Puede que Isabel Dobarro (Santiago de Compostela, 32 años) comenzara a tocar el piano de manera inocente a los tres años. Pero más tarde se ha dado cuenta de que en la música, como en la vida y el arte, esa inocencia a veces se pervierte por una manipulación visceral de las emociones. También que la injusticia y el desprecio cuentan para fijar su historia, como ha ocurrido durante siglos con las compositoras, literalmente borradas, sostiene ella. Por eso quiere remediarlo con su visión artística, entre la que destaca ahora su disco Kaleidoscope, con 12 piezas contemporáneas creadas por mujeres de los cinco continentes. La intérprete formada en España y Estados Unidos, pedagoga de su arte demandada en varias universidades, se explica.
Pregunta. ¿Por qué alguien decide ser pianista en la vida en 2024?
Respuesta. Creo que hay varias razones. Comunicar ideas y sensaciones a través del arte, para empezar. Desde muy pequeña, a los tres años, ya empecé. Es mi forma más natural de expresarme para proyectar conceptos y valores.
P. ¿Y sensibilidad, emociones?
R. También… Somos científicos de las emociones, dice Yo-Yo Ma. Y debemos dar una visión del mundo a través del arte.
P. ¿Cuál es la que usted pretende dar?
R. La diversidad, la igualdad, el feminismo… Mi arte, después de años en este sentido, va orientado por ese camino.
P. ¿Es posible a través de la música fomentar aún eso? No hablamos de un arte inocente.
R. No, no es un arte inocente. Por eso debemos intentar aportar luz. Puede lanzar mensajes buenos y terribles, algo que ha ocurrido a lo largo de la historia. Los músicos debemos ser conscientes de ello y permanecer alerta.
P. Algo que usted ha hecho al sacar al mercado Kaleidoscope con compositoras contemporáneas. ¿Por qué hemos tardado tanto en reconocer esa valía?
R. Por una inercia en la cual se había producido un borrado. Tiene su razón de ser. Ha habido intérpretes musicales desde hace siglos, sobre todo cantantes, obviamente. Respecto al piano, a partir del siglo XIX hubo grandes nombres. Venían como consecuencia de una educación burguesa que dieron lugar a ciertas virtuosas como Clara Schumann o Teresa Carreño. En la composición no ocurrió, por esa inercia de invisibilización que se debía a veces a barreras.
P. Barreras nada difusas…
R. No, pero lo más incomprensible es que con los años se produjera un borrado de las mujeres a las que en su época se reconoció importantes, como Francesca Caccini, que fue la mujer creadora mejor pagada de su tiempo, en el siglo XVII, por los Medici; Pauline Viardot, una mujer incluso poderosa en su época o Mariana Martínez, admirada por Mozart o Beethoven.
P. Borrado, dice, directamente.
R. Sí, borrado, literal y debemos restituirlo. Llega tan lejos que nadie repara en cómo marcaron a grandes compositores, como Maria Ágata Szymanowska, directa influencia de Chopin y olvidada. Es un borrado. No puede ser que no aparezcan en los libros de historia como merecen.
P. ¿Cómo cambiar el canon?
R. Lo que debemos hacer es expandirlo, ampliarlo, colocar junto a Mozart o Beethoven estos nombres sin prescindir de quienes ya lo forman. A las citadas, pero también a mujeres como Elisabeth Jaquet de la Guerre, contemporánea de Rameau o Couperin en Francia y que con 26 años era considerada de las mejores de su tiempo.
P. ¿Qué papel pedagógico deben cumplir las mujeres en esa misión? Usted también da clases…
R. Y hablo mucho de esto. Esa labor es muy importante. Ha habido durante siglos grandes maestras, desde Clara Schumann a Nadia Boulanger, la gran maestra del siglo XX, que enseñó composición desde a Leonard Bernstein hasta Quincy Jones o Astor Piazzola. Aun así, se imponía en todos los ámbitos el acotar la creatividad femenina, las barreras sociales explícitas e implícitas en muchas de ellas.
P. Desde los tres años toca el piano, ¿una suerte natural?
R. En mi caso se da eso, sí y también la fortuna de que, en Santiago, durante mi infancia, tuvimos una oferta cultural y musical extraordinaria. Yo estoy agradecida, no me pongo a imaginar que hubiera sido de mí en otras circunstancias, aunque también me hubiese gustado ser egiptóloga, por ejemplo. Aunque, como todos, he tenido épocas en que me ha pesado, aunque el amor por el instrumento ha acabado venciendo siempre las resistencias.
P. Trasladarse a Nueva York con 18 años para convertirse en pianista, ¿cuántos riesgos comprende?
R. Yo creo que los músicos deben salir fuera en cualquier lugar. Es bueno para confrontar talento con otros, te empuja a esforzarte más, una competencia sana y recomendable, aparte de conocer a gente distinta. Creo que, de esos años, de esa diversidad, sale ahora Kaleidoscope.
