Le había pregonado a Sevilla Victorino Martín con una semblanza de su vida novilleril, veterinaria y ganadera. Hablaba en aquella exaltación taurina sobre los binomios que a lo largo de estos casi treinta años de trayectoria sevillana se habían dado en la historia de la Maestranza –«El Tato y Veraniego, Pepín Liria y Gallareto, Ferrera con Disparate y Mecanizado, Ureña y Baratero, El Cid y Borgoñés, Emilio de Justo y Portezolano, Borja Jiménez y Miligrano y Manuel Escribano y Cobradiezmos»–, pero se olvidó de apuntar, o de predecir, lo que también le harían a Mosquetón , el toro de la faena total de un Manuel Escribano que lo terminó rescatando del naufragio en su tarde más plomiza en una Maestranza rendida finalmente al grito de « ¡torero, torero! » que pidió impetuosa la vuelta al ruedo a este bravo y emocionante animal que le deberá todos los honores de su memoria a la entrega, maestría y generosidad de su lidiador. No había o no vino este año desde Las Tiesas ese tipo de toro tan sevillano y hermoso que en los últimos años era garantía de triunfo . Una corrida más sacada de tipo y, por consiguiente, menos extraordinaria en sus formas y más preocupante en sus reacciones, especialmente por la orfandad total de raza de los primeros animales de la tarde, con la que no pasó de voluntad Manuel Jesús ‘El Cid’, meritorio a sus cincuenta y un años; de arrojo y exposición Daniel Luque , enfrentado a un manso de libro y a una alimaña; para terminar elevando a la gloria a un pletórico Manuel Escribano que no especuló en sus esfuerzos y que volcó todo cuanto tiene sobre ese asador que a las diez menos veinte de la noche era la Maestranza. Se hizo esperar la precisamente esperada portagayola de Manuel Escribano tras haber tentado la ropa en el primero, que fue lo que le faltó después de aquella tremenda paliza sufrida hace justo un año cuando se plantó de hinojos frente a los toriles de la Maestranza. Salvado con méritos el primer ‘escollo’ de la tarde ante Venerado, retomó el camino desde las proximidades del Paseo de Colón hasta las del Baratillo para recibir a Mosquetón en una vibrante salida que tanto se distanció de la de sus hermanos. Más expresivo en su tipo, tuvo tanta emoción como ese tercio de banderillas que Escribano volvió a cerrar, una vez más, sentado sobre el estribo para librar al quiebro el achuchón de la fiera. Si el primer tercio de banderillas de la tarde tuvo exposición, el del quinto fue además dinámico y vibrante. Brindó en los medios el maestro de Gerena antes de que se hiciera el silencio en la Maestranza que por lo bajini coqueteaba con el famoso runrún de las faenas grandes. Que fue lo que finalmente pasó. Se había doblado junto a las tablas Escribano antes de tirar muy en línea y sin abusar de las profundas embestidas de Mosquetón . «No hay quinto malo, ni en días como hoy», escribíamos cuando en la segunda serie se llevó el bicho su muleta por delante, la pisó y le partió el palillo. Pero volvió a los medios Escribano, igualmente dispuesto con la única receta aplicable al bueno (y al malo) de este encaste: entrega, muleta por delante y que sea lo que Dios quiera . Primero lo enseñó a embestir y después le encontró la hondura; especialmente emocionante con su muleta a ras de suelo y el de Victorino volcando la cara . Máximos reconocimientos al natural, uno de ellos apoteósico a cámara lenta. Mandó la presidenta a tocar el primer aviso cuando cambiaba una espada por otra después de una larguísima y emocionante faena que, como las tragaperras , guardaba el premio gordo para su final: una estocada de libro que valía dos orejas del tamaño de las giraldas de sus taleguillas , que salvaban a Victorino del naufragio y que rendían a la Maestranza.Se había puesto en pie una hora antes la Maestranza para reconocer el comprometido y difícil tercio de banderillas que acababa de protagonizar Manuel Escribano. Con la misma sonrisa que había tomado los palos saludó una ovación final al encontrar, no