En su Libro de los seres imaginarios, escrito en colaboración con Margarita Guerrero, Jorge Luis Borges describe una especie de pájaros fantásticos, los goofus birds, que prefieren volar marcha atrás porque les importa más de donde vienen que a dónde van.
Canales como VinTV, dedicado a las series antiguas, y otros programas nostálgicos caracterizan a una sociedad de futuro abolido que necesita el pasado siempre a mano
En su Libro de los seres imaginarios, escrito en colaboración con Margarita Guerrero, Jorge Luis Borges describe una especie de pájaros fantásticos, los goofus birds, que prefieren volar marcha atrás porque les importa más de donde vienen que a dónde van.
Es el signo de estos tiempos de futuro abolido: como delante no se ve nada, es mejor mirar hacia atrás, cuando el mundo parecía más amable y predecible. Y ese atrás se encuentra fácilmente en la pantalla: es lo que ofrece el nuevo canal de “televisión vintage” VinTV que, además de promocionarse enviando a las redacciones grandes frascos de chucherías retro, despliega una nutrida selección de series de las de antes: El coche fantástico, Campeones: Oliver y Benji, Ally McBeal, V, Twin Peaks, Las chicas de oro, Expediente X, Corrupción en Miami o El hombre y la Tierra. “El canal más flipante para rememorar aquellas tardes de merienda y tele”, dice el vídeo promocional.
La televisión es un territorio perfecto para la nostalgia. Una de las series del momento, Superestar, basada en el fenómeno socioespectacular del tamarismo, es un ejercicio de nostalgia hacia un tipo de televisión demencial y basuril que, sin embargo, muestra cierto encanto inocente vista desde la distancia. En RTVE son comunes los programas que recuperan los good ol’ times del inmenso archivo de la casa, como Cachitos de hierro y cromo, Tesoros de la tele o Viaje al centro de la tele, por no hablar de series documentales como Ochéntame otra vez o Novéntame otra vez.
Pero, sin duda, el nuevo canal VinTV se lleva la palma en el manifiesto empeño nostálgico, al traernos de nuevo la esponjosa pelambrera de Michael Knight a bordo del lenguaraz coche Kit o la inolvidable sintonía de Oliver y Benji (tan inolvidable que mi hija de tres años, no sé por qué, la canturrea sin conocer siquiera la existencia de la serie: misterios de la transmisión cultural).

El pensador Grafton Tanner ha acuñado el término porsiemprismo, algo confuso en castellano, que viene del inglés foreverism, donde forever es “para siempre” (véase el libro homónimo en la editorial Caja Negra). Es una forma de enfrentar la nostalgia: consiste en mantener las cosas del pasado siempre vivas, nunca muertas. Tanner es discípulo del crítico cultural Simon Reynolds que puso en boga otro fenómeno precedente, el de la retromanía.
La cultura popular, para Reynolds, especialmente la música, había llegado en el siglo XXI a una situación de estancamiento en la que solo cabía mirar hacia atrás: estaba obsesionada por su propio pasado (como los goofus birds que recoge Borges). De ahí los continuos remakes y revivals, la reedición de discos clásicos, las modas vintage, las nuevas giras de las viejas bandas, aunque esas bandas hubieran prometido no juntarse nunca más.
“Nunca existió en la historia humana una sociedad tan obsesionada por los artefactos culturales de su pasado inmediato (…) ¿La nostalgia obstaculiza la capacidad de avanzar de nuestra cultura? ¿O somos nostálgicos porque nuestra cultura ha dejado de avanzar?”, escribe Reynolds, quien se adelantó unos años a esta sensación general de no futuro; el mismo no future que también había predicho el punk.
Tanner parte de esa base para añadir algunos matices: cuenta cómo, una vez dada la nostalgia, la industria la promueve para sacar la máxima rentabilidad. Nos deja atrapados consumiendo lo familiar y evitando lo nuevo, con las consecuencias sociopolíticas que se pueden extraer de ello: el consuelo y la trampa. Por un lado, la nostalgia puede funcionar como refugio ante la incertidumbre del presente. Por otro, paraliza la imaginación colectiva y la acción social, es una forma de evasión: la imposibilidad de actuar en el presente.

Ante la decadencia de la idea de progreso hacía falta otra manera de lidiar con la nostalgia: reiniciar el pasado y hacerlo omnipresente: “El porsiemprismo prometería eliminar la posibilidad de pérdida manteniendo vivo el pasado en el presente, y, como resultado, la nostalgia sería finalmente conquistada”, escribe Tanner. En la práctica el porsiemprismo se materializa en la ampliación sin límite de universos cinematográficos como los de Marvel o Star Wars: no es posible la nostalgia cuando están en constante renovación.
El historial de las redes sociales, ese que se revisa cuando un político o artista adquiere notoriedad, el archivo fotográfico en la nube o las tecnologías de clonación de la imagen y la voz son otras de sus expresiones. Lola Flores murió en 1995, pero puede seguir presente en anuncios de cerveza andaluza (esa que algunos norteños dicen que no merece el nombre de cerveza). Incluso la revisión de obras clásicas para corregir sus mensajes irrespetuosos o retrógrados y hacerlas acordes con las aspiraciones identitarias actuales (la tan cacareada dictadura woke) podría verse como una manera de mantenerlas siempre aptas para el mundo actual.

Esto tiene sus derivadas políticas: en una sociedad porsiemprista, a juicio de Tanner, se privilegia el statu quo antes que el progreso. “Las leyes para mejorar la vida de la clase trabajadora nunca se aprueban; la deuda mantiene a la gente atascada en su sitio, incapaz de avanzar; las personas sienten que no tienen control de sus propias vidas. Mientras tanto el capitalismo protege el crecimiento de las ganancias de las élites, al tiempo que al resto de nosotros nos dice que actualizaciones insignificantes y graduales son todo a lo que podemos aspirar. La acción es limitada, predeterminada, predecible. Parece que no hay nada que puedas hacer”, escribe.
VinTV, la televisión vintage, es el canal porsiemprista por excelencia; ese es su afán declarado: hacer presente el pasado en el presente. El futuro nos resulta borroso, incierto, incluso aterrador, pero siempre podemos tratar de recuperar la experiencia de aquellas tardes de merienda cuando todo iba más o menos bien, viendo a los lagartos de V deglutir ratones de un bocado, el vuelo de un águila real bajo la voz nasal de Félix Rodríguez de la Fuente o el desparpajo de las adorables chicas de oro que, por cierto, eran mucho más jóvenes de lo que parecen según los cánones del presente, siempre el presente.
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