chistes de mafiosos y ponerte a imitar el acento.
—Sólo si eres italiano, ¿no?
—No, no. Ya todo el mundo.
—¿Y chistes de españoles?
—No saben que estamos.
—Ah, claro. Estos americanos…
—Y americanas.
—Y americanas, sí. —Arruga la frente—. ¿No decías que ya no había que decirlo?
—Allí no, pero aquí sí.
—Ah, ya. Pero de momento, ¿no?
—De momento, de momento… Primero arreglamos lo de los enchufes y luego ya nos ponemos con eso.
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