Enrique Murillo se presenta como un «personaje secundario» del mundo del libro. Este editor, traductor, escritor, periodista… y también ejecutivo en Bertelsmann o Planeta; nunca estuvo en nómina y, si lo estuvo, fue poco tiempo… De ahí lo de «personaje secundario» que escribe sus memorias a los 81 años, liberado ya de ataduras profesionales: «Lo he visto todo de cerca, he sido testigo de cosas que suelen estar ocultas a los ojos de los que no han estado en el ajo y, sobre todo, mis intereses no son los de los amos sino los de los siervos». Pese a los desencuentros y los despidos confiesa que se ha divertido: «Lo principal es aprender enseguida a caer de pie, para volver a levantarse como si nada. Creo que es el arte que mejor domino».-‘Oscura trastienda de la edición’ es el subtítulo policial de sus memorias: usted en portada con una franja negra sobre los ojos. Como si fuera un testigo protegido.-La portada es idea del diseñador , y la foto, de Miquel Arnal, de 1984, cuando publiqué ‘El secreto del arte’. Fui un escritor tardío. Me hice editor porque me daba pereza escribir. Esta memorias no son unas memorias al uso, porque no soy un editor al uso. -Siempre se sintió desubicado. No era filólogo ni gramático, su inglés era autodidacta, tampoco tenía conocimientos empresariales, confiesa en el prólogo… -No provengo de una familia con patrimonio como los grandes editores Carlos Barral o Jorge Herralde, quien vendió la empresa familiar e invirtió en otros negocios, y destinó sólo una parte para crear Anagrama. Si exceptuamos los catorce años en que trabajé en multinacionales, siempre fui un currante. Alguien que no tenía contrato, con emolumentos que no superaban el salario mínimo. Alguien que trabaja sábados y domingos… La ‘trastienda’ alude a aquello de lo que no se habla: decir en voz muy alta que en la edición no todo es gloria. Noticia Relacionada ANIVERSARIO estandar Si Un siglo con Ángel González Diego Doncel A cien años de su nacimiento, la voz del poeta ovetense sigue viva: una pasión irónica, un humor y un ingenio para elevar lo cotidiano-Barral Editores, Anagrama, Plaza & Janés, Planeta, Alfaguara… ¿Qué aprendió de los editores con los que trabajó?-De Barral aprendí que un libro no siempre se publica por sus valores literarios. El niñato que era yo en 1969 escribió un informe negativísimo sobre un autor español. Barral me dio la razón: «sí, este libro es muy malo, pero el autor es compañero de viaje. Lo publico”.-La ideología, en este caso comunista, sobre el negocio.-Es la primera clase del máster de edición que fundé con dos amigos hace 20 años. La edición no son flores y pajaritos, es un negocio. Si no piensas en el dinero, la editorial cierra. Para sobrevivir hay que mantener un equilibrio entre arte y negocio. Una lección que me apliqué en Libros del Lince. En 2007, me inventé un ‘best seller’: una guía de vinos de supermercado. Con lo que gané pude publicar a autores emergentes entonces desconocidos y, sobre todo, pagar a los colaboradores que realizan trabajos imprescindibles: correctores, traductores…-¿Y qué aprendió de Jorge Herralde?-La importancia de la política de autor y que los libros traducidos salen caros, aunque se siga pagando mal a los traductores. Cuando me pidió informe de lectura del original inglés de ‘La conjura de los necios’, de Kennedy Toole, libro voluminoso, Herralde subrayó lo cara que saldría la traducción. «Dime si venderá», añadió. Porque el editor ha de tener los pies en la tierra y, como me sucedió a mí, abandonar el idealismo ingenuo . Has de saber en qué país estás publicando. En el mundo del ‘best seller’ tenemos a dos o tres autoras norteamericanas que en su país salen con tiradas iniciales de un millón y pico, que aquí cobran anticipos de cincuenta o cien mil dólar es, pero solo venden 3.000 ejemplares.