Corren malos tiempos para la lírica, no digamos ya para la épica. Sin embargo, en este desencantado Occidente que parece a punto de escurrirse para siempre por el sumidero de la historia, ciertos tipos de épica en prosa siguen cautivando a millones de lectores . La mayoría de esas épicas son fantásticas, al estilo de J. R. R. Tolkien o C. S. Lewis; por eso destaca aún más el caso de una épica más realista como las novelas del capitán Alatriste, dentro del actualmente inusitado género de capa y espada. Especial Alatriste Todos los artículos José María Pozuelo Yvancos: ‘Vuelve el mundo Alatriste’ María José Solano: ‘Mapas, ciudades y cicatrices de Alatriste’ Jorge Fernández Díaz: ‘Acontecimiento literario global’ Rogorn Moradan: ‘Biografía de Alatriste: cuatrocientos años de claroscuro español’ Pilar Reyes: ‘El capitán que se volvió tradición’ Jesús Esperanza Fernández: ‘La esgrima de Alatriste’ Oti Rodríguez Marchante: ‘El viaje de Alatriste desde Pérez-Reverte a Díaz Yanes’ Javier Santamarta: ‘Y no era el más ficticio de los hombres’No pretendo aquí indagar sobre el predicamento internacional del que goza la serie, en tiempos, como decía, poco propicios a la épica, aunque sea la de los ‘revertianos’ héroes cansados, y más bien aptos para una ópera bufa o un retablo de títeres de cachiporra. Lo que me gustaría subrayar es que, si esa serie es ya una rareza prosística, lo es aún más por el papel concedido a la poesía lírica. Esta comparece a menudo, entreverada en el relato de las aventuras de Diego Alatriste, Íñigo Balboa y demás camaradas. Esto se explica, aunque solo en parte, porque dos de los personajes (a veces secundarios, pero siempre importantes) son poetas: don Francisco de Quevedo y el conde de Guadalmedina, como trasunto que es del gongorino conde de Villamediana. Sin embargo, su importancia se manifiesta aún más en la sistemática inclusión de un apéndice titulado «Extractos de las Flores de poesía de varios ingenios de esta corte».En ‘Misión en París’ seis de los ocho poemas incluidos son de «ingenios» contemporáneosQuizá no esté de más, para comprender esa auténtica y magnífica ‘stravaganza’, explicar cómo surgió la idea. Cuando Arturo Pérez-Reverte me pasó el borrador de la primera novela, llegué al pasaje en que, en la Taberna del Turco, están a punto de batirse y Quevedo «aún tuvo asaduras para dedicarle un par de versos» al capitán: «Tú, en cuyas venas laten Alatristes / a quienes ennoblece tu cuchilla…». Le comenté entonces que quizá quedaría mejor incluir un cuarteto completo, para sugerir el inicio de un soneto. Arturo me respondió que completase yo el poema y lo incluiríamos al final. Tengo que reconocer que no me quedó claro de primeras si iba en serio, pero, como teníamos el antecedente de las armas de los duques del Nuevo Extremo, me pareció plausible. Por lo demás, él ya sabía, claro, que, en palabras del llorado poeta aragonés Ángel Guinda, «Montaner Frutos se obstina en ser ‘soneterilmente’ reconocible y lo consigue», así que, por ese lado, apostaba sobre seguro.El resultado fueron dos sonetos a partir de versos citados en la novela, el ya citado y otro de Guadalmedina que comienza «Vino Gales a bodas con la infanta». Decidió entonces Arturo que completase el ramillete para convertirlo en un apéndice a la novela . Este, con un guiño a las antologías de la época, adoptó el título ya visto, seguido de una apostilla muy ‘revertiana’ sobre la procedencia del mismo. En esa primera ocasión, todos los poemas eran de mi pluma (salvo los versos ya escritos por el novelista), pero como la idea había surgido para quedarse, en las sucesivas entregas Arturo decidió, con gran tino , combinar poemas de auténticos «ingenios» áureos con los «atribuidos». Pero hay más… Aunque es normal que parte del público haga llegar comentarios a los autores, es mucho más raro que colaboren de algún modo en la redacción de la novela. La propia textura de la prosa lo dificulta, pero l a poesía tiene la ventaja de que puede encauzarse en textos breves (un soneto, una décimas, una octava…). Así, ya en la segunda entrega, ‘Limpieza de sangre’, se incluyó un soneto enviado por un lector, Salvador Cortés y Campoamor. Cundió el ejemplo, tanto entre amigos del novelista (incluso, quién lo diría luego, su compañero académico Francisco Rico) , como entre completos desconocidos. El resultado ha sido una inédita labor cooperativa , de modo que en ‘Misión en París’ seis de los ocho poemas incluidos son de «ingenios» contemporáneos. Ofrece otra singularidad del caso Alatriste esta participación espontánea del público, acentuando la apropiación colectiva que ha convertido la figura del capitán, a despecho de tirios y troyanos, en uno de los pocos mitos literarios actuales. Corren malos tiempos para la lírica, no digamos ya para la épica. Sin embargo, en este desencantado Occidente que parece a punto de escurrirse para siempre por el sumidero de la historia, ciertos tipos de épica en prosa siguen cautivando a millones de lectores . La mayoría de esas épicas son fantásticas, al estilo de J. R. R. Tolkien o C. S. Lewis; por eso destaca aún más el caso de una épica más realista como las novelas del capitán Alatriste, dentro del actualmente inusitado género de capa y espada. Especial Alatriste Todos los artículos José María Pozuelo Yvancos: ‘Vuelve el mundo Alatriste’ María José Solano: ‘Mapas, ciudades y cicatrices de Alatriste’ Jorge Fernández Díaz: ‘Acontecimiento literario global’ Rogorn Moradan: ‘Biografía de Alatriste: cuatrocientos años de claroscuro español’ Pilar Reyes: ‘El capitán que se volvió tradición’ Jesús Esperanza Fernández: ‘La esgrima de Alatriste’ Oti Rodríguez Marchante: ‘El viaje de Alatriste desde Pérez-Reverte a Díaz Yanes’ Javier Santamarta: ‘Y no era el más ficticio de los hombres’No pretendo aquí indagar sobre el predicamento internacional del que goza la serie, en tiempos, como decía, poco propicios a la épica, aunque sea la de los ‘revertianos’ héroes cansados, y más bien aptos para una ópera bufa o un retablo de títeres de cachiporra. Lo que me gustaría subrayar es que, si esa serie es ya una rareza prosística, lo es aún más por el papel concedido a la poesía lírica. Esta comparece a menudo, entreverada en el relato de las aventuras de Diego Alatriste, Íñigo Balboa y demás camaradas. Esto se explica, aunque solo en parte, porque dos de los personajes (a veces secundarios, pero siempre importantes) son poetas: don Francisco de Quevedo y el conde de Guadalmedina, como trasunto que es del gongorino conde de Villamediana. Sin embargo, su importancia se manifiesta aún más en la sistemática inclusión de un apéndice titulado «Extractos de las Flores de poesía de varios ingenios de esta corte».En ‘Misión en París’ seis de los ocho poemas incluidos son de «ingenios» contemporáneosQuizá no esté de más, para comprender esa auténtica y magnífica ‘stravaganza’, explicar cómo surgió la idea. Cuando Arturo Pérez-Reverte me pasó el borrador de la primera novela, llegué al pasaje en que, en la Taberna del Turco, están a punto de batirse y Quevedo «aún tuvo asaduras para dedicarle un par de versos» al capitán: «Tú, en cuyas venas laten Alatristes / a quienes ennoblece tu cuchilla…». Le comenté entonces que quizá quedaría mejor incluir un cuarteto completo, para sugerir el inicio de un soneto. Arturo me respondió que completase yo el poema y lo incluiríamos al final. Tengo que reconocer que no me quedó claro de primeras si iba en serio, pero, como teníamos el antecedente de las armas de los duques del Nuevo Extremo, me pareció plausible. Por lo demás, él ya sabía, claro, que, en palabras del llorado poeta aragonés Ángel Guinda, «Montaner Frutos se obstina en ser ‘soneterilmente’ reconocible y lo consigue», así que, por ese lado, apostaba sobre seguro.El resultado fueron dos sonetos a partir de versos citados en la novela, el ya citado y otro de Guadalmedina que comienza «Vino Gales a bodas con la infanta». Decidió entonces Arturo que completase el ramillete para convertirlo en un apéndice a la novela . Este, con un guiño a las antologías de la época, adoptó el título ya visto, seguido de una apostilla muy ‘revertiana’ sobre la procedencia del mismo. En esa primera ocasión, todos los poemas eran de mi pluma (salvo los versos ya escritos por el novelista), pero como la idea había surgido para quedarse, en las sucesivas entregas Arturo decidió, con gran tino , combinar poemas de auténticos «ingenios» áureos con los «atribuidos». Pero hay más… Aunque es normal que parte del público haga llegar comentarios a los autores, es mucho más raro que colaboren de algún modo en la redacción de la novela. La propia textura de la prosa lo dificulta, pero l a poesía tiene la ventaja de que puede encauzarse en textos breves (un soneto, una décimas, una octava…). Así, ya en la segunda entrega, ‘Limpieza de sangre’, se incluyó un soneto enviado por un lector, Salvador Cortés y Campoamor. Cundió el ejemplo, tanto entre amigos del novelista (incluso, quién lo diría luego, su compañero académico Francisco Rico) , como entre completos desconocidos. El resultado ha sido una inédita labor cooperativa , de modo que en ‘Misión en París’ seis de los ocho poemas incluidos son de «ingenios» contemporáneos. Ofrece otra singularidad del caso Alatriste esta participación espontánea del público, acentuando la apropiación colectiva que ha convertido la figura del capitán, a despecho de tirios y troyanos, en uno de los pocos mitos literarios actuales.
