En diciembre de 1962, Miles Davis andaba un poco perdido. En los últimos tres años había grabado ‘Kind of Blue’ y ‘Sketches of Spain’, dos discos que cambiaron el curso de la historia del jazz. Sin embargo, los músicos que le habían acompañado en esa aventura le abandonaron para seguir su propio camino. «Sonny Rollins también se marchó, pues quería practicar más en solitario. En aquella época decían que se le oía ensayar subido a una de las vigas del puente de Brooklyn», recordaba el trompetista en su autobiografía (1989).Sin banda a la que recurrir, Davis tuvo que cancelar sus compromisos en Filadelfia, Detroit y St. Louis y pagar 25.000 dólares a los promotores por los perjuicios ocasionados. Pero haciendo honor a su voracidad creativa, el trompetista no tardó en lanzarse a por una nueva cumbre, esta vez, con músicos mucho más jóvenes. «Había oído a aquel batería de solo 17 años llamado Tony Williams que inflamó mi jodida imaginación con su asombrosa manera de tocar. Macho, te aseguro que escuchar a aquel pequeño me llenó de excitación. Estaba convencido de que iba a ser uno de los mayores hijoputas que jamás se hubieran sentado ante unos platillos y unos tambores», aseguraba. Después llamó al contrabajista Ron Carter y al saxofonista Wayne Shorter e invitó a George Coleman por recomendación de John Coltrane. «Luego regresé a Nueva York en busca de un pianista y lo encontré en Herbie Hancock. Pensé en él antes que en cualquier otro», añadía. Seis décadas después, al otro lado de la pantalla de mi ordenador, a sus 85 años, Hancock (Chicago, 1940) sonríe resplandeciente cuando le pregunto si se acuerda de aquella primera llamada de Miles. «¡Claro!», responde al instante la leyenda del jazz, encargado de poner el broche final a la presente edición de las Noches del Botánico (31 de julio, Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid), que este año ha contado con otras figuras como Van Morrison, Texas, Roxette, Santana, Zahara, Beth Gibbons, Max Richter y The Roots.Noticia Relacionada estandar Si Thurston Moore: «Sonic Youth éramos muy conocidos, pero nunca tuvimos un disco de oro» Israel Viana El líder del grupo neoyorquino acaba de publicar en España sus memorias, tituladas ‘Sonic Life’A continuación, comienza su relato: «Yo era el pianista del trompetista Donald Byrd, que me había descubierto en Chicago. Me contrató para su banda y me mudé a Nueva York en 1961. Como era muy joven, me acogió bajo su protección y me sacó de mi primer apartamento, uno muy barato y bastante peligroso, con chinches y ratas corriendo por ahí. Me llevó a su casa del Bronx. Un día, de repente, me dijo: ‘Escucha, Miles te está buscando. Cuando te llame, no le digas que trabajas conmigo’. Le comenté que no podía hacer eso, porque le estaba muy agradecido. Me había ayudado mucho no solo con el piso, sino a conseguir mi primer contrato con Blue Note, mi primer coche y la empresa que gestionó mis derechos de autor, pero él insistió: ‘¡Herbie, cállate! Cuando te llame Miles, no le digas que tocas conmigo’». «En realidad, creía que no me iba a llamar –sigue–. Yo jamás había soñado que pudiera tocar en su banda. Para mí, Miles era como Zeus, un dios, mi músico favorito, pero al cabo de 15 minutos, sonó el teléfono y contesté: ‘¿Hola?’. Tras unos segundos de silencio, escuché esa voz suya que preguntó de golpe, sin saludar: ‘¿Estás tocando con alguien?’. Respondí: ‘¡No!’. Y soltó: ‘Ven mañana a mi casa a las 2.30 de la tarde’ [Hancock imita la famosa voz ronca y pausada de Davis, como si fuera el mismo Vito Corleone]. Y colgó sin más. Esa fue la primera vez que hablé con él». ‘Watermelon Man’En realidad, Hancock acababa de publicar su debut, ‘Takin’ Off’, en Blue Note. Con el tiempo, ese álbum se convirtió en un clásico y a él le valió para demostrar que, a sus 22 años, tenía un talento fuera de lo normal, con un ojo puesto en el futuro y el otro en el hard bop que había absorbido en su adolescencia. Además, aquel trabajo incluía ‘Watermelon Man’, una de las piezas más famosas de la historia del jazz, reproducida por millones de bandas y escuelas de música de todo el planeta durante décadas.Hace unos años, el pianista contó a la revista ‘Mojo’ que, cuando los dueños del sello, Alfred Lion y Frank Wolff, le propusieron grabar con ellos, él respondió que no estaba listo. Byrd le convenció y le instó a hacerlo antes de marcharse al servició militar obligatorio. «El secreto para grabar un disco en Blue Note –le aconsejó su mentor– es que la mitad sea para ti, con tus composiciones, y la otra mitad con versiones de viejos clásicos para que la compañía pueda venderlo». Sin embargo, él se percató de que el pianista Horace Silver escribía piezas originales y vendía discos. «¿Qué tienen sus canciones para que sean tan atractivas?», se preguntó. La respuesta era sencilla: funk. Y se puso manos a la obra. Hancock tardó 15 minutos en escribir ‘Watermelon Man’. A los capos de Blue Note les gustó tanto que le pidieron que todas fueran composiciones suyas. Se rodeó de dos leyendas: el saxofonista Dexter Gordon y el trompetista Freddie Hubbard. Poco antes de que le llamara Davis, el tema alcanzó el puesto 84 en las listas de éxitos, un gran logro para una época en la que el jazz estaba siendo sustituido por el rock como la música más popular de Estados Unidos. Esos mismos días, además, se unió a la banda de Mongo Santamaría para una pequeña gira. En el descanso de uno de los conciertos tocó la melodía y el percusionista y director de orquesta cubano se unió con las congas. De repente, la banda se levantó al completó y se sumó emocionada. «Era un club nocturno y muy poca gente bailaba, pero al sonar ‘Watermelon Man’, todo el público se lanzó a la pista», relata a ABC Cultural. Paul McCartneySantamaría grabó su propia versión y llegó al número 