El atajo informativo del copia y pega ahorra tiempo al redactor y gastos al empresario, pero aburre al espectador, expuesto a una sesión continua de lugares comunes que con periodicidad anual –cada santo aguanta su vela y la fiesta del pueblo que lo saca en andas– reaparecen en la pantalla para transmitir en falso directo la impagable sensación de que todo sigue en su sitio , como el que se palpa los bajos, y que pese a las vueltas que dan la vida y el mundo lo más sagrado permanece, perfectamente perimetrado y localizado, no ya por la tradición, sino por la contención de gastos y esfuerzos: la torrija por Cuaresma, las gachas por los Santos, los villancicos por Navidad, la verbena de agosto, las rebajas de enero, las ferias de toda la vida –Abril, San Fermín y Fallas–, las romerías de siempre, los descuentos del Black Friday, las procesiones desde el mismo balcón e incluso el día de la marmota, paradoja de importación para cerrar un círculo que excluye cualquier manifestación que, por novedosa, pueda despertar del sopor a un público aletargado. El invierno será largo, dice la marmota. Interminable. No escapa el carnaval de este molde: Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, Ginzo de Limia y poco más. No hay más que pinchar en ‘Los Carnavales en España que no te puedes perder’ de la web oficial ‘spain.info’ para confirmar que de ahí no salimos, ni merece la pena hacerlo. Sota, caballo y rey. Está película ya la hemos visto, e incluso es posible que alguna emisora ceda a la tentación de reproducir secuencias de su archivo, correspondientes a las carnestolendas de otros años, para ilustrar unas crónicas por las que no pasa el tiempo. Nadie se iba a enterar.En esa espiral estábamos el pasado fin de semana cuando, sin previo aviso, apareció en la tele lo nunca visto: una expresión carnavalera ajena al carrete que las emisoras vienen revelando desde el siglo pasado. Ahí estaba Sitges, en directo, con una versión aldeana de los sambódromos de Sao Paulo o Río de Janeiro y un voluntarioso cuerpo de baile que, metido en arrobas, solo profesionales del sector cárnico como Ábalos podrían valorar en su justa medida. Asombroso, doblemente asombroso, porque primero lo pudimos ver a través de Mediaset y más tarde en TVE, con la misma entrega y sobreactuación de los locutores que lo pregonaban. Ganas daban de ir, de acudir a esa rara llamada del periodismo de investigación y desarrollo. El atajo informativo del copia y pega ahorra tiempo al redactor y gastos al empresario, pero aburre al espectador, expuesto a una sesión continua de lugares comunes que con periodicidad anual –cada santo aguanta su vela y la fiesta del pueblo que lo saca en andas– reaparecen en la pantalla para transmitir en falso directo la impagable sensación de que todo sigue en su sitio , como el que se palpa los bajos, y que pese a las vueltas que dan la vida y el mundo lo más sagrado permanece, perfectamente perimetrado y localizado, no ya por la tradición, sino por la contención de gastos y esfuerzos: la torrija por Cuaresma, las gachas por los Santos, los villancicos por Navidad, la verbena de agosto, las rebajas de enero, las ferias de toda la vida –Abril, San Fermín y Fallas–, las romerías de siempre, los descuentos del Black Friday, las procesiones desde el mismo balcón e incluso el día de la marmota, paradoja de importación para cerrar un círculo que excluye cualquier manifestación que, por novedosa, pueda despertar del sopor a un público aletargado. El invierno será largo, dice la marmota. Interminable. No escapa el carnaval de este molde: Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, Ginzo de Limia y poco más. No hay más que pinchar en ‘Los Carnavales en España que no te puedes perder’ de la web oficial ‘spain.info’ para confirmar que de ahí no salimos, ni merece la pena hacerlo. Sota, caballo y rey. Está película ya la hemos visto, e incluso es posible que alguna emisora ceda a la tentación de reproducir secuencias de su archivo, correspondientes a las carnestolendas de otros años, para ilustrar unas crónicas por las que no pasa el tiempo. Nadie se iba a enterar.En esa espiral estábamos el pasado fin de semana cuando, sin previo aviso, apareció en la tele lo nunca visto: una expresión carnavalera ajena al carrete que las emisoras vienen revelando desde el siglo pasado. Ahí estaba Sitges, en directo, con una versión aldeana de los sambódromos de Sao Paulo o Río de Janeiro y un voluntarioso cuerpo de baile que, metido en arrobas, solo profesionales del sector cárnico como Ábalos podrían valorar en su justa medida. Asombroso, doblemente asombroso, porque primero lo pudimos ver a través de Mediaset y más tarde en TVE, con la misma entrega y sobreactuación de los locutores que lo pregonaban. Ganas daban de ir, de acudir a esa rara llamada del periodismo de investigación y desarrollo.
parrillada mixta
Ahí estaba Sitges, en directo, con una versión aldeana de los sambódromos de Sao Paulo o Río de Janeiro
El atajo informativo del copia y pega ahorra tiempo al redactor y gastos al empresario, pero aburre al espectador, expuesto a una sesión continua de lugares comunes que con periodicidad anual –cada santo aguanta su vela y la fiesta del pueblo que lo saca en … andas– reaparecen en la pantalla para transmitir en falso directo la impagable sensación de que todo sigue en su sitio, como el que se palpa los bajos, y que pese a las vueltas que dan la vida y el mundo lo más sagrado permanece, perfectamente perimetrado y localizado, no ya por la tradición, sino por la contención de gastos y esfuerzos: la torrija por Cuaresma, las gachas por los Santos, los villancicos por Navidad, la verbena de agosto, las rebajas de enero, las ferias de toda la vida –Abril, San Fermín y Fallas–, las romerías de siempre, los descuentos del Black Friday, las procesiones desde el mismo balcón e incluso el día de la marmota, paradoja de importación para cerrar un círculo que excluye cualquier manifestación que, por novedosa, pueda despertar del sopor a un público aletargado. El invierno será largo, dice la marmota. Interminable.
No escapa el carnaval de este molde: Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, Ginzo de Limia y poco más. No hay más que pinchar en ‘Los Carnavales en España que no te puedes perder’ de la web oficial ‘spain.info’ para confirmar que de ahí no salimos, ni merece la pena hacerlo. Sota, caballo y rey. Está película ya la hemos visto, e incluso es posible que alguna emisora ceda a la tentación de reproducir secuencias de su archivo, correspondientes a las carnestolendas de otros años, para ilustrar unas crónicas por las que no pasa el tiempo. Nadie se iba a enterar.
En esa espiral estábamos el pasado fin de semana cuando, sin previo aviso, apareció en la tele lo nunca visto: una expresión carnavalera ajena al carrete que las emisoras vienen revelando desde el siglo pasado. Ahí estaba Sitges, en directo, con una versión aldeana de los sambódromos de Sao Paulo o Río de Janeiro y un voluntarioso cuerpo de baile que, metido en arrobas, solo profesionales del sector cárnico como Ábalos podrían valorar en su justa medida. Asombroso, doblemente asombroso, porque primero lo pudimos ver a través de Mediaset y más tarde en TVE, con la misma entrega y sobreactuación de los locutores que lo pregonaban. Ganas daban de ir, de acudir a esa rara llamada del periodismo de investigación y desarrollo.
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