La escritora Espido Freire (Bilbao, 50 años) ha conquistado este 2025 el premio Anaya de Literatura Juvenil con El diario de la peste, una novela que mezcla a la perfección géneros (histórico, aventuras, intriga, de formación) para trasladar con maestría a los lectores a la España de finales del siglo XVI. Allí Elena Hurtado López de Ayala, una joven de una familia burguesa recientemente prometida, se verá obligada a escapar de su casa junto a su hermano con discapacidad en mitad de la epidemia cuando escucha que sus criados planean matarles, aprovechando la ausencia de sus padres.
Elena podría sumarse a la corriente de protagonistas femeninas fuertes y empoderadas que lleva años en plena efervescencia en un sector editorial infantil sediento de referentes femeninos, pero Freire rehúye de esta etiqueta. “La verdad es que la pobre Elena estaría muy satisfecha, sin coger las riendas de nada, ni de su vida, ni de todo lo que le espera”, sostiene la autora, que considera que su protagonista, más que por su fortaleza, puede ser una referente como modelo de comportamiento: “Se muestra siempre coherente, se enfrenta a sus miedos con habilidad y astucia y cuida de su hermano en un mundo en el que nadie se preocupa más que de uno mismo”.
Para Freire, que en 1999, con apenas 25 años, se convirtió en la escritora más joven en ganar el premio Planeta, obtener un cuarto de siglo después el Anaya implica “un compromiso aún mayor y una continuidad ya imparable” en el mundo de la literatura juvenil. “¡Hacía tanto que quería contar esta historia, que inventé cuando era una niña…! Y ahora obtengo un premio por ella. Estoy muy contenta, es algo muy importante para alguien como yo, que se toma muy en serio su obra juvenil”, afirma.
PREGUNTA. Desde su experiencia, ¿observa que muchas veces a la literatura juvenil y a los escritores que se dedican a ella se les trata como si fuesen de una categoría inferior?
RESPUESTA. En realidad, diría que eso ocurre con todos los subgéneros, que el menosprecio es hacia todo lo que no sea la novela literaria. Por otro lado, existe una necesidad de etiquetar todo: incluso la venta en librerías se realiza de esa manera. Para mí, como autora, la cuestión es otra: hay historias que creo que pueden contarse de forma más adecuada, de una manera u otra, destinada a un lector u otro. A priori, no desecho nada, ni formatos, ni posibles narraciones. Pero entiendo que para el lector y para el librero eso sea confuso.
P. ¿Qué le aporta escribir literatura infantil y juvenil?
R. La pregunta debería ser la contraria, ¿qué puedo aportar yo?
P. Cambiemos la pregunta entonces: ¿Qué puede aportar usted?
R. Me preocupa la formación en niños y adultos, me inquieta lo que leen y lo que están dejando de leer. Hay una descompensación entre la lectura puramente de entretenimiento y el necesario acercamiento a los clásicos, una exigencia de que todo sea sencillo, divertido y accesible con la que no estoy enteramente de acuerdo. A veces, lo divertido es que las cosas no sean ni tan sencillas ni tan accesibles. En mi caso, la apuesta por los valores éticos y por novelas que permiten conocimientos transversales —que con ellas se interesen, por ejemplo, por la historia, la lengua española, el latín o las estructuras sociales— ha sido muy bien acogida. También he adaptado clásicos españoles, como El Cid o El Conde Lucanor, para jóvenes.
P. Creativamente, ¿cómo es el tránsito entre la novela adulta y la novela juvenil? ¿Qué cambia a la hora de escribir para un público o para otro?
R. La complejidad de la estructura, el vocabulario y el ritmo. Los protagonistas, que suelen compartir la edad de los lectores. He de reconocer que no soy especialmente complaciente con ellos: creo que son inteligentes, y si pueden seguir estructuras narrativas complejas en juegos o realities, pueden seguirlas en una novela. A veces en los encuentros con chavales los lectores más vaguetes me lo echan en cara. Pero bueno, quejarse porque tienen que leer es parte del juego.
P. En una entrevista a la escritora Bárbara Montes y el psicólogo Juan Gómez-Jurado me dijeron que para ellos es “infinitamente más difícil” escribir para niños y niñas que para adultos.
R. Existe ese mito, ¿verdad? Yo no lo creo. Una novela para adultos bien escrita, con vocación literaria, con la profundidad y el desgarro que eso conlleva, es algo muy complicado de acometer. Pero de ahí a escribir “cualquier cosa” porque “total, es para chavales” hay un mundo.
