Poeta, profeta, contemplativo y revolucionario, ese fue el conocido autorretrato con que Ernesto Cardenal se trataba de definir a sí mismo. Esas son las distintas o complementarias caras que cada uno de los que se acerca a su figura o a su obra tiende a destacar. Para unos fue sobre todo un activista político de izquierdas, uno de los más carismáticos de un tiempo lleno de grandes carismas; para otros un sacerdote que propugnó la teología de la liberación y ante el que se arrodilló algún obispo, como si estuviera delante de un santo; hubo otros para los que no solo fue un poeta, sino uno de los más grandes del siglo XX en español; y otros, en fin, prefieren verlo sobre todo como un místico, es decir, alguien cuya alma había logrado alcanzar un estado de unión con Dios, signifique esto lo que signifique en un hombre como él. Quizá solo fue una totalidad, alguien que no se conformaba con ser uno y quiso convertirse en infinito. Hay que verlo, por eso, como el volcán que constantemente se mantenía en erupción, en la erupción de las palabras, de los gestos, de las ideas. Cambió el amor de las muchachas por el amor más grande de Dios, y cuando el amor de Dios se le hizo pequeño lo buscó en las estrellas, las galaxias y el cosmos. Propició y abrazó revoluciones porque la política quiso verla como una máquina para cambiar el mundo. Dicen que fue un hombre que no soportaba la mentira porque la mentira era una traición no solo a la verdad, sino a la palabra. Se creó un personaje donde el sacerdote y el escritor han comprendido que necesitan la revolución para hacerse verdaderos, para proyectarse contemplativamente a la realidad. Sus contemplaciones por ello no son inactivas, no solo cosa de miradas sino de acciones.Ernesto Cardenal pertenece a ese grupo de hombres inquietos que marcaron de alguna manera el final del siglo XX y los comienzos del siglo XXI. En ellos podemos ver los esplendores de unas ideas y las heridas de esas mismas ideas. Vivieron para arrojar claridad y también pudieron ver que a su alrededor habían sembrado sombras inquietantes. Las sombras de Daniel Ortega en Nicaragua o de la República Bolivariana en Venezuela. Nació hace ahora cien años en Granada (Nicaragua) y perteneció a una de las familias de mayor alcurnia del país. Tuvo una completa formación educativa que le llevó a México y a Nueva York. A la vez que se despertó en él la vocación de poeta, la vida de poeta, puso todos sus entusiasmos juveniles en la acción contra Anastasio Somoza. El fallido golpe de Estado contra el dictador y las consecuencias que tuvo de represión y muerte le llevaron a buscar nuevos caminos personales del lado de la espiritualidad. De ese modo entró como novicio en la abadía trapense de Getsemaní, en Estados Unidos, donde conoció a Thomas Merton. De vuelta a Nicaragua se ordenó sacerdote y fundó la comunidad de Solentiname. Formó parte del Frente Sandinista de Liberación y tras el triunfo de la revolución fue ministro de Cultura entre 1979 y 1987. En 1994 abandonó el Frente en protesta contra la dirección de Daniel Ortega. Su actividad política fue incansable en los últimos años, incluso asumiendo actividades próximas al ecologismo. Como poeta fue reconocido con el premio Pablo Neruda y con el Reina Sofía de poesía. Murió en 2020 en Managua.Noticia Relacionada estandar Si Los (peores) viajes oníricos y psicodélicos del Niño de Elche Pep Gorgori El músico empieza este sábado en Gerona la gira de conciertos de su nuevo disco, ‘Cante a lo gitano’Se puede decir que Ernesto Cardenal despojó a la poesía hispanoamericana de los ropajes de lo solemne. Aprendió en la poesía anglosajona el estilo de lo conversacional, y aprendió en Ezra Pound que un poema es el lugar donde los distintos lenguajes contemporáneos tienen cabida, que el poema debe participar de lo narrativo, tener el aliento de la buena prosa. Sus textos poéticos tienen por ello una densidad que no está reñida con la ligereza ni con el sentido del humor ni con el ingenio. Lo cantó todo: desde Marilyn Monroe al legado indígena de América, desde las revoluciones políticas a la contemplación de la naturaleza y de los astros. Fue un poeta íntimo y civil, es decir, un poeta de la épica de la naturaleza, de los afanes humildes de los hombres y de la majestuosidad del universo. Quiso liberar siempre su palabra porque para él poesía era liberación. Aliento místicoAhora, a los cien años de su nacimiento, a los cinco de su muerte, vale la pena poner un poco de sosiego en su valoración, no echar las campanas al vuelo del elogio fácil. Para ello ahí están dos publicaciones de sumo interés: ‘Poesía completa’, con un prólogo preciso y documentado de Remedios Sánchez, y ‘Prosas dispersas’, editado por Obra Fundamental de la Fundación Santander , con unas palabras preliminares de Luce López Baralt que, arriesgadamente, hace nacer todo el universo de