sin pocos esfuerzos, el modo en que banderillear a un toro, este Venerado, también tardo y agarrado al piso como el primero de la tarde. De poder a poder le sopló los dos primeros pares, intercalando pitones, para tener que pasar en falso hasta tres en tres ocasiones por la inoperancia de este segundo de Victorino , más lavado y sin perfil, e igualmente sin entrega ni raza. Le había jugado bien los brazos en su solvente recibo por lances. Protestaba por alto Venerado, que mantuvo esa manía de escarbar hasta el final de su lidia . Entre el vendaval y el terreno que obligaba a pisar para regalar sus embestidas, se hacía una empresa prácticamente imposible cuando Escribano, lleno de tesón y arrojo, olvidó el viento y se plantó en los medios de la Maestranza . Totalmente vendido a la suerte, tiró la moneda en forma de muleta. Muy caídas sus telas, sin más recursos que el de confiar en su amplio conocimiento de este encaste para citar muy abajo y frente al hocico. Le robó diez o quince pases , a regañadientes, llenos de verdad. Le ganaba un pasito al pitón contrario con la diestra para robarle entre trancos otros pocos pases más que abrochó con un sentido cambio de manos que arrancó a Tejera. Después tomó de nuevo la izquierda para someter a Venerado en la que fue la serie más profunda de su majestuosa faena, de encomiable esfuerzo y acertada lidia. Pinchó, raro en él cuando tiene agarrado un triunfo, y sonó el primer aviso. Una fuerte ovación cerró el primer acto de la magnífica tarde de Escribano. Había llenado la plaza el esperado encontronazo entre maestros de Gerena; Escribano como máximo especialista de la victorinada, Luque como gran figura del momento. Rompió la Maestranza ante el gran recibo de Daniel Luque a Pesador , tercero de la tarde, que le acababa de quitar el capote de su mano izquierda para que el de Gerena, en una solvente improvisación, versionara el recibo a una mano de Morante con el que salvar sus avictorinadas embestidas. De izquierda a derecha iba capeando a la tempestad hasta que al cuarto o quinto lance tomó el percal por el dorso y cuajó soberbias verónicas con la suerte cargada y los vuelos por debajo. Bravo, matador. Lo asó en banderillas Raúl Caricol antes de que fuera hacia los medios Luque a brindarle al cielo. A su padre, que empujaba desde el nuboso palquillo de la Maestranza frente a lo imposible. A media altura lo intentó dos veces antes de tirar la muleta y mandar. Con lo que le costaba a Pesador , aún más por el pitón izquierdo, con Luque entregando su muleta y esperando un mundo a que metiera la cara. Sigilosamente fue tirando el victorino hacia tablas, donde ya se puso imposible con un Luque prácticamente impotente que se reclinó frente a su testuz antes de irse detrás de la espada y dejar una trasera estocada. Le pidieron la oreja. Más breve fue lo del sexto, desrazado y orientado con el que no pudo pasar de otro majestuoso recibo por lances y una soberbia estocada. Brava tarde de Luque . Prácticamente tres minutos tardó en asomar al ruedo de la Maestranza Planetario , primero de los seis cinqueños que había traído Victorino Martín en su amplia corrida. De una punta del capote agarraba y citaba desde las tablas de la puerta de chiqueros el algabeño José Luis Neiro , que no sabía cómo conectar con la otra punta de los toriles en la que se refugiaba este hombretón primero. Salió como por aburrimiento con su cuajada guapura, muy en el tipo sevillano de esta casa. Olisqueando, escarbando y emplazado. Así se lo encontró el coriano Juan Sierra en un comprometido recibo por lances casi en los medios que recibió la ovación cerrada de la plaza. Con el capote y la pierna contraria por delante fue solventando las acometidas codiciosas de este Planetario en una fatigosa corta distancia de la que no podía escapar. No mejoraba Planetario en una eterna suerte de varas, con el caballo prácticamente encima, ni en unos exigentes cuarteos de banderillas con las patas ancladas y la mirada