Mayo 2018.–Buenos días señor Sostres.–Buenos días.–¿Le puedo pasar a la vicepresidenta del Gobierno?–Sí, sí.Breve conversación personal para no entrar directo al tajo.–¿Te acuerdas que me dijiste que tenías unos pases especiales en Port Aventura ?–Bueno, no es que los tenga, es que cuando voy los pido y me los dan.–¿Pero cómo son?–Son unas pulseritas, se llaman VIP: no están a la venta, es una cortesía del parque. No haces cola en las atracciones. Entras por la salida. No es que hagas poca cola, es que no haces ninguna. Y puedes repetir las veces que quieras.–¿Y tú podrías conseguir 14?–Hombre 14 son muchas pero si son para ti puedo pedirlas . De todos modos piensa que esto si se sabe podría perjudicarte. La vice del 155 colándose en las atracciones se nos puede ir de las manos.–Es que no son para mí. Son para Roberto. Quiero hacerle un regalo por el estupendo trabajo que ha realizado en Cataluña. Y le he preguntado cuántos son en su familia, entre primos y sobrinos y me ha dicho que 14.Roberto es Roberto Bermúdez de Castro y el magnífico trabajo que hizo en Cataluña fue la aplicación del artículo 155. El parque puso todas las facilidades y aquel día llegué un poco antes porque a veces en la recepción se forman colas y el personal se confunde con las pulseras.Soraya ya no era la vicepresidenta porque por primera vez una moción de censura había prosperado. Quim Torra había sido investido presidente de la Generalitat en primavera, con su aire de payés prebélico y su moral de butifarra. Su grandilocuencia de cada mañana en los periódicos. Y allí estaba el supuesto archienemigo : en el carruselito. El único funcionario que hizo falta para aplicar el artículo 155 en la Cataluña del No Surrender dando vueltas sobre un caballito de madera. Sólo él bastó, ningún ejército hizo falta. Tanto ruido indepe, tanto irredentismo para que Junts y Esquerra se rindieran, se plegaran, colaboraran con «la represión» del modo más sumiso y humillante para cualquier épica. Elsa Artadi era la sucursal de Puigdemont y Pere Aragonès –que luego fue presidente–, la de Junqueras. Sólo un educado, amable, cariñoso señor de Huesca fue necesario para que tanto heroísmo capitulara, y éste fue el regalo de Soraya. Me mantuve al margen de la celebración familiar, para no condicionarla, a una calculada distancia, con mi hija y su amiguita, pero de lejos y sin que me vieran les seguía en su recorrido por si alguien reconocía a Roberto y había lío. Lo mismo que la inanidad indepe, me sorprendió –y algo más que sorprenderme– la hiriente indiferencia del Estado : porque yo entiendo que a un funcionario que hace su trabajo no es necesario premiarlo; pero si decides hacerlo, en reconocimiento a una labor tan grave, tan significativa, tan icónica, tienes que buscar un premio que esté a la altura. Y viendo al bueno de Roberto subiéndose a la Serpiente Emplumada, a Los Potrillos o a Shambhala pensé que habíamos ganado de milagro.A mediodía, un querido amigo de Esquerra al que había escrito la noche anterior para pedirle una información delicada sobre Junqeras, me llamó saliendo de verle en la cárcel y me dijo que nos viéramos para contarme. Le expliqué que estaba en Port Aventura con mi hija y una amiga –sin más– y me preguntó si podía ir con su hijo. Pedí más pulseritas, reservé dos habitaciones en uno de los hoteles –porque a la hora a la que mi confidente amigo iba a llegar no tenía mucho sentido no quedarse otro día– y a una cierta distancia de Roberto iba vigilando no le pasara nada, tratando a la vez de que mi amigo de Esquerra no se diera cuenta de la doble situación. Todo fluyó ordenado y pacífico y al rato me despreocupé, me relajé, traté de disfrutar yo también del parque, de mi hija, de mi amigo, del deber cumplido con España y de la magnífica exclusiva que al cabo de dos días podría publicar en ABC; y de tan contento perdí el control por un instante, y un instante puede ser letal en estos casos. Y en el acceso de Stampida me di cuenta de que tenía a Roberto unos metros por delante y, con la falsa excusa de estar un poco mareado, tuve el tiempo justo de esconderme detrás del árbol que está al lado de la tienda de las fotografías justo antes de que se girara al oír al hijo de mi amigo decir, gritando y con voz de agonía: «¡Papá, papá, me he olvidado el móvil en la cárcel!» . Mayo 2018.–Buenos días señor Sostres.–Buenos días.–¿Le puedo pasar a la vicepresidenta del Gobierno?–Sí, sí.Breve conversación personal para no entrar directo al tajo.–¿Te acuerdas que me dijiste que tenías unos pases especiales en Port Aventura ?–Bueno, no es que los tenga, es que cuando voy los pido y me los dan.–¿Pero cómo son?–Son unas pulseritas, se llaman VIP: no están a la venta, es una cortesía del parque. No haces cola en las atracciones. Entras por la salida. No es que hagas poca cola, es que no haces ninguna. Y puedes repetir las veces que quieras.–¿Y tú podrías conseguir 14?–Hombre 14 son muchas pero si son para ti puedo pedirlas . De todos modos piensa que esto si se sabe podría perjudicarte. La vice del 155 colándose en las atracciones se nos puede ir de las manos.–Es que no son para mí. Son para Roberto. Quiero hacerle un regalo por el estupendo trabajo que ha realizado en Cataluña. Y le he preguntado cuántos son en su familia, entre primos y sobrinos y me ha dicho que 14.Roberto es Roberto Bermúdez de Castro y el magnífico trabajo que hizo en Cataluña fue la aplicación del artículo 155. El parque puso todas las facilidades y aquel día llegué un poco antes porque a veces en la recepción se forman colas y el personal se confunde con las pulseras.Soraya ya no era la vicepresidenta porque por primera vez una moción de censura había prosperado. Quim Torra había sido investido presidente de la Generalitat en primavera, con su aire de payés prebélico y su moral de butifarra. Su grandilocuencia de cada mañana en los periódicos. Y allí estaba el supuesto archienemigo : en el carruselito. El único funcionario que hizo falta para aplicar el artículo 155 en la Cataluña del No Surrender dando vueltas sobre un caballito de madera. Sólo él bastó, ningún ejército hizo falta. Tanto ruido indepe, tanto irredentismo para que Junts y Esquerra se rindieran, se plegaran, colaboraran con «la represión» del modo más sumiso y humillante para cualquier épica. Elsa Artadi era la sucursal de Puigdemont y Pere Aragonès –que luego fue presidente–, la de Junqueras. Sólo un educado, amable, cariñoso señor de Huesca fue necesario para que tanto heroísmo capitulara, y éste fue el regalo de Soraya. Me mantuve al margen de la celebración familiar, para no condicionarla, a una calculada distancia, con mi hija y su amiguita, pero de lejos y sin que me vieran les seguía en su recorrido por si alguien reconocía a Roberto y había lío. Lo mismo que la inanidad indepe, me sorprendió –y algo más que sorprenderme– la hiriente indiferencia del Estado : porque yo entiendo que a un funcionario que hace su trabajo no es necesario premiarlo; pero si decides hacerlo, en reconocimiento a una labor tan grave, tan significativa, tan icónica, tienes que buscar un premio que esté a la altura. Y viendo al bueno de Roberto subiéndose a la Serpiente Emplumada, a Los Potrillos o a Shambhala pensé que habíamos ganado de milagro.A mediodía, un querido amigo de Esquerra al que había escrito la noche anterior para pedirle una información delicada sobre Junqeras, me llamó saliendo de verle en la cárcel y me dijo que nos viéramos para contarme. Le expliqué que estaba en Port Aventura con mi hija y una amiga –sin más– y me preguntó si podía ir con su hijo. Pedí más pulseritas, reservé dos habitaciones en uno de los hoteles –porque a la hora a la que mi confidente amigo iba a llegar no tenía mucho sentido no quedarse otro día– y a una cierta distancia de Roberto iba vigilando no le pasara nada, tratando a la vez de que mi amigo de Esquerra no se diera cuenta de la doble situación. Todo fluyó ordenado y pacífico y al rato me despreocupé, me relajé, traté de disfrutar yo también del parque, de mi hija, de mi amigo, del deber cumplido con España y de la magnífica exclusiva que al cabo de dos días podría publicar en ABC; y de tan contento perdí el control por un instante, y un instante puede ser letal en estos casos. Y en el acceso de Stampida me di cuenta de que tenía a Roberto unos metros por delante y, con la falsa excusa de estar un poco mareado, tuve el tiempo justo de esconderme detrás del árbol que está al lado de la tienda de las fotografías justo antes de que se girara al oír al hijo de mi amigo decir, gritando y con voz de agonía: «¡Papá, papá, me he olvidado el móvil en la cárcel!» .
Mayo 2018.
–Buenos días señor Sostres.
–Buenos días.
–¿Le puedo pasar a la vicepresidenta del Gobierno?
–Sí, sí.
Breve conversación personal para no entrar directo al tajo.
–¿Te acuerdas que me dijiste que tenías unos pases especiales en Port Aventura … ?
–Bueno, no es que los tenga, es que cuando voy los pido y me los dan.
–¿Pero cómo son?
–Son unas pulseritas, se llaman VIP: no están a la venta, es una cortesía del parque. No haces cola en las atracciones. Entras por la salida. No es que hagas poca cola, es que no haces ninguna. Y puedes repetir las veces que quieras.
–¿Y tú podrías conseguir 14?
–Hombre 14 son muchas pero si son para ti puedo pedirlas. De todos modos piensa que esto si se sabe podría perjudicarte. La vice del 155 colándose en las atracciones se nos puede ir de las manos.
–Es que no son para mí. Son para Roberto. Quiero hacerle un regalo por el estupendo trabajo que ha realizado en Cataluña. Y le he preguntado cuántos son en su familia, entre primos y sobrinos y me ha dicho que 14.
Roberto es Roberto Bermúdez de Castro y el magnífico trabajo que hizo en Cataluña fue la aplicación del artículo 155. El parque puso todas las facilidades y aquel día llegué un poco antes porque a veces en la recepción se forman colas y el personal se confunde con las pulseras.
Soraya ya no era la vicepresidenta porque por primera vez una moción de censura había prosperado. Quim Torra había sido investido presidente de la Generalitat en primavera, con su aire de payés prebélico y su moral de butifarra. Su grandilocuencia de cada mañana en los periódicos. Y allí estaba el supuesto archienemigo: en el carruselito. El único funcionario que hizo falta para aplicar el artículo 155 en la Cataluña del No Surrender dando vueltas sobre un caballito de madera.
Sólo él bastó, ningún ejército hizo falta. Tanto ruido indepe, tanto irredentismo para que Junts y Esquerra se rindieran, se plegaran, colaboraran con «la represión» del modo más sumiso y humillante para cualquier épica. Elsa Artadi era la sucursal de Puigdemont y Pere Aragonès –que luego fue presidente–, la de Junqueras. Sólo un educado, amable, cariñoso señor de Huesca fue necesario para que tanto heroísmo capitulara, y éste fue el regalo de Soraya.
Me mantuve al margen de la celebración familiar, para no condicionarla, a una calculada distancia, con mi hija y su amiguita, pero de lejos y sin que me vieran les seguía en su recorrido por si alguien reconocía a Roberto y había lío. Lo mismo que la inanidad indepe, me sorprendió –y algo más que sorprenderme– la hiriente indiferencia del Estado: porque yo entiendo que a un funcionario que hace su trabajo no es necesario premiarlo; pero si decides hacerlo, en reconocimiento a una labor tan grave, tan significativa, tan icónica, tienes que buscar un premio que esté a la altura. Y viendo al bueno de Roberto subiéndose a la Serpiente Emplumada, a Los Potrillos o a Shambhala pensé que habíamos ganado de milagro.
A mediodía, un querido amigo de Esquerra al que había escrito la noche anterior para pedirle una información delicada sobre Junqeras, me llamó saliendo de verle en la cárcel y me dijo que nos viéramos para contarme. Le expliqué que estaba en Port Aventura con mi hija y una amiga –sin más– y me preguntó si podía ir con su hijo.
Pedí más pulseritas, reservé dos habitaciones en uno de los hoteles –porque a la hora a la que mi confidente amigo iba a llegar no tenía mucho sentido no quedarse otro día– y a una cierta distancia de Roberto iba vigilando no le pasara nada, tratando a la vez de que mi amigo de Esquerra no se diera cuenta de la doble situación.
Todo fluyó ordenado y pacífico y al rato me despreocupé, me relajé, traté de disfrutar yo también del parque, de mi hija, de mi amigo, del deber cumplido con España y de la magnífica exclusiva que al cabo de dos días podría publicar en ABC; y de tan contento perdí el control por un instante, y un instante puede ser letal en estos casos. Y en el acceso de Stampida me di cuenta de que tenía a Roberto unos metros por delante y, con la falsa excusa de estar un poco mareado, tuve el tiempo justo de esconderme detrás del árbol que está al lado de la tienda de las fotografías justo antes de que se girara al oír al hijo de mi amigo decir, gritando y con voz de agonía: «¡Papá, papá, me he olvidado el móvil en la cárcel!».
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