En coche de caballos llegó Morante, envuelto en la bruma de un habano, con la redecilla ciñendo su cabello y un vestido sacado de un lienzo de Goya. Una pieza de museo de aire antiguo. Porque aquello fue un viaje a otro tiempo, sin trenes de Óscar Puente, puntual José Antonio en su pureza, valiente tanto para enfundarse aquella joya goyesca como para hacer el toreo. Cosido con manos de artesano: en blanco y negro. Se dejó el de Criado con su justa pujanza –tónica de una corrida de tres horas– y el Genio de La Puebla soñó el toreo del aplomo verdadero, el de sentir el aliento de Paisano en su pecho, el de no retroceder ni un milímetro. Siempre en el sitio, ese que tanto pesa y que Morante pisa como la baldosa del patio de su casa. La esencia de la torería se derramó desde la apertura por alto, en aquel molinete y ese de pecho. Para ofrecer el suyo en el embroque diestro mientras las notas de un pasodoble de ‘la más grande’ aleteaban en el viejo coso. Para quitar el ‘sentío’, que diría la Jurado, al natural. Entre las rayas sangre de toro se asentó con la izquierda presentada, con un compás celestial, con naturales que eran sobrenaturales. De oles ‘jondos’, de oles de dentro, de bienes enterrados. Como enterraba el torero su cuerpo, hundido, en una zurda venida del más allá para que la gozáramos los del más acá en ese viaje sin trenes, sin otra infraestructura que su tauromaquia, la de mayores cimientos. Con aquel enclasado animal, bordó también el cigarrero el toreo a dos manos, el molinete invertido, aquel apunte rodilla en tierra de aires dieciochescos. El acero dejó en un trofeo una faena de dos. Morante, de goyesco Emilio MéndezA las siete y doce en todos los relojes, las siete y siete en el de la plaza, Juan Ortega rompía el cuadro y ponía la gente en pie. Antológico el saludo a la verónica, genuflexos los primeros lances, erguido después. a cual más lento, a cual más hondo. De manicomio. Para sorprender luego con unas ajustadas gaoneras. Todo siguió sobre una alfombra con un fenomenal tercio de banderillas y brindó al público. Sentado en el estribo el prólogo, en otra pintura antigua. Al ralentí. Pero el sardito venía con el empuje justo, aunque con esa obediencia de la que disfrutó el sevillano para hacernos disfrutar. Tan torero, tan despacioso, con el lunar del pinchazo, que dejó todo en saludos.¿Cuánta belleza cabe en una verónica de Aguado? Ni se sabe… Sin embargo, el titular apenas se mantenía y salió un sobrero de Cuvillo con el poder mermadísimo. Ahí estaba Pablo para tejer un puente de seda y sostenerlo con cadencia, con naturales torerísimos y un cambio de mano en el que a la de la fila de atrás le dio tiempo a recitar la lista de la compra de una familia de ocho. En medio de aquella lista común de leche, huevos, verduras y croquetas, el tendido paladeaba las delicias de Pablo a pies juntos. De ‘anda’, ‘toma que toma’ y ‘vámonos que nos vamos’. Para endulzarlo con su broche a dos manos. Imposible hacer más con menos. Ni la estocada caída frenó el trofeo. Noticia Relacionada estandar No Silencio para Morante de la Puebla en su reaparición en Melilla con un deslucido lote ABC Juan Ortega, máximo triunfador, y Olga Casado salen a hombros en el regreso sin suerte del maestro sevillanoCompetían los pitones y la fuerza del cuarto en su mínima expresión. Era de pañuelo verde. Pero Frailecillo no quiso regresar a chiqueros y después de media hora –incluso Morante ejerció de Florito– recibió un certero puntillazo de Amores. Cuando debería de arrastrarse el último, salía el cuarto bis en la larguísima tarde. Hecho cuesta arriba el de Telles, corretón y huido. ¿Cómo iba a humillar con esas hechuras? A lo Santillana iba, de cabezazo en cabezazo (sin la clase de la leyenda del fútbol, claro). Abreviar era el único camino. Sentir y sentir. Y volver a sentir. Así fue la mágica obra de Ortega en el quinto, con la anochecida encima, con la luna asomando por el tejadillo, con una marcha procesional que acompañaba su toreo pausado. Y con una estocada fulminante que le entregó las dos orejas. Dos colosales pares de Iván García pusieron en pie los tendidos, que no se llenaron en un cartel de tanto lujo. Era ya de noche. Un manto negro cubría el cielo iluminado por esa luna que un niño trataba de alcanzar con las manos. Hasta ella nos trasladó Aguado, con esos