Tal vez el mapa llegó allí por un olvido, una de esas compras en un mercado extranjero que en el momento parecen trascendentales y luego se olvidan en un bolsillo igual que el viaje entero, del que solo terminan quedando recuerdos como postales y varios cientos de fotos sin imprimir que solo volverás a ver cuando cambies de móvil, o quizá alguien que no era él –una novia, un amigo, un conocido– lo puso allí porque en algún momento él les contó que su abuelo cruzó el Atlántico con sed de aventura y dinero (¿no es lo mismo?) y que encontró en Brasil el paraíso que no sabía que necesitaba y que lo acompañaría el resto de sus días como la memoria de un buen sueño. Nadie lo sabrá ya. El tiempo se encargó de convertir en misterio aquel mapa, y para cuando su madre cogió la maleta y abrió la cremallera exterior, este emergió de las profundidades de lo desconocido con la fuerza de un mito antiguo. Su hermana lloró al verlo, pero no fue de miedo: acabó abrazada al mapa y lo guardó como un tesoro en su habitación y años después, cuando se mudó, el mapa se fue con ella. Ninguno de los vivos había estado en aquella ciudad (ni entonces ni ahora), por lo que se decidió por consenso que el mapa debía esconder, era evidente, el mensaje de un muerto. A fin de cuentas, no era la primera vez que un objeto desafiaba las leyes de la física en aquella casa. Su madre le habló de un mechero de su otro abuelo, casi una reliquia familiar, que había desaparecido en Tenerife y había aparecido en un cajón en O Grove, cuando ya nadie lo buscaba. No tenía lógica, pero sí sentido: los abuelos aún tenían algo que decir.He contado tantas veces esta historia que casi olvido que nos sucedió a nosotros. No hace tanto le pedí a mi hermana que me enviara unas fotos del mapa, porque a estas alturas los recuerdos de la adolescencia se confunden con los sueños, y los sueños con los deseos, y estos con la vida. Resulta que el mapa existe, pero no es exactamente un mapa, sino un plano piloto de Brasilia. Hay unas anotaciones que no entiendo, aunque parecen coordenadas. Quién sabe si en otros diez años le vuelvo a preguntar a mi hermana y el plano no es exactamente un plano, sino una carta. O una novela. Tal vez el mapa llegó allí por un olvido, una de esas compras en un mercado extranjero que en el momento parecen trascendentales y luego se olvidan en un bolsillo igual que el viaje entero, del que solo terminan quedando recuerdos como postales y varios cientos de fotos sin imprimir que solo volverás a ver cuando cambies de móvil, o quizá alguien que no era él –una novia, un amigo, un conocido– lo puso allí porque en algún momento él les contó que su abuelo cruzó el Atlántico con sed de aventura y dinero (¿no es lo mismo?) y que encontró en Brasil el paraíso que no sabía que necesitaba y que lo acompañaría el resto de sus días como la memoria de un buen sueño. Nadie lo sabrá ya. El tiempo se encargó de convertir en misterio aquel mapa, y para cuando su madre cogió la maleta y abrió la cremallera exterior, este emergió de las profundidades de lo desconocido con la fuerza de un mito antiguo. Su hermana lloró al verlo, pero no fue de miedo: acabó abrazada al mapa y lo guardó como un tesoro en su habitación y años después, cuando se mudó, el mapa se fue con ella. Ninguno de los vivos había estado en aquella ciudad (ni entonces ni ahora), por lo que se decidió por consenso que el mapa debía esconder, era evidente, el mensaje de un muerto. A fin de cuentas, no era la primera vez que un objeto desafiaba las leyes de la física en aquella casa. Su madre le habló de un mechero de su otro abuelo, casi una reliquia familiar, que había desaparecido en Tenerife y había aparecido en un cajón en O Grove, cuando ya nadie lo buscaba. No tenía lógica, pero sí sentido: los abuelos aún tenían algo que decir.He contado tantas veces esta historia que casi olvido que nos sucedió a nosotros. No hace tanto le pedí a mi hermana que me enviara unas fotos del mapa, porque a estas alturas los recuerdos de la adolescencia se confunden con los sueños, y los sueños con los deseos, y estos con la vida. Resulta que el mapa existe, pero no es exactamente un mapa, sino un plano piloto de Brasilia. Hay unas anotaciones que no entiendo, aunque parecen coordenadas. Quién sabe si en otros diez años le vuelvo a preguntar a mi hermana y el plano no es exactamente un plano, sino una carta. O una novela.
Desde la orilla
«El tiempo se encargó de convertir en misterio aquel mapa, y cuando apareció tenía el tamaño de un mito antiguo»
Tal vez el mapa llegó allí por un olvido, una de esas compras en un mercado extranjero que en el momento parecen trascendentales y luego se olvidan en un bolsillo igual que el viaje entero, del que solo terminan quedando recuerdos como postales y varios …
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