10, rivalizando con ‘Love Me Do’ de los Beatles. «Hace un par de años vi a Paul McCartney y estuvimos hablando de aquellos días de 1963. Coincidimos en qué ese fue el primer impulso de la carrera de ambos». Esa incursión en el funk fue también la primera señal de la enorme curiosidad del joven Hancock por zambullirse en territorios tradicionalmente prohibidos a los músicos de jazz, como el rock, la música modal, el rap, la electrónica, los ritmos latinos y la música de baile, hasta convertirse en uno de los compositores más importantes del siglo XX y de los que más ha vendido del género. Herbie Hancock reconoce que aprendió muchas cosas de Miles Davis, pero que la más importante fue comprender que la música debía avanzar siempre. Sin excusas. Así se refería el trompetista a ese espíritu explorador: «Algunas personas opinaban siempre que intentaba hacer demasiadas cosas, que debía parar mi progresión y no buscar en tantos géneros. Para mí, sin embargo, la cuestión no iba por ese camino. Que tuviera 47 años no significaba que debiera sentarme en una mecedora y dejar de pensar en cómo hacer cosas interesantes. Tenía que hacer lo que hacía si quería considerarme un artista creador».Hancock, por su parte, cuenta ahora que Davis presumía abiertamente de haber cambiado el rumbo de la música en media docena de ocasiones. Aquel mantra caló en él y puede estar orgulloso de haberle acompañado en un par de esas revoluciones y de haber protagonizado él solo algunas más. En los dos años siguientes a ‘Takin’ Off’, el pianista publicó ‘My Point of View, Inventions & Dimensions’ (1963), ‘Empyrean Isles’ (1964) y el inmenso ‘Maiden Voyage’ (1965), una racha tremenda que compaginó con sus grabaciones y giras junto al trompetista. «¡Y eso que cuando le colgué el teléfono la primera vez estaba asustado! Pensaba que no estaba preparado para tocar con Miles, pero treinta minutos después volvió a sonar el teléfono. Era mi amigo Tony Williams, a quien había conocido cinco meses antes. Me preguntó emocionado: ‘¿Te ha llamado Miles?’. Le dije que me había invitado a su casa y él respondió: ‘¡A mí también!’. Y gritamos a la vez: ‘¡Sí!’. Me animó que Tony también fuera».La pruebaHancock señala que estuvieron en casa de Miles cuatro días y el primero sucedió algo curioso: «Apareció y tocó un poco con nosotros, pero, a los pocos minutos, se cabreó consigo mismo, arrojó la trompeta al sofá y se subió a su habitación sin decir una palabra. Nos dejó tocando en el sótano. Hasta muchos años después no supe que aquella habitación tenía un intercomunicador, a través del cual nos escuchaba desde su dormitorio. Fingió aquello porque sabía que los músicos se ponían nerviosos tocando con él cerca. Quería oírnos tocar de verdad, relajados, para decidir si nos quería en su banda». El último día bajó y le preguntó a Hancock si podía ir al día siguiente al estudio, pues estaba grabando ‘Seven Steps To Heaven’ (Columbia, 1963). «¿Significa eso que entro en el grupo?», le preguntó. «Vas a grabar un disco conmigo, ¿no?», le contestó el pianista, que pronto definió a su nuevo compañero como «una esponja».Así recordaba Davis ese día en el que se gestó el que se conoce como el «segundo Gran Quinteto» de la historia del jazz: «Tuve la seguridad de que ese conjunto que nacía sería glorioso. Por primera vez en mucho tiempo sentía una gran tensión interior, pues si en pocos días en mi casa aquellos músicos habían llegado a tocar tan bien, ¿cómo lo harían meses después? Macho, ya me parecía oír hasta la explosión del éxito. En mayo fuimos al club Showboat de Filadelfia para nuestro primer concierto. Jimmy Heath [saxofonista] estuvo entre el público y, después de tocar mi solo, bajé del escenario y le pregunté qué pensaba de la banda. Su opinión me inspiraba mucho respeto. ‘Son increíbles, macho. No querría estar ahí arriba tocando con ellos cada noche. ¡Miles, esos tíos van a hacer que ardamos todos!’, me dijo. Era lo mismo que pensaba yo, pero a mí me encantaba tocar con ellos». —Williams tenía 17 años, era demasiado joven. ¿Recuerda el primer día que tocó con él?—Sí, fue en Boston y me quedé boquiabierto. No podía creer lo que oía. Nunca había escuchado a nadie tocar la batería así. Fue un gran impacto y no solo porque tuviera 17 años, sino por lo que estaba creando en directo. Estábamos en medio de un tema y tuve que parar. El resto de la banda siguió, pero yo no pude tocar una sola nota durante varios minutos.Los sintetizadoresAunque actuaron alguna vez más, Herbie Hancock abandonó a Davis en agosto de 1968. Poco antes de morir en 1991, el trompetista lo definió así: «Es el paso después de Bud Powell y Thelonious Monk, y todavía no he escuchado a nadie que lo siga a él». El pianista decidió lanzarse a la carretera con su propia formación y con todo lo que el trompetista le había enseñado en esos cinco años de intensa actividad.—Davis le animó a tocar los teclados eléctricos con los que se hizo famoso. ¿Nunca le molestó que le forzara a ir por ese camino tan poco común en el jazz?—¡Siempre me alegré! Si no hubiera sido por él, no estaría tocando ahora el sintetizador. Recuerdo el día que fui al estudio y no había piano. Le pregunté: ‘Miles, ¿qué quieres que toque?’