Cuentan que una noche, después de ofrecer un concierto en una ciudad a orillas del mar Cantábrico, Julio Iglesias se fue a cenar. Ya de madrugada, al regresar al hotel, se dispuso a acceder por la cocina —tal y como había acordado con los gestores del establecimiento— para intentar alcanzar lo antes posible su habitación y descansar. Esa noche se celebraba una boda en el hotel. Sucedió que, en el breve el trayecto entre la sala de fogones y el ascensor, la novia vio de lejos al cantante. Un grito perfectamente descriptivo —mezcla de sorpresa, ilusión y éxtasis— llenó el vestíbulo: “¡Julio Iglesias en mi boda!”. El casamiento pasó a un segundo plano. El cantante posó pacientemente con todas las personas que querían hacerse una foto con él. Y llegó a la habitación bastante más tarde de lo que tenía previsto.
Julio Iglesias es uno de los españoles más universales. Labró su fama cuando Internet aún no se había democratizado. Alcanzó niveles tan altos que, cuando acudía a programas de televisión de máxima audiencia en Estados Unidos, llamaban en directo a números al azar en América del Sur, para preguntar si lo conocían. La respuesta siempre era sí, por supuesto. Hubo, sin embargo, un giro en la vida de Iglesias que podría haber cambiado su historia —y, con ella, la de la música y la de las bromas en las redes sociales—. De joven, acudió a hacer las pruebas para el Real Madrid. Jugó de portero en las categorías inferiores. Dicen que le paró un penalti a Di Stéfano y que aprendió de De Felipe, Velázquez o Grosso a tratar a los seguidores. Que sigue acariciando de vez en cuando aquel antiguo uniforme. Un osteoblastoma en una vértebra lo postró durante meses en la cama. Después, una larga rehabilitación. Y adiós al fútbol. El español que enamoró al mundo (Libros del Asteroide) es el libro en el que Ignacio Peyró relata la vida de Iglesias. No hay mucho más deporte que el episodio madridista, pero hay un certero retrato de cómo deben sentirse las estrellas contemporáneas cuando el exceso se convierte en normalidad y comienza, siempre demasiado pronto, la cuesta abajo. Y eso que ninguno de ellos es (ni será) tan infinitamente universal como lo fue Julio Iglesias.
Ignacio Peyró firma una biografía del universal cantante español, en la que se incluye el paso por las categorías inferiores del club blanco
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos
Ignacio Peyró firma una biografía del universal cantante español, en la que se incluye el paso por las categorías inferiores del club blanco


Cuentan que una noche, después de ofrecer un concierto en una ciudad a orillas del mar Cantábrico, Julio Iglesias se fue a cenar. Ya de madrugada, al regresar al hotel, se dispuso a acceder por la cocina —tal y como había acordado con los gestores del establecimiento— para intentar alcanzar lo antes posible su habitación y descansar. Esa noche se celebraba una boda en el hotel. Sucedió que, en el breve el trayecto entre la sala de fogones y el ascensor, la novia vio de lejos al cantante. Un grito perfectamente descriptivo —mezcla de sorpresa, ilusión y éxtasis— llenó el vestíbulo: “¡Julio Iglesias en mi boda!”. El casamiento pasó a un segundo plano. El cantante posó pacientemente con todas las personas que querían hacerse una foto con él. Y llegó a la habitación bastante más tarde de lo que tenía previsto.
Julio Iglesias es uno de los españoles más universales. Labró su fama cuando Internet aún no se había democratizado. Alcanzó niveles tan altos que, cuando acudía a programas de televisión de máxima audiencia en Estados Unidos, llamaban en directo a números al azar en América del Sur, para preguntar si lo conocían. La respuesta siempre era sí, por supuesto. Hubo, sin embargo, un giro en la vida de Iglesias que podría haber cambiado su historia —y, con ella, la de la música y la de las bromas en las redes sociales—. De joven, acudió a hacer las pruebas para el Real Madrid. Jugó de portero en las categorías inferiores. Dicen que le paró un penalti a Di Stéfano y que aprendió de De Felipe, Velázquez o Grosso a tratar a los seguidores. Que sigue acariciando de vez en cuando aquel antiguo uniforme. Un osteoblastoma en una vértebra lo postró durante meses en la cama. Después, una larga rehabilitación. Y adiós al fútbol. El español que enamoró al mundo (Libros del Asteroide) es el libro en el que Ignacio Peyró relata la vida de Iglesias. No hay mucho más deporte que el episodio madridista, pero hay un certero retrato de cómo deben sentirse las estrellas contemporáneas cuando el exceso se convierte en normalidad y comienza, siempre demasiado pronto, la cuesta abajo. Y eso que ninguno de ellos es (ni será) tan infinitamente universal como lo fue Julio Iglesias.
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Sobre la firma

Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.
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