Una mujer que deja de cuidar a sus padres para salir a fotografiar ardillas, un hermano que organiza una falsa venganza o un sujeto que pretende cobrar entrada para quienes deseen ver su suicidio… Como ésas, el escritor Fernando Aramburu ofrece unas cuantas historias más, episodios tan mostrencos como brillantes que los lectores podrán leer en ‘Hombre caído’ (Tusquets), el más reciente libro del autor vasco, quien visita Madrid desde Alemania, el país en el que vive desde hace décadas.Fernando Aramburu hace lo que le place. Y punto. No quiere que los lectores sepan por dónde va a salir. Así lo cuenta al momento de referirse a esta nueva colección de relatos que se presenta esta semana en España. Sin dejar de lado el poderoso influjo de ‘Patria’ y tras publicar las novelas ‘Los vencejos’ , ‘Hijos de la fábula’ y ‘El niño’, Fernando Aramburu se saca de debajo de la manga en esta ocasión un ramillete de gente que, de tan estropeada, enternece y hasta despierta la risa.—Ha vuelto al cuento, ¿con qué intención?—Tengo la ambición o el deseo de escribir un único libro de cuentos, del cual cada cierto tiempo ofrezco una muestra. ‘Hombre caído’ es la tercera muestra. Espero que, si nada se tuerce, pueda en el futuro ofrecer otras partes de ese libro global. Es lo que me gustaría dejar: un libro grueso de cuentos.—¿Qué le ofrece el relato breve al escritor? —La escritura de relatos es para mí la más gozosa de todas aquellas que yo puedo abordar. Al relato acudo con el deseo de mostrar las facetas menos amables del ser humano. Esto no es algo que yo me proponga fríamente, pero es así.—¿Por qué? Alguna razón habrá—Sirven para representar los aspectos menos nobles del ser humano, casi siempre en ámbitos muy cercanos a lo urbano, en épocas actuales. Intento que el tipo de personaje que narro y los hechos que le ocurren no le resulten ajenos a las personas que los leen. Creo que eso incomoda bastante. Hay algo un poco perverso en ese gozo. Soy consciente de que escribo para otras personas, que voy a intervenir en la conciencia, y voy a inducir a una serie de imágenes, situaciones, etc. Es ahí donde extrema a veces la crueldad. —Algunos personajes tienen un aire de familia con ‘Los vencejos’—Están emparentados. Mi idea del ser humano no es esencialmente negativa, pero por razones que no puedo explicar, en los cuentos sí. ‘Los Vencejos’ tiene un desarrollo literario muy largo. El cuento tiene un desarrollo muy distinto, naturalmente, pero también se roza un poco con esta novela y con otras que he escrito con anterioridad.—El humor negro y el sarcasmo, ¿asunto arriesgado hoy día no cree?—Hay un ingrediente de provocación. Me gusta meterme en charcos: yo soy el dueño de mis palabras y no voy a aceptar que nadie me las dicte, ni me las cancele, ni me las cuestione. Por eso llevo las narraciones a lugares que yo sé que pueden generar conflicto o rechazo incluso. Me ha pasado con ‘Los vencejos’. Algunos la veneraron y otros rechazaron, pero yo ya vi que no estaba mal escrita, no estaba mal compuesta, o sea que el rechazo realmente era una reacción vital de ciertas personas.—Es decir, de cancelación con usted, nada de nada—El espacio de escritura es mío, ahí yo soy auténtico y ahí yo dicto las normas. Es un espacio de libertad total. Hay debates, tendencias y demás, pero en mis cuentos reino yo y en mis novelas mando yo. Noticia Relacionada CRÍTICA DE: estandar Si ‘El niño’, de Fernando Aramburu: cómo narrar el dolor extremo por la muerte de 50 niños José María Pozuelo Yvancos—¿En qué momento se encuentra Fernando Aramburu como narrador? —Al escribir, me siento como un compositor. Pienso ahora que me habría gustado (Risas). Digo: ‘Voy a escribir una ópera’, o sea una novela de 500 páginas. O, ‘ahora voy a escribir una sonata’ y paso tres días con una historia de ocho páginas. Es una sensación muy grata. No quiero imitar al organillero que está dando de vuelta a la manivela, tocando siempre la misma melodía. —Que no sepan por dónde saldrá la próxima vez…—Me resisto a que las personas que se toman la molestia de leer mis libros me tengan atado y encerrado como una mosca. Quiero que nadie sepa qué es lo siguiente No soy un escritor camarero, yo no llevo lo que se me pide. Yo sé lo que vendrá después. Lo negocio con el editor, claro, pero yo no voy a sacar una novela, tras otra, y otra, otra. Aunque podría hacer caja, ¿eh? Cuidado.