por delante de las hombreras de los rehileteros. Sobre los pies intentó el de Salteras meterlo en la franela sin poder darle uno alzado. Desesperado, y con el reconocimiento de la plaza, fue a por su desconfiada espada , dejando tres pinchazos y una estocada.A Pepe Valiente , fiel escudero que durante los años de banquillo, gloria y declive ejerció como mozo de espadas , le brindó Manuel Jesús ‘El Cid’ el cuarto de la tarde, último de la trayectoria del primero y, posiblemente, también último del segundo como matador en la Maestranza. Si cortando orejas en temporadas anteriores le ha costado entrar en esta Feria, difícilmente lo hará la próxima después de no haber podido brillar con el que fue buque insignia de su carrera . Victorino, que todo se lo dio en los momentos más necesitados de su carrera, le negaba un último vals. Había apostado demasiado pronto por Cucador cuando trató de volar su mano izquierda sin probaturas y éste fue quien lo probó al segundo. A pesar de algunos enganchones y no pocos esfuerzos cuando el animal le hacía hilo, hizo un bárbaro esfuerzo a sus 51 años, y frente a los cinco que tenía el victorino. Le costó confiarse ante un toro que ni en sus mejores años le hubiera sido fácil.REAL MAESTRANZA Plaza de Toros de Sevilla. Sábado 3 de mayo de 2025. Octava del abono. Lleno en los tendidos. Dos horas y cuarenta y cinco minutos de festejo. Presidió Macarena de Pablo-Romero. Se lidiaron toros de Victorino Martín. 1º, manso y muy agarrado al piso; 2º, tardo, agarrado y exigente; 3º, sin entrega ni empuje; 4º, exigente; 5º, bravo, con entrega y profundidad; 6º, orientado y sin raza. Manuel Jesús ‘El Cid’, de tabaco y oro. Tres pinchazos y estocada perpendicular (silencio); aviso tras tres pinchazos, pinchazo agarrado y descabello (silencio). Manuel Escribano, de azul noche y oro. Pinchazo y estocada (ovación); estocada (dos orejas). Daniel Luque, de gris plomo y oro. Estocada trasera (ovación después de petición); estocada (ovación).. Le había pregonado a Sevilla Victorino Martín con una semblanza de su vida novilleril, veterinaria y ganadera. Hablaba en aquella exaltación taurina sobre los binomios que a lo largo de estos casi treinta años de trayectoria sevillana se habían dado en la historia de la Maestranza –«El Tato y Veraniego, Pepín Liria y Gallareto, Ferrera con Disparate y Mecanizado, Ureña y Baratero, El Cid y Borgoñés, Emilio de Justo y Portezolano, Borja Jiménez y Miligrano y Manuel Escribano y Cobradiezmos»–, pero se olvidó de apuntar, o de predecir, lo que también le harían a Mosquetón , el toro de la faena total de un Manuel Escribano que lo terminó rescatando del naufragio en su tarde más plomiza en una Maestranza rendida finalmente al grito de « ¡torero, torero! » que pidió impetuosa la vuelta al ruedo a este bravo y emocionante animal que le deberá todos los honores de su memoria a la entrega, maestría y generosidad de su lidiador. No había o no vino este año desde Las Tiesas ese tipo de toro tan sevillano y hermoso que en los últimos años era garantía de triunfo . Una corrida más sacada de tipo y, por consiguiente, menos extraordinaria en sus formas y más preocupante en sus reacciones, especialmente por la orfandad total de raza de los primeros animales de la tarde, con la que no pasó de voluntad Manuel Jesús ‘El Cid’, meritorio a sus cincuenta y un años; de arrojo y exposición Daniel Luque , enfrentado a un manso de libro y a una alimaña; para terminar elevando a la gloria a un pletórico Manuel Escribano que no especuló en sus esfuerzos y que volcó todo cuanto tiene sobre ese asador que a las diez menos veinte de la noche era la Maestranza. Se hizo esperar la precisamente esperada portagayola de Manuel Escribano tras haber tentado la ropa en el primero, que fue lo que le faltó después de aquella tremenda paliza sufrida hace justo un año cuando se plantó de hinojos frente a los toriles de la Maestranza. Salvado con méritos el primer ‘escollo’ de la tarde ante Venerado, retomó el camino desde las proximidades del Paseo de Colón hasta las del Baratillo para recibir a Mosquetón en una vibrante salida que tanto se distanció de la de sus hermanos. Más expresivo en su tipo, tuvo tanta emoción como ese tercio de banderillas que Escribano volvió a cerrar, una vez más, sentado sobre el estribo para librar al quiebro el achuchón de la fiera. Si el primer tercio de banderillas de la tarde tuvo exposición, el del quinto fue además dinámico y vibrante. Brindó en los medios el maestro de Gerena antes de que se hiciera el silencio en la Maestranza que por lo bajini coqueteaba con el famoso runrún de las faenas grandes. Que fue lo que finalmente pasó. Se había doblado junto a las tablas Escribano antes de tirar muy en línea y sin abusar de las profundas embestidas de Mosquetón . «No hay quinto malo, ni en días como hoy», escribíamos cuando en la segunda serie se llevó el bicho su muleta por delante, la pisó y le partió el palillo. Pero volvió a los medios Escribano, igualmente dispuesto con la única receta aplicable al bueno (y al malo) de este encaste: entrega, muleta por delante y que sea lo que Dios quiera . Primero lo enseñó a embestir y después le encontró la hondura; especialmente emocionante con su muleta a ras de suelo y el de Victorino volcando la cara . Máximos reconocimientos al natural, uno de ellos apoteósico a cámara lenta. Mandó la presidenta a tocar el primer aviso cuando cambiaba una espada por otra después de una larguísima y emocionante faena que, como las tragaperras , guardaba el premio gordo para su final: una estocada de libro que valía dos orejas del tamaño de las giraldas de sus taleguillas , que salvaban a Victorino del naufragio y que rendían a la Maestranza.Se había puesto en pie una hora antes la Maestranza para reconocer el comprometido y difícil tercio de banderillas que acababa de protagonizar Manuel Escribano. Con la misma sonrisa que había tomado los palos saludó una ovación final al encontrar, no sin pocos esfuerzos, el modo en que banderillear a un toro, este Venerado, también tardo y agarrado al piso como el primero de la tarde. De poder a poder le sopló los dos primeros pares, intercalando pitones, para tener que pasar en falso hasta tres en tres ocasiones por la inoperancia de este segundo de Victorino , más lavado y sin perfil, e igualmente sin entrega ni raza. Le había jugado bien los brazos en su solvente recibo por lances. Protestaba por alto Venerado, que mantuvo esa manía de escarbar hasta el final de su lidia . Entre el vendaval y el terreno que obligaba a pisar para regalar sus embestidas, se hacía una empresa prácticamente imposible cuando Escribano, lleno de tesón y arrojo, olvidó el viento y se plantó en los medios de la Maestranza . Totalmente vendido a la suerte, tiró la moneda en forma de muleta. Muy caídas sus telas, sin más recursos que el de confiar en su amplio conocimiento de este encaste para citar muy abajo y frente al hocico. Le robó diez o quince pases , a regañadientes, llenos de verdad. Le ganaba un pasito al pitón contrario con la diestra para robarle entre trancos otros pocos pases más que abrochó con un sentido cambio de manos que arrancó a Tejera. Después tomó de nuevo la izquierda para someter a Venerado en la que fue la serie más profunda de su majestuosa faena, de encomiable esfuerzo y acertada lidia. Pinchó, raro en él cuando tiene agarrado un triunfo, y sonó el primer aviso. Una fuerte ovación cerró el primer acto de la magnífica tarde de Escribano. Había llenado la plaza el esperado encontronazo entre maestros de Gerena; Escribano como máximo especialista de la victorinada, Luque como gran figura del momento. Rompió la Maestranza ante el gran recibo de Daniel Luque a Pesador , tercero de la tarde, que le acababa de quitar el capote de su mano izquierda para que el de Gerena, en una solvente improvisación, versionara el recibo a una mano de Morante con el que salvar sus avictorinadas embestidas. De izquierda a derecha iba capeando a la tempestad hasta que al cuarto o quinto lance tomó el percal por el dorso y cuajó soberbias verónicas con la suerte cargada y los vuelos por debajo. Bravo, matador. Lo asó en banderillas Raúl Caricol antes de que fuera hacia los medios Luque a brindarle al cielo. A su padre, que empujaba desde el nuboso palquillo de la Maestranza frente a lo imposible. A media altura lo intentó dos veces antes de tirar la muleta y mandar. Con lo que le costaba a Pesador , aún más por el pitón izquierdo, con Luque entregando su muleta y esperando un mundo a que metiera la cara. Sigilosamente fue tirando el victorino hacia tablas, donde ya se puso imposible con un Luque prácticamente impotente que se reclinó frente a su testuz antes de irse detrás de la espada y dejar una trasera estocada. Le pidieron la oreja. Más breve fue lo del sexto, desrazado y orientado con el que no pudo pasar de otro majestuoso recibo por lances y una soberbia estocada. Brava tarde de Luque . Prácticamente tres minutos tardó en asomar al ruedo de la Maestranza Planetario , primero de los seis cinqueños que había traído Victorino Martín en su amplia corrida. De una punta del capote agarraba y citaba desde las tablas de la puerta de chiqueros el algabeño José Luis Neiro , que no sabía cómo conectar con la otra punta de los toriles en la que se refugiaba este hombretón primero. Salió como por aburrimiento con su cuajada guapura, muy en el tipo sevillano de esta casa. Olisqueando, escarbando y emplazado. Así se lo encontró el coriano Juan Sierra en un comprometido recibo por lances casi en los medios que recibió la ovación cerrada de la plaza. Con el capote y la pierna contraria por delante fue solventando las acometidas codiciosas de este Planetario en una fatigosa corta distancia de la que no podía escapar. No mejoraba Planetario en una eterna suerte de varas, con el caballo prácticamente encima, ni en unos exigentes cuarteos de banderillas con las patas ancladas y la mirada por delante de las hombreras de los rehileteros. Sobre los pies intentó el de Salteras meterlo en la franela sin poder darle uno alzado. Desesperado, y con el reconocimiento de la plaza, fue a por su desconfiada espada , dejando tres pinchazos y una estocada.A Pepe Valiente , fiel escudero que durante los años de banquillo, gloria y declive ejerció como mozo de espadas , le brindó Manuel Jesús ‘El Cid’ el cuarto de la tarde, último de la trayectoria del primero y, posiblemente, también último del segundo como matador en la Maestranza. Si cortando orejas en temporadas anteriores le ha costado entrar en esta Feria, difícilmente lo hará la próxima después de no haber podido brillar con el que fue buque insignia de su carrera . Victorino, que todo se lo dio en los momentos más necesitados de su carrera, le negaba un último vals. Había apostado demasiado pronto por Cucador cuando trató de volar su mano izquierda sin probaturas y éste fue quien lo probó al segundo. A pesar de algunos enganchones y no pocos esfuerzos cuando el animal le hacía hilo, hizo un bárbaro esfuerzo a sus 51 años, y frente a los cinco que tenía el victorino. Le costó confiarse ante un toro que ni en sus mejores años le hubiera sido fácil.REAL MAESTRANZA Plaza de Toros de Sevilla. Sábado 3 de mayo de 2025. Octava del abono. Lleno en los tendidos. Dos horas y cuarenta y cinco minutos de festejo. Presidió Macarena de Pablo-Romero. Se lidiaron toros de Victorino Martín. 1º, manso y muy agarrado al piso; 2º, tardo, agarrado y exigente; 3º, sin entrega ni empuje; 4º, exigente; 5º, bravo, con entrega y profundidad; 6º, orientado y sin raza. Manuel Jesús ‘El Cid’, de tabaco y oro. Tres pinchazos y estocada perpendicular (silencio); aviso tras tres pinchazos, pinchazo agarrado y descabello (silencio). Manuel Escribano, de azul noche y oro. Pinchazo y estocada (ovación); estocada (dos orejas). Daniel Luque, de gris plomo y oro. Estocada trasera (ovación después de petición); estocada (ovación)..
Le había pregonado a Sevilla Victorino Martín con una semblanza de su vida novilleril, veterinaria y ganadera. Hablaba en aquella exaltación taurina sobre los binomios que a lo largo de estos casi treinta años de trayectoria sevillana se habían dado en la historia de … la Maestranza –«El Tato y Veraniego, Pepín Liria y Gallareto, Ferrera con Disparate y Mecanizado, Ureña y Baratero, El Cid y Borgoñés, Emilio de Justo y Portezolano, Borja Jiménez y Miligrano y Manuel Escribano y Cobradiezmos»–, pero se olvidó de apuntar, o de predecir, lo que también le harían a Mosquetón, el toro de la faena total de un Manuel Escribano que lo terminó rescatando del naufragio en su tarde más plomiza en una Maestranza rendida finalmente al grito de «¡torero, torero!» que pidió impetuosa la vuelta al ruedo a este bravo y emocionante animal que le deberá todos los honores de su memoria a la entrega, maestría y generosidad de su lidiador.
No había o no vino este año desde Las Tiesas ese tipo de toro tan sevillano y hermoso que en los últimos años era garantía de triunfo. Una corrida más sacada de tipo y, por consiguiente, menos extraordinaria en sus formas y más preocupante en sus reacciones, especialmente por la orfandad total de raza de los primeros animales de la tarde, con la que no pasó de voluntad Manuel Jesús ‘El Cid’, meritorio a sus cincuenta y un años; de arrojo y exposición Daniel Luque, enfrentado a un manso de libro y a una alimaña; para terminar elevando a la gloria a un pletórico Manuel Escribano que no especuló en sus esfuerzos y que volcó todo cuanto tiene sobre ese asador que a las diez menos veinte de la noche era la Maestranza.
Se hizo esperar la precisamente esperada portagayola de Manuel Escribano tras haber tentado la ropa en el primero, que fue lo que le faltó después de aquella tremenda paliza sufrida hace justo un año cuando se plantó de hinojos frente a los toriles de la Maestranza. Salvado con méritos el primer ‘escollo’ de la tarde ante Venerado, retomó el camino desde las proximidades del Paseo de Colón hasta las del Baratillo para recibir a Mosquetón en una vibrante salida que tanto se distanció de la de sus hermanos. Más expresivo en su tipo, tuvo tanta emoción como ese tercio de banderillas que Escribano volvió a cerrar, una vez más, sentado sobre el estribo para librar al quiebro el achuchón de la fiera. Si el primer tercio de banderillas de la tarde tuvo exposición, el del quinto fue además dinámico y vibrante. Brindó en los medios el maestro de Gerena antes de que se hiciera el silencio en la Maestranza que por lo bajini coqueteaba con el famoso runrún de las faenas grandes. Que fue lo que finalmente pasó.
Se había doblado junto a las tablas Escribano antes de tirar muy en línea y sin abusar de las profundas embestidas de Mosquetón. «No hay quinto malo, ni en días como hoy», escribíamos cuando en la segunda serie se llevó el bicho su muleta por delante, la pisó y le partió el palillo. Pero volvió a los medios Escribano, igualmente dispuesto con la única receta aplicable al bueno (y al malo) de este encaste: entrega, muleta por delante y que sea lo que Dios quiera. Primero lo enseñó a embestir y después le encontró la hondura; especialmente emocionante con su muleta a ras de suelo y el de Victorino volcando la cara. Máximos reconocimientos al natural, uno de ellos apoteósico a cámara lenta. Mandó la presidenta a tocar el primer aviso cuando cambiaba una espada por otra después de una larguísima y emocionante faena que, como las tragaperras, guardaba el premio gordo para su final: una estocada de libro que valían dos orejas del tamaño de las giraldas de sus taleguillas, que salvaban a Victorino del naufragio y que rendían a la Maestranza.
Se había puesto en pie una hora antes la Maestranza para reconocer el comprometido y difícil tercio de banderillas que acababa de protagonizar Manuel Escribano. Con la misma sonrisa que había tomado los palos saludó una ovación final al encontrar, no sin pocos esfuerzos, el modo en que banderillear a un toro, este Venerado, también tardo y agarrado al piso como el primero de la tarde. De poder a poder le sopló los dos primeros pares, intercalando pitones, para tener que pasar en falso hasta tres en tres ocasiones por la inoperancia de este segundo de Victorino, más lavado y sin perfil, e igualmente sin entrega ni raza. Le había jugado bien los brazos en su solvente recibo por lances. Protestaba por alto Venerado, que mantuvo esa manía de escarbar hasta el final de su lidia.
Entre el vendaval y el terreno que obligaba a pisar para regalar sus embestidas, se hacía una empresa prácticamente imposible cuando Escribano, lleno de tesón y arrojo, olvidó el viento y se plantó en los medios de la Maestranza. Totalmente vendido a la suerte, tiró la moneda en forma de muleta. Muy caídas sus telas, sin más recursos que el de confiar en su amplio conocimiento de este encaste para citar muy abajo y frente al hocico. Le robó diez o quince pases, a regañadientes, llenos de verdad. Le ganaba un pasito al pitón contrario con la diestra para robarle entre trancos otros pocos pases más que abrochó con un sentido cambio de manos que arrancó a Tejera. Después tomó de nuevo la izquierda para someter a Venerado en la que fue la serie más profunda de su majestuosa faena, de encomiable esfuerzo y acertada lidia. Pinchó, raro en él cuando tiene agarrado un triunfo, y sonó el primer aviso. Una fuerte ovación cerró el primer acto de la magnífica tarde de Escribano.
Había llenado la plaza el esperado encontronazo entre maestros de Gerena; Escribano como máximo especialista de la victorinada, Luque como gran figura del momento. Rompió la Maestranza ante el gran recibo de Daniel Luque a Pesador, tercero de la tarde, que le acababa de quitar el capote de su mano izquierda para que el de Gerena, en una solvente improvisación, versionara el recibo a una mano de Morante con el que salvar sus avictorinadas embestidas. De izquierda a derecha iba capeando a la tempestad hasta que al cuarto o quinto lance tomó el percal por el dorso y cuajó soberbias verónicas con la suerte cargada y los vuelos por debajo. Bravo, matador. Lo asó en banderillas Raúl Caricol antes de que fuera hacia los medios Luque a brindarle al cielo. A su padre, que empujaba desde el nuboso palquillo de la Maestranza frente a lo imposible. A media altura lo intentó dos veces antes de tirar la muleta y mandar. Con lo que le costaba a Pesador, aún más por el pitón izquierdo, con Luque entregando su muleta y esperando un mundo a que metiera la cara. Sigilosamente fue tirando el victorino hacia tablas, donde ya se puso imposible con un Luque prácticamente impotente que se reclinó frente a su testuz antes de irse detrás de la espada y dejar una trasera estocada. Le pidieron la oreja. Más breve fue lo del sexto, desrazado y orientado con el que no pudo pasar de otro majestuoso recibo por lances y una soberbia estocada. Brava tarde de Luque.
Prácticamente tres minutos tardó en asomar al ruedo de la Maestranza Planetario, primero de los seis cinqueños que había traído Victorino Martín en su amplia corrida. De una punta del capote agarraba y citaba desde las tablas de la puerta de chiqueros el algabeño José Luis Neiro, que no sabía cómo conectar con la otra punta de los toriles en la que se refugiaba este hombretón primero. Salió como por aburrimiento con su cuajada guapura, muy en el tipo sevillano de esta casa. Olisqueando, escarbando y emplazado. Así se lo encontró el coriano Juan Sierra en un comprometido recibo por lances casi en los medios que mereció la ovación cerrada de la plaza. Con el capote y la pierna contraria por delante fue solventando las acometidas codiciosas de este Planetario en una fatigosa corta distancia de la que no podía escapar. Fue cuando paró el toro el momento en que pudo darle el relevo a su matador, El Cid, que también pasó lo suyo hasta lograr sus primeros lances de la tarde. Habrá que apuntar el meritorio y magistral recibo del banderillero sevillano de cara a los premios de la próxima semana. No todo es el lucimiento personal, señores; aquí un ejemplo. No mejoraba Planetario en una eterna suerte de varas, con el caballo prácticamente encima, ni en unos exigentes cuarteos de banderillas con las patas ancladas y la mirada por delante de las hombreras de los rehileteros. Sobre los pies intentó el de Salteras meterlo en la franela sin poder darle uno de pie. Desesperado, y con el reconocimiento de la plaza, fue a por su desconfiada espada, dejando tres pinchazos y una estocada.
A Pepe Valiente, fiel escudero que durante los años de banquillo, gloria y declive ejerció como mozo de espadas, le brindó Manuel Jesús ‘El Cid’ el cuarto de la tarde, último de la trayectoria del primero y, posiblemente, también último del segundo como matador en la Maestranza. Si cortando orejas en temporadas anteriores le ha costado entrar en esta Feria, difícilmente lo hará la próxima después de no haber podido brillar con el que fue buque insignia de su carrera. Victorino, que todo se lo dio en los momentos más huérfanos de su carrera, le negaba esta última oportunidad. Había apostado demasiado pronto por Cucador cuando trató de volar su mano izquierda sin probaturas y éste fue quien lo probó al segundo. Viró a firmeza en sus toques y voz, más cómodo cuando con la mano derecha se le descubrió el celo animal; ciertamente la primera vez que lo veíamos en la tarde. A pesar de algunos enganchones y no pocos esfuerzos cuando el animal le hacía hilo, hizo un bárbaro esfuerzo El Cid para sus 51 años, y con los cinco que tenía el victorino. Pronto levantó la cara y se complicó todo. Le costó confiarse ante un toro que ni en sus mejores años le hubiera sido fácil.
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Plaza de Toros de Sevilla.
Sábado 3 de mayo de 2025. Octava del abono. Lleno en los tendidos. Dos horas y cuarenta y cinco minutos de festejo. Presidió Macarena de Pablo-Romero. Se lidiaron toros de Victorino Martín. 1º, manso y muy agarrado al piso; 2º, tardo, agarrado y exigente; 3º, sin entrega ni empuje; 4º, exigente; 5º, bravo, con entrega y profundidad; 6º, orientado y sin raza. -
Manuel Jesús ‘El Cid’,
de tabaco y oro. Tres pinchazos y estocada perpendicular (silencio); aviso tras tres pinchazos, pinchazo agarrado y descabello (silencio). -
Manuel Escribano,
de azul noche y oro. Pinchazo y estocada (ovación); estocada (dos orejas). -
Daniel Luque,
de gris plomo y oro. Estocada trasera (ovación después de petición); estocada (ovación).
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