Hacía calor en el Teatro Salón Cervantes el 14 de junio de 2025. A las nueve de la noche. Minutos antes de comenzar la representación de la ‘Numancia’ de Cervantes , en versión y dirección de José Luis Alonso de Santos. Un lujo para inaugurar Clásicos en Alcalá , el Festival Hispanoamericano del Siglo de Oro. El teatro estaba lleno. Y algunas mujeres a mi alrededor comenzaron a sacar sus abanicos, llenando de movimiento y envidia los asientos más cercanos. Desde que, unos meses antes, se anunciara que los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid iban a producir una nueva ‘Numancia’ , la tragedia de Cervantes que escribió y estrenó a su vuelta del cautiverio en Argel, en las últimas décadas del siglo XVI, confieso que se apoderó de mí un sentimiento contradictorio, agridulce. Por un lado, unir los nombres de José Luis Alonso de Santos , al que admiro y quiero, y de Cervantes, me llenaba de alegría. Pero, por otro, el pensar en una nueva versión de la Numancia, la obra de teatro cervantina más representada -solo comparable a algunos de sus entremeses-, me tenía un poco confuso. Noticia Relacionada estandar Si Los Teatros del Canal abren una ventana a Hispanoamérica Julio Bravo Belén López, Marisa Paredes y Andrés Amorós, premios de la Comunidad¿Es necesaria una nueva ‘Numancia’ cuando hay comedias de Cervantes aún sin estrenar (‘El gallardo español’), o que lo hicieron hace más de treinta años (‘La gran sultana’) o que merecerían una segunda oportunidad en las tablas de un teatro público (‘El laberinto de amor’ o ‘La casa de los celos’)? ¿Era necesaria una nueva ‘Numancia’ después de las apuestas de Manuel Canseco y la Joven Compañía de Teatro de Parla en el Festival de Teatro Clásico de Mérida (2011), la de Juan Carlos Pérez de la Fuente, con versión de mis admirados Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño en el Teatro Español (2015) o la de Nao de amores en el Teatro de la Comedia (2021)? ¿Se representaría hoy en día una ‘Numancia’ si no viniera acompañada del nombre de Miguel de Cervantes?Y con estas preguntas y con el deseo de compartir con cientos de personas una obra teatral de Cervantes y además hacerlo en Alcalá de Henares, esa tierra en la que cada día es más peregrino y olvidado nuestro autor, comencé a ver la ‘Numancia’ de José Luis Alonso de Santos. Hacía calor. Mucho calor en el Teatro Salón Cervantes. Pero no importaba. Delante aparecieron los numantinos y una voz en off que nos ponía a todos en situación. Y una música… Después de dos horas de representación que se me pasaron en un suspiro, después de disfrutar de algunos de sus hallazgos y de sufrir algunas de sus propuestas salí a la ligera brisa nocturna de la Calle Mayor de Alcalá de Henares sin poder contestar a la pregunta que me venía obsesionando en los últimos meses: ¿Es necesaria una nueva versión de la ‘Numancia’ de Cervantes?Y ahora que escribo estas líneas volanderas, me temo que no tengo una respuesta. Al menos, no ante la propuesta que vi el pasado sábado 14 de junio en Alcalá de Henares.Disfruté mucho la apuesta por darle la prioridad al texto , a la versión del texto cervantino que ha hecho Alonso de Santos. Consciente de la dificultad de limitar el número de personajes que aparecen en la obra -y eso que los actores hacen una labor encomiable multiplicándose en personajes a uno y otro lado del foso romano y de las murallas numantinas-, la historia se sigue sin dificultad y la introducción de las figuras alegóricas -esenciales en la estética cervantina-, resulta coherente y necesaria. Por eso, al margen de las primeras indicaciones en off al inicio de la obra -una buena medida para nivelarnos a todos ante el espectáculo que vamos a presenciar, hayamos o no leído la obra previamente-, ¿qué necesidad hay de las otras indicaciones, de los otros parlamentos en off? La acción resulta clara y el conflicto cristalino, entre una soberbia romana, imperial, que solo busca la fama personal, frente a un pueblo que vence al seguir unido incluso en el momento final de la muerte. La aparición de las figuras alegóricas , con su naturaleza y sus parlamentos por encima del espacio escénico del conflicto teatral, muestra su carácter atemporal: España, el río Duero, la Guerra y el Hambre funcionan