—¿Cómo están las cosas en Alemania?—En una situación de melancolía. Desde hace un tiempo, ha perdido brillo. Muestra debilidades, de tipo económico particularmente, y la sociedad está como decaída. Lo digo como ciudadano que se encuentra con que los trenes no llegan puntuales, o que el aeropuerto es un caos total. Es un país que quizá llevó al extremo la abolición del principio de autoridad. Es algo que percibí como docente. Tengo la pequeña esperanza de que esta política agresiva y desconsiderada del nuevo presidente de Estados Unidos induzca una especie de reacción, de revulsivo, de tal manera que el país despierte otra vez y que no deposite confianza en gente que propone soluciones drásticas y rápidas. Pero siento cierta pena por este país en el que llevo viviendo más de media vida y al que amo. Alemania era un país innovador que continuamente inventaba, en todos los planos: industrial, arquitectónico, cultural… Esto ahora no se da.—¿Y a Europa cómo la ve?—Europa, y particularmente Europa central, ha vivido unas décadas de bonanza económica, es normal que se acomode mientras otros la aventajan. Tiene la virtud, eso sí, de haber construido un espacio civilizatorio como no ha habido nunca en este planeta. Está eso sí, en decadencia en el sentido auténtico de la palabra. Una mujer que deja de cuidar a sus padres para salir a fotografiar ardillas, un hermano que organiza una falsa venganza o un sujeto que pretende cobrar entrada para quienes deseen ver su suicidio… Como ésas, el escritor Fernando Aramburu ofrece unas cuantas historias más, episodios tan mostrencos como brillantes que los lectores podrán leer en ‘Hombre caído’ (Tusquets), el más reciente libro del autor vasco, quien visita Madrid desde Alemania, el país en el que vive desde hace décadas.Fernando Aramburu hace lo que le place. Y punto. No quiere que los lectores sepan por dónde va a salir. Así lo cuenta al momento de referirse a esta nueva colección de relatos que se presenta esta semana en España. Sin dejar de lado el poderoso influjo de ‘Patria’ y tras publicar las novelas ‘Los vencejos’ , ‘Hijos de la fábula’ y ‘El niño’, Fernando Aramburu se saca de debajo de la manga en esta ocasión un ramillete de gente que, de tan estropeada, enternece y hasta despierta la risa.—Ha vuelto al cuento, ¿con qué intención?—Tengo la ambición o el deseo de escribir un único libro de cuentos, del cual cada cierto tiempo ofrezco una muestra. ‘Hombre caído’ es la tercera muestra. Espero que, si nada se tuerce, pueda en el futuro ofrecer otras partes de ese libro global. Es lo que me gustaría dejar: un libro grueso de cuentos.—¿Qué le ofrece el relato breve al escritor? —La escritura de relatos es para mí la más gozosa de todas aquellas que yo puedo abordar. Al relato acudo con el deseo de mostrar las facetas menos amables del ser humano. Esto no es algo que yo me proponga fríamente, pero es así.—¿Por qué? Alguna razón habrá—Sirven para representar los aspectos menos nobles del ser humano, casi siempre en ámbitos muy cercanos a lo urbano, en épocas actuales. Intento que el tipo de personaje que narro y los hechos que le ocurren no le resulten ajenos a las personas que los leen. Creo que eso incomoda bastante. Hay algo un poco perverso en ese gozo. Soy consciente de que escribo para otras personas, que voy a intervenir en la conciencia, y voy a inducir a una serie de imágenes, situaciones, etc. Es ahí donde extrema a veces la crueldad. —Algunos personajes tienen un aire de familia con ‘Los vencejos’—Están emparentados. Mi idea del ser humano no es esencialmente negativa, pero por razones que no puedo explicar, en los cuentos sí. ‘Los Vencejos’ tiene un desarrollo literario muy largo. El cuento tiene un desarrollo muy distinto, naturalmente, pero también se roza un poco con esta novela y con otras que he escrito con anterioridad.—El humor negro y el sarcasmo, ¿asunto arriesgado hoy día no cree?