Javier Aroca (Sevilla, 71 años) es uno de los rostros y voces más conocidos en el análisis político en radio, prensa y televisión. Licenciado en Derecho y Antropología, diplomado en árabe, con carrera política en la izquierda andalucista, ahora es tertuliano, uno de los más populares… Pero no le gusta que le llamen tertuliano: “Parece que borra otras cosas que has hecho, en mi caso la antropología, los estudios de árabe, la política, muchas cosas en mi vida. Y ahora soy el ‘tertuliano Aroca’… A veces te lo dicen para denigrarte”.
El expolítico, antropólogo y tertuliano (que reniega de ese nombre) lanza el libro ‘Democracia en alerta’ (Ediciones B) donde mezcla autobiografía, crónica y ensayo para criticar la pasividad política y el deterioro de las instituciones
Javier Aroca (Sevilla, 71 años) es uno de los rostros y voces más conocidos en el análisis político en radio, prensa y televisión. Licenciado en Derecho y Antropología, diplomado en árabe, con carrera política en la izquierda andalucista, ahora es tertuliano, uno de los más populares… Pero no le gusta que le llamen tertuliano: “Parece que borra otras cosas que has hecho, en mi caso la antropología, los estudios de árabe, la política, muchas cosas en mi vida. Y ahora soy el ‘tertuliano Aroca’… A veces te lo dicen para denigrarte”.
Una de esas cosas que ha hecho en la vida es publicar el libro Democracia en alerta. La política desde el sofá (Ediciones B) en el que mezcla autobiografía, crónica de la historia reciente de España, ensayismo y otros mimbres. “Hay mucho de antropología en mi manera de enfocar las cuestiones, mucho de etnografía”, dice. El texto es una reivindicación del espíritu crítico frente a las informaciones intoxicadas y de la defensa de la democracia en tiempos de creciente autoritarismo. Para salvar la democracia hay que levantar el culo del sofá y participar políticamente de otras maneras.
Pregunta. ¿Usted cómo se politizó?
Respuesta. Con la observación de lo que pasaba. Nací y crecí en un barrio trabajador de Sevilla. Me relacionaba con gente que estaba en el antifranquismo, que sufría la dictadura. Ya en el instituto participaba en grupos ilegales. Así me fui haciendo poco a poco político, aunque siempre he sido muy inorgánico, a pesar de que milité en Alianza por Andalucía, que luego fue el Partido Socialista de Andalucía y luego el Partido Andalucista.
P. No le ha gustado militar.
R. No. Además, creo que detrás de cada andaluz hay un anarquista individualista. Una vez le escuché a Iñaki Gabilondo una anécdota. Le preguntó a un médico andaluz por qué éramos tan individualistas y el tío respondió: “No lo sé, cada uno tenemos un motivo distinto”.
P. La juventud politizada de aquel momento era sobre todo de izquierdas. Ahora los jóvenes varones están abrazando la ultraderecha.
R. Eso era común, pero no quiere decir que no hubiera juventudes de derechas. Me sorprende que la gente se sorprenda de que haya jóvenes de extrema derecha. En mis primeros años de facultad había grupos muy violentos que hacían la vida complicada. La victoria de la democracia ha hecho que aquellos muchachos de extrema derecha hoy se consideren demócratas.
P. ¿Pasará con los jóvenes de ahora?
R. Espero que con el tiempo, cuando vayan meditando, se conviertan también en demócratas. Estos jóvenes autoritarios no han conocido ninguna dictadura. Les propongo un ejercicio mental: pensar en un mundo sin libertad de expresión, con un solo medio de comunicación, sin la libertad de reunirse… en fin. Si en algo ha fallado nuestra democracia es no haber construido una cultura democrática.
Yo me siento más cómodo en la radio, es un formato más reposado y respetuoso, y la televisión busca el espectáculo, que a veces está reñido con el rigor, el análisis o una expresión pausada.
P. Describe usted la política como se hacía antes: sindicatos, fábricas, asambleas, asociaciones de vecinos… En contraposición al sofá, que nos ha devorado.
R. Es el triunfo del ultraliberalismo, la revolución de las derechas. Han conseguido individualizarnos, recluirnos en el sofá, que seamos consumidores de información e ideología procesada, que hayamos perdido nuestro carácter asociativo y el espíritu crítico. La democracia no son solo los partidos y los parlamentos. Somos todos y cada uno de nosotros. La democracia tiene que estar en asociaciones, sindicatos, universidades, medios, cuando eso ha desaparecido y hemos delegado a favor de una democracia formal que ocurre en las alturas, es cuando la democracia se hace más débil. Hoy uno de los actos más revolucionarios es levantarse del sofá.