. Dijo: ‘Toca eso’. Y señaló un Fender Rhodes apartado en la esquina. La mayoría de los pianistas de esa época decían que era solo un juguete, que pronto pasaría de moda y lo rechazaban. Yo, en realidad, nunca lo había escuchado, así que lo hice y toqué a ver qué pasaba. Pensé: ‘¡Oh! Esto suena increíble y se mezcla mejor que el piano acústico con otros instrumentos’. Y ya nunca dejé de tocar teclados eléctricos.La jugada supuso toda una revolución y Hancock lo exprimió al máximo. Era la época en la que Columbia empezó a presionar a Davis para que se ganara al mercado juvenil y tocara en grandes templos del rock como el Fillmore. Al sello le molestaba que su estrella ya no ganara el dinero suficiente con la venta de discos como para cobrar los cuantiosos anticipos que le correspondían por el contrato firmado en 1955. Entonces lanzó ‘Bitches Brew’ (1970), influido por James Brown, Muddy Waters y Jimi Hendrix, y todo cambió.Un millón de copiasSus ventas reflejaron los cambios que experimentó el jazz con la fusión: mientras las míticas producciones de los 60 jamás vendieron más de 100.000 unidades, esta superó las 400.000 en un año. Pero Hancock sacó inmediatamente después ‘Head Hunters’ y superó con creces al maestro al despachar un millón solo en Estados Unidos, conquistando también a otros países. El jazz comenzó a salir de su crisis tras varios años de declive. Se inauguraron nuevos clubes, se multiplicaron las discográficas y los músicos exiliados volvieron. El éxito de Hancock no le sentó bien a Davis, que vivía en medio de un torbellino de cocaína, alcohol y marihuana. Él mismo lo reconoció en la citada autobiografía: «En 1975 iniciamos una gira por Estados Unidos tocando con el grupo de Herbie. Él había publicado un álbum de gran éxito y gustaba mucho a los chicos negros. Acordamos que yo sería telonero. En el fondo, me fastidió. Al tocar en la Universidad Hofstra de Long Island, Herbie, una de las personas más gentiles del mundo y a quien quiero mucho, vino al camerino a saludarme. Lo recibí diciéndole que él no era de mi banda y que el camerino estaba reservado a esta. Fue fruto del rencor por telonear a uno de mis excolaboradores, pero esa gira con Herbie nos condujo a todas partes y causamos sensación». Hancock siguió avanzando, metiéndose en mil fregados y saliendo exitoso casi siempre. Compuso bandas sonoras para directores como Bertrand Tavernier o Michelangelo Antonioni. Está última se convirtió en una pieza fundamental del movimiento mod. En los años 80 popularizó el ‘scratch’ de los disc jockeys del hip-hop con ‘Rockit’, un tema que arrasó en la MTV y suele ser citado como una gran influencia para estrellas del rap y la música electrónica como A Tribe Called Quest, US3, Q‑Tip, Tupac Shakur o Common. En los 90, las nuevas figuras del hip-hop y el acid jazz se apropiaron de sus primeras grabaciones para conquistar a una nueva clase de oyentes.—A sus 85 años, no parece que le queden aventuras musicales que correr…—Sí, aún me quedan un montón de aventuras, especialmente, con la inteligencia artificial (IA). Estoy interesado en trabajar con ella para crear nueva música.—¿En serio?—Sí, sí. —¿Ya la ha usado?—Un poco para aprender a usar programas nuevos con los que escribir música. Ahora utilizo uno para componer. Estoy empezando a hacerle preguntas sencillas como: ‘¿Puedes ayudarme a poner estas notas en la siguiente partitura?’. Todo eso es nuevo para mí y es increíble y rápido por la forma en que le hablo y me ayuda.—¿Cree que Miles Davis habría hecho música con IA?—¡Por supuesto! Miles habría hecho una música increíble con la IA. Lo habría intentado seguro, de la misma forma que introdujo los sintetizadores y los teclados en el jazz. Él mismo aprendió a tocarlos al final de su vida. Siempre estaba metido en cosas nuevas. —¿Recuerda la última vez que lo vio con vida?—Sí, en París. Se organizó un concierto [el 10 de julio de 1991, tres meses antes de morir en Santa Mónica, California] con todos los músicos que habían sido como su familia desde los años 50. Joe Zawinul, Bill Evans, Dave Holland, Chick Corea, Kenny Garrett… ¡Ron Carter también estaba! Esa fue la última vez… —¿De qué hablaron?—Miles me dijo que, tal vez, deberíamos reunirnos de nuevo Wayne Shorter, Ron Carter, él y yo para volver a hacer algo juntos y salir de gira [Tony Williams había fallecido de un ataque al corazón a los 51 años en 1997]. Los cuatro estuvimos de acuerdo… Pero nunca llegó a suceder. L En diciembre de 1962, Miles Davis andaba un poco perdido. En los últimos tres años había grabado ‘Kind of Blue’ y ‘Sketches of Spain’, dos discos que cambiaron el curso de la historia del jazz. Sin embargo, los músicos que le habían acompañado en esa aventura le abandonaron para seguir su propio camino. «Sonny Rollins también se marchó, pues quería practicar más en solitario. En aquella época decían que se le oía ensayar subido a una de las vigas del puente de Brooklyn», recordaba el trompetista en su autobiografía (1989).Sin banda a la que recurrir, Davis tuvo que cancelar sus compromisos en Filadelfia, Detroit y St. Louis y pagar 25.000 dólares a los promotores por los perjuicios ocasionados. Pero haciendo honor a su voracidad creativa, el trompetista no tardó en lanzarse a por una nueva cumbre, esta vez, con músicos mucho más jóvenes. «Había oído a aquel batería de solo 17 años llamado Tony Williams que inflamó mi jodida imaginación con su asombrosa manera de tocar. Macho, te aseguro que escuchar a aquel pequeño me llenó de excitación. Estaba convencido de que iba a ser uno de los mayores hijoputas que jamás se hubieran sentado ante unos platillos y unos tambores», aseguraba. Después llamó al contrabajista Ron Carter y al saxofonista Wayne Shorter e invitó a George Coleman por recomendación de John Coltrane. «Luego regresé a Nueva York en busca de un pianista y lo encontré en Herbie Hancock. Pensé en él antes que en cualquier otro», añadía. Seis décadas después, al otro lado de la pantalla de mi ordenador, a sus 85 años, Hancock (Chicago, 1940) sonríe resplandeciente cuando le pregunto si se acuerda de aquella primera llamada de Miles. «¡Claro!», responde al instante la leyenda del jazz, encargado de poner el broche final a la presente edición de las Noches del Botánico (31 de julio, Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid), que este año ha contado con otras figuras como Van Morrison, Texas, Roxette, Santana, Zahara, Beth