doblones rodilla en tierra que hubiese firmado el mismísimo Antonio Bienvenida. Qué naturalidad. «¡Niño, calla un poco!», estalló una voz. Y hasta la señora de la lista del Mercadona silenció. Aguado hacía mientras tanto la luna en una estampa que era puro romanticismo, de otra época. De noche en todo el mundo. Y Aranjuez con la luz desprendida por el sevillano, un deleite para los sentidos, con una manera de andar al toro que enamoraba, con un retablo rodilla en tierra divino, con una estocada a carta cabal que le otorgaba las dos orejas y confirmaba en el umbral de Madrid su doradísimo año. A hombros lo auparon con Ortega mientras el maestro se despedía a pie con el eco de sus naturales infinitos.Corrida del Motín de Aranjuez Plaza de toros de Aranjuez. Sábado, 6 de septiembre de 2025. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Manuel Criado, Núñez del Cuvillo (3º bis) y David Ribiero Telles (4º bis, infumable), desiguales aunque de agradables hechuras en general, se dejaron en conjunto. Morante de la Puebla, de negro y blanco: pinchazo hondo tendido y descabello (oreja); estocada defectuosa y descabello (silencio). Juan Ortega, de verde la chaquetilla y de crema la taleguilla: pinchazo y estocada tendida (petición y saludos); estocada (dos orejas). Pablo Aguado, de verde y negro: estocada baja (oreja); estocada (dos orejas). En coche de caballos llegó Morante, envuelto en la bruma de un habano, con la redecilla ciñendo su cabello y un vestido sacado de un lienzo de Goya. Una pieza de museo de aire antiguo. Porque aquello fue un viaje a otro tiempo, sin trenes de Óscar Puente, puntual José Antonio en su pureza, valiente tanto para enfundarse aquella joya goyesca como para hacer el toreo. Cosido con manos de artesano: en blanco y negro. Se dejó el de Criado con su justa pujanza –tónica de una corrida de tres horas– y el Genio de La Puebla soñó el toreo del aplomo verdadero, el de sentir el aliento de Paisano en su pecho, el de no retroceder ni un milímetro. Siempre en el sitio, ese que tanto pesa y que Morante pisa como la baldosa del patio de su casa. La esencia de la torería se derramó desde la apertura por alto, en aquel molinete y ese de pecho. Para ofrecer el suyo en el embroque diestro mientras las notas de un pasodoble de ‘la más grande’ aleteaban en el viejo coso. Para quitar el ‘sentío’, que diría la Jurado, al natural. Entre las rayas sangre de toro se asentó con la izquierda presentada, con un compás celestial, con naturales que eran sobrenaturales. De oles ‘jondos’, de oles de dentro, de bienes enterrados. Como enterraba el torero su cuerpo, hundido, en una zurda venida del más allá para que la gozáramos los del más acá en ese viaje sin trenes, sin otra infraestructura que su tauromaquia, la de mayores cimientos. Con aquel enclasado animal, bordó también el cigarrero el toreo a dos manos, el molinete invertido, aquel apunte rodilla en tierra de aires dieciochescos. El acero dejó en un trofeo una faena de dos. Morante, de goyesco Emilio MéndezA las siete y doce en todos los relojes, las siete y siete en el de la plaza, Juan Ortega rompía el cuadro y ponía la gente en pie. Antológico el saludo a la verónica, genuflexos los primeros lances, erguido después. a cual más lento, a cual más hondo. De manicomio. Para sorprender luego con unas ajustadas gaoneras. Todo siguió sobre una alfombra con un fenomenal tercio de banderillas y brindó al público. Sentado en el estribo el prólogo, en otra pintura antigua. Al ralentí. Pero el sardito venía con el empuje justo, aunque con esa obediencia de la que disfrutó el sevillano para hacernos disfrutar. Tan torero, tan despacioso, con el lunar del pinchazo, que dejó todo en saludos.