—Hay un ingrediente de provocación. Me gusta meterme en charcos: yo soy el dueño de mis palabras y no voy a aceptar que nadie me las dicte, ni me las cancele, ni me las cuestione. Por eso llevo las narraciones a lugares que yo sé que pueden generar conflicto o rechazo incluso. Me ha pasado con ‘Los vencejos’. Algunos la veneraron y otros rechazaron, pero yo ya vi que no estaba mal escrita, no estaba mal compuesta, o sea que el rechazo realmente era una reacción vital de ciertas personas.—Es decir, de cancelación con usted, nada de nada—El espacio de escritura es mío, ahí yo soy auténtico y ahí yo dicto las normas. Es un espacio de libertad total. Hay debates, tendencias y demás, pero en mis cuentos reino yo y en mis novelas mando yo. Noticia Relacionada CRÍTICA DE: estandar Si ‘El niño’, de Fernando Aramburu: cómo narrar el dolor extremo por la muerte de 50 niños José María Pozuelo Yvancos—¿En qué momento se encuentra Fernando Aramburu como narrador? —Al escribir, me siento como un compositor. Pienso ahora que me habría gustado (Risas). Digo: ‘Voy a escribir una ópera’, o sea una novela de 500 páginas. O, ‘ahora voy a escribir una sonata’ y paso tres días con una historia de ocho páginas. Es una sensación muy grata. No quiero imitar al organillero que está dando de vuelta a la manivela, tocando siempre la misma melodía. —Que no sepan por dónde saldrá la próxima vez…—Me resisto a que las personas que se toman la molestia de leer mis libros me tengan atado y encerrado como una mosca. Quiero que nadie sepa qué es lo siguiente No soy un escritor camarero, yo no llevo lo que se me pide. Yo sé lo que vendrá después. Lo negocio con el editor, claro, pero yo no voy a sacar una novela, tras otra, y otra, otra. Aunque podría hacer caja, ¿eh? Cuidado.—¿Cómo están las cosas en Alemania?—En una situación de melancolía. Desde hace un tiempo, ha perdido brillo. Muestra debilidades, de tipo económico particularmente, y la sociedad está como decaída. Lo digo como ciudadano que se encuentra con que los trenes no llegan puntuales, o que el aeropuerto es un caos total. Es un país que quizá llevó al extremo la abolición del principio de autoridad. Es algo que percibí como docente. Tengo la pequeña esperanza de que esta política agresiva y desconsiderada del nuevo presidente de Estados Unidos induzca una especie de reacción, de revulsivo, de tal manera que el país despierte otra vez y que no deposite confianza en gente que propone soluciones drásticas y rápidas. Pero siento cierta pena por este país en el que llevo viviendo más de media vida y al que amo. Alemania era un país innovador que continuamente inventaba, en todos los planos: industrial, arquitectónico, cultural… Esto ahora no se da.—¿Y a Europa cómo la ve?—Europa, y particularmente Europa central, ha vivido unas décadas de bonanza económica, es normal que se acomode mientras otros la aventajan. Tiene la virtud, eso sí, de haber construido un espacio civilizatorio como no ha habido nunca en este planeta. Está eso sí, en decadencia en el sentido auténtico de la palabra.
Una mujer que deja de cuidar a sus padres para salir a fotografiar ardillas, un hermano que organiza una falsa venganza o un sujeto que pretende cobrar entrada para quienes deseen ver su suicidio… Como ésas, el escritor Fernando Aramburu ofrece unas cuantas historias … más, episodios tan mostrencos como brillantes que los lectores podrán leer en ‘Hombre caído’ (Tusquets), el más reciente libro del autor vasco, quien visita Madrid desde Alemania, el país en el que vive desde hace décadas.
Fernando Aramburu hace lo que le place. Y punto. No quiere que los lectores sepan por dónde va a salir. Así lo cuenta al momento de referirse a esta nueva colección de relatos que se presenta esta semana en España. Sin dejar de lado el poderoso influjo de ‘Patria’ y tras publicar las novelas ‘Los vencejos’ , ‘Hijos de la fábula’ y ‘El niño’, Fernando Aramburu se saca de debajo de la manga en esta ocasión un ramillete de gente que, de tan estropeada, enternece y hasta despierta la risa.
—Ha vuelto al cuento, ¿con qué intención?
—Tengo la ambición o el deseo de escribir un único libro de cuentos, del cual cada cierto tiempo ofrezco una muestra. ‘Hombre caído’ es la tercera muestra. Espero que, si nada se tuerce, pueda en el futuro ofrecer otras partes de ese libro global. Es lo que me gustaría dejar: un libro grueso de cuentos.
—¿Qué le ofrece el relato breve al escritor?
—La escritura de relatos es para mí la más gozosa de todas aquellas que yo puedo abordar. Al relato acudo con el deseo de mostrar las facetas menos amables del ser humano. Esto no es algo que yo me proponga fríamente, pero es así.
—¿Por qué? Alguna razón habrá
—Sirven para representar los aspectos menos nobles del ser humano, casi siempre en ámbitos muy cercanos a lo urbano, en épocas actuales. Intento que el tipo de personaje que narro y los hechos que le ocurren no le resulten ajenos a las personas que los leen. Creo que eso incomoda bastante. Hay algo un poco perverso en ese gozo. Soy consciente de que escribo para otras personas, que voy a intervenir en la conciencia, y voy a inducir a una serie de imágenes, situaciones, etc. Es ahí donde extrema a veces la crueldad.
—Algunos personajes tienen un aire de familia con ‘Los vencejos’
—Están emparentados. Mi idea del ser humano no es esencialmente negativa, pero por razones que no puedo explicar, en los cuentos sí. ‘Los Vencejos’ tiene un desarrollo literario muy largo. El cuento tiene un desarrollo muy distinto, naturalmente, pero también se roza un poco con esta novela y con otras que he escrito con anterioridad.
—El humor negro y el sarcasmo, ¿asunto arriesgado hoy día no cree?
—Hay un ingrediente de provocación. Me gusta meterme en charcos: yo soy el dueño de mis palabras y no voy a aceptar que nadie me las dicte, ni me las cancele, ni me las cuestione. Por eso llevo las narraciones a lugares que yo sé que pueden generar conflicto o rechazo incluso. Me ha pasado con ‘Los vencejos’. Algunos la veneraron y otros rechazaron, pero yo ya vi que no estaba mal escrita, no estaba mal compuesta, o sea que el rechazo realmente era una reacción vital de ciertas personas.
—Es decir, de cancelación con usted, nada de nada
—El espacio de escritura es mío, ahí yo soy auténtico y ahí yo dicto las normas. Es un espacio de libertad total. Hay debates, tendencias y demás, pero en mis cuentos reino yo y en mis novelas mando yo.
—¿En qué momento se encuentra Fernando Aramburu como narrador?
—Al escribir, me siento como un compositor. Pienso ahora que me habría gustado (Risas). Digo: ‘Voy a escribir una ópera’, o sea una novela de 500 páginas. O, ‘ahora voy a escribir una sonata’ y paso tres días con una historia de ocho páginas. Es una sensación muy grata. No quiero imitar al organillero que está dando de vuelta a la manivela, tocando siempre la misma melodía.
—Que no sepan por dónde saldrá la próxima vez…
—Me resisto a que las personas que se toman la molestia de leer mis libros me tengan atado y encerrado como una mosca. Quiero que nadie sepa qué es lo siguiente No soy un escritor camarero, yo no llevo lo que se me pide. Yo sé lo que vendrá después. Lo negocio con el editor, claro, pero yo no voy a sacar una novela, tras otra, y otra, otra. Aunque podría hacer caja, ¿eh? Cuidado.
—¿Cómo están las cosas en Alemania?
—En una situación de melancolía. Desde hace un tiempo, ha perdido brillo. Muestra debilidades, de tipo económico particularmente, y la sociedad está como decaída. Lo digo como ciudadano que se encuentra con que los trenes no llegan puntuales, o que el aeropuerto es un caos total. Es un país que quizá llevó al extremo la abolición del principio de autoridad. Es algo que percibí como docente. Tengo la pequeña esperanza de que esta política agresiva y desconsiderada del nuevo presidente de Estados Unidos induzca una especie de reacción, de revulsivo, de tal manera que el país despierte otra vez y que no deposite confianza en gente que propone soluciones drásticas y rápidas. Pero siento cierta pena por este país en el que llevo viviendo más de media vida y al que amo. Alemania era un país innovador que continuamente inventaba, en todos los planos: industrial, arquitectónico, cultural… Esto ahora no se da.
—¿Y a Europa cómo la ve?
—Europa, y particularmente Europa central, ha vivido unas décadas de bonanza económica, es normal que se acomode mientras otros la aventajan. Tiene la virtud, eso sí, de haber construido un espacio civilizatorio como no ha habido nunca en este planeta. Está eso sí, en decadencia en el sentido auténtico de la palabra.
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