En el principio fue la guitarra, que comenzó acompañando el cante para, sin abandonar nunca su función primigenia, terminar emancipándose como solista de concierto y convertirse en vehículo de la evolución de la música flamenca. Tras ella, el género no ha cesado de incorporar más instrumentos, que le han aportado nuevos colores y sonoridades. Es común la cita a los pioneros: el jienense Fernando Vilches y el cubano Aquilino Calzado Negro Aquilino, saxofonistas que, en los años treinta del pasado siglo, fueron populares cantando una variedad de estilos. Ya en la segunda mitad del mismo siglo, nacería el piano flamenco al que, desde Sevilla, dieron vida Arturo Pavón y José Romero.
El piano, totalmente asentado en el género, cuenta hoy día con una extensa nómina de creadores e intérpretes de primer nivel, pero la incorporación de más y nuevos instrumentos no se ha detenido. El productor Ricardo Pachón, con La leyenda del tiempo de Camarón, abrió la espita, de la misma forma que Paco de Lucía lo hizo con su popular sexteto, pero, en ambos casos, se trataba de acompañar al cante o a la guitarra, aunque de aquel sexteto surgieron solistas de referencia como el flautista Jorge Pardo o el bajista Carles Benavent.
Con el tiempo, la escena flamenca fue sumando más timbres e individualidades, y así, y “para que el Concurso reflejara lo que ocurría en ella”, José Manuel Gamboa sugirió al Festival Internacional del Cante de las Minas de la Unión (Murcia) la creación del premio Filón al mejor instrumentista flamenco, una convocatoria que, en sus 14 años de existencia, ha recogido la emergente creatividad de una excelente generación de músicos. Sus premios han estado mayormente dominados por instrumentos ya muy asimilados como el piano (cinco galardones) o la flauta travesera (tres), pero también irrumpió la marimba en dos ocasiones y, en la última edición, se alzó ganador el violonchelista José El Marqués (José Luis López, 59 años).
Este chelista madrileño, de formación clásica, acumula una larga relación con el género. Hace 20 años publicó Soleando, el primer disco de violonchelo flamenco de la historia, como resultado de una pasión por este arte, adquirida a través de sus colaboraciones con artistas del cante, el baile o el toque. Fundamental en esa experiencia ha sido también su participación —junto a Pablo Suárez (piano) y Ramiro Obedman (saxo y flauta)— en Camerata Flamenco Project, una formación con la que grabó cuatro discos, y con la que se sucedieron colaboraciones con más artistas flamencos: Carmen Linares, la bailaora Rafaela Carrasco… Recientemente, también se le ha podido escuchar en la grabación Recordando a Marchena de la cantaora Sandra Carrasco.
Tras el galardón, López se propuso “asumir en su totalidad el universo sonoro del flamenco con el violonchelo como único actor”, lo que le ha supuesto “un proceso de intenso aprendizaje personal, así como una experiencia espiritual y embriagadora”, en sus propias palabras. El resultado es la grabación Los cantes del Marqués, un disco autoeditado disponible en plataformas y también por venta on line, en formato físico (chelloshop.com). Contiene 9 estilos flamencos y una composición libre, Liturgia, un experimental ejercicio de pizzicato, rematado por la melodía de una célebre cantiga medieval dedicada a Santa María.
El chelo como instrumento solista, a pesar de su larga convivencia con el flamenco, se antoja de inicio como todo un reto. Porque ¿cómo casar su natural gravedad y profundidad con los estilos más rítmicos y ligeros del género? La incógnita se resuelve, nada más iniciar la escucha, con unas alegrías que terminan rezumando el ritmo y la gracilidad propia del estilo. Algo parecido ocurre con la guajira o con el garrotín, pero, en cualquier caso, la interpretación nunca se limita a una simple reproducción de las estructuras rítmicas o melódicas de cada estilo, cada corte se afronta como una creación/recreación que respeta esas estructuras, pero con una libertad que se nutre de la exploración de la versatilidad, riqueza tímbrica y amplia gama sonora del instrumento. Ni qué decir tiene que su sonoridad se adhiere mejor al lirismo de la nana, la jondura de la minera o la vieja música del romance, que es el de La monja a la fuerza que transmitiera El Negro de El Puerto.