como elementos que unen el conflicto del siglo II con nuestra realidad. Una realidad -la actual- que queda en el aire, y que quizás hubiera estado bien matizarla. Pero, ¿era necesario ponerles un micrófono? Reconozco que casi me entró la risa al verlos, recordando la imagen que todos tenemos grabadas de un Julio Iglesias extasiado ante su propio ego… ¿Realmente es necesario ese recurso?Y si ponemos el texto, la voz poética y teatral en primer plano, ¿a cuento de qué tanta música en la obra? La llegada del mago Marquino, acompañado por unas mujeres numantinas que cantan en directo, termina siendo uno de los momentos más emotivos, más verdaderos de toda la obra. Justo lo que se pierde con esa música de fondo -y en ocasiones en combate con el propio texto-, que sonaría estupendamente si pudiera sonar en directo, aunque solo fuera con un grupo reducido de músicos. ¿A cuento de qué esa música de fondo en los monólogos de Teógenes , el líder numantino, o de Lira, la enamorada?Y mientras caminaba por la Calle Mayor , evitando mesas en la terrazas y conservaciones y me acercaba al destrozado mural quijotesco de Miguel Rep en la Plaza de los Santos Niños, no podía dejar de preguntarme: ¿Cómo es posible que, ante tal tragedia, ante tal historia tan bien contada, ante tal apuesta por el texto, no haya sentido nada, ni un momento de emoción en toda la obra? Recordaba aún cómo se me caían las lágrimas y se me encogió el corazón en más de una ocasión en el Teatro de la Comedia viendo la versión de la ‘Numancia’ de Nao de amores. ¿Cómo era posible que no me emocionaran esos versos de amor entrelazados con la vida y la muerte de Marandro y Lira, los dos jóvenes enamorados; o de la arenga final de Téogenes ante la sangre en sus manos, que es la sangre de sus propios hijos, o ese momento final, la catarsis a la que toda tragedia nos debe conducir, cuando el joven Variato con su caída desde la torre hace triunfar al valor numantino frente a la soberbia del imperial romano Cipión, que no puede dejar de lamentarse: «¡Oh, nunca vista memorable hazaña!». No hay tragedia en la ‘Numancia’ de Alonso de Santos. No hay tragedia ni tampoco hay estética, la estética del verso clásico, de esas octavas reales bien dichas. ¿Para qué gritar el verso , para que atropellarlo en una dicción que no permite el matiz? Y en este gritar el verso está la clave de lo que había vivido y de lo que no había sentido durante las dos horas de la representación de la ‘Numancia’: el verso cervantino había estado ausente, la hermosura y la efectividad de la música del verso cervantino, del verso teatral de los Siglos de Oro. Cipión comienza gritando: «Esta difícil y pesada carga/ que el senado romano me ha encargado…», y sigue gritando cuando arenga a sus soldados, o cuando les comparte a Yugurta y Mario sus planes para vencer a los numantinos… y gritan los dos embajadores numantinos que vienen a ofrecer la paz a un soberbio general, y siguen gritando Teógenes y Corabino y los numantinos del consejo… hasta que llega el mago Marquino y parece, pero solo parece, que el verso vuelve a recuperar su aliento de vida y la fuerza de su expresión artística. Un verso que llega a los oídos como la música callada que termina siendo el verso, ese verso regular lleno de ritmo y de pies métricos, de rimas y de hallazgos poéticos. Dos horas después seguía haciendo calor en el Teatro Salón Cervantes. Mucho calor. Mis compañeros por unas horas de butacas se levantaron y se preguntaron entre ellos: ¿Te ha gustado? Y una, guardando su abanico en el bolso, contestó: ¿Dónde podremos tomarnos una cerveza bien fría? Y a mí, y a todos los que estábamos cerca, se nos hizo la boca agua. No habían pasado ni unos minutos, y ya se nos habían olvidado los versos de la Fama, y eso que no hacía solo unos minutos que lo habíamos escuchado: «Hallo sola en Numancia todo cuanto/ debe con justo título cantarse».José Manuel Lucía Megías Catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid. Ha estudiado en profundidad la vida y obra de Cervantes Hacía calor en el Teatro Salón Cervantes el 14 de junio de 2025. A las nueve de la noche. Minutos antes de comenzar la representación de la ‘Numancia’ de Cervantes , en versión y dirección de José Luis Alonso de Santos. Un lujo