¿Cuánta belleza cabe en una verónica de Aguado? Ni se sabe… Sin embargo, el titular apenas se mantenía y salió un sobrero de Cuvillo con el poder mermadísimo. Ahí estaba Pablo para tejer un puente de seda y sostenerlo con cadencia, con naturales torerísimos y un cambio de mano en el que a la de la fila de atrás le dio tiempo a recitar la lista de la compra de una familia de ocho. En medio de aquella lista común de leche, huevos, verduras y croquetas, el tendido paladeaba las delicias de Pablo a pies juntos. De ‘anda’, ‘toma que toma’ y ‘vámonos que nos vamos’. Para endulzarlo con su broche a dos manos. Imposible hacer más con menos. Ni la estocada caída frenó el trofeo. Noticia Relacionada estandar No Silencio para Morante de la Puebla en su reaparición en Melilla con un deslucido lote ABC Juan Ortega, máximo triunfador, y Olga Casado salen a hombros en el regreso sin suerte del maestro sevillanoCompetían los pitones y la fuerza del cuarto en su mínima expresión. Era de pañuelo verde. Pero Frailecillo no quiso regresar a chiqueros y después de media hora –incluso Morante ejerció de Florito– recibió un certero puntillazo de Amores. Cuando debería de arrastrarse el último, salía el cuarto bis en la larguísima tarde. Hecho cuesta arriba el de Telles, corretón y huido. ¿Cómo iba a humillar con esas hechuras? A lo Santillana iba, de cabezazo en cabezazo (sin la clase de la leyenda del fútbol, claro). Abreviar era el único camino. Sentir y sentir. Y volver a sentir. Así fue la mágica obra de Ortega en el quinto, con la anochecida encima, con la luna asomando por el tejadillo, con una marcha procesional que acompañaba su toreo pausado. Y con una estocada fulminante que le entregó las dos orejas. Dos colosales pares de Iván García pusieron en pie los tendidos, que no se llenaron en un cartel de tanto lujo. Era ya de noche. Un manto negro cubría el cielo iluminado por esa luna que un niño trataba de alcanzar con las manos. Hasta ella nos trasladó Aguado, con esos doblones rodilla en tierra que hubiese firmado el mismísimo Antonio Bienvenida. Qué naturalidad. «¡Niño, calla un poco!», estalló una voz. Y hasta la señora de la lista del Mercadona silenció. Aguado hacía mientras tanto la luna en una estampa que era puro romanticismo, de otra época. De noche en todo el mundo. Y Aranjuez con la luz desprendida por el sevillano, un deleite para los sentidos, con una manera de andar al toro que enamoraba, con un retablo rodilla en tierra divino, con una estocada a carta cabal que le otorgaba las dos orejas y confirmaba en el umbral de Madrid su doradísimo año. A hombros lo auparon con Ortega mientras el maestro se despedía a pie con el eco de sus naturales infinitos.Corrida del Motín de Aranjuez Plaza de toros de Aranjuez. Sábado, 6 de septiembre de 2025. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Manuel Criado, Núñez del Cuvillo (3º bis) y David Ribiero Telles (4º bis, infumable), desiguales aunque de agradables hechuras en general, se dejaron en conjunto. Morante de la Puebla, de negro y blanco: pinchazo hondo tendido y descabello (oreja); estocada defectuosa y descabello (silencio). Juan Ortega, de verde la chaquetilla y de crema la taleguilla: pinchazo y estocada tendida (petición y saludos); estocada (dos orejas). Pablo Aguado, de verde y negro: estocada baja (oreja); estocada (dos orejas).
En coche de caballos llegó Morante, envuelto en la bruma de un habano, con la redecilla ciñendo su cabello y un vestido sacado de un lienzo de Goya. Una pieza de museo de aire antiguo. Porque aquello fue un viaje a otro tiempo, sin … trenes de Óscar Puente, puntual José Antonio en su pureza, valiente tanto para enfundarse aquella joya goyesca como para hacer el toreo. Cosido con manos de artesano: en blanco y negro. Se dejó el de Criado con su justa pujanza –tónica de una corrida de tres horas– y el Genio de La Puebla soñó el toreo del aplomo verdadero, el de sentir el aliento de Paisano en su pecho, el de no retroceder ni un milímetro. Siempre en el sitio, ese que tanto pesa y que Morante pisa como la baldosa del patio de su casa. La esencia de la torería se derramó desde la apertura por alto, en aquel molinete y ese de pecho. Para ofrecer el suyo en el embroque diestro mientras las notas de un pasodoble de ‘la más grande’ aleteaban en el viejo coso. Para quitar el ‘sentío’, que diría la Jurado, al natural. Entre las rayas sangre de toro se asentó con la izquierda presentada, con un compás celestial, con naturales que eran sobrenaturales. De oles ‘jondos’, de oles de dentro, de bienes enterrados. Como enterraba el torero su cuerpo, hundido, en una zurda venida del más allá para que la gozáramos los del más acá en ese viaje sin trenes, sin otra infraestructura que su tauromaquia, la de mayores cimientos. Con aquel enclasado animal, bordó también el cigarrero el toreo a dos manos, el molinete invertido, aquel apunte rodilla en tierra de aires dieciochescos. El acero dejó en un trofeo una faena de dos.
