El discurso acerca del mayor o menor valor de las lenguas me resulta inaceptable. Walter BenjaminPese a la grandeza de sus espacios, la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara se queda una y otra vez pequeña. En los tres días que pasa por ella, el viajero lo constata en varias ocasiones: durante uno de los encuentros que Rosa Montero mantiene con sus muchos lectores, en la conversación de Jorge Volpi con un millar de estudiantes o en los pasillos por los que bulle una multitud de jóvenes y niños, todos con libros en la mano. A la FIL no se viene sólo a mirar: raro es quien no se lleva de allí una bolsa cargada con su botín de papel impreso.No es la primera vez que uno la visita, sino la tercera, pero no deja de apabullar lo que cada año monta la capital del estado de Jalisco en torno a la literatura en todas sus formas. En esta ocasión el país invitado es España, y la autoridad competente, el Ministerio de Cultura , diríase que ha tratado de estar a la altura de la desmesura en la que participa: doscientos y pico autores ha desplazado a la cita jalisciense, que junto con los que llevan por su cuenta las distintas editoriales elevan a tres centenares de nombres la representación española. Con semejante nómina, la diversidad generacional, estilística y de géneros -en ambos sentidos, el literario y el otro- está asegurada. En cuanto a si se reflejan otras diversidades, siempre hay división de opiniones: un vistazo al catálogo les sugerirá a los críticos una leve escora al costado gubernamental, sin renunciar -como acaso el pudor aconsejaría- a incluir en la selección literaria a alguna cabeza visible de las siglas en el poder; pero les costará sostener que se lleva la inclinación al extremo de excluir a los no afines.El pabellón español, a la entrada de la Feria, podría para el malévolo ser indicio de esa escora. Alguien comenta con ironía su color: rosa, como el fondo del logo de uno de los partidos de la coalición gobernante, justamente la que administra la cosa cultural. En realidad, la presencia del rosa -y del amarillo, en el espacio de encuentros- es un tributo al arquitecto local Luis Barragán , que usó ambas tonalidades en sus obras, y de forma destacada en una de las más emblemáticas, su propia casa. Y lo cierto es que en los anaqueles que serpentean a lo largo de sus formas onduladas hay una generosa muestra de la obra de todos los autores intervinientes, de las tendencias más dispares.Lo malo de la FIL es que por más que quiera uno no puede asistir a todo lo que le interesa. Pasa con el programa general y también con el del país invitado: la simultaneidad de actos lo hace imposible. Dándose prisa en los pasillos, alcanza a duras penas uno a escuchar el homenaje que a Carmen Martín Gaite le rinden Azahara Alonso y María Folguera , moderadas por Inés Martín Rodrigo ; la evocación de Luis Cernuda por Hernán Bravo Varela y Antonio Rivera Taravillo , junto con Àngels Gregori ; o la jugosa conversación entre María Sánchez y la poeta de origen mapuche Daniela Catrileo , dirigida por Gabi Martínez . También la lectura del ‘Grito hacia Roma’ de García Lorca , en el original español a cargo del director del Instituto Cervantes, Luis García Montero , y en varias lenguas originarias. Se le queda al viajero grabada la musicalidad del texto en guaraní, en el que reconoce una sola palabra: sapukái. O lo que es lo mismo: grito. El pabellón vasco en la FIL; el pabellón de los editores catalanes, y uno de los coloquios de la feria ABCLa diversión llega con tres autores españoles, Nuria Barrios , Marta Sanz y Manuel Vilas , que bajo la batuta de Juan Cruz sostienen un diálogo en el que casi sin querer se imponen las peroratas espontáneas y vehementes del varón. Invitada por el moderador a subrayar una de ellas, Marta Sanz desata la risa y la ovación al responder que se niega a quedar para glosar lo que ha dicho un señor; que prefiere decir lo que a ella le dé la gana. Ya en el turno de preguntas, una lectora mejicana pondera la presencia y la proximidad de los literatos intervinientes, «dado que el Rey no ha querido disculparse» -recalca, con ignorancia compartida con su expresidente López Obrador del papel que la Constitución asigna al Monarca en un régimen parlamentario-. Y da gracias en euskera, gallego y catalán, pero no en español o castellano, la lengua en la que se ha desarrollado el coloquio y en la que ella misma se expresa. Todo un síntoma de la imagen que venimos dando al exterior de un tiempo a esta parte.Otro síntoma se aprecia en el pabellón de las editoriales vascas, en la zona profesional de la Feria. Aunque el noventa por ciento de los volúmenes que allí se exhiben están impresos en la lengua de Cervantes, su rótulo reza en inglés: ‘Basque Books’. Mientras lo observa, deplora uno que sus propios compromisos le hayan impedido ir a oír al siempre enriquecedor Kirmen Uribe, a quien por fortuna se traduce regularmente al español para los que no son capaces de descifrar su euskera como se merece. Reconforta, en contraste, que en el stand de Cataluña luzca con naturalidad una Ñ, después de tantos años de desdén hacia la primera lengua de la mayoría de los catalanes, que es a la vez en la que todos pueden entenderse con quienes los leen allende el océano. Bien está que esa fiebre remita. No hay amor -tampoco a un idioma- que exija el exceso de menospreciar a otros.A los que no se puede faltar es a los actos en los que uno mismo participa. El primer día, una mesa con Luis Mateo Díez , organizada por los editores madrileños junto con la Comunidad de Madrid y moderada por Eva Boj , en la que recibe una vez más el regalo de aprender de uno de los maestros vivos de nuestra lengua y descubre la coincidencia en la obra de Edmundo de Amicis como iniciador a la lectura y a la emoción que suscita. En la segunda jornada, un debate con Berna González Harbour y Elia Barceló sobre la novela de intriga, en el que el moderador, Jesús Ruiz Mantilla , desafía a enunciar el misterio del presente global en términos de planteamiento, nudo y desenlace. No se le ocurre a uno otra forma de resolverlo, ante dos compañeras tan sagaces, que como un duelo entre la hipocresía y la desfachatez, en el que por ahora, situados en el nudo, se impone la segunda -véase, entre otros, el éxito de Trump-. El desenlace está por escribir y de la inteligencia colectiva dependerá el resultado.Le perdonarán a uno cuantas personas ilustres quedan nombradas, y las demás que no caben en esta crónica, pero lo más conmovedor y memorable de la FIL lo vive fuera del recinto ferial: en el Colegio Reforma, donde asiste -bajo los auspicios de la propia Feria, en el marco del programa Ecos de la FIL- a un encuentro con alumnos de secundaria y preparatoria. Chicos y chicas de entre dieciséis y diecisiete años, con la mirada limpia y la ilusión intacta, dotados de esa generosidad del lector que uno fue, y que día a día, mientras envejecemos, debemos luchar por preservar, también a la hora de escribir lo que escribimos.Paseo por la ciudadAntes de volver a España hay un hueco para dar un paseo por el centro de la ciudad con un buen amigo, el profesor de la UNAM Ciro Murayama , con quien el viajero recorre la suntuosa nave de la catedral de Guadalajara y admira en las paredes y bóvedas del Hospicio Cabañas -Patrimonio de la Humanidad- la obra del gran muralista mexicano José Clemente Orozco -el mejor de todos, a decir de los expertos, pese a la mayor fama de otros-. Tras el recorrido, un almuerzo en Casa Dolores, en el paseo Alcalde, un local repleto de sabor, entre su arquitectura colonial y las fotos de la estrella Dolores del Río que inundan sus paredes. Allí, agasajados por la brisa que entra por sus altas ventanas, Murayama hace un sombrío pronóstico sobre el futuro de la lectura en su país. Habla del desmantelamiento del Fondo de Cultura Económica, antaño refugio del pensamiento diverso y hoy catálogo volcado en voces afectas al movimiento gobernante. O de la imposición en la enseñanza de libros publicados por el Estado. Mientras algún responsable del ramo educativo abomina de la lectura por placer, que tilda de vicio pequeñoburgués, los datos empeoran: según un estudio de la cámara de la industria editorial mexicana, desde 2018 la población lectora disminuyó en un 6,8% y la producción de libros se redujo en un 41%.Como acto de resistencia, antes de abandonar Guadalajara, el viajero adquiere en el ‘stand’ del Fondo una excelente edición de la poesía de Rubén Darío y otra bilingüe de ‘Observaciones sobre lo bello y lo sublime’ de Immanuel Kant . Las dos vienen del pasado, que, como sabe quien leyó no sólo los libros que el poder prescribe, también es lo que nos alumbra el futuro. El discurso acerca del mayor o menor valor de las lenguas me resulta inaceptable. Walter BenjaminPese a la grandeza de sus espacios, la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara se queda una y otra vez pequeña. En los tres días que pasa por ella, el viajero lo constata en varias ocasiones: durante uno de los encuentros que Rosa Montero mantiene con sus muchos lectores, en la conversación de Jorge Volpi con un millar de estudiantes o en los pasillos por los que bulle una multitud de jóvenes y niños, todos con libros en la mano. A la FIL no se viene sólo a mirar: raro es quien no se lleva de allí una bolsa cargada con su botín de papel impreso.No es la primera vez que uno la visita, sino la tercera, pero no deja de apabullar lo que cada año monta la capital del estado de Jalisco en torno a la literatura en todas sus formas. En esta ocasión el país invitado es España, y la autoridad competente, el Ministerio de Cultura , diríase que ha tratado de estar a la altura de la desmesura en la que participa: doscientos y pico autores ha desplazado a la cita jalisciense, que junto con los que llevan por su cuenta las distintas editoriales elevan a tres centenares de nombres la representación española. Con semejante nómina, la diversidad generacional, estilística y de géneros -en ambos sentidos, el literario y el otro- está asegurada. En cuanto a si se reflejan otras diversidades, siempre hay división de opiniones: un vistazo al catálogo les sugerirá a los críticos una leve escora al costado gubernamental, sin renunciar -como acaso el pudor aconsejaría- a incluir en la selección literaria a alguna cabeza visible de las siglas en el poder; pero les costará sostener que se lleva la inclinación al extremo de excluir a los no afines.El pabellón español, a la entrada de la Feria, podría para el malévolo ser indicio de esa escora. Alguien comenta con ironía su color: rosa, como el fondo del logo de uno de los partidos de la coalición gobernante, justamente la que administra la cosa cultural. En realidad, la presencia del rosa -y del amarillo, en el espacio de encuentros- es un tributo al arquitecto local Luis Barragán , que usó ambas tonalidades en sus obras, y de forma destacada en una de las más emblemáticas, su propia casa. Y lo cierto es que en los anaqueles que serpentean a lo largo de sus formas onduladas hay una generosa muestra de la obra de todos los autores intervinientes, de las tendencias más dispares.Lo malo de la FIL es que por más que quiera uno no puede asistir a todo lo que le interesa. Pasa con el programa general y también con el del país invitado: la simultaneidad de actos lo hace imposible. Dándose prisa en los pasillos, alcanza a duras penas uno a escuchar el homenaje que a Carmen Martín Gaite le rinden Azahara Alonso y María Folguera , moderadas por Inés Martín Rodrigo ; la evocación de Luis Cernuda por Hernán Bravo Varela y Antonio Rivera Taravillo , junto con Àngels Gregori ; o la jugosa conversación entre María Sánchez y la poeta de origen mapuche Daniela Catrileo , dirigida por Gabi Martínez . También la lectura del ‘Grito hacia Roma’ de García Lorca , en el original español a cargo del director del Instituto Cervantes, Luis García Montero , y en varias lenguas originarias. Se le queda al viajero grabada la musicalidad del texto en guaraní, en el que reconoce una sola palabra: sapukái. O lo que es lo mismo: grito. El pabellón vasco en la FIL; el pabellón de los editores catalanes, y uno de los coloquios de la feria ABCLa diversión llega con tres autores españoles, Nuria Barrios , Marta Sanz y Manuel Vilas , que bajo la batuta de Juan Cruz sostienen un diálogo en el que casi sin querer se imponen las peroratas espontáneas y vehementes del varón. Invitada por el moderador a subrayar una de ellas, Marta Sanz desata la risa y la ovación al responder que se niega a quedar para glosar lo que ha dicho un señor; que prefiere decir lo que a ella le dé la gana. Ya en el turno de preguntas, una lectora mejicana pondera la presencia y la proximidad de los literatos intervinientes, «dado que el Rey no ha querido disculparse» -recalca, con ignorancia compartida con su expresidente López Obrador del papel que la Constitución asigna al Monarca en un régimen parlamentario-. Y da gracias en euskera, gallego y catalán, pero no en español o castellano, la lengua en la que se ha desarrollado el coloquio y en la que ella misma se expresa. Todo un síntoma de la imagen que venimos dando al exterior de un tiempo a esta parte.Otro síntoma se aprecia en el pabellón de las editoriales vascas, en la zona profesional de la Feria. Aunque el noventa por ciento de los volúmenes que allí se exhiben están impresos en la lengua de Cervantes, su rótulo reza en inglés: ‘Basque Books’. Mientras lo observa, deplora uno que sus propios compromisos le hayan impedido ir a oír al siempre enriquecedor Kirmen Uribe, a quien por fortuna se traduce regularmente al español para los que no son capaces de descifrar su euskera como se merece. Reconforta, en contraste, que en el stand de Cataluña luzca con naturalidad una Ñ, después de tantos años de desdén hacia la primera lengua de la mayoría de los catalanes, que es a la vez en la que todos pueden entenderse con quienes los leen allende el océano. Bien está que esa fiebre remita. No hay amor -tampoco a un idioma- que exija el exceso de menospreciar a otros.A los que no se puede faltar es a los actos en los que uno mismo participa. El primer día, una mesa con Luis Mateo Díez , organizada por los editores madrileños junto con la Comunidad de Madrid y moderada por Eva Boj , en la que recibe una vez más el regalo de aprender de uno de los maestros vivos de nuestra lengua y descubre la coincidencia en la obra de Edmundo de Amicis como iniciador a la lectura y a la emoción que suscita. En la segunda jornada, un debate con Berna González Harbour y Elia Barceló sobre la novela de intriga, en el que el moderador, Jesús Ruiz Mantilla , desafía a enunciar el misterio del presente global en términos de planteamiento, nudo y desenlace. No se le ocurre a uno otra forma de resolverlo, ante dos compañeras tan sagaces, que como un duelo entre la hipocresía y la desfachatez, en el que por ahora, situados en el nudo, se impone la segunda -véase, entre otros, el éxito de Trump-. El desenlace está por escribir y de la inteligencia colectiva dependerá el resultado.Le perdonarán a uno cuantas personas ilustres quedan nombradas, y las demás que no caben en esta crónica, pero lo más conmovedor y memorable de la FIL lo vive fuera del recinto ferial: en el Colegio Reforma, donde asiste -bajo los auspicios de la propia Feria, en el marco del programa Ecos de la FIL- a un encuentro con alumnos de secundaria y preparatoria. Chicos y chicas de entre dieciséis y diecisiete años, con la mirada limpia y la ilusión intacta, dotados de esa generosidad del lector que uno fue, y que día a día, mientras envejecemos, debemos luchar por preservar, también a la hora de escribir lo que escribimos.Paseo por la ciudadAntes de volver a España hay un hueco para dar un paseo por el centro de la ciudad con un buen amigo, el profesor de la UNAM Ciro Murayama , con quien el viajero recorre la suntuosa nave de la catedral de Guadalajara y admira en las paredes y bóvedas del Hospicio Cabañas -Patrimonio de la Humanidad- la obra del gran muralista mexicano José Clemente Orozco -el mejor de todos, a decir de los expertos, pese a la mayor fama de otros-. Tras el recorrido, un almuerzo en Casa Dolores, en el paseo Alcalde, un local repleto de sabor, entre su arquitectura colonial y las fotos de la estrella Dolores del Río que inundan sus paredes. Allí, agasajados por la brisa que entra por sus altas ventanas, Murayama hace un sombrío pronóstico sobre el futuro de la lectura en su país. Habla del desmantelamiento del Fondo de Cultura Económica, antaño refugio del pensamiento diverso y hoy catálogo volcado en voces afectas al movimiento gobernante. O de la imposición en la enseñanza de libros publicados por el Estado. Mientras algún responsable del ramo educativo abomina de la lectura por placer, que tilda de vicio pequeñoburgués, los datos empeoran: según un estudio de la cámara de la industria editorial mexicana, desde 2018 la población lectora disminuyó en un 6,8% y la producción de libros se redujo en un 41%.Como acto de resistencia, antes de abandonar Guadalajara, el viajero adquiere en el ‘stand’ del Fondo una excelente edición de la poesía de Rubén Darío y otra bilingüe de ‘Observaciones sobre lo bello y lo sublime’ de Immanuel Kant . Las dos vienen del pasado, que, como sabe quien leyó no sólo los libros que el poder prescribe, también es lo que nos alumbra el futuro.
Pasajes del XXI
«No es la primera vez que uno la visita, sino la tercera, pero no deja de apabullar lo que cada año monta la capital del estado de Jalisco en torno a la literatura en todas sus formas»
El discurso acerca del mayor o menor valor de las lenguas me resulta inaceptable. Walter Benjamin
Pese a la grandeza de sus espacios, la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara se queda una y otra vez pequeña. En los tres días que pasa …
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