Gibbons, Max Richter y The Roots.Noticia Relacionada estandar Si Thurston Moore: «Sonic Youth éramos muy conocidos, pero nunca tuvimos un disco de oro» Israel Viana El líder del grupo neoyorquino acaba de publicar en España sus memorias, tituladas ‘Sonic Life’A continuación, comienza su relato: «Yo era el pianista del trompetista Donald Byrd, que me había descubierto en Chicago. Me contrató para su banda y me mudé a Nueva York en 1961. Como era muy joven, me acogió bajo su protección y me sacó de mi primer apartamento, uno muy barato y bastante peligroso, con chinches y ratas corriendo por ahí. Me llevó a su casa del Bronx. Un día, de repente, me dijo: ‘Escucha, Miles te está buscando. Cuando te llame, no le digas que trabajas conmigo’. Le comenté que no podía hacer eso, porque le estaba muy agradecido. Me había ayudado mucho no solo con el piso, sino a conseguir mi primer contrato con Blue Note, mi primer coche y la empresa que gestionó mis derechos de autor, pero él insistió: ‘¡Herbie, cállate! Cuando te llame Miles, no le digas que tocas conmigo’». «En realidad, creía que no me iba a llamar –sigue–. Yo jamás había soñado que pudiera tocar en su banda. Para mí, Miles era como Zeus, un dios, mi músico favorito, pero al cabo de 15 minutos, sonó el teléfono y contesté: ‘¿Hola?’. Tras unos segundos de silencio, escuché esa voz suya que preguntó de golpe, sin saludar: ‘¿Estás tocando con alguien?’. Respondí: ‘¡No!’. Y soltó: ‘Ven mañana a mi casa a las 2.30 de la tarde’ [Hancock imita la famosa voz ronca y pausada de Davis, como si fuera el mismo Vito Corleone]. Y colgó sin más. Esa fue la primera vez que hablé con él». ‘Watermelon Man’En realidad, Hancock acababa de publicar su debut, ‘Takin’ Off’, en Blue Note. Con el tiempo, ese álbum se convirtió en un clásico y a él le valió para demostrar que, a sus 22 años, tenía un talento fuera de lo normal, con un ojo puesto en el futuro y el otro en el hard bop que había absorbido en su adolescencia. Además, aquel trabajo incluía ‘Watermelon Man’, una de las piezas más famosas de la historia del jazz, reproducida por millones de bandas y escuelas de música de todo el planeta durante décadas.Hace unos años, el pianista contó a la revista ‘Mojo’ que, cuando los dueños del sello, Alfred Lion y Frank Wolff, le propusieron grabar con ellos, él respondió que no estaba listo. Byrd le convenció y le instó a hacerlo antes de marcharse al servició militar obligatorio. «El secreto para grabar un disco en Blue Note –le aconsejó su mentor– es que la mitad sea para ti, con tus composiciones, y la otra mitad con versiones de viejos clásicos para que la compañía pueda venderlo». Sin embargo, él se percató de que el pianista Horace Silver escribía piezas originales y vendía discos. «¿Qué tienen sus canciones para que sean tan atractivas?», se preguntó. La respuesta era sencilla: funk. Y se puso manos a la obra. Hancock tardó 15 minutos en escribir ‘Watermelon Man’. A los capos de Blue Note les gustó tanto que le pidieron que todas fueran composiciones suyas. Se rodeó de dos leyendas: el saxofonista Dexter Gordon y el trompetista Freddie Hubbard. Poco antes de que le llamara Davis, el tema alcanzó el puesto 84 en las listas de éxitos, un gran logro para una época en la que el jazz estaba siendo sustituido por el rock como la música más popular de Estados Unidos. Esos mismos días, además, se unió a la banda de Mongo Santamaría para una pequeña gira. En el descanso de uno de los conciertos tocó la melodía y el percusionista y director de orquesta cubano se unió con las congas. De repente, la banda se levantó al completó y se sumó emocionada. «Era un club nocturno y muy poca gente bailaba, pero al sonar ‘Watermelon Man’, todo el público se lanzó a la pista», relata a ABC Cultural. Paul McCartneySantamaría grabó su propia versión y llegó al número 10, rivalizando con ‘Love Me Do’ de los Beatles. «Hace un par de años vi a Paul McCartney y estuvimos hablando de aquellos días de 1963. Coincidimos en qué ese fue el primer impulso de la carrera de ambos». Esa incursión en el funk fue también la primera señal de la enorme curiosidad del joven Hancock por zambullirse en territorios tradicionalmente prohibidos a los músicos de jazz, como el rock, la música modal, el rap, la electrónica, los ritmos latinos y la música de baile, hasta convertirse en uno de los compositores más importantes del siglo XX y de los que más ha vendido del género. Herbie Hancock reconoce que aprendió muchas cosas de Miles Davis, pero que la más importante fue comprender que la música debía avanzar siempre. Sin excusas. Así se refería el trompetista a ese espíritu explorador: «Algunas personas opinaban siempre que intentaba hacer demasiadas cosas, que debía parar mi progresión y no buscar en tantos géneros. Para mí, sin embargo, la cuestión no iba por ese camino. Que tuviera 47 años no significaba que debiera sentarme en una mecedora y dejar de pensar en cómo hacer cosas interesantes. Tenía que hacer lo que hacía si quería considerarme un artista creador».Hancock, por su parte, cuenta ahora que Davis presumía abiertamente de haber cambiado el rumbo de la música en media docena de ocasiones. Aquel mantra caló en él y puede estar orgulloso de haberle acompañado en un par de esas revoluciones y de haber protagonizado él solo algunas más. En los dos años siguientes a ‘Takin’ Off’, el pianista publicó ‘My Point of View, Inventions & Dimensions’ (1963), ‘Empyrean Isles’ (1964) y el inmenso ‘Maiden Voyage’ (1965), una racha tremenda que compaginó con sus grabaciones y giras junto al trompetista. «¡Y eso que cuando le colgué el teléfono la primera vez estaba asustado! Pensaba que no estaba preparado para tocar con Miles, pero treinta minutos después volvió a sonar el teléfono. Era mi amigo Tony Williams, a quien había conocido cinco meses antes. Me preguntó emocionado: ‘¿Te ha llamado Miles?’