para inaugurar Clásicos en Alcalá , el Festival Hispanoamericano del Siglo de Oro. El teatro estaba lleno. Y algunas mujeres a mi alrededor comenzaron a sacar sus abanicos, llenando de movimiento y envidia los asientos más cercanos. Desde que, unos meses antes, se anunciara que los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid iban a producir una nueva ‘Numancia’ , la tragedia de Cervantes que escribió y estrenó a su vuelta del cautiverio en Argel, en las últimas décadas del siglo XVI, confieso que se apoderó de mí un sentimiento contradictorio, agridulce. Por un lado, unir los nombres de José Luis Alonso de Santos , al que admiro y quiero, y de Cervantes, me llenaba de alegría. Pero, por otro, el pensar en una nueva versión de la Numancia, la obra de teatro cervantina más representada -solo comparable a algunos de sus entremeses-, me tenía un poco confuso. Noticia Relacionada estandar Si Los Teatros del Canal abren una ventana a Hispanoamérica Julio Bravo Belén López, Marisa Paredes y Andrés Amorós, premios de la Comunidad¿Es necesaria una nueva ‘Numancia’ cuando hay comedias de Cervantes aún sin estrenar (‘El gallardo español’), o que lo hicieron hace más de treinta años (‘La gran sultana’) o que merecerían una segunda oportunidad en las tablas de un teatro público (‘El laberinto de amor’ o ‘La casa de los celos’)? ¿Era necesaria una nueva ‘Numancia’ después de las apuestas de Manuel Canseco y la Joven Compañía de Teatro de Parla en el Festival de Teatro Clásico de Mérida (2011), la de Juan Carlos Pérez de la Fuente, con versión de mis admirados Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño en el Teatro Español (2015) o la de Nao de amores en el Teatro de la Comedia (2021)? ¿Se representaría hoy en día una ‘Numancia’ si no viniera acompañada del nombre de Miguel de Cervantes?Y con estas preguntas y con el deseo de compartir con cientos de personas una obra teatral de Cervantes y además hacerlo en Alcalá de Henares, esa tierra en la que cada día es más peregrino y olvidado nuestro autor, comencé a ver la ‘Numancia’ de José Luis Alonso de Santos. Hacía calor. Mucho calor en el Teatro Salón Cervantes. Pero no importaba. Delante aparecieron los numantinos y una voz en off que nos ponía a todos en situación. Y una música… Después de dos horas de representación que se me pasaron en un suspiro, después de disfrutar de algunos de sus hallazgos y de sufrir algunas de sus propuestas salí a la ligera brisa nocturna de la Calle Mayor de Alcalá de Henares sin poder contestar a la pregunta que me venía obsesionando en los últimos meses: ¿Es necesaria una nueva versión de la ‘Numancia’ de Cervantes?Y ahora que escribo estas líneas volanderas, me temo que no tengo una respuesta. Al menos, no ante la propuesta que vi el pasado sábado 14 de junio en Alcalá de Henares.Disfruté mucho la apuesta por darle la prioridad al texto , a la versión del texto cervantino que ha hecho Alonso de Santos. Consciente de la dificultad de limitar el número de personajes que aparecen en la obra -y eso que los actores hacen una labor encomiable multiplicándose en personajes a uno y otro lado del foso romano y de las murallas numantinas-, la historia se sigue sin dificultad y la introducción de las figuras alegóricas -esenciales en la estética cervantina-, resulta coherente y necesaria. Por eso, al margen de las primeras indicaciones en off al inicio de la obra -una buena medida para nivelarnos a todos ante el espectáculo que vamos a presenciar, hayamos o no leído la obra previamente-, ¿qué necesidad hay de las otras indicaciones, de los otros parlamentos en off? La acción resulta clara y el conflicto cristalino, entre una soberbia romana, imperial, que solo busca la fama personal, frente a un pueblo que vence al seguir unido incluso en el momento final de la muerte. La aparición de las figuras alegóricas , con su naturaleza y sus parlamentos por encima del espacio escénico del conflicto teatral, muestra su carácter atemporal: España, el río Duero, la Guerra y el Hambre funcionan como elementos que unen el conflicto del siglo II con nuestra realidad. Una realidad -la actual- que queda en el aire, y que quizás hubiera estado bien matizarla. Pero, ¿era necesario ponerles un micrófono? Reconozco que casi me entró la risa al verlos, recordando la imagen que todos tenemos grabadas de un Julio Iglesias extasiado ante su propio ego… ¿Realmente es necesario ese recurso?Y si ponemos el texto, la voz poética y teatral en primer plano, ¿a cuento de qué tanta música en la obra? La llegada del mago Marquino, acompañado por unas mujeres numantinas que cantan en directo, termina siendo uno de los momentos más emotivos, más verdaderos de toda la obra. Justo lo que se pierde con esa música de fondo -y en ocasiones en combate con el propio texto-, que sonaría estupendamente si pudiera sonar en directo, aunque solo fuera con un grupo reducido de músicos. ¿A cuento de qué esa música de fondo en los monólogos de Teógenes , el líder numantino, o de Lira, la enamorada?Y mientras caminaba por la Calle Mayor , evitando mesas en la terrazas y conservaciones y me acercaba al destrozado mural quijotesco de Miguel Rep en la Plaza de los Santos Niños, no podía dejar de preguntarme: ¿Cómo es posible que, ante tal tragedia, ante tal historia tan bien contada, ante tal apuesta por el texto, no haya sentido nada, ni un momento de emoción en toda la obra? Recordaba aún cómo se me caían las lágrimas y se me encogió el corazón en más de una ocasión en el Teatro de la Comedia viendo la versión de la ‘Numancia’ de Nao de amores. ¿Cómo era posible que no me emocionaran esos versos de amor entrelazados con la vida y la muerte de Marandro y Lira, los dos jóvenes enamorados; o de la arenga final de Téogenes ante la sangre en sus manos, que es la sangre de sus propios hijos, o ese momento final, la catarsis a la que toda tragedia nos debe conducir, cuando el joven Variato con su caída desde la torre hace triunfar al valor numantino frente a la soberbia del imperial romano Cipión, que no puede dejar de lamentarse: «¡Oh, nunca vista memorable hazaña!». No hay tragedia en la ‘Numancia’ de Alonso de Santos. No hay tragedia ni tampoco hay estética, la estética del verso clásico, de esas octavas reales bien dichas. ¿Para qué gritar el verso , para que atropellarlo en una dicción que no permite el matiz? Y en este gritar el verso está la clave de lo que había vivido y de lo que no había sentido durante las dos horas de la representación de la ‘Numancia’: el verso cervantino había estado ausente, la hermosura y la efectividad de la música del verso cervantino, del verso teatral de los Siglos de Oro. Cipión comienza gritando: «Esta difícil y pesada carga/ que el senado romano me ha encargado…», y sigue gritando cuando arenga a sus soldados, o cuando les comparte a Yugurta y Mario sus planes para vencer a los numantinos… y gritan los dos embajadores numantinos que vienen a ofrecer la paz a un soberbio general, y siguen gritando Teógenes y Corabino y los numantinos del consejo… hasta que llega el mago Marquino y parece, pero solo parece, que el verso vuelve a recuperar su aliento de vida y la fuerza de su expresión artística. Un verso que llega a los oídos como la música callada que termina siendo el verso, ese verso regular lleno de ritmo y de pies métricos, de rimas y de hallazgos poéticos. Dos horas después seguía haciendo calor en el Teatro Salón Cervantes. Mucho calor. Mis compañeros por unas horas de butacas se levantaron y se preguntaron entre ellos: ¿Te ha gustado? Y una, guardando su abanico en el bolso, contestó: ¿Dónde podremos tomarnos una cerveza bien fría? Y a mí, y a todos los que estábamos cerca, se nos hizo la boca agua. No habían pasado ni unos minutos, y ya se nos habían olvidado los versos de la Fama, y eso que no hacía solo unos minutos que lo habíamos escuchado: «Hallo sola en Numancia todo cuanto/ debe con justo título cantarse».José Manuel Lucía Megías Catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid. Ha estudiado en profundidad la vida y obra de Cervantes
Hacía calor en el Teatro Salón Cervantes el 14 de junio de 2025. A las nueve de la noche. Minutos antes de comenzar la representación de la ‘Numancia’ de Cervantes, en versión y dirección de José Luis Alonso de Santos. Un lujo para … inaugurar Clásicos en Alcalá, el Festival Hispanoamericano del Siglo de Oro. El teatro estaba lleno. Y algunas mujeres a mi alrededor comenzaron a sacar sus abanicos, llenando de movimiento y envidia los asientos más cercanos.
Desde que, unos meses antes, se anunciara que los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid iban a producir una nueva ‘Numancia’, la tragedia de Cervantes que escribió y estrenó a su vuelta del cautiverio en Argel, en las últimas décadas del siglo XVI, confieso que se apoderó de mí un sentimiento contradictorio, agridulce. Por un lado, unir los nombres de José Luis Alonso de Santos, al que admiro y quiero, y de Cervantes, me llenaba de alegría. Pero, por otro, el pensar en una nueva versión de la Numancia, la obra de teatro cervantina más representada -solo comparable a algunos de sus entremeses-, me tenía un poco confuso.
¿Es necesaria una nueva ‘Numancia’ cuando hay comedias de Cervantes aún sin estrenar (‘El gallardo español’), o que lo hicieron hace más de treinta años (‘La gran sultana’) o que merecerían una segunda oportunidad en las tablas de un teatro público (‘El laberinto de amor’ o ‘La casa de los celos’)? ¿Era necesaria una nueva ‘Numancia’ después de las apuestas de Manuel Canseco y la Joven Compañía de Teatro de Parla en el Festival de Teatro Clásico de Mérida (2011), la de Juan Carlos Pérez de la Fuente, con versión de mis admirados Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño en el Teatro Español (2015) o la de Nao de amores en el Teatro de la Comedia (2021)? ¿Se representaría hoy en día una ‘Numancia’ si no viniera acompañada del nombre de Miguel de Cervantes?
Y con estas preguntas y con el deseo de compartir con cientos de personas una obra teatral de Cervantes y además hacerlo en Alcalá de Henares, esa tierra en la que cada día es más peregrino y olvidado nuestro autor, comencé a ver la ‘Numancia’ de José Luis Alonso de Santos. Hacía calor. Mucho calor en el Teatro Salón Cervantes. Pero no importaba. Delante aparecieron los numantinos y una voz en off que nos ponía a todos en situación. Y una música…
Después de dos horas de representación que se me pasaron en un suspiro, después de disfrutar de algunos de sus hallazgos y de sufrir algunas de sus propuestas salí a la ligera brisa nocturna de la Calle Mayor de Alcalá de Henares sin poder contestar a la pregunta que me venía obsesionando en los últimos meses: ¿Es necesaria una nueva versión de la ‘Numancia’ de Cervantes?
Y ahora que escribo estas líneas volanderas, me temo que no tengo una respuesta. Al menos, no ante la propuesta que vi el pasado sábado 14 de junio en Alcalá de Henares.
Disfruté mucho la apuesta por darle la prioridad al texto, a la versión del texto cervantino que ha hecho Alonso de Santos. Consciente de la dificultad de limitar el número de personajes que aparecen en la obra -y eso que los actores hacen una labor encomiable multiplicándose en personajes a uno y otro lado del foso romano y de las murallas numantinas-, la historia se sigue sin dificultad y la introducción de las figuras alegóricas -esenciales en la estética cervantina-, resulta coherente y necesaria. Por eso, al margen de las primeras indicaciones en off al inicio de la obra -una buena medida para nivelarnos a todos ante el espectáculo que vamos a presenciar, hayamos o no leído la obra previamente-, ¿qué necesidad hay de las otras indicaciones, de los otros parlamentos en off? La acción resulta clara y el conflicto cristalino, entre una soberbia romana, imperial, que solo busca la fama personal, frente a un pueblo que vence al seguir unido incluso en el momento final de la muerte.