P. ¿Qué busca con sus novelas juveniles?
R. Todos mis libros buscan que los lectores piensen. Hay ya muchos otros autores que escriben maravillosas novelas de entretenimiento, pero mi búsqueda es otra. ¿Qué harían ellos si algo así, una epidemia, les asaltara? Muchos de los lectores guardan un recuerdo muy vivo de la pandemia, aunque eran pequeños. ¿Qué harían si volviera a ocurrir? Todos ellos han sido sobreprotegidos hasta la exageración, ¿qué saben hacer por sí mismos? La novela les está encantado, y pensar en esas cuestiones, aunque sea desde la seguridad de su habitación, eso es cierto, también les gusta.
P. Igual que le pasa a la lectura juvenil, los adolescentes también cargan con su propio estigma: que si no leen, que si solo están con las pantallas…
R. Llevo 27 años, desde mi primera novela, con giras por institutos. Sin exagerar, son ya miles de experiencias. Hay diferencias muy notables entre regiones y centros: la labor de los profesores aquí es vital. También se está produciendo un sesgo por género: en cada clase encontramos ahora niñas muy lectoras, y, curioso, niñas que muestran afán por escribir. Hay menos casos así en niños, aunque algunos muestran interés por dibujar cómics o dirigir proyectos en los que se cuentan historias (psdcasts, juegos de rol, etcétera). Pero si los adultos solo estamos con pantallas, ¿qué les podemos pedir a ellos?
P. La literatura infantil y juvenil, en todo caso, lleva varios años tirando de las ventas del sector editorial en España y, según datos del Ministerio de Cultura, los jóvenes de 14 a 24 años constituyen el grupo de población que más lee. ¿A qué cree que se deben estas buenas cifras?
R. A que tienen acceso a los libros, y hay un empeño muy marcado por parte de los adultos de que lean de niños, que tengan ejemplares en casa, que poco a poco da sus frutos. Por otro lado, con la maravilla de ediciones que ahora hay para ellos, ¿quién no querría leer? Se ha trabajado mucho esa franja de edad: desde el aula, desde las bibliotecas, en casa…. Aún nos queda mucho por conseguir, pero las cifras han mejorado significativamente.
P. ¿Se puede decir que seguirá habiendo espacio para la literatura en un mundo hiperdigitalizado?
R. Todo cambia, casi todo permanece. ¿Quién sabe qué nos traerá la tecnología en pocos años? Mi apuesta es que sí. Sería horrible que la lectura volviera a ser el privilegio de una élite y que el resto se manejaran únicamente con lo audiovisual.
La autora, premio Anaya 2025 de Literatura Juvenil con ‘El diario de la peste’, una novela que traslada a los lectores a la España de finales del siglo XVI, sostiene que si los jóvenes pueden seguir estructuras narrativas complejas en juegos o ‘realities’ pueden entenderlas en una novela
La escritora Espido Freire (Bilbao, 50 años) ha conquistado este 2025 el premio Anaya de Literatura Juvenil con El diario de la peste, una novela que mezcla a la perfección géneros (histórico, aventuras, intriga, de formación) para trasladar con maestría a los lectores a la España de finales del siglo XVI. Allí Elena Hurtado López de Ayala, una joven de una familia burguesa recientemente prometida, se verá obligada a escapar de su casa junto a su hermano con discapacidad en mitad de la epidemia cuando escucha que sus criados planean matarles, aprovechando la ausencia de sus padres.
Elena podría sumarse a la corriente de protagonistas femeninas fuertes y empoderadas que lleva años en plena efervescencia en un sector editorial infantil sediento de referentes femeninos, pero Freire rehúye de esta etiqueta. “La verdad es que la pobre Elena estaría muy satisfecha, sin coger las riendas de nada, ni de su vida, ni de todo lo que le espera”, sostiene la autora, que considera que su protagonista, más que por su fortaleza, puede ser una referente como modelo de comportamiento: “Se muestra siempre coherente, se enfrenta a sus miedos con habilidad y astucia y cuida de su hermano en un mundo en el que nadie se preocupa más que de uno mismo”.
Para Freire, que en 1999, con apenas 25 años, se convirtió en la escritora más joven en ganar el premio Planeta, obtener un cuarto de siglo después el Anaya implica “un compromiso aún mayor y una continuidad ya imparable” en el mundo de la literatura juvenil. “¡Hacía tanto que quería contar esta historia, que inventé cuando era una niña…! Y ahora obtengo un premio por ella. Estoy muy contenta, es algo muy importante para alguien como yo, que se toma muy en serio su obra juvenil”, afirma.
PREGUNTA. Desde su experiencia, ¿observa que muchas veces a la literatura juvenil y a los escritores que se dedican a ella se les trata como si fuesen de una categoría inferior?
RESPUESTA. En realidad, diría que eso ocurre con todos los subgéneros, que el menosprecio es hacia todo lo que no sea la novela literaria. Por otro lado, existe una necesidad de etiquetar todo: incluso la venta en librerías se realiza de esa manera. Para mí, como autora, la cuestión es otra: hay historias que creo que pueden contarse de forma más adecuada, de una manera u otra, destinada a un lector u otro. A priori, no desecho nada, ni formatos, ni posibles narraciones. Pero entiendo que para el lector y para el librero eso sea confuso.
P. ¿Qué le aporta escribir literatura infantil y juvenil?
R. La pregunta debería ser la contraria, ¿qué puedo aportar yo?
P. Cambiemos la pregunta entonces: ¿Qué puede aportar usted?
R. Me preocupa la formación en niños y adultos, me inquieta lo que leen y lo que están dejando de leer. Hay una descompensación entre la lectura puramente de entretenimiento y el necesario acercamiento a los clásicos, una exigencia de que todo sea sencillo, divertido y accesible con la que no estoy enteramente de acuerdo. A veces, lo divertido es que las cosas no sean ni tan sencillas ni tan accesibles. En mi caso, la apuesta por los valores éticos y por novelas que permiten conocimientos transversales —que con ellas se interesen, por ejemplo, por la historia, la lengua española, el latín o las estructuras sociales— ha sido muy bien acogida. También he adaptado clásicos españoles, como El Cid o El Conde Lucanor, para jóvenes.
P. Creativamente, ¿cómo es el tránsito entre la novela adulta y la novela juvenil? ¿Qué cambia a la hora de escribir para un público o para otro?
R. La complejidad de la estructura, el vocabulario y el ritmo. Los protagonistas, que suelen compartir la edad de los lectores. He de reconocer que no soy especialmente complaciente con ellos: creo que son inteligentes, y si pueden seguir estructuras narrativas complejas en juegos o realities, pueden seguirlas en una novela. A veces en los encuentros con chavales los lectores más vaguetes me lo echan en cara. Pero bueno, quejarse porque tienen que leer es parte del juego.
P. En una entrevista a la escritora Bárbara Montes y el psicólogo Juan Gómez-Jurado me dijeron que para ellos es “infinitamente más difícil” escribir para niños y niñas que para adultos.
R. Existe ese mito, ¿verdad? Yo no lo creo. Una novela para adultos bien escrita, con vocación literaria, con la profundidad y el desgarro que eso conlleva, es algo muy complicado de acometer. Pero de ahí a escribir “cualquier cosa” porque “total, es para chavales” hay un mundo.
P. ¿Qué busca con sus novelas juveniles?
R. Todos mis libros buscan que los lectores piensen. Hay ya muchos otros autores que escriben maravillosas novelas de entretenimiento, pero mi búsqueda es otra. ¿Qué harían ellos si algo así, una epidemia, les asaltara? Muchos de los lectores guardan un recuerdo muy vivo de la pandemia, aunque eran pequeños. ¿Qué harían si volviera a ocurrir? Todos ellos han sido sobreprotegidos hasta la exageración, ¿qué saben hacer por sí mismos? La novela les está encantado, y pensar en esas cuestiones, aunque sea desde la seguridad de su habitación, eso es cierto, también les gusta.

P. Igual que le pasa a la lectura juvenil, los adolescentes también cargan con su propio estigma: que si no leen, que si solo están con las pantallas…
R. Llevo 27 años, desde mi primera novela, con giras por institutos. Sin exagerar, son ya miles de experiencias. Hay diferencias muy notables entre regiones y centros: la labor de los profesores aquí es vital. También se está produciendo un sesgo por género: en cada clase encontramos ahora niñas muy lectoras, y, curioso, niñas que muestran afán por escribir. Hay menos casos así en niños, aunque algunos muestran interés por dibujar cómics o dirigir proyectos en los que se cuentan historias (psdcasts, juegos de rol, etcétera). Pero si los adultos solo estamos con pantallas, ¿qué les podemos pedir a ellos?
P. La literatura infantil y juvenil, en todo caso, lleva varios años tirando de las ventas del sector editorial en España y, según datos del Ministerio de Cultura, los jóvenes de 14 a 24 años constituyen el grupo de población que más lee. ¿A qué cree que se deben estas buenas cifras?
R. A que tienen acceso a los libros, y hay un empeño muy marcado por parte de los adultos de que lean de niños, que tengan ejemplares en casa, que poco a poco da sus frutos. Por otro lado, con la maravilla de ediciones que ahora hay para ellos, ¿quién no querría leer? Se ha trabajado mucho esa franja de edad: desde el aula, desde las bibliotecas, en casa…. Aún nos queda mucho por conseguir, pero las cifras han mejorado significativamente.
P. ¿Se puede decir que seguirá habiendo espacio para la literatura en un mundo hiperdigitalizado?
R. Todo cambia, casi todo permanece. ¿Quién sabe qué nos traerá la tecnología en pocos años? Mi apuesta es que sí. Sería horrible que la lectura volviera a ser el privilegio de una élite y que el resto se manejaran únicamente con lo audiovisual.
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