. Le dije que me había invitado a su casa y él respondió: ‘¡A mí también!’. Y gritamos a la vez: ‘¡Sí!’. Me animó que Tony también fuera».La pruebaHancock señala que estuvieron en casa de Miles cuatro días y el primero sucedió algo curioso: «Apareció y tocó un poco con nosotros, pero, a los pocos minutos, se cabreó consigo mismo, arrojó la trompeta al sofá y se subió a su habitación sin decir una palabra. Nos dejó tocando en el sótano. Hasta muchos años después no supe que aquella habitación tenía un intercomunicador, a través del cual nos escuchaba desde su dormitorio. Fingió aquello porque sabía que los músicos se ponían nerviosos tocando con él cerca. Quería oírnos tocar de verdad, relajados, para decidir si nos quería en su banda». El último día bajó y le preguntó a Hancock si podía ir al día siguiente al estudio, pues estaba grabando ‘Seven Steps To Heaven’ (Columbia, 1963). «¿Significa eso que entro en el grupo?», le preguntó. «Vas a grabar un disco conmigo, ¿no?», le contestó el pianista, que pronto definió a su nuevo compañero como «una esponja».Así recordaba Davis ese día en el que se gestó el que se conoce como el «segundo Gran Quinteto» de la historia del jazz: «Tuve la seguridad de que ese conjunto que nacía sería glorioso. Por primera vez en mucho tiempo sentía una gran tensión interior, pues si en pocos días en mi casa aquellos músicos habían llegado a tocar tan bien, ¿cómo lo harían meses después? Macho, ya me parecía oír hasta la explosión del éxito. En mayo fuimos al club Showboat de Filadelfia para nuestro primer concierto. Jimmy Heath [saxofonista] estuvo entre el público y, después de tocar mi solo, bajé del escenario y le pregunté qué pensaba de la banda. Su opinión me inspiraba mucho respeto. ‘Son increíbles, macho. No querría estar ahí arriba tocando con ellos cada noche. ¡Miles, esos tíos van a hacer que ardamos todos!’, me dijo. Era lo mismo que pensaba yo, pero a mí me encantaba tocar con ellos». —Williams tenía 17 años, era demasiado joven. ¿Recuerda el primer día que tocó con él?—Sí, fue en Boston y me quedé boquiabierto. No podía creer lo que oía. Nunca había escuchado a nadie tocar la batería así. Fue un gran impacto y no solo porque tuviera 17 años, sino por lo que estaba creando en directo. Estábamos en medio de un tema y tuve que parar. El resto de la banda siguió, pero yo no pude tocar una sola nota durante varios minutos.Los sintetizadoresAunque actuaron alguna vez más, Herbie Hancock abandonó a Davis en agosto de 1968. Poco antes de morir en 1991, el trompetista lo definió así: «Es el paso después de Bud Powell y Thelonious Monk, y todavía no he escuchado a nadie que lo siga a él». El pianista decidió lanzarse a la carretera con su propia formación y con todo lo que el trompetista le había enseñado en esos cinco años de intensa actividad.—Davis le animó a tocar los teclados eléctricos con los que se hizo famoso. ¿Nunca le molestó que le forzara a ir por ese camino tan poco común en el jazz?—¡Siempre me alegré! Si no hubiera sido por él, no estaría tocando ahora el sintetizador. Recuerdo el día que fui al estudio y no había piano. Le pregunté: ‘Miles, ¿qué quieres que toque?’. Dijo: ‘Toca eso’. Y señaló un Fender Rhodes apartado en la esquina. La mayoría de los pianistas de esa época decían que era solo un juguete, que pronto pasaría de moda y lo rechazaban. Yo, en realidad, nunca lo había escuchado, así que lo hice y toqué a ver qué pasaba. Pensé: ‘¡Oh! Esto suena increíble y se mezcla mejor que el piano acústico con otros instrumentos’. Y ya nunca dejé de tocar teclados eléctricos.La jugada supuso toda una revolución y Hancock lo exprimió al máximo. Era la época en la que Columbia empezó a presionar a Davis para que se ganara al mercado juvenil y tocara en grandes templos del rock como el Fillmore. Al sello le molestaba que su estrella ya no ganara el dinero suficiente con la venta de discos como para cobrar los cuantiosos anticipos que le correspondían por el contrato firmado en 1955. Entonces lanzó ‘Bitches Brew’ (1970), influido por James Brown, Muddy Waters y Jimi Hendrix, y todo cambió.Un millón de copiasSus ventas reflejaron los cambios que experimentó el jazz con la fusión: mientras las míticas producciones de los 60 jamás vendieron más de 100.000 unidades, esta superó las 400.000 en un año. Pero Hancock sacó inmediatamente después ‘Head Hunters’ y superó con creces al maestro al despachar un millón solo en Estados Unidos, conquistando también a otros países. El jazz comenzó a salir de su crisis tras varios años de declive. Se inauguraron nuevos clubes, se multiplicaron las discográficas y los músicos exiliados volvieron. El éxito de Hancock no le sentó bien a Davis, que vivía en medio de un torbellino de cocaína, alcohol y marihuana. Él mismo lo reconoció en la citada autobiografía: «En 1975 iniciamos una gira por Estados Unidos tocando con el grupo de Herbie. Él había publicado un álbum de gran éxito y gustaba mucho a los chicos negros. Acordamos que yo sería telonero. En el fondo, me fastidió. Al tocar en la Universidad Hofstra de Long Island, Herbie, una de las personas más gentiles del mundo y a quien quiero mucho, vino al camerino a saludarme. Lo recibí diciéndole que él no era de mi banda y que el camerino estaba reservado a esta. Fue fruto del rencor por telonear a uno de mis excolaboradores, pero esa gira con Herbie nos condujo a todas partes y causamos sensación». Hancock siguió avanzando, metiéndose en mil fregados y saliendo exitoso casi siempre. Compuso bandas sonoras para directores como Bertrand Tavernier o Michelangelo Antonioni. Está última se convirtió en una pieza fundamental del movimiento mod. En los años 80 popularizó el ‘scratch’ de los disc jockeys del hip-hop con ‘Rockit’, un tema que arrasó en la MTV y suele ser citado como una gran influencia para estrellas del rap y la música electrónica como A Tribe Called Quest, US3, Q‑Tip, Tupac Shakur o Common. En los 90, las nuevas figuras del hip-hop y el acid jazz se apropiaron de sus primeras grabaciones para conquistar a una nueva clase de oyentes.