La aparición de las figuras alegóricas, con su naturaleza y sus parlamentos por encima del espacio escénico del conflicto teatral, muestra su carácter atemporal: España, el río Duero, la Guerra y el Hambre funcionan como elementos que unen el conflicto del siglo II con nuestra realidad. Una realidad -la actual- que queda en el aire, y que quizás hubiera estado bien matizarla. Pero, ¿era necesario ponerles un micrófono? Reconozco que casi me entró la risa al verlos, recordando la imagen que todos tenemos grabadas de un Julio Iglesias extasiado ante su propio ego… ¿Realmente es necesario ese recurso?
Y si ponemos el texto, la voz poética y teatral en primer plano, ¿a cuento de qué tanta música en la obra? La llegada del mago Marquino, acompañado por unas mujeres numantinas que cantan en directo, termina siendo uno de los momentos más emotivos, más verdaderos de toda la obra. Justo lo que se pierde con esa música de fondo -y en ocasiones en combate con el propio texto-, que sonaría estupendamente si pudiera sonar en directo, aunque solo fuera con un grupo reducido de músicos. ¿A cuento de qué esa música de fondo en los monólogos de Teógenes, el líder numantino, o de Lira, la enamorada?
Y mientras caminaba por la Calle Mayor, evitando mesas en la terrazas y conservaciones y me acercaba al destrozado mural quijotesco de Miguel Rep en la Plaza de los Santos Niños, no podía dejar de preguntarme: ¿Cómo es posible que, ante tal tragedia, ante tal historia tan bien contada, ante tal apuesta por el texto, no haya sentido nada, ni un momento de emoción en toda la obra? Recordaba aún cómo se me caían las lágrimas y se me encogió el corazón en más de una ocasión en el Teatro de la Comedia viendo la versión de la ‘Numancia’ de Nao de amores. ¿Cómo era posible que no me emocionaran esos versos de amor entrelazados con la vida y la muerte de Marandro y Lira, los dos jóvenes enamorados; o de la arenga final de Téogenes ante la sangre en sus manos, que es la sangre de sus propios hijos, o ese momento final, la catarsis a la que toda tragedia nos debe conducir, cuando el joven Variato con su caída desde la torre hace triunfar al valor numantino frente a la soberbia del imperial romano Cipión, que no puede dejar de lamentarse: «¡Oh, nunca vista memorable hazaña!».
No hay tragedia en la ‘Numancia’ de Alonso de Santos.
No hay tragedia ni tampoco hay estética, la estética del verso clásico, de esas octavas reales bien dichas. ¿Para qué gritar el verso, para que atropellarlo en una dicción que no permite el matiz? Y en este gritar el verso está la clave de lo que había vivido y de lo que no había sentido durante las dos horas de la representación de la ‘Numancia’: el verso cervantino había estado ausente, la hermosura y la efectividad de la música del verso cervantino, del verso teatral de los Siglos de Oro. Cipión comienza gritando: «Esta difícil y pesada carga/ que el senado romano me ha encargado…», y sigue gritando cuando arenga a sus soldados, o cuando les comparte a Yugurta y Mario sus planes para vencer a los numantinos… y gritan los dos embajadores numantinos que vienen a ofrecer la paz a un soberbio general, y siguen gritando Teógenes y Corabino y los numantinos del consejo… hasta que llega el mago Marquino y parece, pero solo parece, que el verso vuelve a recuperar su aliento de vida y la fuerza de su expresión artística. Un verso que llega a los oídos como la música callada que termina siendo el verso, ese verso regular lleno de ritmo y de pies métricos, de rimas y de hallazgos poéticos.
Dos horas después seguía haciendo calor en el Teatro Salón Cervantes. Mucho calor. Mis compañeros por unas horas de butacas se levantaron y se preguntaron entre ellos: ¿Te ha gustado? Y una, guardando su abanico en el bolso, contestó: ¿Dónde podremos tomarnos una cerveza bien fría? Y a mí, y a todos los que estábamos cerca, se nos hizo la boca agua. No habían pasado ni unos minutos, y ya se nos habían olvidado los versos de la Fama, y eso que no hacía solo unos minutos que lo habíamos escuchado: «Hallo sola en Numancia todo cuanto/ debe con justo título cantarse».
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