El Mediterráneo es un libro abierto de historias, mitos y paisajes que han cautivado a la humanidad desde el alba de los tiempos. Pero incluso en sus páginas más leídas, existen capítulos ocultos, rincones ajenos al frenesí del turismo masivo. Pocas geografías resuenan con tanta fuerza como las islas Eolias , un archipiélago volcánico junto a la costa norte de Sicilia, y la enigmática Pantelaria, al suroeste de la isla siciliana. Flotando en aguas de color cobalto, cada una de las islas tiene su propia personalidad, un carácter forjado por milenios de actividad volcánica y la erosión del mar. El archipiélago de las Eolias, con sus siete islas habitadas (Lípari, Salina, Vulcano, Estrómboli, Panarea, Filicudi y Alicudi) está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde su primera colonización, hace más de seis mil años, se han acumulado reliquias de una época pasada que representan una parte importante de la historia mediterránea. Aquí, la vida se desliza al ritmo de las olas y el aliento de los volcanes, que, aunque dormidos en su gran mayoría, recuerdan constantemente su poder ancestral.La capital del archipiélago es la bulliciosa Lípari, la isla más poblada. Es famosa por su belleza natural y su rico patrimonio histórico y cultural. Ofrece algo para todos los gustos: desde pintorescas rutas de senderismo, playas de guijarros y un puerto pintoresco. Alberga también un museo arqueológico que ayuda a reconstruir la importancia del archipiélago como ruta comercial a lo largo de la historia. Los primeros pobladores se instalaron en Lípari atraídos por el extraordinario recurso que era la obsidiana, la roca volcánica vítrea, de color negro o verde muy oscuro, compuesta principalmente de feldespato y cuarzo, con diversas aplicaciones, sobre todo en arte y joyería. Lípari desempeñó tradicionalmente un papel importante en la extracción de piedra pómez. Los restos de dichas actividades han dejado un residuo blanco en el fondo marino, tiñendo las aguas que la rodean de una gama de impresionantes tonos turquesa.Particularmente famosa es la isla de Estrómboli, en la que emerge el volcán homónimo, uno de los más activos del planeta. Su belleza agreste y un carácter virgen suelen atraer a los amantes de la naturaleza. Pero su principal atractivo es el desafiante y empinado ascenso hasta el borde del cráter del volcán, o admirar desde el mar el río de lava que desciende por su ladera. Estrómboli y el volcán han sido evocados por la literatura y el cine. Se hizo especialmente célebre en los años cincuenta, después de que Roberto Rossellini rodara ‘Estrómboli: Tierra de Dios’ (1949), con Ingrid Bergman , su compañera durante años. Aquí nació su ardiente amor. Todavía hay placas y fotos en la isla para recordar episodios de la película. El local más famoso es el Bar Ingrid. Estrómboli es llamado ‘el faro del Mediterráneo’ porque sus fuentes de lava y fuego se pueden ver desde lejos, sobre todo en la noche. Era visto como un amigo por griegos y fenicios, romanos y cartagineses. La isla cuenta con playas de arena negra, casas blancas y una impresionante ‘Sciara del Fuoco’ (arroyo del fuego), una empinada ladera por donde desciende lava del cráter. Este río de lava, que solo se puede contemplar desde el mar, es un espectáculo realmente increíble que atrae a miles y miles de turistas de todo el mundo cada año. Para referirse al volcán, los isleños (son unos 400, y en verano pueden alojarse unos 5.000) lo llaman familiarmente Iddu (él). Nadie teme en la isla una eventual erupción violenta, porque consideran a su volcán Estrómboli como un ‘gigante bueno’.De arriba abajo: tomates puestos a secar en Filicudi, panorama de Lípari y un viñedo en PantelariaOtra isla que impresiona es Vulcano, nombre que deriva del dios romano del fuego y los volcanes. Por su actividad volcánica, los romanos la identificaron con ese dios. En efecto, las fumarolas, o emisiones de gases y vapores procedentes de un conducto volcánico o de un flujo de lava, recuerdan que bajo nuestros pies la tierra está viva. Vulcano es un destino popular gracias a sus baños sulfurosos terapéuticos y sus playas de arena negra. Un ascenso al cráter principal, el Gran Cráter, es una experiencia casi mística. La tierra humea, los colores ocres y amarillos salpican el paisaje lunar y la vista panorámica de las islas circundantes es de ensueño. Aquí uno siente la magnitud de las fuerzas telúricas, una característica común a las tierras volcánicas.La segunda isla más poblada de las Eolias es Salina, considerada por muchos la más bella de las Eolias. Es conocida como la ‘Isla Verde’. En contraste con sus hermanas del archipiélago, que son áridas, Salina es un vergel de huertos y numerosos viñedos, que producen el Malvasía, un vino dulce de postre. El tesoro de Salina está en Pollara, uno de los escenarios donde se filmó ‘El cartero (y Pablo Neruda)’, de 1994. Aquí se cultivan las alcaparras más espectaculares y caras del mundo, que crecen entre piedras volcánicas.La isla más pequeña del archipiélago es Panarea, considerada la reina de la movida en las Eolias. Con su hermosa flora y sus diminutos pueblos blancos, desde los años 60 ha atraído a artistas, cineastas y celebridades. Es un turismo de élite que acude en yates privados y llena los puertos, los hoteles y las boutiques de lujo. Muy famosa es Lisca Bianca, una playa blanca con el color de la roca, debido a las fumarolas, burbujas de azufre activas desde hace milenios, que aún son visibles bajo el agua.Las Eolias esconden también islas más reservadas, como Filicudi y Alicudi, que son las más salvajes y remotas, donde las carreteras son escasas o inexistentes. Los griegos llamaban a esta isla Phoenicusa, que significa ‘rica en helechos’. Al igual que sus hermanas del archipiélago, Filicudi ofrece un gran esplendor natural, aguas cristalinas y calas solitarias, además de antiguos yacimientos arqueológicos, pintorescas rutas de senderismo. La paz y tranquilidad están garantizadas. Sin duda, para quienes buscan naturaleza, soledad y una breve desconexión o escapada del mundo moderno, ese paraíso pueden encontrarlo en Alicudi, la más remota y menos desarrollada de las Eolias. Los burros son el principal medio de transporte. Con tan solo un centenar de habitantes permanentes, no hay calles y son muy pocos los servicios. Sus calas rocosas son ideales para relajarse y nadar en aguas cristalinas. Los principales atractivos de Alicudi son su aislamiento y atmósfera salvaje. La isla tiene una forma cónica perfecta. Por su geografía escarpada, hay que gozar de buena forma física para caminar y subir sus escaleras naturales. Pero al subir se disfrutará de impresionantes vistas de las aguas circundantes y los extensos olivares silvestres de la isla.No todo son las Eolias en las aguas de Sicilia. También albergan a Pantelaria, una isla que comparte con ellas la génesis volcánica y un espíritu de autenticidad casi mística. Es conocida como la ‘Perla Negra’ del Mediterráneo por sus rocas volcánicas oscuras. La isla es famosa por sus ‘dammusi’, construcciones de piedra volcánica con techos abovedados blancos, diseñados para captar el agua de lluvia, y gruesos muros para mantener el fresco y resistir los vientos africanos. Los ‘dammusi’ son auténticas obras de arquitectura vernácula, y muchos se han convertido en alojamientos exclusivos que se integran perfectamente en el paisaje. Pantelaria es también tierra de sabores únicos. Sus viñedos, cultivados en terrazas protegidas por muros de piedra seca (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), una técnica de construcción milenaria, producen el famoso vino dulce ‘Passito’ di Pantelaria. El estilista Giorgio Armani , que el 11 de julio cumplió 91 años, tiene en Pantelaria una de sus residencias más queridas. Desde 1981, Armani posee una villa con siete ‘dammusi’ en Cala Gadir, al noreste de la isla. Aquí, el diseñador encuentra inspiración para su trabajo, rodeado de cientos de palmeras y un viñedo que produce el vino ‘passito’, al que ha dado un nombre simbólico: ‘Oasi’ (Oasis). Y es que las Eolias y Pantelaria constituyen, en cierta forma, un oasis, donde hay naturaleza en estado puro. Son un Mediterráneo que casi ya no existe. El