—A sus 85 años, no parece que le queden aventuras musicales que correr…—Sí, aún me quedan un montón de aventuras, especialmente, con la inteligencia artificial (IA). Estoy interesado en trabajar con ella para crear nueva música.—¿En serio?—Sí, sí. —¿Ya la ha usado?—Un poco para aprender a usar programas nuevos con los que escribir música. Ahora utilizo uno para componer. Estoy empezando a hacerle preguntas sencillas como: ‘¿Puedes ayudarme a poner estas notas en la siguiente partitura?’. Todo eso es nuevo para mí y es increíble y rápido por la forma en que le hablo y me ayuda.—¿Cree que Miles Davis habría hecho música con IA?—¡Por supuesto! Miles habría hecho una música increíble con la IA. Lo habría intentado seguro, de la misma forma que introdujo los sintetizadores y los teclados en el jazz. Él mismo aprendió a tocarlos al final de su vida. Siempre estaba metido en cosas nuevas. —¿Recuerda la última vez que lo vio con vida?—Sí, en París. Se organizó un concierto [el 10 de julio de 1991, tres meses antes de morir en Santa Mónica, California] con todos los músicos que habían sido como su familia desde los años 50. Joe Zawinul, Bill Evans, Dave Holland, Chick Corea, Kenny Garrett… ¡Ron Carter también estaba! Esa fue la última vez… —¿De qué hablaron?—Miles me dijo que, tal vez, deberíamos reunirnos de nuevo Wayne Shorter, Ron Carter, él y yo para volver a hacer algo juntos y salir de gira [Tony Williams había fallecido de un ataque al corazón a los 51 años en 1997]. Los cuatro estuvimos de acuerdo… Pero nunca llegó a suceder. L
En diciembre de 1962, Miles Davis andaba un poco perdido. En los últimos tres años había grabado ‘Kind of Blue’ y ‘Sketches of Spain’, dos discos que cambiaron el curso de la historia del jazz. Sin embargo, los músicos que le habían acompañado en … esa aventura le abandonaron para seguir su propio camino. «Sonny Rollins también se marchó, pues quería practicar más en solitario. En aquella época decían que se le oía ensayar subido a una de las vigas del puente de Brooklyn», recordaba el trompetista en su autobiografía (1989).
Sin banda a la que recurrir, Davis tuvo que cancelar sus compromisos en Filadelfia, Detroit y St. Louis y pagar 25.000 dólares a los promotores por los perjuicios ocasionados. Pero haciendo honor a su voracidad creativa, el trompetista no tardó en lanzarse a por una nueva cumbre, esta vez, con músicos mucho más jóvenes. «Había oído a aquel batería de solo 17 años llamado Tony Williams que inflamó mi jodida imaginación con su asombrosa manera de tocar. Macho, te aseguro que escuchar a aquel pequeño me llenó de excitación. Estaba convencido de que iba a ser uno de los mayores hijoputas que jamás se hubieran sentado ante unos platillos y unos tambores», aseguraba. Después llamó al contrabajista Ron Carter y al saxofonista Wayne Shorter e invitó a George Coleman por recomendación de John Coltrane. «Luego regresé a Nueva York en busca de un pianista y lo encontré en Herbie Hancock. Pensé en él antes que en cualquier otro», añadía.
Seis décadas después, al otro lado de la pantalla de mi ordenador, a sus 85 años, Hancock (Chicago, 1940) sonríe resplandeciente cuando le pregunto si se acuerda de aquella primera llamada de Miles. «¡Claro!», responde al instante la leyenda del jazz, encargado de poner el broche final a la presente edición de las Noches del Botánico (31 de julio, Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid), que este año ha contado con otras figuras como Van Morrison, Texas, Roxette, Santana, Zahara, Beth Gibbons, Max Richter y The Roots.
A continuación, comienza su relato: «Yo era el pianista del trompetista Donald Byrd, que me había descubierto en Chicago. Me contrató para su banda y me mudé a Nueva York en 1961. Como era muy joven, me acogió bajo su protección y me sacó de mi primer apartamento, uno muy barato y bastante peligroso, con chinches y ratas corriendo por ahí. Me llevó a su casa del Bronx. Un día, de repente, me dijo: ‘Escucha, Miles te está buscando. Cuando te llame, no le digas que trabajas conmigo’. Le comenté que no podía hacer eso, porque le estaba muy agradecido. Me había ayudado mucho no solo con el piso, sino a conseguir mi primer contrato con Blue Note, mi primer coche y la empresa que gestionó mis derechos de autor, pero él insistió: ‘¡Herbie, cállate! Cuando te llame Miles, no le digas que tocas conmigo’».
«En realidad, creía que no me iba a llamar –sigue–. Yo jamás había soñado que pudiera tocar en su banda. Para mí, Miles era como Zeus, un dios, mi músico favorito, pero al cabo de 15 minutos, sonó el teléfono y contesté: ‘¿Hola?’. Tras unos segundos de silencio, escuché esa voz suya que preguntó de golpe, sin saludar: ‘¿Estás tocando con alguien?’. Respondí: ‘¡No!’. Y soltó: ‘Ven mañana a mi casa a las 2.30 de la tarde’ [Hancock imita la famosa voz ronca y pausada de Davis, como si fuera el mismo Vito Corleone]. Y colgó sin más. Esa fue la primera vez que hablé con él».
‘Watermelon Man’
En realidad, Hancock acababa de publicar su debut, ‘Takin’ Off’, en Blue Note. Con el tiempo, ese álbum se convirtió en un clásico y a él le valió para demostrar que, a sus 22 años, tenía un talento fuera de lo normal, con un ojo puesto en el futuro y el otro en el hard bop que había absorbido en su adolescencia. Además, aquel trabajo incluía ‘Watermelon Man’, una de las piezas más famosas de la historia del jazz, reproducida por millones de bandas y escuelas de música de todo el planeta durante décadas.