La jerezana Ana Crismán (42 años) ha creado el arpa flamenca, un instrumento inédito hasta ahora en el género. No hay referencias, su primera grabación, Arpaora, todo es suyo. En la primera escucha, su música destaca por la delicadeza cristalina que emanan las cuerdas, pero es solo una fragilidad aparente que no le impedirá exhibir carácter según va abordando los diferentes estilos (granaína, seguiriya, soleá, tientos/tangos, alegrías o bulerías) hasta llegar a las bulerías donde exhibe unos bordonazos de impresión. A la postre—y como en la guitarra— se trata de cuerdas pulsadas y ella se ha preocupado de que, aunque con una sonoridad más antigua, el toque que extrae de ellas suene flamenco y llegue a evocar recursos propios de la sonanta como el trémolo o la alzapúa. En ocasiones se acompaña de cante y sorprende aquí la elección de los cantaores —Vicente Soto, José Valencia y Jesús Méndez— y de la cantaora, Tomasa La Macanita, todos poseedores de un grueso metal al que parece no temer si está garantizada la jondura que persigue.
Otro instrumento inédito en el género ha sido el vibráfono, tan asociado al jazz, hasta que el siempre inquieto baterista y percusionista catalán Marc Miralta (58 años) lo ha llevado a los terrenos del flamenco en la grabación Flamenco Vibes. Lo hace con el apoyo, eso sí, de un sólido combo de corte jazzístico, del que es líder y voz principal, aunque comparta en ocasiones protagonismo con algunos de los miembros de la banda. Dentro de ese planteamiento, recurre a algunas de las estructuras rítmicas como en los Tangos irreversibles, unos tanguillos y la adaptación del clásico Body&Soul al compás de 12 tiempos. Los temas incluyen largos desarrollos fusionando dos composiciones en lo que denominan “tune sandwich”. Se podría afirmar que es un nuevo ejemplo de la línea de jazz-flamenco tan del gusto en esa tierra, pero no deja de ser muy atractivo, de incuestionable calidad y con un punto de frescura por momentos.
En el principio fue la guitarra, que comenzó acompañando el cante para, sin abandonar nunca su función primigenia, terminar emancipándose como solista de concierto y convertirse en vehículo de la evolución de la música flamenca. Tras ella, el género no ha cesado de incorporar más instrumentos, que le han aportado nuevos colores y sonoridades. Es común la cita a los pioneros: el jienense Fernando Vilches y el cubano Aquilino Calzado Negro Aquilino, saxofonistas que, en los años treinta del pasado siglo, fueron populares cantando una variedad de estilos. Ya en la segunda mitad del mismo siglo, nacería el piano flamenco al que, desde Sevilla, dieron vida Arturo Pavón y José Romero.El piano, totalmente asentado en el género, cuenta hoy día con una extensa nómina de creadores e intérpretes de primer nivel, pero la incorporación de más y nuevos instrumentos no se ha detenido. El productor Ricardo Pachón, con La leyenda del tiempo de Camarón, abrió la espita, de la misma forma que Paco de Lucía lo hizo con su popular sexteto, pero, en ambos casos, se trataba de acompañar al cante o a la guitarra, aunque de aquel sexteto surgieron solistas de referencia como el flautista Jorge Pardo o el bajista Carles Benavent.Con el tiempo, la escena flamenca fue sumando más timbres e individualidades, y así, y “para que el Concurso reflejara lo que ocurría en ella”, José Manuel Gamboa sugirió al Festival Internacional del Cante de las Minas de la Unión (Murcia) la creación del premio Filón al mejor instrumentista flamenco, una convocatoria que, en sus 14 años de existencia, ha recogido la emergente creatividad de una excelente generación de músicos. Sus premios han estado mayormente dominados por instrumentos ya muy asimilados como el piano (cinco galardones) o la flauta travesera (tres), pero también irrumpió la marimba en dos ocasiones y, en la última edición, se alzó ganador el violonchelista José El Marqués (José Luis López, 59 años).Este chelista madrileño, de formación clásica, acumula una larga relación con el género. Hace 20 años publicó Soleando, el primer disco de violonchelo flamenco de la historia, como resultado de una pasión por este arte, adquirida a través de sus colaboraciones con artistas del cante, el baile o el toque. Fundamental en esa experiencia ha sido también su participación —junto a Pablo Suárez (piano) y Ramiro Obedman (saxo y flauta)— en Camerata Flamenco Project, una formación con la que grabó cuatro discos, y con la que se sucedieron colaboraciones con más artistas flamencos: Carmen Linares, la bailaora Rafaela Carrasco… Recientemente, también se le ha podido escuchar en la grabación Recordando a Marchena de la cantaora Sandra Carrasco.Tras el galardón, López se propuso “asumir en su totalidad el universo sonoro del flamenco con el violonchelo como único actor”, lo que le ha supuesto “un proceso de intenso aprendizaje personal, así como una experiencia espiritual y embriagadora”, en sus propias palabras. El resultado es la grabación Los cantes del Marqués, un disco autoeditado disponible en plataformas y también por venta on line, en formato físico (chelloshop.com). Contiene 9 estilos flamencos y una composición libre, Liturgia, un experimental ejercicio de pizzicato, rematado por la melodía de una célebre cantiga medieval dedicada a Santa María.El chelo como instrumento solista, a pesar de su larga convivencia con el flamenco, se antoja de inicio como todo un reto. Porque ¿cómo casar su natural gravedad y profundidad con los estilos más rítmicos y ligeros del género? La incógnita se resuelve, nada más iniciar la escucha, con unas alegrías que terminan rezumando el ritmo y la gracilidad propia del estilo. Algo parecido ocurre con la guajira o con el garrotín, pero, en cualquier caso, la interpretación nunca se limita a una simple reproducción de las estructuras rítmicas o melódicas de cada estilo, cada corte se afronta como una creación/recreación que respeta esas estructuras, pero con una libertad que se nutre de la exploración de la versatilidad, riqueza tímbrica y amplia gama sonora del instrumento. Ni qué decir tiene que su sonoridad se adhiere mejor al lirismo de la nana, la jondura de la minera o la vieja música del romance, que es el de La monja a la fuerza que transmitiera El Negro de El Puerto.La jerezana Ana Crismán (42 años) ha creado el arpa flamenca, un instrumento inédito hasta ahora en el género. No hay referencias, su primera grabación, Arpaora, todo es suyo. En la primera escucha, su música destaca por la delicadeza cristalina que emanan las cuerdas, pero es solo una fragilidad aparente que no le impedirá exhibir carácter según va abordando los diferentes estilos (granaína, seguiriya, soleá, tientos/tangos, alegrías o bulerías) hasta llegar a las bulerías donde exhibe unos bordonazos de impresión. A la postre—y como en la guitarra— se trata de cuerdas pulsadas y ella se ha preocupado de que, aunque con una sonoridad más antigua, el toque que extrae de ellas suene flamenco y llegue a evocar recursos propios de la sonanta como el trémolo o la alzapúa. En ocasiones se acompaña de cante y sorprende aquí la elección de los cantaores —Vicente Soto, José Valencia y Jesús Méndez— y de la cantaora, Tomasa La Macanita, todos poseedores de un grueso metal al que parece no temer si está garantizada la jondura que persigue.Otro instrumento inédito en el género ha sido el vibráfono, tan asociado al jazz, hasta que el siempre inquieto baterista y percusionista catalán Marc Miralta (58 años) lo ha llevado a los terrenos del flamenco en la grabación Flamenco Vibes. Lo hace con el apoyo, eso sí, de un sólido combo de corte jazzístico, del que es líder y voz principal, aunque comparta en ocasiones protagonismo con algunos de los miembros de la banda. Dentro de ese planteamiento, recurre a algunas de las estructuras rítmicas como en los Tangos irreversibles, unos tanguillos y la adaptación del clásico Body&Soul al compás de 12 tiempos. Los temas incluyen largos desarrollos fusionando dos composiciones en lo que denominan “tune sandwich”. Se podría afirmar que es un nuevo ejemplo de la línea de jazz-flamenco tan del gusto en esa tierra, pero no deja de ser muy atractivo, de incuestionable calidad y con un punto de frescura por momentos. Seguir leyendo
En el principio fue la guitarra, que comenzó acompañando el cante para, sin abandonar nunca su función primigenia, terminar emancipándose como solista de concierto y convertirse en vehículo de la evolución de la música flamenca. Tras ella, el género no ha cesado de incorporar más instrumentos, que le han aportado nuevos colores y sonoridades. Es común la cita a los pioneros: el jienense Fernando Vilches y el cubano Aquilino Calzado Negro Aquilino, saxofonistas que, en los años treinta del pasado siglo, fueron populares cantando una variedad de estilos. Ya en la segunda mitad del mismo siglo, nacería el piano flamenco al que, desde Sevilla, dieron vida Arturo Pavón y José Romero.
El piano, totalmente asentado en el género, cuenta hoy día con una extensa nómina de creadores e intérpretes de primer nivel, pero la incorporación de más y nuevos instrumentos no se ha detenido. El productor Ricardo Pachón, con La leyenda del tiempo de Camarón, abrió la espita, de la misma forma que Paco de Lucía lo hizo con su popular sexteto, pero, en ambos casos, se trataba de acompañar al cante o a la guitarra, aunque de aquel sexteto surgieron solistas de referencia como el flautista Jorge Pardo o el bajista Carles Benavent.

Con el tiempo, la escena flamenca fue sumando más timbres e individualidades, y así, y “para que el Concurso reflejara lo que ocurría en ella”, José Manuel Gamboa sugirió al Festival Internacional del Cante de las Minas de la Unión (Murcia) la creación del premio Filón al mejor instrumentista flamenco, una convocatoria que, en sus 14 años de existencia, ha recogido la emergente creatividad de una excelente generación de músicos. Sus premios han estado mayormente dominados por instrumentos ya muy asimilados como el piano (cinco galardones) o la flauta travesera (tres), pero también irrumpió la marimba en dos ocasiones y, en la última edición, se alzó ganador el violonchelista José El Marqués (José Luis López, 59 años).
Este chelista madrileño, de formación clásica, acumula una larga relación con el género. Hace 20 años publicó Soleando, el primer disco de violonchelo flamenco de la historia, como resultado de una pasión por este arte, adquirida a través de sus colaboraciones con artistas del cante, el baile o el toque. Fundamental en esa experiencia ha sido también su participación —junto a Pablo Suárez (piano) y Ramiro Obedman (saxo y flauta)— en Camerata Flamenco Project, una formación con la que grabó cuatro discos, y con la que se sucedieron colaboraciones con más artistas flamencos: Carmen Linares, la bailaora Rafaela Carrasco… Recientemente, también se le ha podido escuchar en la grabación Recordando a Marchena de la cantaora Sandra Carrasco.
Tras el galardón, López se propuso “asumir en su totalidad el universo sonoro del flamenco con el violonchelo como único actor”, lo que le ha supuesto “un proceso de intenso aprendizaje personal, así como una experiencia espiritual y embriagadora”, en sus propias palabras. El resultado es la grabación Los cantes del Marqués, un disco autoeditado disponible en plataformas y también por venta on line, en formato físico (chelloshop.com). Contiene 9 estilos flamencos y una composición libre, Liturgia, un experimental ejercicio de pizzicato, rematado por la melodía de una célebre cantiga medieval dedicada a Santa María.
El chelo como instrumento solista, a pesar de su larga convivencia con el flamenco, se antoja de inicio como todo un reto. Porque ¿cómo casar su natural gravedad y profundidad con los estilos más rítmicos y ligeros del género? La incógnita se resuelve, nada más iniciar la escucha, con unas alegrías que terminan rezumando el ritmo y la gracilidad propia del estilo. Algo parecido ocurre con la guajira o con el garrotín, pero, en cualquier caso, la interpretación nunca se limita a una simple reproducción de las estructuras rítmicas o melódicas de cada estilo, cada corte se afronta como una creación/recreación que respeta esas estructuras, pero con una libertad que se nutre de la exploración de la versatilidad, riqueza tímbrica y amplia gama sonora del instrumento. Ni qué decir tiene que su sonoridad se adhiere mejor al lirismo de la nana, la jondura de la minera o la vieja música del romance, que es el de La monja a la fuerza que transmitiera El Negro de El Puerto.

La jerezana Ana Crismán (42 años) ha creado el arpa flamenca, un instrumento inédito hasta ahora en el género. No hay referencias, su primera grabación, Arpaora, todo es suyo. En la primera escucha, su música destaca por la delicadeza cristalina que emanan las cuerdas, pero es solo una fragilidad aparente que no le impedirá exhibir carácter según va abordando los diferentes estilos (granaína, seguiriya, soleá, tientos/tangos, alegrías o bulerías) hasta llegar a las bulerías donde exhibe unos bordonazos de impresión. A la postre—y como en la guitarra— se trata de cuerdas pulsadas y ella se ha preocupado de que, aunque con una sonoridad más antigua, el toque que extrae de ellas suene flamenco y llegue a evocar recursos propios de la sonanta como el trémolo o la alzapúa. En ocasiones se acompaña de cante y sorprende aquí la elección de los cantaores —Vicente Soto, José Valencia y Jesús Méndez— y de la cantaora, Tomasa La Macanita, todos poseedores de un grueso metal al que parece no temer si está garantizada la jondura que persigue.
Otro instrumento inédito en el género ha sido el vibráfono, tan asociado al jazz, hasta que el siempre inquieto baterista y percusionista catalán Marc Miralta (58 años) lo ha llevado a los terrenos del flamenco en la grabación Flamenco Vibes. Lo hace con el apoyo, eso sí, de un sólido combo de corte jazzístico, del que es líder y voz principal, aunque comparta en ocasiones protagonismo con algunos de los miembros de la banda. Dentro de ese planteamiento, recurre a algunas de las estructuras rítmicas como en los Tangos irreversibles, unos tanguillos y la adaptación del clásico Body&Soul al compás de 12 tiempos. Los temas incluyen largos desarrollos fusionando dos composiciones en lo que denominan “tune sandwich”. Se podría afirmar que es un nuevo ejemplo de la línea de jazz-flamenco tan del gusto en esa tierra, pero no deja de ser muy atractivo, de incuestionable calidad y con un punto de frescura por momentos.
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