Humildad y grandeza. Vida y leyenda. Pasión y honestidad. Humanidad y épica. Un ciudadano más «tras haber reinado sobre la vida y sobre la muerte». Sangre de Galapagar. Sangre mexicana. Navegante en el cáliz de la pureza. Dios del toreo. Lo dice el aficionado, lo dicen sus compañeros, lo dice su cuadrilla. Lo escriben artistas, poetas, novelistas, compositores, médicos, mariachis, seleccionadores y premios Nacionales de Fotografía. Lo ilumina en ‘Una estrella tatuada’ –uno de los artículos del libro dedicado a José Tomás– Alberto García-Alix, declarado ateo que en la histórica tarde de Nimes abjuró de su fe –«Dios existe, me dije»– mientras el héroe vestido de pizarra y oro tallaba en piedra monumentos al toro. «¡Es la leche!», exclama su picador Vicente González cuando Anya Bartels-Suermondt, la fotógrafa alemana que retrata el alma del maestro de Galapagar, la cámara que más se ha arrimado al gran mito vivo de los ruedos, le pregunta por su jefe de filas. «Él es lo más grande. No solo el más grande, sino lo más grande», recalcaba Miguel Cubero, su hombre de máxima confianza.«José Tomás canta como Tiziano/ levita como Dios, saca de quicio/ se venga del bochorno del verano,/ prende un horno sin juegos de artificio» Joaquín SabinaEn blanco y negro es el recorrido por el medio siglo tomista, «imágenes del ‘film noir’», según define el bajista y pintor Paul Simonon. La mirada cinematográfica de Anya ha osado posarse sobre un inmortal, sobre esa ‘verónica en rosa’ en La México, sobre los ‘estatuarios azul y oro’ en Madrid, sobre la estocada en la Maestranza con ‘la Giralda invertida’… Lo glosa literariamente el escritor Jorge F. Hernández, que recuerda la «sinfonía en seis cuerdas» de Nimes y «la epifanía en una Barcelona que ya no existe». «¡Yo amo a este cabrón!», remata el autor de ‘Alicia nunca miente’. Nunca engaña José Tomás, siempre al filo de la navaja, cosido a cornadas. El torero que pone el cuerpo donde los demás ponen la muleta. Así es su tauromaquia, la de la izquierda más colosal que han visto las Monumentales. «Si echo la vista adelante,/ si echo la vista atrás,/ me quedo siempre contigo,/ José Tomás./ Me pareció mentira tanta verdad» Vicente AmigoEl eco de los oles se cuela hasta en el MoMA de Nueva York. Luis Pérez-Oramas, comisario de arte latinoamericano, lo compara con el apóstol Tomás, «que solo ve por las heridas, el discípulo de Cristo que nos lleva a la conversión asentándose en la certeza de las llagas». Como un retablo define su imagen detrás del burladero, «con su visión clavada en su interior, en la intensidad entera de su pensamiento». Porque antes de que salga el toro el resto del mundo ha dejado de existir. «Veo en su lidia un ejercicio sublime de geometría y verdad. Su entrega lleva una aureola de tintes épicos» Allberto García-AlixSon muchos los legados de José Tomás, el torero al que admira la Cultura, porque Cultura en toda su dimensión es José Tomás. Pérez-Oramas destaca dos valores: el tesoro de la lentitud y «su humanísima diferencia en no ser presa del espectáculo, en no ceder a la tentación de la combustión efímera e incesante que nuestra sociedad confabula para que todo se muestre, todo se consuma y todo se expire». José Tomás es incógnita, un abismo al que pocos elegidos pueden aproximarse.Noticia Relacionada estandar No José Tomás: cincuenta años de la gran leyenda viva del toreo ABC Con el sello de La Fábrica y las fotografías de Anya Bartels, un libro en edición de lujo recorre la trayectoria del mito de Galapagar, con textos de Sabina o Vicente AmigoJosé Tomás, un mito, es igual ahora que de novillero, subraya el gastrónomo Paco Haro. El hombre atado a sus raíces, sabedor de dónde viene, con ese recuerdo perenne al abuelo. El niño de Galapagar tenía querencia por el fútbol, pero ya se encargaba don Celestino de pinchar todos los balones. Porque quería que su nieto fuese uno de esos toreros grandes a los que paseaba en su taxi. La máxima verdad derramaría aquel ‘José’ al que llevaba de su mano a Las Ventas, la catedral donde tantas tardes puso el mundo a sus pies. José Tomás, con la montera calada, en una imagen de la obra de La Fábrica Anya BartelsCon las canas sin teñir, con su barba de náufrago, su última aparición pública fue en ese ‘Último vals’ de Joaquín Sabina. Dos amigos que saben cenar entre sábanas blancas de hospital. El torero que se mira en el espejo de Manolete, el de la pasión de ‘cruzarse con Isleros’, como versa el soneto del cantautor jiennense. El torero que se asomó a la muerte con Navegante «tenía que sobrevivir y sobrevivió». Lo relata José Alfredo Ruiz, el cirujano del coso de Aguascalientes, el doctor que abrió su muslo sin anestesia. Porque no había tiempo. Porque necesitaba saber «desde dónde brotaba tanta sangre». Recuerda el dolor de «un gran ser humano», el valor más ensalzado en esta pieza de lujo editada por La Fábrica, un homenaje a los cincuenta años de un genio inconmensurable. «Si echo la vista adelante,/ si echo la vista atrás,/ me quedo siempre contigo,/ José Tomás./ Me pareció mentira tanta verdad». Los versos del compositor y guitarrista Vicente Amigo, los del capote de Jerez, los de la muleta al agua para saciar la sed, alumbraban las velas del cincuenta aniversario tomista, con el recuerdo de los que están y de los que se fueron. Del abuelo, de Joaquín Ramos, de Corbacho, de Rogelio, de Domecq (Borja y Fernando), de Pedro Trapote… Y de Isabel, su madre: «¡No se puede parir mejor!», remata la fotógrafa Bartels. José Tomás, medio siglo de integridad, cinco décadas de humanidad. Humildad y grandeza. Vida y leyenda. Pasión y honestidad. Humanidad y épica. Un ciudadano más «tras haber reinado sobre la vida y sobre la muerte». Sangre de Galapagar. Sangre mexicana. Navegante en el cáliz de la pureza. Dios del toreo. Lo dice el aficionado, lo dicen sus compañeros, lo dice su cuadrilla. Lo escriben artistas, poetas, novelistas, compositores, médicos, mariachis, seleccionadores y premios Nacionales de Fotografía. Lo ilumina en ‘Una estrella tatuada’ –uno de los artículos del libro dedicado a José Tomás– Alberto García-Alix, declarado ateo que en la histórica tarde de Nimes abjuró de su fe –«Dios existe, me dije»– mientras el héroe vestido de pizarra y oro tallaba en piedra monumentos al toro. «¡Es la leche!», exclama su picador Vicente González cuando Anya Bartels-Suermondt, la fotógrafa alemana que retrata el alma del maestro de Galapagar, la cámara que más se ha arrimado al gran mito vivo de los ruedos, le pregunta por su jefe de filas. «Él es lo más grande. No solo el más grande, sino lo más grande», recalcaba Miguel Cubero, su hombre de máxima confianza.«José Tomás canta como Tiziano/ levita como Dios, saca de quicio/ se venga del bochorno del verano,/ prende un horno sin juegos de artificio» Joaquín SabinaEn blanco y negro es el recorrido por el medio siglo tomista, «imágenes del ‘film noir’», según define el bajista y pintor Paul Simonon. La mirada cinematográfica de Anya ha osado posarse sobre un inmortal, sobre esa ‘verónica en rosa’ en La México, sobre los ‘estatuarios azul y oro’ en Madrid, sobre la estocada en la Maestranza con ‘la Giralda invertida’… Lo glosa literariamente el escritor Jorge F. Hernández, que recuerda la «sinfonía en seis cuerdas» de Nimes y «la epifanía en una Barcelona que ya no existe». «¡Yo amo a este cabrón!», remata el autor de ‘Alicia nunca miente’. Nunca engaña José Tomás, siempre al filo de la navaja, cosido a cornadas. El torero que pone el cuerpo donde los demás ponen la muleta. Así es su tauromaquia, la de la izquierda más colosal que han visto las Monumentales. «Si echo la vista adelante,/ si echo la vista atrás,/ me quedo siempre contigo,/ José Tomás./ Me pareció mentira tanta verdad» Vicente AmigoEl eco de los oles se cuela hasta en el MoMA de Nueva York. Luis Pérez-Oramas, comisario de arte latinoamericano, lo compara con el apóstol Tomás, «que solo ve por las heridas, el discípulo de Cristo que nos lleva a la conversión asentándose en la certeza de las llagas». Como un retablo define su imagen detrás del burladero, «con su visión clavada en su interior, en la intensidad entera de su pensamiento». Porque antes de que salga el toro el resto del mundo ha dejado de existir. «Veo en su lidia un ejercicio sublime de geometría y verdad. Su entrega lleva una aureola de tintes épicos» Allberto García-AlixSon muchos los legados de José Tomás, el torero al que admira la Cultura, porque Cultura en toda su dimensión es José Tomás. Pérez-Oramas destaca dos valores: el tesoro de la lentitud y «su humanísima diferencia en no ser presa del espectáculo, en no ceder a la tentación de la combustión efímera e incesante que nuestra sociedad confabula para que todo se muestre, todo se consuma y todo se expire». José Tomás es incógnita, un abismo al que pocos elegidos pueden aproximarse.Noticia Relacionada estandar No José Tomás: cincuenta años de la gran leyenda viva del toreo ABC Con el sello de La Fábrica y las fotografías de Anya Bartels, un libro en edición de lujo recorre la trayectoria del mito de Galapagar, con textos de Sabina o Vicente AmigoJosé Tomás, un mito, es igual ahora que de novillero, subraya el gastrónomo Paco Haro. El hombre atado a sus raíces, sabedor de dónde viene, con ese recuerdo perenne al abuelo. El niño de Galapagar tenía querencia por el fútbol, pero ya se encargaba don Celestino de pinchar todos los balones. Porque quería que su nieto fuese uno de esos toreros grandes a los que paseaba en su taxi. La máxima verdad derramaría aquel ‘José’ al que llevaba de su mano a Las Ventas, la catedral donde tantas tardes puso el mundo a sus pies. José Tomás, con la montera calada, en una imagen de la obra de La Fábrica Anya BartelsCon las canas sin teñir, con su barba de náufrago, su última aparición pública fue en ese ‘Último vals’ de Joaquín Sabina. Dos amigos que saben cenar entre sábanas blancas de hospital. El torero que se mira en el espejo de Manolete, el de la pasión de ‘cruzarse con Isleros’, como versa el soneto del cantautor jiennense. El torero que se asomó a la muerte con Navegante «tenía que sobrevivir y sobrevivió». Lo relata José Alfredo Ruiz, el cirujano del coso de Aguascalientes, el doctor que abrió su muslo sin anestesia. Porque no había tiempo. Porque necesitaba saber «desde dónde brotaba tanta sangre». Recuerda el dolor de «un gran ser humano», el valor más ensalzado en esta pieza de lujo editada por La Fábrica, un homenaje a los cincuenta años de un genio inconmensurable. «Si echo la vista adelante,/ si echo la vista atrás,/ me quedo siempre contigo,/ José Tomás./ Me pareció mentira tanta verdad». Los versos del compositor y guitarrista Vicente Amigo, los del capote de Jerez, los de la muleta al agua para saciar la sed, alumbraban las velas del cincuenta aniversario tomista, con el recuerdo de los que están y de los que se fueron. Del abuelo, de Joaquín Ramos, de Corbacho, de Rogelio, de Domecq (Borja y Fernando), de Pedro Trapote… Y de Isabel, su madre: «¡No se puede parir mejor!», remata la fotógrafa Bartels. José Tomás, medio siglo de integridad, cinco décadas de humanidad.
Humildad y grandeza. Vida y leyenda. Pasión y honestidad. Humanidad y épica. Un ciudadano más «tras haber reinado sobre la vida y sobre la muerte». Sangre de Galapagar. Sangre mexicana. Navegante en el cáliz de la pureza. Dios del toreo. Lo dice el aficionado, … lo dicen sus compañeros, lo dice su cuadrilla. Lo escriben artistas, poetas, novelistas, compositores, médicos, mariachis, seleccionadores y premios Nacionales de Fotografía. Lo ilumina en ‘Una estrella tatuada’ –uno de los artículos del libro dedicado a José Tomás– Alberto García-Alix, declarado ateo que en la histórica tarde de Nimes abjuró de su fe –«Dios existe, me dije»– mientras el héroe vestido de pizarra y oro tallaba en piedra monumentos al toro. «¡Es la leche!», exclama su picador Vicente González cuando Anya Bartels-Suermondt, la fotógrafa alemana que retrata el alma del maestro de Galapagar, la cámara que más se ha arrimado al gran mito vivo de los ruedos, le pregunta por su jefe de filas. «Él es lo más grande. No solo el más grande, sino lo más grande», recalcaba Miguel Cubero, su hombre de máxima confianza.
«José Tomás canta como Tiziano/ levita como Dios, saca de quicio/ se venga del bochorno del verano,/ prende un horno sin juegos de artificio»
Joaquín Sabina
En blanco y negro es el recorrido por el medio siglo tomista, «imágenes del ‘film noir’», según define el bajista y pintor Paul Simonon. La mirada cinematográfica de Anya ha osado posarse sobre un inmortal, sobre esa ‘verónica en rosa’ en La México, sobre los ‘estatuarios azul y oro’ en Madrid, sobre la estocada en la Maestranza con ‘la Giralda invertida’… Lo glosa literariamente el escritor Jorge F. Hernández, que recuerda la «sinfonía en seis cuerdas» de Nimes y «la epifanía en una Barcelona que ya no existe». «¡Yo amo a este cabrón!», remata el autor de ‘Alicia nunca miente’. Nunca engaña José Tomás, siempre al filo de la navaja, cosido a cornadas. El torero que pone el cuerpo donde los demás ponen la muleta. Así es su tauromaquia, la de la izquierda más colosal que han visto las Monumentales.
«Si echo la vista adelante,/ si echo la vista atrás,/ me quedo siempre contigo,/ José Tomás./ Me pareció mentira tanta verdad»
Vicente Amigo
El eco de los oles se cuela hasta en el MoMA de Nueva York. Luis Pérez-Oramas, comisario de arte latinoamericano, lo compara con el apóstol Tomás, «que solo ve por las heridas, el discípulo de Cristo que nos lleva a la conversión asentándose en la certeza de las llagas». Como un retablo define su imagen detrás del burladero, «con su visión clavada en su interior, en la intensidad entera de su pensamiento». Porque antes de que salga el toro el resto del mundo ha dejado de existir.
«Veo en su lidia un ejercicio sublime de geometría y verdad. Su entrega lleva una aureola de tintes épicos»
Allberto García-Alix
Son muchos los legados de José Tomás, el torero al que admira la Cultura, porque Cultura en toda su dimensión es José Tomás. Pérez-Oramas destaca dos valores: el tesoro de la lentitud y «su humanísima diferencia en no ser presa del espectáculo, en no ceder a la tentación de la combustión efímera e incesante que nuestra sociedad confabula para que todo se muestre, todo se consuma y todo se expire». José Tomás es incógnita, un abismo al que pocos elegidos pueden aproximarse.
José Tomás, un mito, es igual ahora que de novillero, subraya el gastrónomo Paco Haro. El hombre atado a sus raíces, sabedor de dónde viene, con ese recuerdo perenne al abuelo. El niño de Galapagar tenía querencia por el fútbol, pero ya se encargaba don Celestino de pinchar todos los balones. Porque quería que su nieto fuese uno de esos toreros grandes a los que paseaba en su taxi. La máxima verdad derramaría aquel ‘José’ al que llevaba de su mano a Las Ventas, la catedral donde tantas tardes puso el mundo a sus pies.
Anya Bartels
Con las canas sin teñir, con su barba de náufrago, su última aparición pública fue en ese ‘Último vals’ de Joaquín Sabina. Dos amigos que saben cenar entre sábanas blancas de hospital. El torero que se mira en el espejo de Manolete, el de la pasión de ‘cruzarse con Isleros’, como versa el soneto del cantautor jiennense. El torero que se asomó a la muerte con Navegante «tenía que sobrevivir y sobrevivió». Lo relata José Alfredo Ruiz, el cirujano del coso de Aguascalientes, el doctor que abrió su muslo sin anestesia. Porque no había tiempo. Porque necesitaba saber «desde dónde brotaba tanta sangre». Recuerda el dolor de «un gran ser humano», el valor más ensalzado en esta pieza de lujo editada por La Fábrica, un homenaje a los cincuenta años de un genio inconmensurable.
«Si echo la vista adelante,/ si echo la vista atrás,/ me quedo siempre contigo,/ José Tomás./ Me pareció mentira tanta verdad». Los versos del compositor y guitarrista Vicente Amigo, los del capote de Jerez, los de la muleta al agua para saciar la sed, alumbraban las velas del cincuenta aniversario tomista, con el recuerdo de los que están y de los que se fueron. Del abuelo, de Joaquín Ramos, de Corbacho, de Rogelio, de Domecq (Borja y Fernando), de Pedro Trapote… Y de Isabel, su madre: «¡No se puede parir mejor!», remata la fotógrafa Bartels. José Tomás, medio siglo de integridad, cinco décadas de humanidad.
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