A los once años, el rapero y escritor Gaël Faye tuvo que abandonar Ruanda tras la escalada de violencia entre los hutus y los tutsis que acabó en un devastador genocidio. Sin apenas tiempo de entender lo que estaba pasando, tuvo que exiliarse en Burundi con su familia, forzado a dejar atrás por completo su vida e intentar empezar de cero. Pero cuando estás tan cerca de la violencia final, empezar de cero es imposible. Esta traumática experiencia la plasmó en ‘ Pequeño país ‘ (Salamandra) y ahora continúa la historia de esos miles de refugiados ruandeses cuando decidieron volver a casa y enfrentarse a su pasado en ‘El jacarandá’ (Salamandra) .La novela arranca con un niño, Milan, de madre ruandesa y padre francés, que poco a poco va descubriendo lo que realmente ocurrió en 1994. A través de los testimonios de su bisabuela, que vivió en un Ruanda precolonial a principios del siglo XX, podrá reconstruir la verdadera historia de un país fraguado en silencios. «Cuando has vivido la guerra de niño, prestas más atención a todos los detalles políticos y sociales de tu entorno. Intento no vivir obsesionado con que la violencia vuelva a estallar, pero el peso está ahí. La normalidad es un lujo e intento que lo que pasó no me afecte» , explica Faye en declaraciones a ABC.Noticia Relacionada estandar Si ‘Pequeño país’, el reverso emocional y realista de ‘Hotel Ruanda’ Fernando Muñoz La película francesa, que se estrena este viernes, se basa en el libro homónimo para retratar la infancia de un niño mestizo en mitad del genocidio de los tutsisDe esta forma, y después de años de absoluto silencio, Milán viajará a Kigali, capital de Ruanda, y descubrirá la terrible historia que tuvo que vivir su familia. A través del testimonio de su familia, entenderá quién es y cuál es su papel en el futuro de su país. «Muchos jóvenes no saben que la diferenciación entre hutus y tutsis fue desarrollada, sobre todo, por el racismo colonial de los alemanes primero y los belgas después. Ellos fueron los que obligaron a que todos tuvieran que i ndicar en su DNI de que etnia provenían», comenta preocupado.Desde los años 50 se iniciaron los conflictos entre los hutus y la minoría tutsi. Primero, los belgas apoyaron a los tutsi, pero al empezar a reclamar la independencia, empezaron a dar fuerza a los hutus, en una escalada de violencia que acabó con la muerte de un millón de personas en 1994 . «Para entender ese año, tienes que entender primero 1894, ver cómo era el país antes del periodo colonial y cómo el racismo nos robó una historia propia, propagando un choque étnico que no era tal hasta su exacerbación en los 70, tras años y años de cultivo de odio entre unos y otros», explica Faye.De esta forma, vemos como la madre de Milan guarda un silencio absoluto de lo que pasó en aquellos años, intentando proteger a su hijo de las atrocidades que vio. No será hasta aterrizar en el corazón del conflicto, en Kigali , la capital, que empezará a comprender. «La madre de Milan representa a todas nuestras madres. La dinámica del silencio es muy poderosa en nuestro país y más entre los refugiados. A veces, una misma persona permanecerá callada ante su familia, pero se sentirá más libre al hablar con un periodista o en un evento público ante miles de personas», asegura el escritor.El libro arranca en 1994 y llega hasta el 2020 , en el año de la pandemia. Faye muestra el conflicto a lo largo de cuatro generaciones y acaba cuando Ruanda parece vivir un momento pacífico. Sin embargo, sigue rodeado de guerra y destrucción, como en El Congo. «La reconciliación es un término político, como el perdón es un término religioso. Nadie sabe lo que en realidad piensa un ruandés de su vecino hoy día. Lo que sí hay es conviviencia. Nadie que tenga 30 años ha visto nunca a un muerto por fusil en las calles y eso ya es un avance», reconoce Faye.Según el autor, el proceso de reconciliación de Ruanda, y de cualquier país que ha sufrido una guerra, se basa en dos elementos clave, memoria histórica y memoria judicial. La primera hace que cada año Ruando celebre de abril a junio tres meses de actos conmemorativos. La segunda es todavía más importante. «Entre 2005 y 2012 hubo cerca de dos millones de juicios para restablecer el orden. Era muy importante que las víctimas, a las que decían que habían de exterminarlas como cucarachas, volviesen a sentirse legitimadas como personas y que los verdugos fuesen juzgados también y pudieran pagar sus culpas y recuperar la condición de persona», añade Faye.Hace diez años que vive una vida normal en Ruanda. Tiene dos hijas, su mujer es enfermera y él monta obras de teatro, levanta proyectos artísticos, compone y escribe. Todo muy normal. «Ha sido muy doloroso escribir este libro, pero era importante. Me da miedo lo que pueda pasar cuando perdamos los testimonios directos. Seguro que entonces aparecerán los negacionistas que dirán que lo del genocidio fue mentira, pero al menos nos quedarán estos libros para mostrar lo que realmente ocurrió», señala.Él descubrió su terrible historia a partir de la ficción. A los 17 años vio una obra de teatro de seis horas de duración basado en los textos de Jean Hatzfeld sobre los perpetradores y los supervivientes del genocidio. Desde ese momento, se obsesionó con contar esa historia callada en muchas casas. «Los artistas somos perlas de un mismo collar. Somos una cadena. Muchos me dicen, ya hay mil libros sobre Ruanda, por qué escribir otro. Y yo les digo que cada generación nace con sus propias ignorancias y hay que devolverles su historia», asegura Faye.Noticia Relacionada estandar Si Los ocho cardenales con capacidad para influir en el Cónclave Javier Martínez-Brocal | Corresponsal en el VaticanoDespués de acabar esta novela, por la que recibió el premio Renaudot, parece haber cerrado un capítulo importante de su vida. ¿Qué le queda por escribir ahora? «¿Desde cuando un escritor decide de lo que va a escribir? Me gustaría decirte que tocaré otros temas, pero me temo que no lo sé todavía. Tengo la esperanza, eso si. Si te digo la verdad, tengo que trabajar muy duro cada día en mi persona para no caer en la paranoia . Lo hago por mis hijas. Veremos», concluye. A los once años, el rapero y escritor Gaël Faye tuvo que abandonar Ruanda tras la escalada de violencia entre los hutus y los tutsis que acabó en un devastador genocidio. Sin apenas tiempo de entender lo que estaba pasando, tuvo que exiliarse en Burundi con su familia, forzado a dejar atrás por completo su vida e intentar empezar de cero. Pero cuando estás tan cerca de la violencia final, empezar de cero es imposible. Esta traumática experiencia la plasmó en ‘ Pequeño país ‘ (Salamandra) y ahora continúa la historia de esos miles de refugiados ruandeses cuando decidieron volver a casa y enfrentarse a su pasado en ‘El jacarandá’ (Salamandra) .La novela arranca con un niño, Milan, de madre ruandesa y padre francés, que poco a poco va descubriendo lo que realmente ocurrió en 1994. A través de los testimonios de su bisabuela, que vivió en un Ruanda precolonial a principios del siglo XX, podrá reconstruir la verdadera historia de un país fraguado en silencios. «Cuando has vivido la guerra de niño, prestas más atención a todos los detalles políticos y sociales de tu entorno. Intento no vivir obsesionado con que la violencia vuelva a estallar, pero el peso está ahí. La normalidad es un lujo e intento que lo que pasó no me afecte» , explica Faye en declaraciones a ABC.Noticia Relacionada estandar Si ‘Pequeño país’, el reverso emocional y realista de ‘Hotel Ruanda’ Fernando Muñoz La película francesa, que se estrena este viernes, se basa en el libro homónimo para retratar la infancia de un niño mestizo en mitad del genocidio de los tutsisDe esta forma, y después de años de absoluto silencio, Milán viajará a Kigali, capital de Ruanda, y descubrirá la terrible historia que tuvo que vivir su familia. A través del testimonio de su familia, entenderá quién es y cuál es su papel en el futuro de su país. «Muchos jóvenes no saben que la diferenciación entre hutus y tutsis fue desarrollada, sobre todo, por el racismo colonial de los alemanes primero y los belgas después. Ellos fueron los que obligaron a que todos tuvieran que i ndicar en su DNI de que etnia provenían», comenta preocupado.Desde los años 50 se iniciaron los conflictos entre los hutus y la minoría tutsi. Primero, los belgas apoyaron a los tutsi, pero al empezar a reclamar la independencia, empezaron a dar fuerza a los hutus, en una escalada de violencia que acabó con la muerte de un millón de personas en 1994 . «Para entender ese año, tienes que entender primero 1894, ver cómo era el país antes del periodo colonial y cómo el racismo nos robó una historia propia, propagando un choque étnico que no era tal hasta su exacerbación en los 70, tras años y años de cultivo de odio entre unos y otros», explica Faye.De esta forma, vemos como la madre de Milan guarda un silencio absoluto de lo que pasó en aquellos años, intentando proteger a su hijo de las atrocidades que vio. No será hasta aterrizar en el corazón del conflicto, en Kigali , la capital, que empezará a comprender. «La madre de Milan representa a todas nuestras madres. La dinámica del silencio es muy poderosa en nuestro país y más entre los refugiados. A veces, una misma persona permanecerá callada ante su familia, pero se sentirá más libre al hablar con un periodista o en un evento público ante miles de personas», asegura el escritor.El libro arranca en 1994 y llega hasta el 2020 , en el año de la pandemia. Faye muestra el conflicto a lo largo de cuatro generaciones y acaba cuando Ruanda parece vivir un momento pacífico. Sin embargo, sigue rodeado de guerra y destrucción, como en El Congo. «La reconciliación es un término político, como el perdón es un término religioso. Nadie sabe lo que en realidad piensa un ruandés de su vecino hoy día. Lo que sí hay es conviviencia. Nadie que tenga 30 años ha visto nunca a un muerto por fusil en las calles y eso ya es un avance», reconoce Faye.Según el autor, el proceso de reconciliación de Ruanda, y de cualquier país que ha sufrido una guerra, se basa en dos elementos clave, memoria histórica y memoria judicial. La primera hace que cada año Ruando celebre de abril a junio tres meses de actos conmemorativos. La segunda es todavía más importante. «Entre 2005 y 2012 hubo cerca de dos millones de juicios para restablecer el orden. Era muy importante que las víctimas, a las que decían que habían de exterminarlas como cucarachas, volviesen a sentirse legitimadas como personas y que los verdugos fuesen juzgados también y pudieran pagar sus culpas y recuperar la condición de persona», añade Faye.Hace diez años que vive una vida normal en Ruanda. Tiene dos hijas, su mujer es enfermera y él monta obras de teatro, levanta proyectos artísticos, compone y escribe. Todo muy normal. «Ha sido muy doloroso escribir este libro, pero era importante. Me da miedo lo que pueda pasar cuando perdamos los testimonios directos. Seguro que entonces aparecerán los negacionistas que dirán que lo del genocidio fue mentira, pero al menos nos quedarán estos libros para mostrar lo que realmente ocurrió», señala.Él descubrió su terrible historia a partir de la ficción. A los 17 años vio una obra de teatro de seis horas de duración basado en los textos de Jean Hatzfeld sobre los perpetradores y los supervivientes del genocidio. Desde ese momento, se obsesionó con contar esa historia callada en muchas casas. «Los artistas somos perlas de un mismo collar. Somos una cadena. Muchos me dicen, ya hay mil libros sobre Ruanda, por qué escribir otro. Y yo les digo que cada generación nace con sus propias ignorancias y hay que devolverles su historia», asegura Faye.Noticia Relacionada estandar Si Los ocho cardenales con capacidad para influir en el Cónclave Javier Martínez-Brocal | Corresponsal en el VaticanoDespués de acabar esta novela, por la que recibió el premio Renaudot, parece haber cerrado un capítulo importante de su vida. ¿Qué le queda por escribir ahora? «¿Desde cuando un escritor decide de lo que va a escribir? Me gustaría decirte que tocaré otros temas, pero me temo que no lo sé todavía. Tengo la esperanza, eso si. Si te digo la verdad, tengo que trabajar muy duro cada día en mi persona para no caer en la paranoia . Lo hago por mis hijas. Veremos», concluye.
A los once años, el rapero y escritor Gaël Faye tuvo que abandonar Ruanda tras la escalada de violencia entre los hutus y los tutsis que acabó en un devastador genocidio. Sin apenas tiempo de entender lo que estaba pasando, tuvo que exiliarse … en Burundi con su familia, forzado a dejar atrás por completo su vida e intentar empezar de cero. Pero cuando estás tan cerca de la violencia final, empezar de cero es imposible. Esta traumática experiencia la plasmó en ‘Pequeño país‘ (Salamandra) y ahora continúa la historia de esos miles de refugiados ruandeses cuando decidieron volver a casa y enfrentarse a su pasado en ‘El jacarandá’ (Salamandra).
La novela arranca con un niño, Milan, de madre ruandesa y padre francés, que poco a poco va descubriendo lo que realmente ocurrió en 1994. A través de los testimonios de su bisabuela, que vivió en un Ruanda precolonial a principios del siglo XX, podrá reconstruir la verdadera historia de un país fraguado en silencios. «Cuando has vivido la guerra de niño, prestas más atención a todos los detalles políticos y sociales de tu entorno. Intento no vivir obsesionado con que la violencia vuelva a estallar, pero el peso está ahí. La normalidad es un lujo e intento que lo que pasó no me afecte», explica Faye en declaraciones a ABC.
De esta forma, y después de años de absoluto silencio, Milán viajará a Kigali, capital de Ruanda, y descubrirá la terrible historia que tuvo que vivir su familia. A través del testimonio de su familia, entenderá quién es y cuál es su papel en el futuro de su país. «Muchos jóvenes no saben que la diferenciación entre hutus y tutsis fue desarrollada, sobre todo, por el racismo colonial de los alemanes primero y los belgas después. Ellos fueron los que obligaron a que todos tuvieran que indicar en su DNI de que etnia provenían», comenta preocupado.
Desde los años 50 se iniciaron los conflictos entre los hutus y la minoría tutsi. Primero, los belgas apoyaron a los tutsi, pero al empezar a reclamar la independencia, empezaron a dar fuerza a los hutus, en una escalada de violencia que acabó con la muerte de un millón de personas en 1994. «Para entender ese año, tienes que entender primero 1894, ver cómo era el país antes del periodo colonial y cómo el racismo nos robó una historia propia, propagando un choque étnico que no era tal hasta su exacerbación en los 70, tras años y años de cultivo de odio entre unos y otros», explica Faye.
De esta forma, vemos como la madre de Milan guarda un silencio absoluto de lo que pasó en aquellos años, intentando proteger a su hijo de las atrocidades que vio. No será hasta aterrizar en el corazón del conflicto, en Kigali, la capital, que empezará a comprender. «La madre de Milan representa a todas nuestras madres. La dinámica del silencio es muy poderosa en nuestro país y más entre los refugiados. A veces, una misma persona permanecerá callada ante su familia, pero se sentirá más libre al hablar con un periodista o en un evento público ante miles de personas», asegura el escritor.
El libro arranca en 1994 y llega hasta el 2020, en el año de la pandemia. Faye muestra el conflicto a lo largo de cuatro generaciones y acaba cuando Ruanda parece vivir un momento pacífico. Sin embargo, sigue rodeado de guerra y destrucción, como en El Congo. «La reconciliación es un término político, como el perdón es un término religioso. Nadie sabe lo que en realidad piensa un ruandés de su vecino hoy día. Lo que sí hay es conviviencia. Nadie que tenga 30 años ha visto nunca a un muerto por fusil en las calles y eso ya es un avance», reconoce Faye.
Según el autor, el proceso de reconciliación de Ruanda, y de cualquier país que ha sufrido una guerra, se basa en dos elementos clave, memoria histórica y memoria judicial. La primera hace que cada año Ruando celebre de abril a junio tres meses de actos conmemorativos. La segunda es todavía más importante. «Entre 2005 y 2012 hubo cerca de dos millones de juicios para restablecer el orden. Era muy importante que las víctimas, a las que decían que habían de exterminarlas como cucarachas, volviesen a sentirse legitimadas como personas y que los verdugos fuesen juzgados también y pudieran pagar sus culpas y recuperar la condición de persona», añade Faye.
Hace diez años que vive una vida normal en Ruanda. Tiene dos hijas, su mujer es enfermera y él monta obras de teatro, levanta proyectos artísticos, compone y escribe. Todo muy normal. «Ha sido muy doloroso escribir este libro, pero era importante. Me da miedo lo que pueda pasar cuando perdamos los testimonios directos. Seguro que entonces aparecerán los negacionistas que dirán que lo del genocidio fue mentira, pero al menos nos quedarán estos libros para mostrar lo que realmente ocurrió», señala.
Él descubrió su terrible historia a partir de la ficción. A los 17 años vio una obra de teatro de seis horas de duración basado en los textos de Jean Hatzfeld sobre los perpetradores y los supervivientes del genocidio. Desde ese momento, se obsesionó con contar esa historia callada en muchas casas. «Los artistas somos perlas de un mismo collar. Somos una cadena. Muchos me dicen, ya hay mil libros sobre Ruanda, por qué escribir otro. Y yo les digo que cada generación nace con sus propias ignorancias y hay que devolverles su historia», asegura Faye.
Después de acabar esta novela, por la que recibió el premio Renaudot, parece haber cerrado un capítulo importante de su vida. ¿Qué le queda por escribir ahora? «¿Desde cuando un escritor decide de lo que va a escribir? Me gustaría decirte que tocaré otros temas, pero me temo que no lo sé todavía. Tengo la esperanza, eso si. Si te digo la verdad, tengo que trabajar muy duro cada día en mi persona para no caer en la paranoia. Lo hago por mis hijas. Veremos», concluye.
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