nuestro poeta de un aliento místico. Dividido en seis apartados temáticos, este volumen viene a confirmar su agudeza a la hora de tratar de discernir qué es la espiritualidad hoy, cuáles son los términos del creer y que se puede resumir en estas palabras que toma de Paul Davies: «Nadie que haya estudiado las fuerzas de la naturaleza puede dudar de que el mundo que nos rodea es la manifestación de algo muy, muy inteligente». En un recorrido que va de Lao-Tsé a la ciencia moderna, sobre todo la astronomía o la cosmología, y que pasa por los presocráticos, Platón o Teilhard de Chardin, entre otros, Cardenal habla del amor como fundamento de lo creado y del amor como forma de transformación social. Pero a la vez este volumen sirve para retratar toda la amplitud de miradas de Cardenal sobre el valor de la literatura y la tradición de poesía comprometida que él defendía. No se puede festejar en España a Ernesto Cardenal sin tener en cuenta la inmensa labor que durante todos estos años ha venido realizando la Editorial Trotta; ella fue la casa que lo acogió y el hogar donde nos sentamos a leerlo. Hay que leerlo, que escucharlo para valorar su inmenso legado, su figura de personaje con mil rostros.Sí, en Ernesto Cardenal están todos los esplendores de una época y también todas las heridas y las utopías que se volvieron monstruosas. Escribió a ras de suelo y a ras de cielo largos, larguísimos poemas. Los poemas de un bardo que cantó a sus héroes y las travesías de su corazón. Los poemas de un mendigo por una tierra que siempre mereció mejor suerte. Poeta, profeta, contemplativo y revolucionario, ese fue el conocido autorretrato con que Ernesto Cardenal se trataba de definir a sí mismo. Esas son las distintas o complementarias caras que cada uno de los que se acerca a su figura o a su obra tiende a destacar. Para unos fue sobre todo un activista político de izquierdas, uno de los más carismáticos de un tiempo lleno de grandes carismas; para otros un sacerdote que propugnó la teología de la liberación y ante el que se arrodilló algún obispo, como si estuviera delante de un santo; hubo otros para los que no solo fue un poeta, sino uno de los más grandes del siglo XX en español; y otros, en fin, prefieren verlo sobre todo como un místico, es decir, alguien cuya alma había logrado alcanzar un estado de unión con Dios, signifique esto lo que signifique en un hombre como él. Quizá solo fue una totalidad, alguien que no se conformaba con ser uno y quiso convertirse en infinito. Hay que verlo, por eso, como el volcán que constantemente se mantenía en erupción, en la erupción de las palabras, de los gestos, de las ideas. Cambió el amor de las muchachas por el amor más grande de Dios, y cuando el amor de Dios se le hizo pequeño lo buscó en las estrellas, las galaxias y el cosmos. Propició y abrazó revoluciones porque la política quiso verla como una máquina para cambiar el mundo. Dicen que fue un hombre que no soportaba la mentira porque la mentira era una traición no solo a la verdad, sino a la palabra. Se creó un personaje donde el sacerdote y el escritor han comprendido que necesitan la revolución para hacerse verdaderos, para proyectarse contemplativamente a la realidad. Sus contemplaciones por ello no son inactivas, no solo cosa de miradas sino de acciones.Ernesto Cardenal pertenece a ese grupo de hombres inquietos que marcaron de alguna manera el final del siglo XX y los comienzos del siglo XXI. En ellos podemos ver los esplendores de unas ideas y las heridas de esas mismas ideas. Vivieron para arrojar claridad y también pudieron ver que a su alrededor habían sembrado sombras inquietantes. Las sombras de Daniel Ortega en Nicaragua o de la República Bolivariana en Venezuela. Nació hace ahora cien años en Granada (Nicaragua) y perteneció a una de las familias de mayor alcurnia del país. Tuvo una completa formación educativa que le llevó a México y a Nueva York. A la vez que se despertó en él la vocación de poeta, la vida de poeta, puso todos sus entusiasmos juveniles en la acción contra Anastasio Somoza. El fallido golpe de Estado contra el dictador y las consecuencias que tuvo de represión y muerte le llevaron a buscar nuevos caminos personales del lado de la espiritualidad. De ese modo entró como novicio en la abadía trapense de Getsemaní, en Estados Unidos, donde conoció a Thomas Merton. De vuelta a Nicaragua se ordenó sacerdote y fundó la comunidad de Solentiname. Formó parte del Frente Sandinista de Liberación y tras el triunfo de la revolución fue ministro de Cultura entre 1979 y 1987. En 1994 abandonó el Frente en protesta contra la dirección de Daniel Ortega. Su actividad política fue incansable en los últimos años, incluso asumiendo actividades próximas al ecologismo. Como poeta fue reconocido con el premio Pablo Neruda y con el Reina Sofía de poesía. Murió en 2020 en Managua.Noticia Relacionada estandar Si Los (peores) viajes oníricos y psicodélicos del Niño de Elche Pep Gorgori El músico empieza este sábado en Gerona la gira de conciertos de su nuevo disco, ‘Cante a lo gitano’Se puede decir que Ernesto Cardenal despojó a la poesía hispanoamericana de los ropajes de lo solemne. Aprendió en la poesía anglosajona el estilo de lo conversacional, y aprendió en Ezra Pound que un poema es el lugar donde los distintos lenguajes contemporáneos tienen cabida, que el poema debe participar de lo narrativo, tener el aliento de la buena prosa. Sus textos poéticos tienen por ello una densidad que no está reñida con la ligereza ni con el sentido del humor ni con el ingenio. Lo cantó todo: desde Marilyn Monroe al legado indígena de América, desde las revoluciones políticas a la contemplación de la naturaleza y de los astros. Fue un poeta íntimo y civil, es decir, un poeta de la épica de la naturaleza, de los afanes humildes de los hombres y de la majestuosidad del universo. Quiso liberar siempre su palabra porque para él poesía era liberación. Aliento místicoAhora, a los cien años de su nacimiento, a los cinco de su muerte, vale la pena poner un poco de sosiego en su valoración, no echar las campanas al vuelo del elogio fácil. Para ello ahí están dos publicaciones de sumo interés: ‘Poesía completa’, con un prólogo preciso y documentado de Remedios Sánchez, y ‘Prosas dispersas’, editado por Obra Fundamental de la Fundación Santander , con unas palabras preliminares de Luce López Baralt que, arriesgadamente, hace nacer todo el universo de nuestro poeta de un aliento místico. Dividido en seis apartados temáticos, este volumen viene a confirmar su agudeza a la hora de tratar de discernir qué es la espiritualidad hoy, cuáles son los términos del creer y que se puede resumir en estas palabras que toma de Paul Davies: «Nadie que haya estudiado las fuerzas de la naturaleza puede dudar de que el mundo que nos rodea es la manifestación de algo muy, muy inteligente». En un recorrido que va de Lao-Tsé a la ciencia moderna, sobre todo la astronomía o la cosmología, y que pasa por los presocráticos, Platón o Teilhard de Chardin, entre otros, Cardenal habla del amor como fundamento de lo creado y del amor como forma de transformación social. Pero a la vez este volumen sirve para retratar toda la amplitud de miradas de Cardenal sobre el valor de la literatura y la tradición de poesía comprometida que él defendía. No se puede festejar en España a Ernesto Cardenal sin tener en cuenta la inmensa labor que durante todos estos años ha venido realizando la Editorial Trotta; ella fue la casa que lo acogió y el hogar donde nos sentamos a leerlo. Hay que leerlo, que escucharlo para valorar su inmenso legado, su figura de personaje con mil rostros.Sí, en Ernesto Cardenal están todos los esplendores de una época y también todas las heridas y las utopías que se volvieron monstruosas. Escribió a ras de suelo y a ras de cielo largos, larguísimos poemas. Los poemas de un bardo que cantó a sus héroes y las travesías de su corazón. Los poemas de un mendigo por una tierra que siempre mereció mejor suerte.
Poeta, profeta, contemplativo y revolucionario, ese fue el conocido autorretrato con que Ernesto Cardenal se trataba de definir a sí mismo. Esas son las distintas o complementarias caras que cada uno de los que se acerca a su figura o a su obra tiende … a destacar. Para unos fue sobre todo un activista político de izquierdas, uno de los más carismáticos de un tiempo lleno de grandes carismas; para otros un sacerdote que propugnó la teología de la liberación y ante el que se arrodilló algún obispo, como si estuviera delante de un santo; hubo otros para los que no solo fue un poeta, sino uno de los más grandes del siglo XX en español; y otros, en fin, prefieren verlo sobre todo como un místico, es decir, alguien cuya alma había logrado alcanzar un estado de unión con Dios, signifique esto lo que signifique en un hombre como él. Quizá solo fue una totalidad, alguien que no se conformaba con ser uno y quiso convertirse en infinito. Hay que verlo, por eso, como el volcán que constantemente se mantenía en erupción, en la erupción de las palabras, de los gestos, de las ideas. Cambió el amor de las muchachas por el amor más grande de Dios, y cuando el amor de Dios se le hizo pequeño lo buscó en las estrellas, las galaxias y el cosmos. Propició y abrazó revoluciones porque la política quiso verla como una máquina para cambiar el mundo. Dicen que fue un hombre que no soportaba la mentira porque la mentira era una traición no solo a la verdad, sino a la palabra. Se creó un personaje donde el sacerdote y el escritor han comprendido que necesitan la revolución para hacerse verdaderos, para proyectarse contemplativamente a la realidad. Sus contemplaciones por ello no son inactivas, no solo cosa de miradas sino de acciones.
