Es realmente turbadora y vivificante esta exposición de Ryan Gander (Chester, 1976), un artista desconocido en España –no ha estado ni siquiera en ARCO, aunque sí en la Documenta, en Venecia, en el Guggenheim de Nueva Yor k y además tiene la Orden del Imperio Británico y es Académico Real de Escultura–, inclasificable e infinito y que desarrolla aquí una apología de la imaginación a base de demostraciones tan sencillas como inapelables, poniendo a disposición del espectador –convertido definitivamente en actor en cuanto sale de la sala– un mundo infinito de posibilidades maravillosas, que van desde la existencia de taquillas transparentes hasta la de insectos autómatas, pasando por las exposiciones y monografías imaginarias.Noticias relacionadas estandar Si ARTE Veinticinco ediciones de ‘Generaciones’: mucho ruido y pocas nueces Fernando Castro Flórez estandar Si Crítica de: ‘Caps [i] bous’, de Bernardí Roig, en el Museo Arqueológico Nacional: en el principio fue la metáfora Fernando Castro FlórezTan infinito es todo, tan fácil y excesivo, que el artista, que posee archivadores repletos de obras posibles, regala aquí ideas por centenas, ya sea esbozadas en bolas de billar desparramadas por el suelo, ya en manuscritos arrugados que el público puede llevarse (me llevo uno y, además, dos de los cientos de monedas que diseminó por las calles de Cáceres en su acción ‘The find’ el mes pasado).Preguntas insólitasGander, que en muchas de sus obras se acerca al mundo de la infancia (sus hijos aparecen en varias), tiene un discurso antipedagógico que me recuerda al del pedagogo surrealista Vicente Gutiérrez Escudero en ‘La tiza envenenada’ (2017); aunque Gutiérrez es radicalmente libertario –la educación «alimenta un engranaje diabólico que preserva el orden estatal»–, y Gander, siempre muy tierno y poético: «La mejor educación consiste en hacer preguntas o proporcionar catalizadores, no en aprender respuestas, particularmente en un contexto, como el mundo en el que vivimos, que cambia de forma tan rápida».Múltiples imaginarios. De arriba abajo, detalle de ‘Colaboración de 2000 años (El profeta), 2018; ‘Un objeto en movimiento, Difícil de conseguir’ (2023); y ‘Siendo todas las cosas iguales o Estoy contigo’ (2018) M. H. AlvearY puede decirse que la exposición del Museo Helga de Alvear consiste en una acumulación de preguntas insólitas e, incluso, de misterios y cosas ocultas: taquillas y maletas traslúcidas, papelitos de galletas de la fortuna escondidos, espejos medio tapados, obras que hay que encontrar y que pueden estar en las ventanas, en el techo o bajo una mesa (‘School of Languages’, pensada para el estand de una feria, es tan maravillosa que debo callarme por si algún lector va a verla)… Es, dice la curadora, «un enorme conjunto de pistas a descifrar que animan al espectador a crear asociaciones e inventar su propio relato con el objeto de desentrañar las complejidades escenificadas por el artista». Partirían estas de «un cuestionamiento del lenguaje y del conocimiento, así como una reinvención tanto de la apariencia como de la creación de la obra de arte», pero Gander no es un artista oscuro sino lúdico: en cierto modo, sus obras parecen pensadas para niños, y para conectar con ellas es imprescindible recuperar cierta inocencia. «Los fantasmas, ¿tienen dientes?», leemos en un globo gigante; en un vídeo, una niña «discute sobre las virtudes y defectos de la obra». Otra de las características interesantes de este trabajo es el uso imaginativo y desconcertante de la tecnología. Además de las esculturas animatrónicas –el mosquito, la urraca con voz de niña y la que está escondida–, nos reciben una nevada mecánica –hay varias piezas dedicadas a la nieve, una de ellas de realidad virtual– y una máquina expendedora de piedras (o billetes de 100€). Instintivo, improductivo y libre, la pieza de mayor tamaño es un retrato en movimiento de su hijo hiperactivo, de textura marmórea.Ryan Gander ‘Gruñidos, silbidos, gemidos, ladridos y gritos’. Museo Helga de Alvear. Cáceres. C/Pizarro, 10. Comisaria: Sandra Guimarães. Hasta el 20 de abril. Cinco estrellas. En ‘Dominae illud opus populare’, unos ojos animatrónicos adoptan distintas expresiones… Así hasta un centenar de piezas sorprendentes de todo tipo. Es imposible abarcar el fabuloso imaginario de Ryan Gander. Es realmente turbadora y vivificante esta exposición de Ryan Gander (Chester, 1976), un artista desconocido en España –no ha estado ni siquiera en ARCO, aunque sí en la Documenta, en Venecia, en el Guggenheim de Nueva Yor k y además tiene la Orden del Imperio Británico y es Académico Real de Escultura–, inclasificable e infinito y que desarrolla aquí una apología de la imaginación a base de demostraciones tan sencillas como inapelables, poniendo a disposición del espectador –convertido definitivamente en actor en cuanto sale de la sala– un mundo infinito de posibilidades maravillosas, que van desde la existencia de taquillas transparentes hasta la de insectos autómatas, pasando por las exposiciones y monografías imaginarias.Noticias relacionadas estandar Si ARTE Veinticinco ediciones de ‘Generaciones’: mucho ruido y pocas nueces Fernando Castro Flórez estandar Si Crítica de: ‘Caps [i] bous’, de Bernardí Roig, en el Museo Arqueológico Nacional: en el principio fue la metáfora Fernando Castro FlórezTan infinito es todo, tan fácil y excesivo, que el artista, que posee archivadores repletos de obras posibles, regala aquí ideas por centenas, ya sea esbozadas en bolas de billar desparramadas por el suelo, ya en manuscritos arrugados que el público puede llevarse (me llevo uno y, además, dos de los cientos de monedas que diseminó por las calles de Cáceres en su acción ‘The find’ el mes pasado).Preguntas insólitasGander, que en muchas de sus obras se acerca al mundo de la infancia (sus hijos aparecen en varias), tiene un discurso antipedagógico que me recuerda al del pedagogo surrealista Vicente Gutiérrez Escudero en ‘La tiza envenenada’ (2017); aunque Gutiérrez es radicalmente libertario –la educación «alimenta un engranaje diabólico que preserva el orden estatal»–, y Gander, siempre muy tierno y poético: «La mejor educación consiste en hacer preguntas o proporcionar catalizadores, no en aprender respuestas, particularmente en un contexto, como el mundo en el que vivimos, que cambia de forma tan rápida».Múltiples imaginarios. De arriba abajo, detalle de ‘Colaboración de 2000 años (El profeta), 2018; ‘Un objeto en movimiento, Difícil de conseguir’ (2023); y ‘Siendo todas las cosas iguales o Estoy contigo’ (2018) M. H. AlvearY puede decirse que la exposición del Museo Helga de Alvear consiste en una acumulación de preguntas insólitas e, incluso, de misterios y cosas ocultas: taquillas y maletas traslúcidas, papelitos de galletas de la fortuna escondidos, espejos medio tapados, obras que hay que encontrar y que pueden estar en las ventanas, en el techo o bajo una mesa (‘School of Languages’, pensada para el estand de una feria, es tan maravillosa que debo callarme por si algún lector va a verla)… Es, dice la curadora, «un enorme conjunto de pistas a descifrar que animan al espectador a crear asociaciones e inventar su propio relato con el objeto de desentrañar las complejidades escenificadas por el artista». Partirían estas de «un cuestionamiento del lenguaje y del conocimiento, así como una reinvención tanto de la apariencia como de la creación de la obra de arte», pero Gander no es un artista oscuro sino lúdico: en cierto modo, sus obras parecen pensadas para niños, y para conectar con ellas es imprescindible recuperar cierta inocencia. «Los fantasmas, ¿tienen dientes?», leemos en un globo gigante; en un vídeo, una niña «discute sobre las virtudes y defectos de la obra». Otra de las características interesantes de este trabajo es el uso imaginativo y desconcertante de la tecnología. Además de las esculturas animatrónicas –el mosquito, la urraca con voz de niña y la que está escondida–, nos reciben una nevada mecánica –hay varias piezas dedicadas a la nieve, una de ellas de realidad virtual– y una máquina expendedora de piedras (o billetes de 100€). Instintivo, improductivo y libre, la pieza de mayor tamaño es un retrato en movimiento de su hijo hiperactivo, de textura marmórea.Ryan Gander ‘Gruñidos, silbidos, gemidos, ladridos y gritos’. Museo Helga de Alvear. Cáceres. C/Pizarro, 10. Comisaria: Sandra Guimarães. Hasta el 20 de abril. Cinco estrellas. En ‘Dominae illud opus populare’, unos ojos animatrónicos adoptan distintas expresiones… Así hasta un centenar de piezas sorprendentes de todo tipo. Es imposible abarcar el fabuloso imaginario de Ryan Gander.
Es realmente turbadora y vivificante esta exposición de Ryan Gander (Chester, 1976), un artista desconocido en España –no ha estado ni siquiera en ARCO, aunque sí en la Documenta, en Venecia, en el Guggenheim de Nueva York y además tiene la … Orden del Imperio Británico y es Académico Real de Escultura–, inclasificable e infinito y que desarrolla aquí una apología de la imaginación a base de demostraciones tan sencillas como inapelables, poniendo a disposición del espectador –convertido definitivamente en actor en cuanto sale de la sala– un mundo infinito de posibilidades maravillosas, que van desde la existencia de taquillas transparentes hasta la de insectos autómatas, pasando por las exposiciones y monografías imaginarias.
Tan infinito es todo, tan fácil y excesivo, que el artista, que posee archivadores repletos de obras posibles, regala aquí ideas por centenas, ya sea esbozadas en bolas de billar desparramadas por el suelo, ya en manuscritos arrugados que el público puede llevarse (me llevo uno y, además, dos de los cientos de monedas que diseminó por las calles de Cáceres en su acción ‘The find’ el mes pasado).
Preguntas insólitas
Gander, que en muchas de sus obras se acerca al mundo de la infancia (sus hijos aparecen en varias), tiene un discurso antipedagógico que me recuerda al del pedagogo surrealista Vicente Gutiérrez Escudero en ‘La tiza envenenada’ (2017); aunque Gutiérrez es radicalmente libertario –la educación «alimenta un engranaje diabólico que preserva el orden estatal»–, y Gander, siempre muy tierno y poético: «La mejor educación consiste en hacer preguntas o proporcionar catalizadores, no en aprender respuestas, particularmente en un contexto, como el mundo en el que vivimos, que cambia de forma tan rápida».



De arriba abajo, detalle de ‘Colaboración de 2000 años (El profeta), 2018; ‘Un objeto en movimiento, Difícil de conseguir’ (2023); y ‘Siendo todas las cosas iguales o Estoy contigo’ (2018)
M. H. Alvear
Y puede decirse que la exposición del Museo Helga de Alvear consiste en una acumulación de preguntas insólitas e, incluso, de misterios y cosas ocultas: taquillas y maletas traslúcidas, papelitos de galletas de la fortuna escondidos, espejos medio tapados, obras que hay que encontrar y que pueden estar en las ventanas, en el techo o bajo una mesa (‘School of Languages’, pensada para el estand de una feria, es tan maravillosa que debo callarme por si algún lector va a verla)… Es, dice la curadora, «un enorme conjunto de pistas a descifrar que animan al espectador a crear asociaciones e inventar su propio relato con el objeto de desentrañar las complejidades escenificadas por el artista».
Partirían estas de «un cuestionamiento del lenguaje y del conocimiento, así como una reinvención tanto de la apariencia como de la creación de la obra de arte», pero Gander no es un artista oscuro sino lúdico: en cierto modo, sus obras parecen pensadas para niños, y para conectar con ellas es imprescindible recuperar cierta inocencia. «Los fantasmas, ¿tienen dientes?», leemos en un globo gigante; en un vídeo, una niña «discute sobre las virtudes y defectos de la obra».
Otra de las características interesantes de este trabajo es el uso imaginativo y desconcertante de la tecnología. Además de las esculturas animatrónicas –el mosquito, la urraca con voz de niña y la que está escondida–, nos reciben una nevada mecánica –hay varias piezas dedicadas a la nieve, una de ellas de realidad virtual– y una máquina expendedora de piedras (o billetes de 100€). Instintivo, improductivo y libre, la pieza de mayor tamaño es un retrato en movimiento de su hijo hiperactivo, de textura marmórea.
Ryan Gander
‘Gruñidos, silbidos, gemidos, ladridos y gritos’. Museo Helga de Alvear. Cáceres. C/Pizarro, 10. Comisaria: Sandra Guimarães. Hasta el 20 de abril. Cinco estrellas.
En ‘Dominae illud opus populare’, unos ojos animatrónicos adoptan distintas expresiones… Así hasta un centenar de piezas sorprendentes de todo tipo. Es imposible abarcar el fabuloso imaginario de Ryan Gander.
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