Hace unos años, el pianista contó a la revista ‘Mojo’ que, cuando los dueños del sello, Alfred Lion y Frank Wolff, le propusieron grabar con ellos, él respondió que no estaba listo. Byrd le convenció y le instó a hacerlo antes de marcharse al servició militar obligatorio. «El secreto para grabar un disco en Blue Note –le aconsejó su mentor– es que la mitad sea para ti, con tus composiciones, y la otra mitad con versiones de viejos clásicos para que la compañía pueda venderlo». Sin embargo, él se percató de que el pianista Horace Silver escribía piezas originales y vendía discos. «¿Qué tienen sus canciones para que sean tan atractivas?», se preguntó. La respuesta era sencilla: funk. Y se puso manos a la obra.
Hancock tardó 15 minutos en escribir ‘Watermelon Man’. A los capos de Blue Note les gustó tanto que le pidieron que todas fueran composiciones suyas. Se rodeó de dos leyendas: el saxofonista Dexter Gordon y el trompetista Freddie Hubbard. Poco antes de que le llamara Davis, el tema alcanzó el puesto 84 en las listas de éxitos, un gran logro para una época en la que el jazz estaba siendo sustituido por el rock como la música más popular de Estados Unidos. Esos mismos días, además, se unió a la banda de Mongo Santamaría para una pequeña gira. En el descanso de uno de los conciertos tocó la melodía y el percusionista y director de orquesta cubano se unió con las congas. De repente, la banda se levantó al completó y se sumó emocionada. «Era un club nocturno y muy poca gente bailaba, pero al sonar ‘Watermelon Man’, todo el público se lanzó a la pista», relata a ABC Cultural.
Paul McCartney
Santamaría grabó su propia versión y llegó al número 10, rivalizando con ‘Love Me Do’ de los Beatles. «Hace un par de años vi a Paul McCartney y estuvimos hablando de aquellos días de 1963. Coincidimos en qué ese fue el primer impulso de la carrera de ambos». Esa incursión en el funk fue también la primera señal de la enorme curiosidad del joven Hancock por zambullirse en territorios tradicionalmente prohibidos a los músicos de jazz, como el rock, la música modal, el rap, la electrónica, los ritmos latinos y la música de baile, hasta convertirse en uno de los compositores más importantes del siglo XX y de los que más ha vendido del género.
Herbie Hancock reconoce que aprendió muchas cosas de Miles Davis, pero que la más importante fue comprender que la música debía avanzar siempre. Sin excusas. Así se refería el trompetista a ese espíritu explorador: «Algunas personas opinaban siempre que intentaba hacer demasiadas cosas, que debía parar mi progresión y no buscar en tantos géneros. Para mí, sin embargo, la cuestión no iba por ese camino. Que tuviera 47 años no significaba que debiera sentarme en una mecedora y dejar de pensar en cómo hacer cosas interesantes. Tenía que hacer lo que hacía si quería considerarme un artista creador».
Hancock, por su parte, cuenta ahora que Davis presumía abiertamente de haber cambiado el rumbo de la música en media docena de ocasiones. Aquel mantra caló en él y puede estar orgulloso de haberle acompañado en un par de esas revoluciones y de haber protagonizado él solo algunas más. En los dos años siguientes a ‘Takin’ Off’, el pianista publicó ‘My Point of View, Inventions & Dimensions’ (1963), ‘Empyrean Isles’ (1964) y el inmenso ‘Maiden Voyage’ (1965), una racha tremenda que compaginó con sus grabaciones y giras junto al trompetista. «¡Y eso que cuando le colgué el teléfono la primera vez estaba asustado! Pensaba que no estaba preparado para tocar con Miles, pero treinta minutos después volvió a sonar el teléfono. Era mi amigo Tony Williams, a quien había conocido cinco meses antes. Me preguntó emocionado: ‘¿Te ha llamado Miles?’. Le dije que me había invitado a su casa y él respondió: ‘¡A mí también!’. Y gritamos a la vez: ‘¡Sí!’. Me animó que Tony también fuera».
La prueba
Hancock señala que estuvieron en casa de Miles cuatro días y el primero sucedió algo curioso: «Apareció y tocó un poco con nosotros, pero, a los pocos minutos, se cabreó consigo mismo, arrojó la trompeta al sofá y se subió a su habitación sin decir una palabra. Nos dejó tocando en el sótano. Hasta muchos años después no supe que aquella habitación tenía un intercomunicador, a través del cual nos escuchaba desde su dormitorio. Fingió aquello porque sabía que los músicos se ponían nerviosos tocando con él cerca. Quería oírnos tocar de verdad, relajados, para decidir si nos quería en su banda».
El último día bajó y le preguntó a Hancock si podía ir al día siguiente al estudio, pues estaba grabando ‘Seven Steps To Heaven’ (Columbia, 1963). «¿Significa eso que entro en el grupo?», le preguntó. «Vas a grabar un disco conmigo, ¿no?», le contestó el pianista, que pronto definió a su nuevo compañero como «una esponja».
Así recordaba Davis ese día en el que se gestó el que se conoce como el «segundo Gran Quinteto» de la historia del jazz: «Tuve la seguridad de que ese conjunto que nacía sería glorioso. Por primera vez en mucho tiempo sentía una gran tensión interior, pues si en pocos días en mi casa aquellos músicos habían llegado a tocar tan bien, ¿cómo lo harían meses después? Macho, ya me parecía oír hasta la explosión del éxito. En mayo fuimos al club Showboat de Filadelfia para nuestro primer concierto. Jimmy Heath [saxofonista] estuvo entre el público y, después de tocar mi solo, bajé del escenario y le pregunté qué pensaba de la banda. Su opinión me inspiraba mucho respeto. ‘Son increíbles, macho. No querría estar ahí arriba tocando con ellos cada noche. ¡Miles, esos tíos van a hacer que ardamos todos!’, me dijo. Era lo mismo que pensaba yo, pero a mí me encantaba tocar con ellos».