En su disco ‘Kaleidoscope’, editado en octubre, la intérprete reúne 12 piezas contemporáneas creadas por mujeres de los cinco continentes
Puede que Isabel Dobarro (Santiago de Compostela, 32 años) comenzara a tocar el piano de manera inocente a los tres años. Pero más tarde se ha dado cuenta de que en la música, como en la vida y el arte, esa inocencia a veces se pervierte por una manipulación visceral de las emociones. También que la injusticia y el desprecio cuentan para fijar su historia, como ha ocurrido durante siglos con las compositoras, literalmente borradas, sostiene ella. Por eso quiere remediarlo con su visión artística, entre la que destaca ahora su disco Kaleidoscope, con 12 piezas contemporáneas creadas por mujeres de los cinco continentes. La intérprete formada en España y Estados Unidos, pedagoga de su arte demandada en varias universidades, se explica.
Pregunta. ¿Por qué alguien decide ser pianista en la vida en 2024?
Respuesta. Creo que hay varias razones. Comunicar ideas y sensaciones a través del arte, para empezar. Desde muy pequeña, a los tres años, ya empecé. Es mi forma más natural de expresarme para proyectar conceptos y valores.
P. ¿Y sensibilidad, emociones?
R. También… Somos científicos de las emociones, dice Yo-Yo Ma. Y debemos dar una visión del mundo a través del arte.
P. ¿Cuál es la que usted pretende dar?
R. La diversidad, la igualdad, el feminismo… Mi arte, después de años en este sentido, va orientado por ese camino.
P. ¿Es posible a través de la música fomentar aún eso? No hablamos de un arte inocente.
R. No, no es un arte inocente. Por eso debemos intentar aportar luz. Puede lanzar mensajes buenos y terribles, algo que ha ocurrido a lo largo de la historia. Los músicos debemos ser conscientes de ello y permanecer alerta.
P. Algo que usted ha hecho al sacar al mercado Kaleidoscope con compositoras contemporáneas. ¿Por qué hemos tardado tanto en reconocer esa valía?
R. Por una inercia en la cual se había producido un borrado. Tiene su razón de ser. Ha habido intérpretes musicales desde hace siglos, sobre todo cantantes, obviamente. Respecto al piano, a partir del siglo XIX hubo grandes nombres. Venían como consecuencia de una educación burguesa que dieron lugar a ciertas virtuosas como Clara Schumann o Teresa Carreño. En la composición no ocurrió, por esa inercia de invisibilización que se debía a veces a barreras.
P. Barreras nada difusas…
R. No, pero lo más incomprensible es que con los años se produjera un borrado de las mujeres a las que en su época se reconoció importantes, como Francesca Caccini, que fue la mujer creadora mejor pagada de su tiempo, en el siglo XVII, por los Medici; Pauline Viardot, una mujer incluso poderosa en su época o Mariana Martínez, admirada por Mozart o Beethoven.
P. Borrado, dice, directamente.
R. Sí, borrado, literal y debemos restituirlo. Llega tan lejos que nadie repara en cómo marcaron a grandes compositores, como Maria Ágata Szymanowska, directa influencia de Chopin y olvidada. Es un borrado. No puede ser que no aparezcan en los libros de historia como merecen.
P. ¿Cómo cambiar el canon?
R. Lo que debemos hacer es expandirlo, ampliarlo, colocar junto a Mozart o Beethoven estos nombres sin prescindir de quienes ya lo forman. A las citadas, pero también a mujeres como Elisabeth Jaquet de la Guerre, contemporánea de Rameau o Couperin en Francia y que con 26 años era considerada de las mejores de su tiempo.
P. ¿Qué papel pedagógico deben cumplir las mujeres en esa misión? Usted también da clases…
R. Y hablo mucho de esto. Esa labor es muy importante. Ha habido durante siglos grandes maestras, desde Clara Schumann a Nadia Boulanger, la gran maestra del siglo XX, que enseñó composición desde a Leonard Bernstein hasta Quincy Jones o Astor Piazzola. Aun así, se imponía en todos los ámbitos el acotar la creatividad femenina, las barreras sociales explícitas e implícitas en muchas de ellas.
P. Desde los tres años toca el piano, ¿una suerte natural?
R. En mi caso se da eso, sí y también la fortuna de que, en Santiago, durante mi infancia, tuvimos una oferta cultural y musical extraordinaria. Yo estoy agradecida, no me pongo a imaginar que hubiera sido de mí en otras circunstancias, aunque también me hubiese gustado ser egiptóloga, por ejemplo. Aunque, como todos, he tenido épocas en que me ha pesado, aunque el amor por el instrumento ha acabado venciendo siempre las resistencias.
P. Trasladarse a Nueva York con 18 años para convertirse en pianista, ¿cuántos riesgos comprende?
R. Yo creo que los músicos deben salir fuera en cualquier lugar. Es bueno para confrontar talento con otros, te empuja a esforzarte más, una competencia sana y recomendable, aparte de conocer a gente distinta. Creo que, de esos años, de esa diversidad, sale ahora Kaleidoscope.
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
EL PAÍS