-Es el peliagudo capítulo de los libros vendidos.-Carmen Balcells me dijo que cada vez que un editor le pagaba royalties se decía: ‘Ya te has vuelto a equivocar. Porque si paga, te está robando. Tendrías que haber cobrado más anticipo”. Los anticipos actúan como balanzas: si hay desconfianza en las liquidaciones suben los anticipos. Lo normal es que haya un equilibrio pactado sobre la base de la confianza porque el dinero no es nada sin ella. En la España de la posguerra era costumbre del editor declarar menos libros de los que había impreso. La Ley de Propiedad Intelectual de 1987 quiso remediar una situación abusiva que explica la aparición de los agentes literarios y la política de reducir la duración del contrato.-En los noventa se produce una concentración editorial que salva editoriales. ¿La comercialidad se impuso en los catálogos?-Si un editor quiere vender es el principio de la concentración. Planeta no compra Destino: se hace cargo de una deuda de 1.200 millones y la refinancia para hacer soportable su incorporación. Cuando una editorial se integra en un grupo no puede conservar todo su fondo porque gran parte de ese fondo es invendible. Todos los editores están enamorados de su catálogo porque es su vida. Pero en un proceso de concentración ya no mandas y debes soltar lastre. -André Schiffrin hablaba de la edición sin editores. ¿Mandan los ejecutivos?-Los ejecutivos son muy necesarios si saben entender el arte y el negocio. Si no entiendes el arte no entiendes el negocio. -¿La impaciencia rompe el saco?-Si un ejecutivo que lee pocos libros además no tiene paciencia pierde un ‘best seller’ literario como ‘La insoportable levedad del ser’, de Kundera. Después de la caída de Mario Muchnik en Seix Barral, un ejecutivo asustado por las pérdidas del libro anterior de Kundera, ‘La broma’, dijo aquello de «este no vende» y canceló los contratos de edición. Albert Cohen, autor de ‘Bella del señor’, tampoco iba a vender. ¡Otro contrato cancelado! Muchnik, al que ese ejecutivo había despedido, se vengó y le pasó los contactos a Beatriz de Moura, que publicó a Kundera en Tusquets, y a Herralde, que llevó a Cohen a Anagrama. -De 1992 a 1996, trabajó en Plaza & Janés, entonces un sello en apuros que había adquirido Bertelsmann.-¡Dos mil millones de pérdidas anuales! Estuve a las órdenes de Hans Freyberg: él tenía 33 años y yo 48. Había que salvar al gigante, pese a la labor de algunos ejecutivos. Yo conocía a José Luis de Vilallonga de ‘Vogue’: me comunicó que el Rey Juan Carlos I le comentó en Mallorca que le gustaría contar su vida. Había vendido los derechos a un editor francés. Los libros de Vilallonga no habían ido bien, pero en Plaza & Janés necesitaban un ‘best seller’. Ningún monarca había publicado en vida su historia y Juan Carlos estaba en la cima de su popularidad. Editar el libro en España costaría unos 600.000 euros de ahora, pero si vendíamos 200.000 ejemplares comenzaríamos a ganar dinero a espuertas. El consejo editorial lo consideró un despilfarro, pero se impuso el voto de calidad de Freyberg.-Y después del éxito de ‘El Rey’ vino el de ‘La Reina’…-Vino de ese éxito y de la amistad con Rafael Spottorno y el vizconde de Almansa. Propusimos un libro sobre la Reina Sofía y dijeron que no, pero cuando la Reina conoció el proyecto le hizo mucha ilusión si lo escribía Pilar Urbano. Si ‘El Rey’ de Vilallonga vendió 400.000 ejemplares el primer año, ‘La Reina’ de Urbano alcanzó el medio millón.-El olfato editor, que a veces falla. A Barral se le pasó de largo ‘Cien años de soledad’. ¿Qué libros no vio Enrique Murillo? -Digamos que un editor no tiene la obligación moral de editar lo que no le gusta. En España no hay catálogos intelectualmente estructurados, si exceptuamos Acantilado o Minúscula. A mí se me han pasado de largo montones de libros. Tuve sentada frente a mi mesa a Irene Vallejo con una novela y un cuento y no vi sus potencialidades… Luego publicó ‘El infinito en un junco’ y esta obra sí la habría editado. En Anagrama desaconsejé la segunda novela de Julian Barnes tras el éxito de ‘El loro de Flaubert’. Herralde acostumbraba a hacerme caso, pero decidió publicarla siguiendo su política de autor. Desaconsejé la publicación de Carver, que a mi no me gustó, y Herralde puso el ejemplar en su estantería de libros pendientes de decisión, y ahí estuvo ese ejemplar y otro, hasta que el editor decidió ignorar mis recomendaciones. E hizo bien.. También he dicho sí a libros que no me gustaban pero que vendían, como ‘El mago’ de Fowles, novela tramposa pero divertida.-Política de autor que etiquetó de Nueva Narrativa Española.-En 1987 escribí un manifiesto que iba a publicar ‘Diario 16’. La novela española estaba hecha unos zorros. Buscaba narradores que no escribieran por escribir, que tuvieran algo que contar. Sigo creyendo que España necesita aprender narrativa: tiene una novela muy escrita y poco narrada. Todas mis decisiones provienen de esa idea. Que la narrativa española narre. El fracaso de la novela española desde el Barroco lo expresó muy bien Ramiro Pinilla: en España no contamos las historias, las decimos. -Hablemos del Murillo periodista cultural. De su paso por ‘Babelia’. Califica ‘El País’ de «estructura funcionarial».-‘Babelia’ se iba a llamar ‘Babel’, así la bauticé. En España la política no conoce sutilezas más allá de esos juegos de palabras que me tienen harto. La literatura no es buena ni mala por la ideología de su autor, pero la derecha y la izquierda tienen su santoral. En ‘El País’ me hacían distinguir «amigos» y «enemigos». Y yo juntaba a Andrés Trapiello y Santos Juliá porque lo importante es que tenían cosas que contar. Tampoco quise que ‘Babel’ fuera un nicho para intelectuales y pensé también en los lectores de Ken Follet. -¿Y cómo ve la trastienda de la edición en 2025?-Veo un grado de concentración de dos grupos que facturan el 50% del total de ventas de libros en España. Les sigue una segunda división de grupos menores y editoriales como Anagrama, con más de cien títulos al año. Se busca de forma enloquecida el ‘best seller’y escritores muy buenos se quedan en el cajón. Conozco a autores que no pueden publicar porque no tienen seguidores en las redes. Facturación no equivale a lectura. El exceso de novedades provoca devoluciones; podemos soportar hasta un 35%, pero estamos por encima de esa cifra. Cualquier tropiezo económico podría arrastrar a los sellos más vulnerables. Las llamadas ‘editoriales independientes’, que se deberían llamar ‘minieditoriales’, desaparecerían. Enrique Murillo se presenta como un «personaje secundario» del mundo del libro. Este editor, traductor, escritor, periodista… y también ejecutivo en Bertelsmann o Planeta; nunca estuvo en nómina y, si lo estuvo, fue poco tiempo… De ahí lo de «personaje secundario» que escribe sus memorias a los 81 años, liberado ya de ataduras profesionales: «Lo he visto todo de cerca, he sido testigo de cosas que suelen estar ocultas a los ojos de los que no han estado en el ajo y, sobre todo, mis intereses no son los de los amos sino los de los siervos». Pese a los desencuentros y los despidos confiesa que se ha divertido: «Lo principal es aprender enseguida a caer de pie, para volver a levantarse como si nada. Creo que es el arte que mejor domino».-‘Oscura trastienda de la edición’ es el subtítulo policial de sus memorias: usted en portada con una franja negra sobre los ojos. Como si fuera un testigo protegido.-La portada es idea del diseñador , y la foto, de Miquel Arnal, de 1984, cuando publiqué ‘El secreto del arte’. Fui un escritor tardío. Me hice editor porque me daba pereza escribir. Esta memorias no son unas memorias al uso, porque no soy un editor al uso. -Siempre se sintió desubicado. No era filólogo ni gramático, su inglés era autodidacta, tampoco tenía conocimientos empresariales, confiesa en el prólogo… -No provengo de una familia con patrimonio como los grandes editores Carlos Barral o Jorge Herralde, quien vendió la empresa familiar e invirtió en otros negocios, y destinó sólo una parte para crear Anagrama. Si exceptuamos los catorce años en que trabajé en multinacionales, siempre fui un currante. Alguien que no tenía contrato, con emolumentos que no superaban el salario mínimo. Alguien que trabaja sábados y domingos… La ‘trastienda’ alude a aquello de lo que no se habla: decir en voz muy alta que en la edición no todo es gloria. Noticia Relacionada ANIVERSARIO estandar Si Un siglo con Ángel González Diego Doncel A cien años de su nacimiento, la voz del poeta ovetense sigue viva: una pasión irónica, un humor y un ingenio para elevar lo cotidiano-Barral Editores, Anagrama, Plaza & Janés, Planeta, Alfaguara… ¿Qué aprendió de los editores con los que trabajó?-De Barral aprendí que un libro no siempre se publica por sus valores literarios. El niñato que era yo en 1969 escribió un informe negativísimo sobre un autor español. Barral me dio la razón: «sí, este libro es muy malo, pero el autor es compañero de viaje. Lo publico”.-La ideología, en este caso comunista, sobre el negocio.-Es la primera clase del máster de edición que fundé con dos amigos hace 20 años. La edición no son flores y pajaritos, es un negocio. Si no piensas en el dinero, la editorial cierra. Para sobrevivir hay que mantener un equilibrio entre arte y negocio. Una lección que me apliqué en Libros del Lince. En 2007, me inventé un ‘best seller’: una guía de vinos de supermercado. Con lo que gané pude publicar a autores emergentes entonces desconocidos y, sobre todo, pagar a los colaboradores que realizan trabajos imprescindibles: correctores, traductores…-¿Y qué aprendió de Jorge Herralde?-La importancia de la política de autor y que los libros traducidos salen caros, aunque se siga pagando mal a los traductores. Cuando me pidió informe de lectura del original inglés de ‘La conjura de los necios’, de Kennedy Toole, libro voluminoso, Herralde subrayó lo cara que saldría la traducción. «Dime si venderá», añadió. Porque el editor ha de tener los pies en la tierra y, como me sucedió a mí, abandonar el idealismo ingenuo . Has de saber en qué país estás publicando. En el mundo del ‘best seller’ tenemos a dos o tres autoras norteamericanas que en su país salen con tiradas iniciales de un millón y pico, que aquí cobran anticipos de cincuenta o cien mil dólar es, pero solo venden 3.000 ejemplares.-Es el peliagudo capítulo de los libros vendidos.-Carmen Balcells me dijo que cada vez que un editor le pagaba royalties se decía: ‘Ya te has vuelto a equivocar. Porque si paga, te está robando. Tendrías que haber cobrado más anticipo”. Los anticipos actúan como balanzas: si hay desconfianza en las liquidaciones suben los anticipos. Lo normal es que haya un equilibrio pactado sobre la base de la confianza porque el dinero no es nada sin ella. En la España de la posguerra era costumbre del editor declarar menos libros de los que había impreso. La Ley de Propiedad Intelectual de 1987 quiso remediar una situación abusiva que explica la aparición de los agentes literarios y la política de reducir la duración del contrato.-En los noventa se produce una concentración editorial que salva editoriales. ¿La comercialidad se impuso en los catálogos?-Si un editor quiere vender es el principio de la concentración. Planeta no compra Destino: se hace cargo de una deuda de 1.200 millones y la refinancia para hacer soportable su incorporación. Cuando una editorial se integra en un grupo no puede conservar todo su fondo porque gran parte de ese fondo es invendible. Todos los editores están enamorados de su catálogo porque es su vida. Pero en un proceso de concentración ya no mandas y debes soltar lastre. -André Schiffrin hablaba de la edición sin editores. ¿Mandan los ejecutivos?-Los ejecutivos son muy necesarios si saben entender el arte y el negocio. Si no entiendes el arte no entiendes el negocio. -¿La impaciencia rompe el saco?-Si un ejecutivo que lee pocos libros además no tiene paciencia pierde un ‘best seller’ literario como ‘La insoportable levedad del ser’, de Kundera. Después de la caída de Mario Muchnik en Seix Barral, un ejecutivo asustado por las pérdidas del libro anterior de Kundera, ‘La broma’, dijo aquello de «este no vende» y canceló los contratos de edición. Albert Cohen, autor de ‘Bella del señor’, tampoco iba a vender. ¡Otro contrato cancelado! Muchnik, al que ese ejecutivo había despedido, se vengó y le pasó los contactos a Beatriz de Moura, que publicó a Kundera en Tusquets, y a Herralde, que llevó a Cohen a Anagrama. -De 1992 a 1996, trabajó en Plaza & Janés, entonces un sello en apuros que había adquirido Bertelsmann.-¡Dos mil millones de pérdidas anuales! Estuve a las órdenes de Hans Freyberg: él tenía 33 años y yo 48. Había que salvar al gigante, pese a la labor de algunos ejecutivos. Yo conocía a José Luis de Vilallonga de ‘Vogue’: me comunicó que el Rey Juan Carlos I le comentó en Mallorca que le gustaría contar su vida. Había vendido los derechos a un editor francés. Los libros de Vilallonga no habían ido bien, pero en Plaza & Janés necesitaban un ‘best seller’. Ningún monarca había publicado en vida su historia y Juan Carlos estaba en la cima de su popularidad. Editar el libro en España costaría unos 600.000 euros de ahora, pero si vendíamos 200.000 ejemplares comenzaríamos a ganar dinero a espuertas. El consejo editorial lo consideró un despilfarro, pero se impuso el voto de calidad de Freyberg.-Y después del éxito de ‘El Rey’ vino el de ‘La Reina’…-Vino de ese éxito y de la amistad con Rafael Spottorno y el vizconde de Almansa. Propusimos un libro sobre la Reina Sofía y dijeron que no, pero cuando la Reina conoció el proyecto le hizo mucha ilusión si lo escribía Pilar Urbano. Si ‘El Rey’ de Vilallonga vendió 400.000 ejemplares el primer año, ‘La Reina’ de Urbano alcanzó el medio millón.-El olfato editor, que a veces falla. A Barral se le pasó de largo ‘Cien años de soledad’. ¿Qué libros no vio Enrique Murillo? -Digamos que un editor no tiene la obligación moral de editar lo que no le gusta. En España no hay catálogos intelectualmente estructurados, si exceptuamos Acantilado o Minúscula. A mí se me han pasado de largo montones de libros. Tuve sentada frente a mi mesa a Irene Vallejo con una novela y un cuento y no vi sus potencialidades… Luego publicó ‘El infinito en un junco’ y esta obra sí la habría editado. En Anagrama desaconsejé la segunda novela de Julian Barnes tras el éxito de ‘El loro de Flaubert’. Herralde acostumbraba a hacerme caso, pero decidió publicarla siguiendo su política de autor. Desaconsejé la publicación de Carver, que a mi no me gustó, y Herralde puso el ejemplar en su estantería de libros pendientes de decisión, y ahí estuvo ese ejemplar y otro, hasta que el editor decidió ignorar mis recomendaciones. E hizo bien.. También he dicho sí a libros que no me gustaban pero que vendían, como ‘El mago’ de Fowles, novela tramposa pero divertida.-Política de autor que etiquetó de Nueva Narrativa Española.-En 1987 escribí un manifiesto que iba a publicar ‘Diario 16’. La novela española estaba hecha unos zorros. Buscaba narradores que no escribieran por escribir, que tuvieran algo que contar. Sigo creyendo que España necesita aprender narrativa: tiene una novela muy escrita y poco narrada. Todas mis decisiones provienen de esa idea. Que la narrativa española narre. El fracaso de la novela española desde el Barroco lo expresó muy bien Ramiro Pinilla: en España no contamos las historias, las decimos. -Hablemos del Murillo periodista cultural. De su paso por ‘Babelia’. Califica ‘El País’ de «estructura funcionarial».-‘Babelia’ se iba a llamar ‘Babel’, así la bauticé. En España la política no conoce sutilezas más allá de esos juegos de palabras que me tienen harto. La literatura no es buena ni mala por la ideología de su autor, pero la derecha y la izquierda tienen su santoral. En ‘El País’ me hacían distinguir «amigos» y «enemigos». Y yo juntaba a Andrés Trapiello y Santos Juliá porque lo importante es que tenían cosas que contar. Tampoco quise que ‘Babel’ fuera un nicho para intelectuales y pensé también en los lectores de Ken Follet. -¿Y cómo ve la trastienda de la edición en 2025?-Veo un grado de concentración de dos grupos que facturan el 50% del total de ventas de libros en España. Les sigue una segunda división de grupos menores y editoriales como Anagrama, con más de cien títulos al año. Se busca de forma enloquecida el ‘best seller’y escritores muy buenos se quedan en el cajón. Conozco a autores que no pueden publicar porque no tienen seguidores en las redes. Facturación no equivale a lectura. El exceso de novedades provoca devoluciones; podemos soportar hasta un 35%, pero estamos por encima de esa cifra. Cualquier tropiezo económico podría arrastrar a los sellos más vulnerables. Las llamadas ‘editoriales independientes’, que se deberían llamar ‘minieditoriales’, desaparecerían.
Enrique Murillo se presenta como un «personaje secundario» del mundo del libro. Este editor, traductor, escritor, periodista… y también ejecutivo en Bertelsmann o Planeta; nunca estuvo en nómina y, si lo estuvo, fue poco tiempo… De ahí lo de «personaje secundario» que escribe sus … memorias a los 81 años, liberado ya de ataduras profesionales: «Lo he visto todo de cerca, he sido testigo de cosas que suelen estar ocultas a los ojos de los que no han estado en el ajo y, sobre todo, mis intereses no son los de los amos sino los de los siervos». Pese a los desencuentros y los despidos confiesa que se ha divertido: «Lo principal es aprender enseguida a caer de pie, para volver a levantarse como si nada. Creo que es el arte que mejor domino».
-‘Oscura trastienda de la edición’ es el subtítulo policial de sus memorias: usted en portada con una franja negra sobre los ojos. Como si fuera un testigo protegido.
-La portada es idea del diseñador, y la foto, de Miquel Arnal, de 1984, cuando publiqué ‘El secreto del arte’. Fui un escritor tardío. Me hice editor porque me daba pereza escribir. Esta memorias no son unas memorias al uso, porque no soy un editor al uso.
-Siempre se sintió desubicado. No era filólogo ni gramático, su inglés era autodidacta, tampoco tenía conocimientos empresariales, confiesa en el prólogo…
-No provengo de una saga editorial como Carlos Barral o Jorge Herralde que vendió la empresa familiar, y el dinero que obtuvo en sus negocios fue en parte para crear Anagrama. Si exceptuamos los catorce años en que trabajé en multinacionales, siempre fui un currante. Alguien que no tenía contrato, con emolumentos que no superaban el salario mínimo. Alguien que trabaja sábados y domingos… La ‘trastienda’ alude a aquello de lo que no se habla: decir en voz muy alta que en la edición no todo es gloria.
-Barral Editores, Anagrama, Plaza & Janés, Planeta, Alfaguara… ¿Qué aprendió de los editores con los que trabajó?
-De Barral aprendí que un libro no siempre se publica por sus valores literarios. El niñato que era yo en 1969 escribió un informe negativísimo sobre un autor español. Barral me dio la razón: sí, este libro es muy malo, pero este es compañero de viaje.
-La ideología, en este caso comunista, sobre el negocio.
-Es la primera clase del máster de edición que fundé con dos amigos hace 20 años. La edición no son flores y pajaritos, es un negocio. Si no piensas en el dinero, la editorial cierra. Para sobrevivir hay que mantener un equilibrio entre arte y negocio. Una lección que me apliqué en Libros del Lince. En 2007, me inventé un ‘best seller’: una guía de vinos de supermercado. Con lo que gané pude publicar a autores emergentes entonces desconocidos y, sobre todo, pagar a los colaboradores que realizan trabajos imprescindibles: correctores, traductores…
-¿Y qué aprendió de Jorge Herralde?
-La importancia de la política de autor y que los libros traducidos salen caros, aunque se siga pagando mal a los traductores. Cuando salió ‘La conjura de los necios’, de Kennedy Toole, libro voluminoso, Herralde subrayó lo cara que saldría la traducción. «Dime si venderá», añadió. Porque el editor ha de tener los pies en la tierra y, como me sucedió a mí, abandonar el idealismo ingenuo. Has de saber en qué país estás publicando. En el mundo del ‘best seller’ tenemos a dos o tres autoras norteamericanas que salen en ‘trade’ con un millón y pico de tirada y anticipos de cincuenta a cien mil euros para que en España vendan 3.000 ejemplares.
-Es el peliagudo capítulo de los libros vendidos.
-Carmen Balcells me dijo que cada vez que un editor le pagaba ‘royalties’ es que no había hecho bien su trabajo. Los anticipos actúan como balanzas: si hay desconfianza en las liquidaciones suben los anticipos. Lo normal es que haya un equilibrio pactado sobre la base de la confianza porque el dinero no es nada sin ella. En la España de la posguerra era costumbre del editor declarar menos libros de los que había impreso. La Ley de Propiedad Intelectual de 1987 quiso remediar una situación abusiva que explica la aparición de los agentes literarios y la política de reducir la duración del contrato.
-En los noventa se produce una concentración editorial que salva editoriales. ¿La comercialidad se impuso en los catálogos?
-Si un editor quiere vender es el principio de la concentración. Planeta no compra Destino: se hace cargo de una deuda de 1.200 millones y la refinancia para hacer soportable su incorporación. Cuando una editorial se integra en un grupo no puede conservar todo su fondo porque gran parte de ese fondo es invendible. Todos los editores están enamorados de su catálogo porque es su vida. Pero en un proceso de concentración ya no mandas y debes soltar lastre.
-André Schiffrin hablaba de la edición sin editores. ¿Mandan los ejecutivos?
-Los ejecutivos son muy necesarios si saben entender el arte y el negocio. Si no entiendes el arte no entiendes el negocio.
-¿La impaciencia rompe el saco?
-Si un ejecutivo que lee pocos libros además no tiene paciencia pierde un ‘best seller’ literario como ‘La insoportable levedad del ser’, de Kundera. Después de la caída de Mario Muchnik en Seix Barral, un ejecutivo asustado por las pérdidas del libro anterior de Kundera, ‘La broma’, dijo aquello de «este no vende» y canceló los contratos de edición. Albert Cohen, autor de ‘Bella del señor’, tampoco vendía. ¡Otro contrato cancelado! Muchnik se vengó y le pasó los contactos a Beatriz de Moura, que publicó a Kundera en Tusquets, y a Herralde, que llevó a Cohen a Anagrama.
-De 1992 a 1996, trabajó en Plaza & Janés, entonces un sello en apuros que había adquirido Bertelsmann.
-¡Dos mil millones de pérdidas anuales! Estuve a las órdenes de Hans Freyberg: él tenía 33 años y yo 48. Había que salvar al gigante, pese a la labor de algunos ejecutivos. Yo conocía a José Luis de Vilallonga de ‘Vogue’: me comunicó que el Rey Juan Carlos I le comentó en Mallorca que le gustaría contar su vida. Había vendido los derechos a un editor francés. Los libros de Vilallonga no habían ido bien, pero en Plaza & Janés necesitaban un ‘best seller’. Ningún monarca había publicado en vida su historia y Juan Carlos estaba en la cima de su popularidad. Editar el libro en España costaría unos 600.000 euros de ahora, pero si vendíamos 200.000 ejemplares comenzaríamos a ganar dinero a espuertas. El consejo editorial lo consideró un despilfarro, pero se impuso el voto de calidad de Freyberg.
-Y después del éxito de ‘El Rey’ vino el de ‘La Reina’…
-Vino de ese éxito y de la amistad con Rafael Spottorno y el vizconde de Almansa. Propusimos un libro sobre la Reina Sofía y dijeron que no, pero cuando la Reina conoció el proyecto le hizo mucha ilusión si lo escribía Pilar Urbano. Si ‘El Rey’ de Vilallonga vendió 400.000 ejemplares el primer año, ‘La Reina’ de Urbano alcanzó el medio millón.
-El olfato editor, que a veces falla. A Barral se le pasó de largo ‘Cien años de soledad’. ¿Qué libros no vio Enrique Murillo?
-Digamos que un editor no tiene la obligación moral de editar lo que no le gusta. En España no hay catálogos estructurales, si exceptuamos Acantilado o Minúscula. A mí se me han pasado de largo montones de libros. Tuve sentada frente a mi mesa a Irene Vallejo con una novela y un cuento y no vi sus potencialidades… Luego publicó ‘El infinito en un junco’ y esta obra sí la habría editado. En Anagrama desaconsejé la segunda novela de Julian Barnes tras el éxito de ‘El loro de Flaubert’. Herralde acostumbraba a hacerme caso, pero decidió publicarla siguiendo su política de autor. Me negué a editar a Raymond Carver y lo puse en mi estantería de libros castigados… Herralde tampoco me hizo caso e hizo bien. También he dicho sí a libros que no me gustaban pero que vendían, como ‘El mago’ de Fowles, novela tramposa pero divertida.
-Política de autor que etiquetó de Nueva Narrativa Española.
-En 1987 escribí un manifiesto que iba a publicar ‘Diario 16’. La novela española estaba hecha unos zorros. Buscaba narradores que no escribieran por escribir, que tuvieran algo que contar. Sigo creyendo que España necesita aprender narrativa: tiene una novela muy escrita y poco narrada. Todas mis decisiones provienen de esa idea. Que la narrativa española narre. El fracaso de la novela española desde el Barroco lo expresó muy bien Ramiro Pinilla: en España no contamos las historias, las decimos.
-Hablemos del Murillo periodista cultural. De su paso por ‘Babelia’. Califica ‘El País’ de «estructura funcionarial».
-‘Babelia’ se iba a llamar ‘Babel’, así la bauticé. En España la política no conoce sutilezas más allá de esos juegos de palabras que me tienen harto. La literatura no es buena ni mala por la ideología de su autor, pero la derecha y la izquierda tienen su santoral. En ‘El País’ me hacían distinguir «amigos» y «enemigos». Y yo juntaba a Andrés Trapiello y Santos Juliá porque lo importante es que tenían cosas que contar. Tampoco quise que ‘Babel’ fuera un nicho para intelectuales y pensé también en los lectores de Ken Follet.
-¿Y cómo ve la trastienda de la edición en 2025?
-Veo un grado de concentración de dos grupos que facturan casi dos tercios de todo el libro español. Una segunda división con editoriales como Anagrama, con más de cien títulos al año. Se busca de forma enloquecida el ‘best seller’y escritores muy buenos se quedan en el cajón. Conozco a autores que no pueden publicar porque ni tienen seguidores en las redes. Facturación no equivale a lectura. El exceso de novedades provoca devoluciones; podemos soportar hasta un 35%, pero estamos por encima de esa cifra. Cualquier tropiezo económico podría arrastrar a los sellos más vulnerables. Las llamadas ‘editoriales independientes’, que se deberían llamar ‘minieditoriales’, desaparecerían.
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