P. El activismo en redes, también llamado clickactivismo.
R. El milituiteante, como lo llamo, es una de las figuras más extendidas, sobre todo en los sectores que más se autoexcluyen: quieren ser más progresistas, pero son víctimas de esa política individualizadora. Medir la democracia en clics y en audiencias es un error. Se mide en votos y participación.
P. Curiosamente, además del bajo asociacionismo, las clases bajas son las que menos participan.
R. La democracia formal pierden el alma en los barrios. Por ejemplo, el barrio de Los Pajaritos, uno de los más pobres de Sevilla y de España, era un barrio combativo que se arruinó y fue abandonado… La participación no sube del 20%. Sin embargo, en los barrios ricos la participación es elevadísima y cada día más. Aunque no les guste la democracia, quieren dominar el sistema democrático, y se movilizan a la hora de votar. Y la izquierda está desanimada. Y el mayor peligro para la democracia es la abstención.
P. Los ricos son los que tienen más conciencia de clase.
R. Y quieren dominar la comunicación que ahora llega a todas partes. Trump y Musk se apoderan de los medios de comunicación, que son un arma muy poderosa para la democracia, pero también para la antidemocracia.
P. Es curioso, porque cuando internet comenzó parecía la gran esperanza para los movimientos emancipatorios. Que iba a ser una herramienta para la izquierda.
R. Al principio la red parece eso, un elemento democrático, incluso de competencia con los medios tradicionales. Y esa derecha revolucionaria también se dio cuenta de ese poder. Esto lleva ocurriendo hace mucho tiempo, aunque parece que ahora nos estamos despertando.
P. Dice usted que nadie quiere ser ahora de clase trabajadora. Veo a muchas celebridades presumir de orígenes obreros, de barrio periféricos, pero a nadie de ser eso ahora.
R. Nadie reconoce que es un trabajador y mucho menos que es pobre. Se ve en las encuestas: la gente dice ser de clase media, pese a que conocemos la precariedad, la pobreza salarial o la gran diferencia entre los barrios pobres y ricos. El ultraliberalismo nos ha individualizado y nos ha hecho perder la conciencia de clase. Los muchachos jóvenes pueden acceder a cierto nivel de consumo y piensan que son parte del establishment, aunque no tengan trabajo o tengan un salario precario.

P. Usted critica las tertulias, pero participa en ellas.
R. Sí. En todos los circos hay leones, tigres, elefantes, malabaristas y payasos. Yo espero no estar cumpliendo el peor papel. Empecé en un tiempo prometedor en las que algunos las llamaban cuasiparlamentarismo, cuando los parlamentos estaban de capa caída. Eran un arma poderosa de comunicación política. Pero hoy reconozco que hay tertulias que son armas de distracción y manipulación masiva. Hay que tener espíritu crítico para enfrentarse a todo lo que nos llega.
P. ¿Cómo era el panorama político cuando empezó en las tertulias?
R. Era muy mortecino, lo que se escuchaba era humo, porque los guisos se cocían en otros lados. Así las tertulias ganaron protagonismo y sirvieron para ganar audiencia e influencia política. La paradoja es que ahora los políticos quieren ser tertulianos. Por varias razones: piensan que ahí se les escucha más y así progresan más rápido en sus partidos, porque se hacen más famosos. Y también se han convertido en una herramienta de jubilación: muchos políticos quieren jubilarse ahí y algunos están trabajando ahí lo que no han trabajado en su vida.
P. El tertuliano tiene casi tan mala fama como el periodista.
R. Yo me he movido sobre todo en el mundo académico… Ahora me recuerda a cuando le preguntaron al mozo de espadas del torero Belmonte cómo había llegado a gobernador civil. Dijo: “degenerando”.
P. Usted se mueve tanto en la radio como en la tele.
R. Hay diferencias: a la radio puedes ir hasta en calzones, en la tele no te puedes ni tocar la nariz. Yo me siento más cómodo en la radio, es un formato más reposado y respetuoso, y la televisión busca el espectáculo, que a veces está reñido con el rigor, el análisis o una expresión pausada.
P. Todo está acelerado.
R. Hay que pensar rápido y hablar rápido. “Cortita y al pie”, como decía Gabilondo. A veces dices algo y lo ponen por todas partes, por todas las redes, y piensas “para qué habré dicho esto”. Como dijo Borges: “Me preocupan las opiniones críticas que tienen sobre mí, pero me preocupa más mi opinión crítica sobre lo que acabo de decir”.
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