Ernesto Cardenal pertenece a ese grupo de hombres inquietos que marcaron de alguna manera el final del siglo XX y los comienzos del siglo XXI. En ellos podemos ver los esplendores de unas ideas y las heridas de esas mismas ideas. Vivieron para arrojar claridad y también pudieron ver que a su alrededor habían sembrado sombras inquietantes. Las sombras de Daniel Ortega en Nicaragua o de la República Bolivariana en Venezuela.
Nació hace ahora cien años en Granada (Nicaragua) y perteneció a una de las familias de mayor alcurnia del país. Tuvo una completa formación educativa que le llevó a México y a Nueva York. A la vez que se despertó en él la vocación de poeta, la vida de poeta, puso todos sus entusiasmos juveniles en la acción contra Anastasio Somoza. El fallido golpe de Estado contra el dictador y las consecuencias que tuvo de represión y muerte le llevaron a buscar nuevos caminos personales del lado de la espiritualidad. De ese modo entró como novicio en la abadía trapense de Getsemaní, en Estados Unidos, donde conoció a Thomas Merton. De vuelta a Nicaragua se ordenó sacerdote y fundó la comunidad de Solentiname. Formó parte del Frente Sandinista de Liberación y tras el triunfo de la revolución fue ministro de Cultura entre 1979 y 1987. En 1994 abandonó el Frente en protesta contra la dirección de Daniel Ortega. Su actividad política fue incansable en los últimos años, incluso asumiendo actividades próximas al ecologismo. Como poeta fue reconocido con el premio Pablo Neruda y con el Reina Sofía de poesía. Murió en 2020 en Managua.
Se puede decir que Ernesto Cardenal despojó a la poesía hispanoamericana de los ropajes de lo solemne. Aprendió en la poesía anglosajona el estilo de lo conversacional, y aprendió en Ezra Pound que un poema es el lugar donde los distintos lenguajes contemporáneos tienen cabida, que el poema debe participar de lo narrativo, tener el aliento de la buena prosa. Sus textos poéticos tienen por ello una densidad que no está reñida con la ligereza ni con el sentido del humor ni con el ingenio. Lo cantó todo: desde Marilyn Monroe al legado indígena de América, desde las revoluciones políticas a la contemplación de la naturaleza y de los astros. Fue un poeta íntimo y civil, es decir, un poeta de la épica de la naturaleza, de los afanes humildes de los hombres y de la majestuosidad del universo. Quiso liberar siempre su palabra porque para él poesía era liberación.
Aliento místico
Ahora, a los cien años de su nacimiento, a los cinco de su muerte, vale la pena poner un poco de sosiego en su valoración, no echar las campanas al vuelo del elogio fácil. Para ello ahí están dos publicaciones de sumo interés: ‘Poesía completa’, con un prólogo preciso y documentado de Remedios Sánchez, y ‘Prosas dispersas’, editado por Obra Fundamental de la Fundación Santander, con unas palabras preliminares de Luce López Baralt que, arriesgadamente, hace nacer todo el universo de nuestro poeta de un aliento místico. Dividido en seis apartados temáticos, este volumen viene a confirmar su agudeza a la hora de tratar de discernir qué es la espiritualidad hoy, cuáles son los términos del creer y que se puede resumir en estas palabras que toma de Paul Davies: «Nadie que haya estudiado las fuerzas de la naturaleza puede dudar de que el mundo que nos rodea es la manifestación de algo muy, muy inteligente». En un recorrido que va de Lao-Tsé a la ciencia moderna, sobre todo la astronomía o la cosmología, y que pasa por los presocráticos, Platón o Teilhard de Chardin, entre otros, Cardenal habla del amor como fundamento de lo creado y del amor como forma de transformación social. Pero a la vez este volumen sirve para retratar toda la amplitud de miradas de Cardenal sobre el valor de la literatura y la tradición de poesía comprometida que él defendía.
No se puede festejar en España a Ernesto Cardenal sin tener en cuenta la inmensa labor que durante todos estos años ha venido realizando la Editorial Trotta; ella fue la casa que lo acogió y el hogar donde nos sentamos a leerlo. Hay que leerlo, que escucharlo para valorar su inmenso legado, su figura de personaje con mil rostros.
Sí, en Ernesto Cardenal están todos los esplendores de una época y también todas las heridas y las utopías que se volvieron monstruosas. Escribió a ras de suelo y a ras de cielo largos, larguísimos poemas. Los poemas de un bardo que cantó a sus héroes y las travesías de su corazón. Los poemas de un mendigo por una tierra que siempre mereció mejor suerte.
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