A Joe Crepúsculo se le puede definir como un “trovador techno”, como se titula uno de sus discos. “Aunque ahora me están empezando a llamar cantautor techno, cosa que me encanta”, dice. Entre tímido, alucinado y enigmático (a pesar de que en las fotos pone cara de mala leche), recibe en la librería Ocho y Medio de Madrid. De nombre real Joël Iriarte (Sant Joan Despí, Barcelona, 44 años), hijo de una familia currante que emigró de Badajoz, explora en su nuevo disco, Museo de las desilusiones (El Volcán), los afectos tristes, y los mezcla con toda una panoplia de géneros digitales, siempre con las letras cuidadas, marca de la casa. En una de esas letras cita a Tolstói. En otra dice: “Hijoputa el que no baile”.
Pregunta. ¿Qué desilusiones son esas de las que habla en su museo?
Respuesta. Tenía muchas canciones hablando de cosas luminosas y me apetecía adentrarme en algo más turbio. Quería enfocarme en la parte más oscura y siniestra. Buscaba una forma más poliédrica de hablar de las emociones, como en el caso evidente de la canción Bailar y llorar.
P. Lo primero que pensé es que eran las desilusiones de la mediana edad.
R. En esta etapa de la vida tienes que tirar para adelante, aunque vayas envejeciendo. Creo, siendo optimista, que cuando un artista llega a la mediana edad se libera. En la juventud estás encerrado en la cárcel de las corrientes y de las modas, y cuando te vas haciendo mayor esas jaulas se rompen. Puede suponer una crisis, pero entonces eres quien quieres y haces lo que quieres.
P. ¿Qué pasa en esa edad con la vida nocturna?
R. Yo no voy a las discotecas, ni bailo, ni nada. Hace mucho tiempo que no lo hago.
P. Pero en su música habla mucho de bailar. Y sirve para bailar.
R. Sí, pero bailar no significa ir a una discoteca. Yo bailo mucho en casa. En pijama. Por las mañanas. Cuando estaba haciendo este disco bailaba mogollón, con esa forma errática y desordenada de bailar que tengo. Bailar es bailar. Me encanta ponerme hard techno un sábado por la mañana mientras me ducho.
P. O sea, que la noche, nada.
R. Quizás cuando era joven y vivía en Barcelona. Ahora me gusta más una comida y una sobremesa. ¡Y un karaoke!
P. Me gusta su canción Karaoke español.
R. A mí me encanta el karaoke, me parece la forma de ocio más eficaz. Se juntan el aspecto antropológico, el social… Tú puedes ir a un karaoke y ver cómo la gente se desinhibe y qué música canta. En dos horas puedes aprender mucho de tu grupo de amigos y de la sociedad en general.
P. ¿Qué canta usted?
R. Solo pienso en ti, de Víctor Manuel. Si bastasen un par de canciones, de Eros Ramazzotti. Soy un romántico. Y también canto El ciclo de la vida de El Rey León. Ah, y una versión en castellano de Stand By Me, de Ben E. King. La traduzco yo mismo, y queda guay. Pero me quiero abrir, que siempre canto lo mismo.
P. De joven en Barcelona se aficionó al sonido mákina. Parece que está volviendo.
R. Bueno, antes me gustaría mencionar la música en casa de mis padres. Mi padre tocaba la guitarra, tocaba en un grupo de rock un poco sureño. Escuchábamos a Genesis, Jethro Tull, Yes, Led Zeppelin… Pero la mákina (que hay que diferenciar del bakalao de Valencia: la mákina surge en Barcelona a mitad de los noventa y es mucho más rápida) significó para mí ese momento de adolescencia en el que te afirmas negando a tus padres. Tenía mi propio lenguaje, aquella era mi música, la que me representaba, la de mi generación. A mí la música de mis padres me parecía muy guay, pero a un adolescente no le puede gustar la música de sus padres. Por eso me parece muy bien la música urbana actual, el reguetón y el trap. Yo iba a discotecas como Chasis, Pont Aeri o Skorpia, con aquel ambiente tan agresivo…
P. ¿Cómo era aquel ambiente?
R. Muy malo, gente chunga y peligrosa.
P. Pero usted también era makinero.
R. Sí, pero de los buenos [ríe]. Me gustaba la electrónica, no participaba del ambiente hostil. Ya en el instituto empecé a trabajar con unos programas llamados trackers, que funcionaban en el [sistema operativo] MS-DOS, con los que cogía samplers y hacía canciones. Era muy divertido: te intercambiabas cartas con otras personas y había un sentido muy comunista, en el sentido de compartir la música. Siempre he hecho música por ordenador.
P. Dicen que ahora la música de guitarras está de capa caída.
R. Son procesos, momentos de guitarras y otros más electrónicos. Primero los Strokes y luego Daft Punk, y así todo el rato. También se alternan cosas más pop y cosas más radicales. No es solo que cada generación se tenga que identificar con su propio lenguaje, es que necesitamos cambiar, no estar siempre en lo mismo.
P. Una de sus características es mezclar música electrónica con letras trabajadas. Hay ejemplos, como Carlos Berlanga o Astrud, pero no es lo más común.
R. Parte de mi intención es buscar elementos funcionales que chirríen, me gusta usar la electrónica, pero dentro de un aspecto disfuncional. Y quería darle profundidad, porque estamos acostumbrados a letras que hablan de dejarse llevar por el baile, por el amor, pero a mí me hace ilusión que mi hit más escuchado [Mi fábrica de baile] tenga una letra un poco extraña. Que la gente baile muchísimo con una cosa que no acaba de entender.
P. ¿Busca que no le entiendan?
R. Busco que mis letras sean sencillas, pero que tengan una profundidad en esa sencillez, como muchas veces ocurre en la música popular. Y a partir de la sencillez, encontrar algún elemento que chirríe, sin olvidarme del sentido del humor, mezclado con la seriedad.
P. En sus conciertos se lía parda, sobre todo cuando toca Mi fábrica de baile.
R. Sí, no sé, a la gente un día le dio por empezar a subirse al escenario. Algo como participativo, que yo nunca pedí. Algún día nos dará un problema de seguridad o algo. Me gusta que la gente cante, baile y se lo pase bien… en su sitio [risas].
P. ¿Cómo encajó usted en la escena indie?
R. Es que a mí me gustaba Dire Straits y el sonido mákina, no sabía que yo era indie hasta que empecé a tocar en esos festivales. Creo que el indie es un cajón para cosas que no encajan en otro lugar, si no eres heavy, ni eres urbano, ni eres un cantautor al uso, ni eres Aitana, entonces eres indie. Por eso son indies Hidrogenesse o El Guincho.
P. La electrónica se asocia a la droga, de hecho, en su vídeo Bailar y llorar aparece una droga azul muy rara.
R. Eso es cuestión de cada uno y que cada uno haga lo que le apetezca. Yo creo que el disfrute máximo, como dije, es totalmente sereno, escuchar hard techno con un café.
P. ¡Pero el café es droga!
R. ¡Pues con café descafeinado!
Se inició en el sonido ‘mákina’, estudió Filosofía y se encasilló en el ‘indie’ facturando música electrónica con letras poéticas. Ahora lanza nuevo disco, ‘Museo de las desilusiones’, donde salen a relucir las emociones tristes
A Joe Crepúsculo se le puede definir como un “trovador techno”, como se titula uno de sus discos. “Aunque ahora me están empezando a llamar cantautor techno, cosa que me encanta”, dice. Entre tímido, alucinado y enigmático (a pesar de que en las fotos pone cara de mala leche), recibe en la librería Ocho y Medio de Madrid. De nombre real Joël Iriarte (Sant Joan Despí, Barcelona, 44 años), hijo de una familia currante que emigró de Badajoz, explora en su nuevo disco, Museo de las desilusiones(El Volcán), los afectos tristes, y los mezcla con toda una panoplia de géneros digitales, siempre con las letras cuidadas, marca de la casa. En una de esas letras cita a Tolstói. En otra dice: “Hijoputa el que no baile”.
Pregunta. ¿Qué desilusiones son esas de las que habla en su museo?
Respuesta. Tenía muchas canciones hablando de cosas luminosas y me apetecía adentrarme en algo más turbio. Quería enfocarme en la parte más oscura y siniestra. Buscaba una forma más poliédrica de hablar de las emociones, como en el caso evidente de la canción Bailar y llorar.
P. Lo primero que pensé es que eran las desilusiones de la mediana edad.
R. En esta etapa de la vida tienes que tirar para adelante, aunque vayas envejeciendo. Creo, siendo optimista, que cuando un artista llega a la mediana edad se libera. En la juventud estás encerrado en la cárcel de las corrientes y de las modas, y cuando te vas haciendo mayor esas jaulas se rompen. Puede suponer una crisis, pero entonces eres quien quieres y haces lo que quieres.

P. ¿Qué pasa en esa edad con la vida nocturna?
R. Yo no voy a las discotecas, ni bailo, ni nada. Hace mucho tiempo que no lo hago.
P. Pero en su música habla mucho de bailar. Y sirve para bailar.
R. Sí, pero bailar no significa ir a una discoteca. Yo bailo mucho en casa. En pijama. Por las mañanas. Cuando estaba haciendo este disco bailaba mogollón, con esa forma errática y desordenada de bailar que tengo. Bailar es bailar. Me encanta ponerme hard techno un sábado por la mañana mientras me ducho.
P. O sea, que la noche, nada.
R. Quizás cuando era joven y vivía en Barcelona. Ahora me gusta más una comida y una sobremesa. ¡Y un karaoke!
P. Me gusta su canción Karaoke español.
R. A mí me encanta el karaoke, me parece la forma de ocio más eficaz. Se juntan el aspecto antropológico, el social… Tú puedes ir a un karaoke y ver cómo la gente se desinhibe y qué música canta. En dos horas puedes aprender mucho de tu grupo de amigos y de la sociedad en general.
P. ¿Qué canta usted?
R. Solo pienso en ti, de Víctor Manuel. Si bastasen un par de canciones, de Eros Ramazzotti. Soy un romántico. Y también canto El ciclo de la vida de El Rey León. Ah, y una versión en castellano de Stand By Me, de Ben E. King. La traduzco yo mismo, y queda guay. Pero me quiero abrir, que siempre canto lo mismo.
P. De joven en Barcelona se aficionó al sonido mákina. Parece que está volviendo.
R. Bueno, antes me gustaría mencionar la música en casa de mis padres. Mi padre tocaba la guitarra, tocaba en un grupo de rock un poco sureño. Escuchábamos a Genesis, Jethro Tull, Yes, Led Zeppelin… Pero la mákina (que hay que diferenciar del bakalao de Valencia: la mákina surge en Barcelona a mitad de los noventa y es mucho más rápida) significó para mí ese momento de adolescencia en el que te afirmas negando a tus padres. Tenía mi propio lenguaje, aquella era mi música, la que me representaba, la de mi generación. A mí la música de mis padres me parecía muy guay, pero a un adolescente no le puede gustar la música de sus padres. Por eso me parece muy bien la música urbana actual, el reguetón y el trap. Yo iba a discotecas como Chasis, Pont Aeri o Skorpia, con aquel ambiente tan agresivo…
P. ¿Cómo era aquel ambiente?
R. Muy malo, gente chunga y peligrosa.
P. Pero usted también era makinero.
R. Sí, pero de los buenos [ríe]. Me gustaba la electrónica, no participaba del ambiente hostil. Ya en el instituto empecé a trabajar con unos programas llamados trackers, que funcionaban en el [sistema operativo] MS-DOS, con los que cogía samplers y hacía canciones. Era muy divertido: te intercambiabas cartas con otras personas y había un sentido muy comunista, en el sentido de compartir la música. Siempre he hecho música por ordenador.
P. Dicen que ahora la música de guitarras está de capa caída.
R. Son procesos, momentos de guitarras y otros más electrónicos. Primero los Strokes y luego Daft Punk, y así todo el rato. También se alternan cosas más pop y cosas más radicales. No es solo que cada generación se tenga que identificar con su propio lenguaje, es que necesitamos cambiar, no estar siempre en lo mismo.
P. Una de sus características es mezclar música electrónica con letras trabajadas. Hay ejemplos, como Carlos Berlanga o Astrud, pero no es lo más común.
R. Parte de mi intención es buscar elementos funcionales que chirríen, me gusta usar la electrónica, pero dentro de un aspecto disfuncional. Y quería darle profundidad, porque estamos acostumbrados a letras que hablan de dejarse llevar por el baile, por el amor, pero a mí me hace ilusión que mi hit más escuchado [Mi fábrica de baile] tenga una letra un poco extraña. Que la gente baile muchísimo con una cosa que no acaba de entender.
P. ¿Busca que no le entiendan?
R. Busco que mis letras sean sencillas, pero que tengan una profundidad en esa sencillez, como muchas veces ocurre en la música popular. Y a partir de la sencillez, encontrar algún elemento que chirríe, sin olvidarme del sentido del humor, mezclado con la seriedad.
P. En sus conciertos se lía parda, sobre todo cuando toca Mi fábrica de baile.
R. Sí, no sé, a la gente un día le dio por empezar a subirse al escenario. Algo como participativo, que yo nunca pedí. Algún día nos dará un problema de seguridad o algo. Me gusta que la gente cante, baile y se lo pase bien… en su sitio [risas].
P. ¿Cómo encajó usted en la escena indie?
R. Es que a mí me gustaba Dire Straits y el sonido mákina, no sabía que yo era indie hasta que empecé a tocar en esos festivales. Creo que el indie es un cajón para cosas que no encajan en otro lugar, si no eres heavy, ni eres urbano, ni eres un cantautor al uso, ni eres Aitana, entonces eres indie. Por eso son indies Hidrogenesse o El Guincho.
P. La electrónica se asocia a la droga, de hecho, en su vídeo Bailar y llorar aparece una droga azul muy rara.
R. Eso es cuestión de cada uno y que cada uno haga lo que le apetezca. Yo creo que el disfrute máximo, como dije, es totalmente sereno, escuchar hard techno con un café.
P. ¡Pero el café es droga!
R. ¡Pues con café descafeinado!
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