Emilio Méndez
A las siete y doce en todos los relojes, las siete y siete en el de la plaza, Juan Ortega rompía el cuadro y ponía la gente en pie. Antológico el saludo a la verónica, genuflexos los primeros lances, erguido después. a cual más lento, a cual más hondo. De manicomio. Para sorprender luego con unas ajustadas gaoneras. Todo siguió sobre una alfombra con un fenomenal tercio de banderillas y brindó al público. Sentado en el estribo el prólogo, en otra pintura antigua. Al ralentí. Pero el sardito venía con el empuje justo, aunque con esa obediencia de la que disfrutó el sevillano para hacernos disfrutar. Tan torero, tan despacioso, con el lunar del pinchazo, que dejó todo en saludos.
¿Cuánta belleza cabe en una verónica de Aguado? Ni se sabe… Sin embargo, el titular apenas se mantenía y salió un sobrero de Cuvillo con el poder mermadísimo. Ahí estaba Pablo para tejer un puente de seda y sostenerlo con cadencia, con naturales torerísimos y un cambio de mano en el que a la de la fila de atrás le dio tiempo a recitar la lista de la compra de una familia de ocho. En medio de aquella lista común de leche, huevos, verduras y croquetas, el tendido paladeaba las delicias de Pablo a pies juntos. De ‘anda’, ‘toma que toma’ y ‘vámonos que nos vamos’. Para endulzarlo con su broche a dos manos. Imposible hacer más con menos. Ni la estocada caída frenó el trofeo.
Competían los pitones y la fuerza del cuarto en su mínima expresión. Era de pañuelo verde. Pero Frailecillo no quiso regresar a chiqueros y después de media hora –incluso Morante ejerció de Florito– recibió un certero puntillazo de Amores. Cuando debería de arrastrarse el último, salía el cuarto bis en la larguísima tarde. Hecho cuesta arriba el de Telles, corretón y huido. ¿Cómo iba a humillar con esas hechuras? A lo Santillana iba, de cabezazo en cabezazo (sin la clase de la leyenda del fútbol, claro). Abreviar era el único camino.
Sentir y sentir. Y volver a sentir. Así fue la mágica obra de Ortega en el quinto, con la anochecida encima, con la luna asomando por el tejadillo, con una marcha procesional que acompañaba su toreo pausado. Y con una estocada fulminante que le entregó las dos orejas.
Dos colosales pares de Iván García pusieron en pie los tendidos, que no se llenaron en un cartel de tanto lujo. Era ya de noche. Un manto negro cubría el cielo iluminado por esa luna que un niño trataba de alcanzar con las manos. Hasta ella nos trasladó Aguado, con esos doblones rodilla en tierra que hubiese firmado el mismísimo Antonio Bienvenida. Qué naturalidad. «¡Niño, calla un poco!», estalló una voz. Y hasta la señora de la lista del Mercadona silenció. Aguado hacía mientras tanto la luna en una estampa que era puro romanticismo, de otra época. De noche en todo el mundo. Y Aranjuez con la luz desprendida por el sevillano, un deleite para los sentidos, con una manera de andar al toro que enamoraba, con un retablo rodilla en tierra divino, con una estocada a carta cabal que le otorgaba las dos orejas y confirmaba en el umbral de Madrid su doradísimo año. A hombros lo auparon con Ortega mientras el maestro se despedía a pie con el eco de sus naturales infinitos.
-
Plaza de toros de Aranjuez.
Sábado, 6 de septiembre de 2025. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Manuel Criado, Núñez del Cuvillo (3º bis) y David Ribiero Telles (4º bis, infumable), desiguales aunque de agradables hechuras en general, se dejaron en conjunto. -
Morante de la Puebla,
de negro y blanco: pinchazo hondo tendido y descabello (oreja); estocada defectuosa y descabello (silencio). -
Juan Ortega,
de verde la chaquetilla y de crema la taleguilla: pinchazo y estocada tendida (petición y saludos); estocada (dos orejas). -
Pablo Aguado,
de verde y negro: estocada baja (oreja); estocada (dos orejas).
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura