Si no son ustedes de los cenizos que detestan el verano y se disponen a disfrutar de un merecido descanso estival, ahora que casi un 34% de los españoles no puede permitirse viajar en vacaciones porque no le salen los números, háganme el favor de no olvidarse de la cultura. Tampoco es necesario que se me planten en la playa con las obras completas de Chéjov o que no bajen al chiringuito hasta no haber analizado concienzudamente el cine en la República de Weimar, pero tal vez puedan meter en la maleta, junto con la crema solar y el bañador, un librito apetecible. Me permitirán que no les recomiende yo ninguno porque, los que me estoy leyendo ahora, son ensayos y no precisamente ligeros (imperativo laboral, ya me entienden), así que les derivo a los artículos de mis compañeros Celia Fraile y Bruno Pardo, que siempre están puestos en cuanto a novedades. Yo soy mucho mejor recomendando los libros que es mejor que no lean, pero es un género, el de la antirecomendación, para el que todavía no están preparados ni los autores, ni los suplementos culturales, ni las editoriales. Soy la Ana Obregón de la crítica literaria: una adelantada a mi tiempo y una incomprendida. Los que me estoy leyendo ahora, son ensayos y no precisamente ligeros (imperativo laboral, ya me entienden)A punto estuve de crear un club de lectura de mejores peores libros, pero fracasó la iniciativa porque una sola persona, hasta donde yo sé, no admite la denominación de club. Así que, de momento, me limito a desrecomendar en la intimidad y solo a mis amigos y sin que me lo pidan. También pueden visitar, déjenme que les diga, algún museo que les quede cerca. Estos, además, tienen aire acondicionado, cafetería y tienda de regalos cuquis. Y la cultura de la caña (si es con tapa, mejor) también es importante. Y universal. Uno puede irse de cañas en Granada, en Madrid, en Londres, Berlín, Medellín o Santo Domingo. Y si se quedan en casa, ya sea por eso que han dado en llamar en moderno ‘indigencia vacacional’ o porque sí son de la recua de los ‘ebenezerscrooguianos’ estivales, tampoco la olviden. No es imprescindible salir de casa para viajar, puede uno hacerlo a través de los libros o las películas. Y sin el engorro de preparar maletas, de buscar a alguien que se encargue de dar de comer a los gatos, ni gestionar reservas. Y es más barato. Les recomendaría conciertos, que la música también es cultura, pero es que yo no voy a conciertos. Tampoco les recomiendo vinos porque mis conocimientos enológicos se limitan a comprarlos por la etiqueta y a clasificarlos en dos categorías: me gusta y no. Así que, en realidad, concluiré este último artículo sin recomendarles nada y con tres deseos: verles a la vuelta en estas mismas páginas, que disfruten del verano y que recuperemos la cultura como ese espacio en el que todavía es posible el entendimiento y el intercambio libre de las ideas. Disculpen el tono fresquito y ligero, como de artículo con insufrible presentador sustituto. Pero es que, demonios, estamos en verano. Y a mí me gusta el verano. Si no son ustedes de los cenizos que detestan el verano y se disponen a disfrutar de un merecido descanso estival, ahora que casi un 34% de los españoles no puede permitirse viajar en vacaciones porque no le salen los números, háganme el favor de no olvidarse de la cultura. Tampoco es necesario que se me planten en la playa con las obras completas de Chéjov o que no bajen al chiringuito hasta no haber analizado concienzudamente el cine en la República de Weimar, pero tal vez puedan meter en la maleta, junto con la crema solar y el bañador, un librito apetecible. Me permitirán que no les recomiende yo ninguno porque, los que me estoy leyendo ahora, son ensayos y no precisamente ligeros (imperativo laboral, ya me entienden), así que les derivo a los artículos de mis compañeros Celia Fraile y Bruno Pardo, que siempre están puestos en cuanto a novedades. Yo soy mucho mejor recomendando los libros que es mejor que no lean, pero es un género, el de la antirecomendación, para el que todavía no están preparados ni los autores, ni los suplementos culturales, ni las editoriales. Soy la Ana Obregón de la crítica literaria: una adelantada a mi tiempo y una incomprendida. Los que me estoy leyendo ahora, son ensayos y no precisamente ligeros (imperativo laboral, ya me entienden)A punto estuve de crear un club de lectura de mejores peores libros, pero fracasó la iniciativa porque una sola persona, hasta donde yo sé, no admite la denominación de club. Así que, de momento, me limito a desrecomendar en la intimidad y solo a mis amigos y sin que me lo pidan. También pueden visitar, déjenme que