Corren malos tiempos para la lírica, no digamos ya para la épica. Sin embargo, en este desencantado Occidente que parece a punto de escurrirse para siempre por el sumidero de la historia, ciertos tipos de épica en prosa siguen cautivando a millones de lectores. … La mayoría de esas épicas son fantásticas, al estilo de J. R. R. Tolkien o C. S. Lewis; por eso destaca aún más el caso de una épica más realista como las novelas del capitán Alatriste, dentro del actualmente inusitado género de capa y espada.
No pretendo aquí indagar sobre el predicamento internacional del que goza la serie, en tiempos, como decía, poco propicios a la épica, aunque sea la de los ‘revertianos’ héroes cansados, y más bien aptos para una ópera bufa o un retablo de títeres de cachiporra. Lo que me gustaría subrayar es que, si esa serie es ya una rareza prosística, lo es aún más por el papel concedido a la poesía lírica.
Esta comparece a menudo, entreverada en el relato de las aventuras de Diego Alatriste, Íñigo Balboa y demás camaradas. Esto se explica, aunque solo en parte, porque dos de los personajes (a veces secundarios, pero siempre importantes) son poetas: don Francisco de Quevedo y el conde de Guadalmedina, como trasunto que es del gongorino conde de Villamediana. Sin embargo, su importancia se manifiesta aún más en la sistemática inclusión de un apéndice titulado «Extractos de las Flores de poesía de varios ingenios de esta corte».
En ‘Misión en París’ seis de los ocho poemas incluidos son de «ingenios» contemporáneos
Quizá no esté de más, para comprender esa auténtica y magnífica ‘stravaganza’, explicar cómo surgió la idea. Cuando Arturo Pérez-Reverte me pasó el borrador de la primera novela, llegué al pasaje en que, en la Taberna del Turco, están a punto de batirse y Quevedo «aún tuvo asaduras para dedicarle un par de versos» al capitán: «Tú, en cuyas venas laten Alatristes / a quienes ennoblece tu cuchilla…». Le comenté entonces que quizá quedaría mejor incluir un cuarteto completo, para sugerir el inicio de un soneto. Arturo me respondió que completase yo el poema y lo incluiríamos al final.
Tengo que reconocer que no me quedó claro de primeras si iba en serio, pero, como teníamos el antecedente de las armas de los duques del Nuevo Extremo, me pareció plausible. Por lo demás, él ya sabía, claro, que, en palabras del llorado poeta aragonés Ángel Guinda, «Montaner Frutos se obstina en ser ‘soneterilmente’ reconocible y lo consigue», así que, por ese lado, apostaba sobre seguro.
El resultado fueron dos sonetos a partir de versos citados en la novela, el ya citado y otro de Guadalmedina que comienza «Vino Gales a bodas con la infanta». Decidió entonces Arturo que completase el ramillete para convertirlo en un apéndice a la novela. Este, con un guiño a las antologías de la época, adoptó el título ya visto, seguido de una apostilla muy ‘revertiana’ sobre la procedencia del mismo.
En esa primera ocasión, todos los poemas eran de mi pluma (salvo los versos ya escritos por el novelista), pero como la idea había surgido para quedarse, en las sucesivas entregas Arturo decidió, con gran tino, combinar poemas de auténticos «ingenios» áureos con los «atribuidos». Pero hay más…
Aunque es normal que parte del público haga llegar comentarios a los autores, es mucho más raro que colaboren de algún modo en la redacción de la novela. La propia textura de la prosa lo dificulta, pero la poesía tiene la ventaja de que puede encauzarse en textos breves (un soneto, una décimas, una octava…). Así, ya en la segunda entrega, ‘Limpieza de sangre’, se incluyó un soneto enviado por un lector, Salvador Cortés y Campoamor. Cundió el ejemplo, tanto entre amigos del novelista (incluso, quién lo diría luego, su compañero académico Francisco Rico), como entre completos desconocidos.
El resultado ha sido una inédita labor cooperativa, de modo que en ‘Misión en París’ seis de los ocho poemas incluidos son de «ingenios» contemporáneos. Ofrece otra singularidad del caso Alatriste esta participación espontánea del público, acentuando la apropiación colectiva que ha convertido la figura del capitán, a despecho de tirios y troyanos, en uno de los pocos mitos literarios actuales.
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