Mediterráneo es un libro abierto de historias, mitos y paisajes que han cautivado a la humanidad desde el alba de los tiempos. Pero incluso en sus páginas más leídas, existen capítulos ocultos, rincones ajenos al frenesí del turismo masivo. Pocas geografías resuenan con tanta fuerza como las islas Eolias , un archipiélago volcánico junto a la costa norte de Sicilia, y la enigmática Pantelaria, al suroeste de la isla siciliana. Flotando en aguas de color cobalto, cada una de las islas tiene su propia personalidad, un carácter forjado por milenios de actividad volcánica y la erosión del mar. El archipiélago de las Eolias, con sus siete islas habitadas (Lípari, Salina, Vulcano, Estrómboli, Panarea, Filicudi y Alicudi) está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde su primera colonización, hace más de seis mil años, se han acumulado reliquias de una época pasada que representan una parte importante de la historia mediterránea. Aquí, la vida se desliza al ritmo de las olas y el aliento de los volcanes, que, aunque dormidos en su gran mayoría, recuerdan constantemente su poder ancestral.La capital del archipiélago es la bulliciosa Lípari, la isla más poblada. Es famosa por su belleza natural y su rico patrimonio histórico y cultural. Ofrece algo para todos los gustos: desde pintorescas rutas de senderismo, playas de guijarros y un puerto pintoresco. Alberga también un museo arqueológico que ayuda a reconstruir la importancia del archipiélago como ruta comercial a lo largo de la historia. Los primeros pobladores se instalaron en Lípari atraídos por el extraordinario recurso que era la obsidiana, la roca volcánica vítrea, de color negro o verde muy oscuro, compuesta principalmente de feldespato y cuarzo, con diversas aplicaciones, sobre todo en arte y joyería. Lípari desempeñó tradicionalmente un papel importante en la extracción de piedra pómez. Los restos de dichas actividades han dejado un residuo blanco en el fondo marino, tiñendo las aguas que la rodean de una gama de impresionantes tonos turquesa.Particularmente famosa es la isla de Estrómboli, en la que emerge el volcán homónimo, uno de los más activos del planeta. Su belleza agreste y un carácter virgen suelen atraer a los amantes de la naturaleza. Pero su principal atractivo es el desafiante y empinado ascenso hasta el borde del cráter del volcán, o admirar desde el mar el río de lava que desciende por su ladera. Estrómboli y el volcán han sido evocados por la literatura y el cine. Se hizo especialmente célebre en los años cincuenta, después de que Roberto Rossellini rodara ‘Estrómboli: Tierra de Dios’ (1949), con Ingrid Bergman , su compañera durante años. Aquí nació su ardiente amor. Todavía hay placas y fotos en la isla para recordar episodios de la película. El local más famoso es el Bar Ingrid. Estrómboli es llamado ‘el faro del Mediterráneo’ porque sus fuentes de lava y fuego se pueden ver desde lejos, sobre todo en la noche. Era visto como un amigo por griegos y fenicios, romanos y cartagineses. La isla cuenta con playas de arena negra, casas blancas y una impresionante ‘Sciara del Fuoco’ (arroyo del fuego), una empinada ladera por donde desciende lava del cráter. Este río de lava, que solo se puede contemplar desde el mar, es un espectáculo realmente increíble que atrae a miles y miles de turistas de todo el mundo cada año. Para referirse al volcán, los isleños (son unos 400, y en verano pueden alojarse unos 5.000) lo llaman familiarmente Iddu (él). Nadie teme en la isla una eventual erupción violenta, porque consideran a su volcán Estrómboli como un ‘gigante bueno’.De arriba abajo: tomates puestos a secar en Filicudi, panorama de Lípari y un viñedo en PantelariaOtra isla que impresiona es Vulcano, nombre que deriva del dios romano del fuego y los volcanes. Por su actividad volcánica, los romanos la identificaron con ese dios. En efecto, las fumarolas, o emisiones de gases y vapores procedentes de un conducto volcánico o de un flujo de lava, recuerdan que bajo nuestros pies la tierra está viva. Vulcano es un destino popular gracias a sus baños sulfurosos terapéuticos y sus playas de arena negra. Un ascenso al cráter principal, el Gran Cráter, es una experiencia casi mística. La tierra humea, los colores ocres y amarillos salpican el paisaje lunar y la vista panorámica de las islas circundantes es de ensueño. Aquí uno siente la magnitud de las fuerzas telúricas, una característica común a las tierras volcánicas.La segunda isla más poblada de las Eolias es Salina, considerada por muchos la más bella de las Eolias. Es conocida como la ‘Isla Verde’. En contraste con sus hermanas del archipiélago, que son áridas, Salina es un vergel de huertos y numerosos viñedos, que producen el Malvasía, un vino dulce de postre. El tesoro de Salina está en Pollara, uno de los escenarios donde se filmó ‘El cartero (y Pablo Neruda)’, de 1994. Aquí se cultivan las alcaparras más espectaculares y caras del mundo, que crecen entre piedras volcánicas.La isla más pequeña del archipiélago es Panarea, considerada la reina de la movida en las Eolias. Con su hermosa flora y sus diminutos pueblos blancos, desde los años 60 ha atraído a artistas, cineastas y celebridades. Es un turismo de élite que acude en yates privados y llena los puertos, los hoteles y las boutiques de lujo. Muy famosa es Lisca Bianca, una playa blanca con el color de la roca, debido a las fumarolas, burbujas de azufre activas desde hace milenios, que aún son visibles bajo el agua.Las Eolias esconden también islas más reservadas, como Filicudi y Alicudi, que son las más salvajes y remotas, donde las carreteras son escasas o inexistentes. Los griegos llamaban a esta isla Phoenicusa, que significa ‘rica en helechos’. Al igual que sus hermanas del archipiélago, Filicudi ofrece un gran esplendor natural, aguas cristalinas y calas solitarias, además de antiguos yacimientos arqueológicos, pintorescas rutas de senderismo. La paz y tranquilidad están garantizadas. Sin duda, para quienes buscan naturaleza, soledad y una breve desconexión o escapada del mundo moderno, ese paraíso pueden encontrarlo en Alicudi, la más remota y menos desarrollada de las Eolias. Los burros son el principal medio de transporte. Con tan solo un centenar de habitantes permanentes, no hay calles y son muy pocos los servicios. Sus calas rocosas son ideales para relajarse y nadar en aguas cristalinas. Los principales atractivos de Alicudi son su aislamiento y atmósfera salvaje. La isla tiene una forma cónica perfecta. Por su geografía escarpada, hay que gozar de buena forma física para caminar y subir sus escaleras naturales. Pero al subir se disfrutará de impresionantes vistas de las aguas circundantes y los extensos olivares silvestres de la isla.No todo son las Eolias en las aguas de Sicilia. También albergan a Pantelaria, una isla que comparte con ellas la génesis volcánica y un espíritu de autenticidad casi mística. Es conocida como la ‘Perla Negra’ del Mediterráneo por sus rocas volcánicas oscuras. La isla es famosa por sus ‘dammusi’, construcciones de piedra volcánica con techos abovedados blancos, diseñados para captar el agua de lluvia, y gruesos muros para mantener el fresco y resistir los vientos africanos. Los ‘dammusi’ son auténticas obras de arquitectura vernácula, y muchos se han convertido en alojamientos exclusivos que se integran perfectamente en el paisaje. Pantelaria es también tierra de sabores únicos. Sus viñedos, cultivados en terrazas protegidas por muros de piedra seca (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), una técnica de construcción milenaria, producen el famoso vino dulce ‘Passito’ di Pantelaria. El estilista Giorgio Armani , que el 11 de julio cumplió 91 años, tiene en Pantelaria una de sus residencias más queridas. Desde 1981, Armani posee una villa con siete ‘dammusi’ en Cala Gadir, al noreste de la isla. Aquí, el diseñador encuentra inspiración para su trabajo, rodeado de cientos de palmeras y un viñedo que produce el vino ‘passito’, al que ha dado un nombre simbólico: ‘Oasi’ (Oasis). Y es que las Eolias y Pantelaria constituyen, en cierta forma, un oasis, donde hay naturaleza en estado puro. Son un Mediterráneo que casi ya no existe.
El Mediterráneo es un libro abierto de historias, mitos y paisajes que han cautivado a la humanidad desde el alba de los tiempos. Pero incluso en sus páginas más leídas, existen capítulos ocultos, rincones ajenos al frenesí del turismo masivo. Pocas geografías resuenan con tanta … fuerza como las islas Eolias, un archipiélago volcánico junto a la costa norte de Sicilia, y la enigmática Pantelaria, al suroeste de la isla siciliana. Flotando en aguas de color cobalto, cada una de las islas tiene su propia personalidad, un carácter forjado por milenios de actividad volcánica y la erosión del mar. El archipiélago de las Eolias, con sus siete islas habitadas (Lípari, Salina, Vulcano, Estrómboli, Panarea, Filicudi y Alicudi) está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde su primera colonización, hace más de seis mil años, se han acumulado reliquias de una época pasada que representan una parte importante de la historia mediterránea. Aquí, la vida se desliza al ritmo de las olas y el aliento de los volcanes, que, aunque dormidos en su gran mayoría, recuerdan constantemente su poder ancestral.
La capital del archipiélago es la bulliciosa Lípari, la isla más poblada. Es famosa por su belleza natural y su rico patrimonio histórico y cultural. Ofrece algo para todos los gustos: desde pintorescas rutas de senderismo, playas de guijarros y un puerto pintoresco. Alberga también un museo arqueológico que ayuda a reconstruir la importancia del archipiélago como ruta comercial a lo largo de la historia. Los primeros pobladores se instalaron en Lípari atraídos por el extraordinario recurso que era la obsidiana, la roca volcánica vítrea, de color negro o verde muy oscuro, compuesta
principalmente de feldespato y cuarzo, con diversas aplicaciones, sobre todo en arte y joyería. Lípari desempeñó tradicionalmente un papel importante en la extracción de piedra pómez. Los restos de dichas actividades han dejado un residuo blanco en el fondo marino, tiñendo las aguas que la rodean de una gama de impresionantes tonos turquesa.
Particularmente famosa es la isla de Estrómboli, en la que emerge el volcán homónimo, uno de los más activos del planeta. Su belleza agreste y un carácter virgen suelen atraer a los amantes de la naturaleza. Pero su principal atractivo es el desafiante y empinado ascenso hasta el borde del cráter del volcán, o admirar desde el mar el río de lava que desciende por su ladera. Estrómboli y el volcán han sido evocados por la literatura y el cine. Se hizo especialmente célebre en los años cincuenta, después de que Roberto Rossellini rodara ‘Estrómboli: Tierra de Dios’ (1949), con Ingrid Bergman, su compañera durante años. Aquí nació su ardiente amor. Todavía hay placas y fotos en la isla para recordar episodios de la película. El local más famoso es el Bar Ingrid. Estrómboli es llamado ‘el faro del Mediterráneo’ porque sus fuentes de lava y fuego se pueden ver desde lejos, sobre todo en la noche. Era visto como un amigo por griegos y fenicios, romanos y cartagineses. La isla cuenta con playas de arena negra, casas blancas y una impresionante ‘Sciara del Fuoco’ (arroyo del fuego), una empinada ladera por donde desciende lava del cráter. Este río de lava, que solo se puede contemplar desde el mar, es un espectáculo realmente increíble que atrae a miles y miles de turistas de todo el mundo cada año. Para referirse al volcán, los isleños (son unos 400, y en verano pueden alojarse unos 5.000) lo llaman familiarmente Iddu (él). Nadie teme en la isla una eventual erupción violenta, porque consideran a su volcán Estrómboli como un ‘gigante bueno’.



Otra isla que impresiona es Vulcano, nombre que deriva del dios romano del fuego y los volcanes. Por su actividad volcánica, los romanos la identificaron con ese dios. En efecto, las fumarolas, o emisiones de gases y vapores procedentes de un conducto volcánico o de un flujo de lava, recuerdan que bajo nuestros pies la tierra está viva. Vulcano es un destino popular gracias a sus baños sulfurosos terapéuticos y sus playas de arena negra. Un ascenso al cráter principal, el Gran Cráter, es una experiencia casi mística. La tierra humea, los colores ocres y amarillos salpican el paisaje lunar y la vista panorámica de las islas circundantes es de ensueño. Aquí uno siente la magnitud de las fuerzas telúricas, una característica común a las tierras volcánicas.
La segunda isla más poblada de las Eolias es Salina, considerada por muchos la más bella de las Eolias. Es conocida como la ‘Isla Verde’. En contraste con sus hermanas del archipiélago, que son áridas, Salina es un vergel de huertos y numerosos viñedos, que producen el Malvasía, un vino dulce de postre. El tesoro de Salina está en Pollara, uno de los escenarios donde se filmó ‘El cartero (y Pablo Neruda)’, de 1994. Aquí se cultivan las alcaparras más espectaculares y caras del mundo, que crecen entre piedras volcánicas.
La isla más pequeña del archipiélago es Panarea, considerada la reina de la movida en las Eolias. Con su hermosa flora y sus diminutos pueblos blancos, desde los años 60 ha atraído a artistas, cineastas y celebridades. Es un turismo de élite que acude en yates privados y llena los puertos, los hoteles y las boutiques de lujo. Muy famosa es Lisca Bianca, una playa blanca con el color de la roca, debido a las fumarolas, burbujas de azufre activas desde hace milenios, que aún son visibles bajo el agua.
Las Eolias esconden también islas más reservadas, como Filicudi y Alicudi, que son las más salvajes y remotas, donde las carreteras son escasas o inexistentes. Los griegos llamaban a esta isla Phoenicusa, que significa ‘rica en helechos’. Al igual que sus hermanas del archipiélago, Filicudi ofrece un gran esplendor natural, aguas cristalinas y calas solitarias, además de antiguos yacimientos arqueológicos, pintorescas rutas de senderismo. La paz y tranquilidad están garantizadas.
Sin duda, para quienes buscan naturaleza, soledad y una breve desconexión o escapada del mundo moderno, ese paraíso pueden encontrarlo en Alicudi, la más remota y menos desarrollada de las Eolias. Los burros son el principal medio de transporte. Con tan solo un centenar de habitantes permanentes, no hay calles y son muy pocos los servicios. Sus calas rocosas son ideales para relajarse y nadar en aguas cristalinas. Los principales atractivos de Alicudi son su aislamiento y atmósfera salvaje. La isla tiene una forma cónica perfecta. Por su geografía escarpada, hay que gozar de buena forma física para caminar y subir sus escaleras naturales. Pero al subir se disfrutará de impresionantes vistas de las aguas circundantes y los extensos olivares silvestres de la isla.
No todo son las Eolias en las aguas de Sicilia. También albergan a Pantelaria, una isla que comparte con ellas la génesis volcánica y un espíritu de autenticidad casi mística. Es conocida como la ‘Perla Negra’ del Mediterráneo por sus rocas volcánicas oscuras. La isla es famosa por sus ‘dammusi’, construcciones de piedra volcánica con techos abovedados blancos, diseñados para captar el agua de lluvia, y gruesos muros para mantener el fresco y resistir los vientos africanos. Los ‘dammusi’ son auténticas obras de arquitectura vernácula, y muchos se han convertido en alojamientos exclusivos que se integran perfectamente en el paisaje. Pantelaria es también tierra de sabores únicos. Sus viñedos, cultivados en terrazas protegidas por muros de piedra seca (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), una técnica de construcción milenaria, producen el famoso vino dulce ‘Passito’ di Pantelaria. El estilista Giorgio Armani, que el 11 de julio cumplió 91 años, tiene en Pantelaria una de sus residencias más queridas. Desde 1981, Armani posee una villa con siete ‘dammusi’ en Cala Gadir, al noreste de la isla. Aquí, el diseñador encuentra inspiración para su trabajo, rodeado de cientos de palmeras y un viñedo que produce el vino ‘passito’, al que ha dado un nombre simbólico: ‘Oasi’ (Oasis). Y es que las Eolias y Pantelaria constituyen, en cierta forma, un oasis, donde hay naturaleza en estado puro. Son un Mediterráneo que casi ya no existe.
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