¿Qué significa transitar? ¿Es posible pensar sin anclarse? ¿Puede la filosofía ser también un acto trans? Estas preguntas me habitaron mientras acompañaba a Brigitte Baptiste en el lanzamiento de su libro Transecología, publicado recientemente por Planeta, en el sello Ariel. Fue una conversación llena de curiosidad, una invitación a movernos entre conceptos que no se dejan fijar, como si pensar fuera más bien una danza.
¿Por qué hablar de este tema? Porque vivimos tiempos en los que la identidad, la naturaleza y el conocimiento parecen querer encasillarse, cuando en realidad están siempre en movimiento. Transecología propone una mirada que se atreve a imaginar nuevas formas de ser, de saber y de habitar el mundo. Es un libro que nos invita a dejar de pensar la ecología como un paisaje externo, y a entenderla como un sistema simbólico, corporal, espiritual, tecnológico y político, que también somos. O, al menos, esa fue mi lectura. Y lo sabemos: toda lectura es, en el fondo, una forma de arbitrariedad creativa.
Brigitte escribe desde la experiencia de habitar transiciones. Nos recuerda que la vida es interpretar y, por tanto, transformar; que escribir es también un acto de abandono; y que la filosofía, esa que tantas veces hemos reducido a sistemas cerrados, podría aprender nuevas formas de moverse si se deja tocar por el arte, por la biología, por la poética. Leer este libro es recorrer una selva conceptual donde cada árbol es una posibilidad de sentido. ¿No es esa, acaso, la misión de la filosofía cotidiana?
Durante la conversación, Brigitte enfatizó que este es un libro que habla de ecología desde una visión materialista. Una ecología transitada en los cuerpos, en los objetos, en las tecnologías, en la materia misma como soporte de lo vivo y lo simbólico. No hay espiritualidad sin materialidad, pareciera decirnos. La naturaleza no es un ideal abstracto, sino una red concreta de interacciones, conflictos, ensamblajes. Pensar ecológicamente, desde esta mirada, es asumir el mundo como un campo de relaciones encarnadas.
El libro se estructura a partir de lo que ella llama “dominios emergentes del pensamiento ecológico”: ecofeminismos, etnoecologías, ecologías espirituales, cíborgs, economías circulares, ecologías políticas. Campos donde la ecología no se romantiza, sino que se problematiza. Detrás de cada uno hay una voluntad de complejizar, de evitar el dogma, de asumir que no hay una sola forma de habitar el planeta ni un solo modo de nombrarlo.
Byung-Chul Han ha advertido que vivimos en una era que expulsa lo distinto, que teme lo que no puede nombrar. Transecología es una invitación a volver a lo distinto, a habitar el tránsito, a no temerle al mestizaje ni a la contradicción.
Pienso en María Zambrano y su “razón poética”, esa que escucha en lugar de imponer, que percibe lo invisible, que camina junto a la vida. Tal vez eso es lo que nos propone Brigitte: una forma de pensar que no teme confundirse con otras formas de saber, que reconoce que el pensamiento también puede ser erótico, imaginario, corporal, performático.
Me quedo resonando con algunos conceptos que capturé en mi lectura: la relación destrucción-creación, la moralización de la ecología, el ser humano como un ser que valora transitando, la educación como construcción de identidad, la creatividad como acto vital. Y, sobre todo, con la idea de que pensar puede ser una forma de moverse, de dejarse afectar, de ensayar sentidos nuevos.
Por ello abrazo esta invitación a pensar en tránsito, a vivir sin temor a soltar lo que creemos saber. Esta lectura, a la vez inasible y poética, me activó los sentidos y la imaginación. Me dejó un llamado profundo a reconocerme diversa, única y expansiva. Es una invitación a vivir en filosofía. A leer como quien camina sin mapa. A pensar como quien baila. A educar como quien cuida un jardín diverso.
En una de las páginas más bellas del libro, Brigitte propone la idea de una “dignidad ecológica que valora”. No una ética de supremacía humana, sino una que reconoce el derecho a existir de todas las formas de vida, y que encuentra su razón no en ocupar el centro, sino en transitar. Tal vez ahí radique hoy el gesto más filosófico: aprender a habitar el mundo con humildad, con curiosidad y sin certezas.
El libro cierra con una frase provocadora, que sugiere que al final todos seremos trans. Tal vez entonces filosofar será precisamente eso: crear sentido mientras caminamos, sin temor a soltar lo que creemos saber.
