Me he despertado de mi sueño eterno con el susto de Luisgé Martín . En este país no se puede uno echar ni la siesta, de tanto jaleo, y en el desvelo me puse a leer el libro. Que para los tipos como yo lo prohibido está a dos llamadas de teléfono. Y oye, me lo he leído de un tirón. Nuestro Luisgé no tiene el pulso de Carrère ni el carisma de Capote, pero si Sánchez lo contrató para que le escribiera los discursos por algo sería. Qué te voy a contar, el tema es que en ‘ El odio ‘ ha conseguido que José Bretón confiese por primera vez el asesinato de sus hijos. Pero, ¿tanta cosa por esto? He lidiado en tantas batallas que aún recuerdo aquellos años en los que Herralde contraprogramaba al franquismo con libros comunistas. Cómo pasa el tiempo: antes combatía la censura de un dictador y ahora en su editorial abrazan la censura de una democracia . A la tercera llamada de teléfono me he enterado de que algunas ilustres librerías levantaron el teléfono rojo para advertirles de que la libertad tiene un precio (que ya decía Lenin que «¿Libertad? ¿para qué?»). ¡A ver si se iban a caer los Anagramas de las mesas de novedades…! Y claro, a Feltrinelli seguro que le importa más la cuenta de resultados que hacerse el mártir por la libertad de expresión. Al final, ellos pagan las facturas. A mí también me ha pasado: una vez intenté convencer a mi casero de que la lucha por la verdad bien merecía una rebaja en el alquiler. Así fue como empeñé mi primer sombrero.Como yo sí he leído el libro, he llegado a la página 177, en la que Luisgé –qué naíf parece– agradece a unos escritores amigos la lectura atenta del libro. Salen Aroa Moreno, Lara Moreno, José Ovejero, Edurne Portela y Marta Sanz. Por Arcadi he sabido que las dos primeras también escribieron discursos para Sánchez. ¡Cómo no lo pude imaginar! ¡Con lo independientes que parecían! De todos ellos solo Marta Sanz se ha atrevido a defender públicamente al apestado. A Luisgé le ha pasado lo mismo que a mí cuando empecé a destapar secretos. Por eso ahora tengo un nombre inglés. Tan valientes como son para pedir la paz en el mundo y denunciar a Trump, qué callados están ahora los curas de la cultura, los culturillas…Suerte que a mí me cuentan muchas cosas al oído: como que si Herralde estuviera en activo este libro se habría publicado y que a ver dónde están ahora los editores que defienden a los autores, cueste lo que cueste. Hay unos cuantos preocupados por el tema, pero esto nunca lo van a decir en alto. Es que, claro, es Anagrama… Pero me quitaré el sombrero si me demuestran que la editorial ya tenía en el cajón un estudio jurídico de los posibles riesgos del novelón, o había pensado con el autor en estas cosas, como se haría en un gran sello. ¡Que hicieron la tirada completa y ahora se la van a comer para pasta de papel! Venció el miedo.Y mientras tanto el ministro está feliz . De tanto luchar contra el fascismo se le han pegado sus vicios. Dos veces le preguntaron su opinión sobre el libro y ni una palabra sobre la libertad de expresión. «La editorial ha hecho lo que tiene que hacer», dice. «Això no toca», que yo hablo más idiomas que el Instituto Cervantes. Y que sigan las preguntas sobre Trump. Lo paradójico de todo, me cuentan mis soplones, es que Luisgé Martín llegó a Anagrama porque Alfaguara no le quiso publicar una novela, por escandalosa. Era una historia sobre pederastia: nuestro plumilla siempre con sus cositas. A ver cómo convence a un nuevo casero de que la libertad de expresión merece la pena. Yo no lo conseguí. El problema es que se ha quedado sin editorial y sin trabajo. Y sus amigos, todos muditos. Me he despertado de mi sueño eterno con el susto de Luisgé Martín . En este país no se puede uno echar ni la siesta, de tanto jaleo, y en el desvelo me puse a leer el libro. Que para los tipos como yo lo prohibido está a dos llamadas de teléfono. Y oye, me lo he leído de un tirón. Nuestro Luisgé no tiene el pulso de Carrère ni el carisma de Capote, pero si Sánchez lo contrató para que le escribiera los discursos por algo sería. Qué te voy a contar, el tema es que en ‘ El odio ‘ ha conseguido que José Bretón confiese por primera vez el asesinato de sus hijos. Pero, ¿tanta cosa por esto? He lidiado en tantas batallas que aún recuerdo aquellos años en los que Herralde contraprogramaba al franquismo con libros comunistas. Cómo pasa el tiempo: antes combatía la censura de un dictador y ahora en su editorial abrazan la censura de una democracia . A la tercera llamada de teléfono me he enterado de que algunas ilustres librerías levantaron el teléfono rojo para advertirles de que la libertad tiene un precio (que ya decía Lenin que «¿Libertad? ¿para qué?»). ¡A ver si se iban a caer los Anagramas de las mesas de novedades…! Y claro, a Feltrinelli seguro que le importa más la cuenta de resultados que hacerse el mártir por la libertad de expresión. Al final, ellos pagan las facturas. A mí también me ha pasado: una vez intenté convencer a mi casero de que la lucha por la verdad bien merecía una rebaja en el alquiler. Así fue como empeñé mi primer sombrero.Como yo sí he leído el libro, he llegado a la página 177, en la que Luisgé –qué naíf parece– agradece a unos escritores amigos la lectura atenta del libro. Salen Aroa Moreno, Lara Moreno, José Ovejero, Edurne Portela y Marta Sanz. Por Arcadi he sabido que las dos primeras también escribieron discursos para Sánchez. ¡Cómo no lo pude imaginar! ¡Con lo independientes que parecían! De todos ellos solo Marta Sanz se ha atrevido a defender públicamente al apestado. A Luisgé le ha pasado lo mismo que a mí cuando empecé a destapar secretos. Por eso ahora tengo un nombre inglés. Tan valientes como son para pedir la paz en el mundo y denunciar a Trump, qué callados están ahora los curas de la cultura, los culturillas…Suerte que a mí me cuentan muchas cosas al oído: como que si Herralde estuviera en activo este libro se habría publicado y que a ver dónde están ahora los editores que defienden a los autores, cueste lo que cueste. Hay unos cuantos preocupados por el tema, pero esto nunca lo van a decir en alto. Es que, claro, es Anagrama… Pero me quitaré el sombrero si me demuestran que la editorial ya tenía en el cajón un estudio jurídico de los posibles riesgos del novelón, o había pensado con el autor en estas cosas, como se haría en un gran sello. ¡Que hicieron la tirada completa y ahora se la van a comer para pasta de papel! Venció el miedo.Y mientras tanto el ministro está feliz . De tanto luchar contra el fascismo se le han pegado sus vicios. Dos veces le preguntaron su opinión sobre el libro y ni una palabra sobre la libertad de expresión. «La editorial ha hecho lo que tiene que hacer», dice. «Això no toca», que yo hablo más idiomas que el Instituto Cervantes. Y que sigan las preguntas sobre Trump. Lo paradójico de todo, me cuentan mis soplones, es que Luisgé Martín llegó a Anagrama porque Alfaguara no le quiso publicar una novela, por escandalosa. Era una historia sobre pederastia: nuestro plumilla siempre con sus cositas. A ver cómo convence a un nuevo casero de que la libertad de expresión merece la pena. Yo no lo conseguí. El problema es que se ha quedado sin editorial y sin trabajo. Y sus amigos, todos muditos.
Chat Jejeje
«Me he despertado de mi sueño eterno con el susto de Luisgé Martín. En este país no se puede uno echar ni la siesta, de tanto jaleo, y en el desvelo me puse a leer el libro»
Me he despertado de mi sueño eterno con el susto de Luisgé Martín. En este país no se puede uno echar ni la siesta, de tanto jaleo, y en el desvelo me puse a leer el libro. Que para los tipos como yo lo … prohibido está a dos llamadas de teléfono. Y oye, me lo he leído de un tirón. Nuestro Luisgé no tiene el pulso de Carrère ni el carisma de Capote, pero si Sánchez lo contrató para que le escribiera los discursos por algo sería. Qué te voy a contar, el tema es que en ‘El odio‘ ha conseguido que José Bretón confiese por primera vez el asesinato de sus hijos. Pero, ¿tanta cosa por esto?
He lidiado en tantas batallas que aún recuerdo aquellos años en los que Herralde contraprogramaba al franquismo con libros comunistas. Cómo pasa el tiempo: antes combatía la censura de un dictador y ahora en su editorial abrazan la censura de una democracia. A la tercera llamada de teléfono me he enterado de que algunas ilustres librerías levantaron el teléfono rojo para advertirles de que la libertad tiene un precio (que ya decía Lenin que «¿Libertad? ¿para qué?»). ¡A ver si se iban a caer los Anagramas de las mesas de novedades…! Y claro, a Feltrinelli seguro que le importa más la cuenta de resultados que hacerse el mártir por la libertad de expresión. Al final, ellos pagan las facturas. A mí también me ha pasado: una vez intenté convencer a mi casero de que la lucha por la verdad bien merecía una rebaja en el alquiler. Así fue como empeñé mi primer sombrero.
Como yo sí he leído el libro, he llegado a la página 177, en la que Luisgé –qué naíf parece– agradece a unos escritores amigos la lectura atenta del libro. Salen Aroa Moreno, Lara Moreno, José Ovejero, Edurne Portela y Marta Sanz. Por Arcadi he sabido que las dos primeras también escribieron discursos para Sánchez. ¡Cómo no lo pude imaginar! ¡Con lo independientes que parecían! De todos ellos solo Marta Sanz se ha atrevido a defender públicamente al apestado. A Luisgé le ha pasado lo mismo que a mí cuando empecé a destapar secretos. Por eso ahora tengo un nombre inglés. Tan valientes como son para pedir la paz en el mundo y denunciar a Trump, qué callados están ahora los curas de la cultura, los culturillas…
Suerte que a mí me cuentan muchas cosas al oído: como que si Herralde estuviera en activo este libro se habría publicado y que a ver dónde están ahora los editores que defienden a los autores, cueste lo que cueste. Hay unos cuantos preocupados por el tema, pero esto nunca lo van a decir en alto. Es que, claro, es Anagrama… Pero me quitaré el sombrero si me demuestran que la editorial ya tenía en el cajón un estudio jurídico de los posibles riesgos del novelón, o había pensado con el autor en estas cosas, como se haría en un gran sello. ¡Que hicieron la tirada completa y ahora se la van a comer para pasta de papel! Venció el miedo.
Y mientras tanto el ministro está feliz. De tanto luchar contra el fascismo se le han pegado sus vicios. Dos veces le preguntaron su opinión sobre el libro y ni una palabra sobre la libertad de expresión. «La editorial ha hecho lo que tiene que hacer», dice. «Això no toca», que yo hablo más idiomas que el Instituto Cervantes. Y que sigan las preguntas sobre Trump.
Lo paradójico de todo, me cuentan mis soplones, es que Luisgé Martín llegó a Anagrama porque Alfaguara no le quiso publicar una novela, por escandalosa. Era una historia sobre pederastia: nuestro plumilla siempre con sus cositas. A ver cómo convence a un nuevo casero de que la libertad de expresión merece la pena. Yo no lo conseguí. El problema es que se ha quedado sin editorial y sin trabajo. Y sus amigos, todos muditos.
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