les diga, algún museo que les quede cerca. Estos, además, tienen aire acondicionado, cafetería y tienda de regalos cuquis. Y la cultura de la caña (si es con tapa, mejor) también es importante. Y universal. Uno puede irse de cañas en Granada, en Madrid, en Londres, Berlín, Medellín o Santo Domingo. Y si se quedan en casa, ya sea por eso que han dado en llamar en moderno ‘indigencia vacacional’ o porque sí son de la recua de los ‘ebenezerscrooguianos’ estivales, tampoco la olviden. No es imprescindible salir de casa para viajar, puede uno hacerlo a través de los libros o las películas. Y sin el engorro de preparar maletas, de buscar a alguien que se encargue de dar de comer a los gatos, ni gestionar reservas. Y es más barato. Les recomendaría conciertos, que la música también es cultura, pero es que yo no voy a conciertos. Tampoco les recomiendo vinos porque mis conocimientos enológicos se limitan a comprarlos por la etiqueta y a clasificarlos en dos categorías: me gusta y no. Así que, en realidad, concluiré este último artículo sin recomendarles nada y con tres deseos: verles a la vuelta en estas mismas páginas, que disfruten del verano y que recuperemos la cultura como ese espacio en el que todavía es posible el entendimiento y el intercambio libre de las ideas. Disculpen el tono fresquito y ligero, como de artículo con insufrible presentador sustituto. Pero es que, demonios, estamos en verano. Y a mí me gusta el verano.
A La contra
En vacaciones, no se olviden de la cultura. Les hará mejores personas mientras disfrutan
Si no son ustedes de los cenizos que detestan el verano y se disponen a disfrutar de un merecido descanso estival, ahora que casi un 34% de los españoles no puede permitirse viajar en vacaciones porque no le salen los números, háganme el favor de … no olvidarse de la cultura.
Tampoco es necesario que se me planten en la playa con las obras completas de Chéjov o que no bajen al chiringuito hasta no haber analizado concienzudamente el cine en la República de Weimar, pero tal vez puedan meter en la maleta, junto con la crema solar y el bañador, un librito apetecible.
Me permitirán que no les recomiende yo ninguno porque, los que me estoy leyendo ahora, son ensayos y no precisamente ligeros (imperativo laboral, ya me entienden), así que les derivo a los artículos de mis compañeros Celia Fraile y Bruno Pardo, que siempre están puestos en cuanto a novedades.
Yo soy mucho mejor recomendando los libros que es mejor que no lean, pero es un género, el de la antirecomendación, para el que todavía no están preparados ni los autores, ni los suplementos culturales, ni las editoriales. Soy la Ana Obregón de la crítica literaria: una adelantada a mi tiempo y una incomprendida.
Los que me estoy leyendo ahora, son ensayos y no precisamente ligeros (imperativo laboral, ya me entienden)
A punto estuve de crear un club de lectura de mejores peores libros, pero fracasó la iniciativa porque una sola persona, hasta donde yo sé, no admite la denominación de club. Así que, de momento, me limito a desrecomendar en la intimidad y solo a mis amigos y sin que me lo pidan.
También pueden visitar, déjenme que les diga, algún museo que les quede cerca. Estos, además, tienen aire acondicionado, cafetería y tienda de regalos cuquis. Y la cultura de la caña (si es con tapa, mejor) también es importante. Y universal. Uno puede irse de cañas en Granada, en Madrid, en Londres, Berlín, Medellín o Santo Domingo.
Y si se quedan en casa, ya sea por eso que han dado en llamar en moderno ‘indigencia vacacional’ o porque sí son de la recua de los ‘ebenezerscrooguianos’ estivales, tampoco la olviden. No es imprescindible salir de casa para viajar, puede uno hacerlo a través de los libros o las películas. Y sin el engorro de preparar maletas, de buscar a alguien que se encargue de dar de comer a los gatos, ni gestionar reservas. Y es más barato.
Les recomendaría conciertos, que la música también es cultura, pero es que yo no voy a conciertos. Tampoco les recomiendo vinos porque mis conocimientos enológicos se limitan a comprarlos por la etiqueta y a clasificarlos en dos categorías: me gusta y no.
Así que, en realidad, concluiré este último artículo sin recomendarles nada y con tres deseos: verles a la vuelta en estas mismas páginas, que disfruten del verano y que recuperemos la cultura como ese espacio en el que todavía es posible el entendimiento y el intercambio libre de las ideas.
Disculpen el tono fresquito y ligero, como de artículo con insufrible presentador sustituto. Pero es que, demonios, estamos en verano. Y a mí me gusta el verano.
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