‘Transecología ‘ es un libro que nos invita a dejar de pensar la ecología como un paisaje externo, y a entenderla como un sistema simbólico, corporal, espiritual, tecnológico y político, que también somos
¿Qué significa transitar? ¿Es posible pensar sin anclarse? ¿Puede la filosofía ser también un acto trans? Estas preguntas me habitaron mientras acompañaba a Brigitte Baptiste en el lanzamiento de su libro Transecología, publicado recientemente por Planeta, en el sello Ariel. Fue una conversación llena de curiosidad, una invitación a movernos entre conceptos que no se dejan fijar, como si pensar fuera más bien una danza.
¿Por qué hablar de este tema? Porque vivimos tiempos en los que la identidad, la naturaleza y el conocimiento parecen querer encasillarse, cuando en realidad están siempre en movimiento. Transecología propone una mirada que se atreve a imaginar nuevas formas de ser, de saber y de habitar el mundo. Es un libro que nos invita a dejar de pensar la ecología como un paisaje externo, y a entenderla como un sistema simbólico, corporal, espiritual, tecnológico y político, que también somos. O, al menos, esa fue mi lectura. Y lo sabemos: toda lectura es, en el fondo, una forma de arbitrariedad creativa.
Brigitte escribe desde la experiencia de habitar transiciones. Nos recuerda que la vida es interpretar y, por tanto, transformar; que escribir es también un acto de abandono; y que la filosofía, esa que tantas veces hemos reducido a sistemas cerrados, podría aprender nuevas formas de moverse si se deja tocar por el arte, por la biología, por la poética. Leer este libro es recorrer una selva conceptual donde cada árbol es una posibilidad de sentido. ¿No es esa, acaso, la misión de la filosofía cotidiana?
Durante la conversación, Brigitte enfatizó que este es un libro que habla de ecología desde una visión materialista. Una ecología transitada en los cuerpos, en los objetos, en las tecnologías, en la materia misma como soporte de lo vivo y lo simbólico. No hay espiritualidad sin materialidad, pareciera decirnos. La naturaleza no es un ideal abstracto, sino una red concreta de interacciones, conflictos, ensamblajes. Pensar ecológicamente, desde esta mirada, es asumir el mundo como un campo de relaciones encarnadas.
El libro se estructura a partir de lo que ella llama “dominios emergentes del pensamiento ecológico”: ecofeminismos, etnoecologías, ecologías espirituales, cíborgs, economías circulares, ecologías políticas. Campos donde la ecología no se romantiza, sino que se problematiza. Detrás de cada uno hay una voluntad de complejizar, de evitar el dogma, de asumir que no hay una sola forma de habitar el planeta ni un solo modo de nombrarlo.
Byung-Chul Han ha advertido que vivimos en una era que expulsa lo distinto, que teme lo que no puede nombrar. Transecología es una invitación a volver a lo distinto, a habitar el tránsito, a no temerle al mestizaje ni a la contradicción.
Pienso en María Zambrano y su “razón poética”, esa que escucha en lugar de imponer, que percibe lo invisible, que camina junto a la vida. Tal vez eso es lo que nos propone Brigitte: una forma de pensar que no teme confundirse con otras formas de saber, que reconoce que el pensamiento también puede ser erótico, imaginario, corporal, performático.
Me quedo resonando con algunos conceptos que capturé en mi lectura: la relación destrucción-creación, la moralización de la ecología, el ser humano como un ser que valora transitando, la educación como construcción de identidad, la creatividad como acto vital. Y, sobre todo, con la idea de que pensar puede ser una forma de moverse, de dejarse afectar, de ensayar sentidos nuevos.
Por ello abrazo esta invitación a pensar en tránsito, a vivir sin temor a soltar lo que creemos saber. Esta lectura, a la vez inasible y poética, me activó los sentidos y la imaginación. Me dejó un llamado profundo a reconocerme diversa, única y expansiva. Es una invitación a vivir en filosofía. A leer como quien camina sin mapa. A pensar como quien baila. A educar como quien cuida un jardín diverso.
En una de las páginas más bellas del libro, Brigitte propone la idea de una “dignidad ecológica que valora”. No una ética de supremacía humana, sino una que reconoce el derecho a existir de todas las formas de vida, y que encuentra su razón no en ocupar el centro, sino en transitar. Tal vez ahí radique hoy el gesto más filosófico: aprender a habitar el mundo con humildad, con curiosidad y sin certezas.
El libro cierra con una frase provocadora, que sugiere que al final todos seremos trans. Tal vez entonces filosofar será precisamente eso: crear sentido mientras caminamos, sin temor a soltar lo que creemos saber.
EL PAÍS