—Williams tenía 17 años, era demasiado joven. ¿Recuerda el primer día que tocó con él?
—Sí, fue en Boston y me quedé boquiabierto. No podía creer lo que oía. Nunca había escuchado a nadie tocar la batería así. Fue un gran impacto y no solo porque tuviera 17 años, sino por lo que estaba creando en directo. Estábamos en medio de un tema y tuve que parar. El resto de la banda siguió, pero yo no pude tocar una sola nota durante varios minutos.
Los sintetizadores
Aunque actuaron alguna vez más, Herbie Hancock abandonó a Davis en agosto de 1968. Poco antes de morir en 1991, el trompetista lo definió así: «Es el paso después de Bud Powell y Thelonious Monk, y todavía no he escuchado a nadie que lo siga a él». El pianista decidió lanzarse a la carretera con su propia formación y con todo lo que el trompetista le había enseñado en esos cinco años de intensa actividad.
—Davis le animó a tocar los teclados eléctricos con los que se hizo famoso. ¿Nunca le molestó que le forzara a ir por ese camino tan poco común en el jazz?
—¡Siempre me alegré! Si no hubiera sido por él, no estaría tocando ahora el sintetizador. Recuerdo el día que fui al estudio y no había piano. Le pregunté: ‘Miles, ¿qué quieres que toque?’. Dijo: ‘Toca eso’. Y señaló un Fender Rhodes apartado en la esquina. La mayoría de los pianistas de esa época decían que era solo un juguete, que pronto pasaría de moda y lo rechazaban. Yo, en realidad, nunca lo había escuchado, así que lo hice y toqué a ver qué pasaba. Pensé: ‘¡Oh! Esto suena increíble y se mezcla mejor que el piano acústico con otros instrumentos’. Y ya nunca dejé de tocar teclados eléctricos.
La jugada supuso toda una revolución y Hancock lo exprimió al máximo. Era la época en la que Columbia empezó a presionar a Davis para que se ganara al mercado juvenil y tocara en grandes templos del rock como el Fillmore. Al sello le molestaba que su estrella ya no ganara el dinero suficiente con la venta de discos como para cobrar los cuantiosos anticipos que le correspondían por el contrato firmado en 1955. Entonces lanzó ‘Bitches Brew’ (1970), influido por James Brown, Muddy Waters y Jimi Hendrix, y todo cambió.
Un millón de copias
Sus ventas reflejaron los cambios que experimentó el jazz con la fusión: mientras las míticas producciones de los 60 jamás vendieron más de 100.000 unidades, esta superó las 400.000 en un año. Pero Hancock sacó inmediatamente después ‘Head Hunters’ y superó con creces al maestro al despachar un millón solo en Estados Unidos, conquistando también a otros países. El jazz comenzó a salir de su crisis tras varios años de declive. Se inauguraron nuevos clubes, se multiplicaron las discográficas y los músicos exiliados volvieron.
El éxito de Hancock no le sentó bien a Davis, que vivía en medio de un torbellino de cocaína, alcohol y marihuana. Él mismo lo reconoció en la citada autobiografía: «En 1975 iniciamos una gira por Estados Unidos tocando con el grupo de Herbie. Él había publicado un álbum de gran éxito y gustaba mucho a los chicos negros. Acordamos que yo sería telonero. En el fondo, me fastidió. Al tocar en la Universidad Hofstra de Long Island, Herbie, una de las personas más gentiles del mundo y a quien quiero mucho, vino al camerino a saludarme. Lo recibí diciéndole que él no era de mi banda y que el camerino estaba reservado a esta. Fue fruto del rencor por telonear a uno de mis excolaboradores, pero esa gira con Herbie nos condujo a todas partes y causamos sensación».
Hancock siguió avanzando, metiéndose en mil fregados y saliendo exitoso casi siempre. Compuso bandas sonoras para directores como Bertrand Tavernier o Michelangelo Antonioni. Está última se convirtió en una pieza fundamental del movimiento mod. En los años 80 popularizó el ‘scratch’ de los disc jockeys del hip-hop con ‘Rockit’, un tema que arrasó en la MTV y suele ser citado como una gran influencia para estrellas del rap y la música electrónica como A Tribe Called Quest, US3, Q‑Tip, Tupac Shakur o Common. En los 90, las nuevas figuras del hip-hop y el acid jazz se apropiaron de sus primeras grabaciones para conquistar a una nueva clase de oyentes.
—A sus 85 años, no parece que le queden aventuras musicales que correr…
—Sí, aún me quedan un montón de aventuras, especialmente, con la inteligencia artificial (IA). Estoy interesado en trabajar con ella para crear nueva música.
—¿En serio?
—Sí, sí.
—¿Ya la ha usado?
—Un poco para aprender a usar programas nuevos con los que escribir música. Ahora utilizo uno para componer. Estoy empezando a hacerle preguntas sencillas como: ‘¿Puedes ayudarme a poner estas notas en la siguiente partitura?’. Todo eso es nuevo para mí y es increíble y rápido por la forma en que le hablo y me ayuda.
—¿Cree que Miles Davis habría hecho música con IA?
—¡Por supuesto! Miles habría hecho una música increíble con la IA. Lo habría intentado seguro, de la misma forma que introdujo los sintetizadores y los teclados en el jazz. Él mismo aprendió a tocarlos al final de su vida. Siempre estaba metido en cosas nuevas.
—¿Recuerda la última vez que lo vio con vida?
—Sí, en París. Se organizó un concierto [el 10 de julio de 1991, tres meses antes de morir en Santa Mónica, California] con todos los músicos que habían sido como su familia desde los años 50. Joe Zawinul, Bill Evans, Dave Holland, Chick Corea, Kenny Garrett… ¡Ron Carter también estaba! Esa fue la última vez…
—¿De qué hablaron?
—Miles me dijo que, tal vez, deberíamos reunirnos de nuevo Wayne Shorter, Ron Carter, él y yo para volver a hacer algo juntos y salir de gira [Tony Williams había fallecido de un ataque al corazón a los 51 años en 1997]. Los cuatro estuvimos de acuerdo… Pero nunca llegó a suceder. L
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura