«¡Abajo la oligarquía!», gritan las gargantas y las pancartas en las protestas de estas semanas en Nueva York, en desafío al multimillonario que fue residente de esta ciudad y ahora lo es de la Casa Blanca y, a su mano derecha, el hombre más rico del mundo. Algunos bajan la Quinta Avenida para plantar cara a Donald Trump y Elon Musk y otros la suben para llegar a la esquina con la calle 70 y admirar a un oligarca de otra época. O, al menos, su visión, su gusto artístico, su espectacular colección y su mansión descomunal. O la mezcla de todo eso: quizá el museo más hermoso de Nueva York. Y, sin duda, el acontecimiento artístico del año en la Gran Manzana. Hablamos de la Frick Collection , la casa museo de Henry Clay Frick (1849-1919) y de su reapertura.La Frick volvió a abrir sus puertas la pasada semana tras cinco años de cierre . En este tiempo, ha ejecutado una renovación de 220 millones de dólares que estaba llena de riesgos. El proyecto lo ha llevado a cabo el estudio de arquitectura de Annabelle Selldorf . Quizá es uno de los museos más queridos por los neoyorquinos. En una ciudad donde todo es temporal, donde crecen los rascacielos nuevos sin que te des cuenta, donde no se puede querer demasiado a tu bar preferido porque cualquier día lo cierran, la Frick es un ancla de permanencia y de exquisitez . Noticia Relacionada estandar Si El Pompidou cerrará durante cinco años y habrá un relevo histórico al frente de dos grandes museos Natividad PulidoEl temor a una renovación que destruyera su esencia ha entretenido a los guardas jurado de la preservación estos años. Y la renovación no solo es un barniz para abrillantar al museo; también amplía las galerías y crea nuevos espacios . Pero, cuando se ha levantado la tela, el resultado es excelente: la Frick ha cambiado mucho sin que su esencia cambie.Obras maestras en la Galería oeste del museo Reuters«Teníamos que asegurarnos de que todo parezca como si siempre hubiera estado ahí», explica a este periódico el curador jefe de la Frick, Xavier Salomon . «Uno de los grandes éxitos de esta renovación es que ha venido gente que conoce bien el museo y ha preguntado: «¿esta sala siempre fue así, no?» Y la respuesta es que no, es completamente nueva. Pero si se siente como si siempre hubiera estado ahí, es que hemos hecho bien las cosas».Salomon habla desde su despacho, rodeado de libros de arte, carpetas, papeles. Fuera, en la trastienda del museo, donde el público no tiene acceso, se ultiman los detalles. Hay alguna sala sin terminar, cajas entre los pasillos. Los vigilantes empiezan la mañana con la sonrisa de quien acaba de empezar en un nuevo trabajo. Un grupo de operarios prepara centros de flores para una de las decenas de recepciones para donantes y patrocinadores que celebran la reapertura. Y un grupo de suscriptores del museo espera afuera para disfrutar de una visita previa, antes de que la Frick esté abierta al público general. El sol de la mañana ilumina la piedra de la fachada neorrenacentista. Es austera, como la quiso Frick, que ordenó a sus arquitectos, los mismos de la célebre Biblioteca Pública de Nueva York, que no fuera «ostentosa». Todo lo contrario que la colección que amasó Frick, que hizo una fortuna con el carbón y con el acero, en aquellas décadas de cambio de siglo, la ‘Gilded Era’, la era dorada industrial, la del despegue económico de EE.UU., la de los Rockefeller, Carnegie, Mellon, Vanderbilt o Morgan .La antesala Boucher, en la nueva galería de la segunda planta ReutersFrick coleccionó arte solo al final de su vida, pero recuperó el tiempo perdido. Hay muchas casas museo en el mundo, pero la combinación de apetito, bolsillo y ambición de eternidad de Frick son diferentes. «Lo que hace única a la Frick es la calidad de las obras y la concentración. Todo lo que hay en la Frick es excelente», explica Salomon. « Compró lo mejor que pudo en los 15-20 años que coleccionó. En ese momento, poco antes de la Primera Guerra Mundial, adquirió lo que mejor que había en el mercado«.Y lo hizo con la mente puesta en que, tras su muerte, la colección fuera pública. Hay millonarios que se construyen un cine, un spa, un minicampo de fútbol o un estudio de grabación en sus casas. Frick quiso tener un museo. Eso es evidente nada más entrar a la Galería oeste que parece sacada de un gran museo de una capital centroeuropea. Por el tamaño –en Nueva York hay estaciones de metro más estrechas–, por la suntuosidad y por lo que cuelga de las paredes: Rubens , Velázquez, Rembrandt, Tiziano, Goya, Van Dyck , todos los nombres que cualquiera recuerda del libro de historia del arte. Y cubierta por una nueva cristalera que deja pasar una luz tan agradable que pide el selfi a gritos (sin gritar, los vigilantes recuerdan que no se pueden tomar fotos). Vista de la sala Fragonard ReutersLo mejor de la Frick, sin embargo, no es que pueda parecer un museo, sino que sigue siendo una casa. En un vestíbulo modesto –para un palacete de esta grandeza– uno se topa con nada más que dos cuadros de Vermeer. Entre ambos, un rarísimo retrato de Murillo . Esa es la experiencia de la Frick: tesoros artísticos que asaltan en cada esquina de la mansión. Los espectaculares murales de Fragonard . El Greco , escoltado por dos retratos de Holbein , y que mira de frente a un espectacular ‘San Francisco en el desierto’, de Bellini , en el salón de estar, la estancia más fiel al tiempo en que vivía Frick. O el cuadro de Whistler –el retrato del conde Robert de Montesquieou-Fezensacdel– que Richard Avedon dijo que contiene todo lo que alguien necesita saber sobre moda.Todo esto se encuentra en la planta baja. Algunos recordarán un cordón grueso que separaba las galerías de una escalinata formidable. A través de ella se llega a la segunda planta . Primero fueron las estancias privadas de Frick y su familia. Desde 1935, cuando la casa se convirtió en museo, fueron sus oficinas. Y ahora, en la gran novedad de la renovación, se abren al público. Allí se puede pasear por el dormitorio de Frick y contemplar lo último que veía antes de acostarse, lo primero tras despertar y la última imagen que se llevó al otro mundo: un delicioso retrato femenino de George Romney. Pero también por el cuarto de su hija Helen, que coleccionó arte religioso italiano. O por la alcoba rococó de su mujer, Adelaide. O por una coqueta sala para el desayuno. Todas cargadas de joyas.Sala Walnut, nueva galería de la segunda planta ReutersLa Frick ha ganado más cosas con la renovación: una sala para exposiciones temporales, que se inaugurará con una dedicada a Vermeer; un auditorio subterráneo que disparará la programación musical; una cafetería, que abrirá en junio, que mira al jardín… «Estamos en modo celebración. Hay un gran entusiasmo en la ciudad, en EE.UU. y también en Europa por la reapertura», dice Salomon, pero concede que, como en todo ahora en este país, está teñido por la incertidumbre . «El mundo es un lugar diferente que hace cinco años».Aunque sus cuadros encontraron un hogar temporal y brutalista en el antiguo edificio del Museo Whitney , la Frick ha estado dormida durante la pandemia de Covid-19, durante las turbulencias de la elección de 2020 y se ha despertado con Trump de vuelta en el poder, en medio de una guerra comercial en la que es especialmente agresivo con sus aliados tradicionales. El creciente sentimiento antiamericano en Europa y Canadá es una realidad, igual que la incomodidad de muchos por viajar a EE.UU. «Nos preocupa», reconoce Salomon, que detalla que la mitad de los visitantes de la Frick son turistas extranjeros. «Estamos siguiendo las noticias de cerca, pero no sabemos qué nos deparará el futuro».’San Jerónimo’, del Greco, flanqueado por los retratos de Tomás Moro (izquierda) y Thomas Cromwell, de Hans Holbein el Joven ReutersArte español: una colección pequeña pero asombrosaCuando se piensa en la Frick Collection, lo primero que viene a la cabeza son sus Vermeer –tres obras en total, para un catálogo muy limitado y cada vez más valorado–; o su colección de Whistler, una de las mayores del mundo; o los murales de Fragonard… La presencia de grandes maestros españoles ha pasado desapercibida pese a su importancia. En la Galería oeste cuelga uno de los mejores cuadros de Velázquez en este lado del Atlántico: un retrato de Felipe IV, conocido como el ‘Fraga’, por la localidad en la que el monarca posó para el pintor sevillano. En total, son solo nueve cuadros, una fracción de la colección, algo debido a que cuando Frick se lanzó al mercado del arte los grandes maestros españoles no estaban de moda. Sin embargo, tuvo la intuición de ir a por un Murillo, poco apreciado entonces. Su autorretrato cuelga entre la mejor compañía posible, dos Vermeer. Y es una obra muy rara: solo se conserva otro autorretrato, en la National Gallery de Londres, y es de un Murillo treinta años más mayor.En la Frick hay otras joyas españolas, como varios cuadros de Goya y del Greco. Uno de este último fue decisivo en el impulso de la preservación patrimonial en España. Se trata de un ‘San Jerónimo’, que fue vendido a Frick en 1905 por la catedral de Valladolid, ahogada financieramente. La venta de ese y otro cuadro causó un escándalo en la ciudad castellana, primero, y después en toda España. El expolio por parte de Frick propició el debate sobre la protección de los tesoros artísticos españoles fuera de la propiedad del Estado. Al menos, Frick lo colocó en uno de los lugares más preeminentes de su mansión: comandando su salón de estar, encima de la chimenea. «¡Abajo la oligarquía!», gritan las gargantas y las pancartas en las protestas de estas semanas en Nueva York, en desafío al multimillonario que fue residente de esta ciudad y ahora lo es de la Casa Blanca y, a su mano derecha, el hombre más rico del mundo. Algunos bajan la Quinta Avenida para plantar cara a Donald Trump y Elon Musk y otros la suben para llegar a la esquina con la calle 70 y admirar a un oligarca de otra época. O, al menos, su visión, su gusto artístico, su espectacular colección y su mansión descomunal. O la mezcla de todo eso: quizá el museo más hermoso de Nueva York. Y, sin duda, el acontecimiento artístico del año en la Gran Manzana. Hablamos de la Frick Collection , la casa museo de Henry Clay Frick (1849-1919) y de su reapertura.La Frick volvió a abrir sus puertas la pasada semana tras cinco años de cierre . En este tiempo, ha ejecutado una renovación de 220 millones de dólares que estaba llena de riesgos. El proyecto lo ha llevado a cabo el estudio de arquitectura de Annabelle Selldorf . Quizá es uno de los museos más queridos por los neoyorquinos. En una ciudad donde todo es temporal, donde crecen los rascacielos nuevos sin que te des cuenta, donde no se puede querer demasiado a tu bar preferido porque cualquier día lo cierran, la Frick es un ancla de permanencia y de exquisitez . Noticia Relacionada estandar Si El Pompidou cerrará durante cinco años y habrá un relevo histórico al frente de dos grandes museos Natividad PulidoEl temor a una renovación que destruyera su esencia ha entretenido a los guardas jurado de la preservación estos años. Y la renovación no solo es un barniz para abrillantar al museo; también amplía las galerías y crea nuevos espacios . Pero, cuando se ha levantado la tela, el resultado es excelente: la Frick ha cambiado mucho sin que su esencia cambie.Obras maestras en la Galería oeste del museo Reuters«Teníamos que asegurarnos de que todo parezca como si siempre hubiera estado ahí», explica a este periódico el curador jefe de la Frick, Xavier Salomon . «Uno de los grandes éxitos de esta renovación es que ha venido gente que conoce bien el museo y ha preguntado: «¿esta sala siempre fue así, no?» Y la respuesta es que no, es completamente nueva. Pero si se siente como si siempre hubiera estado ahí, es que hemos hecho bien las cosas».Salomon habla desde su despacho, rodeado de libros de arte, carpetas, papeles. Fuera, en la trastienda del museo, donde el público no tiene acceso, se ultiman los detalles. Hay alguna sala sin terminar, cajas entre los pasillos. Los vigilantes empiezan la mañana con la sonrisa de quien acaba de empezar en un nuevo trabajo. Un grupo de operarios prepara centros de flores para una de las decenas de recepciones para donantes y patrocinadores que celebran la reapertura. Y un grupo de suscriptores del museo espera afuera para disfrutar de una visita previa, antes de que la Frick esté abierta al público general. El sol de la mañana ilumina la piedra de la fachada neorrenacentista. Es austera, como la quiso Frick, que ordenó a sus arquitectos, los mismos de la célebre Biblioteca Pública de Nueva York, que no fuera «ostentosa». Todo lo contrario que la colección que amasó Frick, que hizo una fortuna con el carbón y con el acero, en aquellas décadas de cambio de siglo, la ‘Gilded Era’, la era dorada industrial, la del despegue económico de EE.UU., la de los Rockefeller, Carnegie, Mellon, Vanderbilt o Morgan .La antesala Boucher, en la nueva galería de la segunda planta ReutersFrick coleccionó arte solo al final de su vida, pero recuperó el tiempo perdido. Hay muchas casas museo en el mundo, pero la combinación de apetito, bolsillo y ambición de eternidad de Frick son diferentes. «Lo que hace única a la Frick es la calidad de las obras y la concentración. Todo lo que hay en la Frick es excelente», explica Salomon. « Compró lo mejor que pudo en los 15-20 años que coleccionó. En ese momento, poco antes de la Primera Guerra Mundial, adquirió lo que mejor que había en el mercado«.Y lo hizo con la mente puesta en que, tras su muerte, la colección fuera pública. Hay millonarios que se construyen un cine, un spa, un minicampo de fútbol o un estudio de grabación en sus casas. Frick quiso tener un museo. Eso es evidente nada más entrar a la Galería oeste que parece sacada de un gran museo de una capital centroeuropea. Por el tamaño –en Nueva York hay estaciones de metro más estrechas–, por la suntuosidad y por lo que cuelga de las paredes: Rubens , Velázquez, Rembrandt, Tiziano, Goya, Van Dyck , todos los nombres que cualquiera recuerda del libro de historia del arte. Y cubierta por una nueva cristalera que deja pasar una luz tan agradable que pide el selfi a gritos (sin gritar, los vigilantes recuerdan que no se pueden tomar fotos). Vista de la sala Fragonard ReutersLo mejor de la Frick, sin embargo, no es que pueda parecer un museo, sino que sigue siendo una casa. En un vestíbulo modesto –para un palacete de esta grandeza– uno se topa con nada más que dos cuadros de Vermeer. Entre ambos, un rarísimo retrato de Murillo . Esa es la experiencia de la Frick: tesoros artísticos que asaltan en cada esquina de la mansión. Los espectaculares murales de Fragonard . El Greco , escoltado por dos retratos de Holbein , y que mira de frente a un espectacular ‘San Francisco en el desierto’, de Bellini , en el salón de estar, la estancia más fiel al tiempo en que vivía Frick. O el cuadro de Whistler –el retrato del conde Robert de Montesquieou-Fezensacdel– que Richard Avedon dijo que contiene todo lo que alguien necesita saber sobre moda.Todo esto se encuentra en la planta baja. Algunos recordarán un cordón grueso que separaba las galerías de una escalinata formidable. A través de ella se llega a la segunda planta . Primero fueron las estancias privadas de Frick y su familia. Desde 1935, cuando la casa se convirtió en museo, fueron sus oficinas. Y ahora, en la gran novedad de la renovación, se abren al público. Allí se puede pasear por el dormitorio de Frick y contemplar lo último que veía antes de acostarse, lo primero tras despertar y la última imagen que se llevó al otro mundo: un delicioso retrato femenino de George Romney. Pero también por el cuarto de su hija Helen, que coleccionó arte religioso italiano. O por la alcoba rococó de su mujer, Adelaide. O por una coqueta sala para el desayuno. Todas cargadas de joyas.Sala Walnut, nueva galería de la segunda planta ReutersLa Frick ha ganado más cosas con la renovación: una sala para exposiciones temporales, que se inaugurará con una dedicada a Vermeer; un auditorio subterráneo que disparará la programación musical; una cafetería, que abrirá en junio, que mira al jardín… «Estamos en modo celebración. Hay un gran entusiasmo en la ciudad, en EE.UU. y también en Europa por la reapertura», dice Salomon, pero concede que, como en todo ahora en este país, está teñido por la incertidumbre . «El mundo es un lugar diferente que hace cinco años».Aunque sus cuadros encontraron un hogar temporal y brutalista en el antiguo edificio del Museo Whitney , la Frick ha estado dormida durante la pandemia de Covid-19, durante las turbulencias de la elección de 2020 y se ha despertado con Trump de vuelta en el poder, en medio de una guerra comercial en la que es especialmente agresivo con sus aliados tradicionales. El creciente sentimiento antiamericano en Europa y Canadá es una realidad, igual que la incomodidad de muchos por viajar a EE.UU. «Nos preocupa», reconoce Salomon, que detalla que la mitad de los visitantes de la Frick son turistas extranjeros. «Estamos siguiendo las noticias de cerca, pero no sabemos qué nos deparará el futuro».’San Jerónimo’, del Greco, flanqueado por los retratos de Tomás Moro (izquierda) y Thomas Cromwell, de Hans Holbein el Joven ReutersArte español: una colección pequeña pero asombrosaCuando se piensa en la Frick Collection, lo primero que viene a la cabeza son sus Vermeer –tres obras en total, para un catálogo muy limitado y cada vez más valorado–; o su colección de Whistler, una de las mayores del mundo; o los murales de Fragonard… La presencia de grandes maestros españoles ha pasado desapercibida pese a su importancia. En la Galería oeste cuelga uno de los mejores cuadros de Velázquez en este lado del Atlántico: un retrato de Felipe IV, conocido como el ‘Fraga’, por la localidad en la que el monarca posó para el pintor sevillano. En total, son solo nueve cuadros, una fracción de la colección, algo debido a que cuando Frick se lanzó al mercado del arte los grandes maestros españoles no estaban de moda. Sin embargo, tuvo la intuición de ir a por un Murillo, poco apreciado entonces. Su autorretrato cuelga entre la mejor compañía posible, dos Vermeer. Y es una obra muy rara: solo se conserva otro autorretrato, en la National Gallery de Londres, y es de un Murillo treinta años más mayor.En la Frick hay otras joyas españolas, como varios cuadros de Goya y del Greco. Uno de este último fue decisivo en el impulso de la preservación patrimonial en España. Se trata de un ‘San Jerónimo’, que fue vendido a Frick en 1905 por la catedral de Valladolid, ahogada financieramente. La venta de ese y otro cuadro causó un escándalo en la ciudad castellana, primero, y después en toda España. El expolio por parte de Frick propició el debate sobre la protección de los tesoros artísticos españoles fuera de la propiedad del Estado. Al menos, Frick lo colocó en uno de los lugares más preeminentes de su mansión: comandando su salón de estar, encima de la chimenea.
«¡Abajo la oligarquía!», gritan las gargantas y las pancartas en las protestas de estas semanas en Nueva York, en desafío al multimillonario que fue residente de esta ciudad y ahora lo es de la Casa Blanca y, a su mano derecha, el hombre más … rico del mundo. Algunos bajan la Quinta Avenida para plantar cara a Donald Trump y Elon Musk y otros la suben para llegar a la esquina con la calle 70 y admirar a un oligarca de otra época. O, al menos, su visión, su gusto artístico, su espectacular colección y su mansión descomunal. O la mezcla de todo eso: quizá el museo más hermoso de Nueva York. Y, sin duda, el acontecimiento artístico del año en la Gran Manzana. Hablamos de la Frick Collection, la casa museo de Henry Clay Frick (1849-1919) y de su reapertura.
La Frick volvió a abrir sus puertas la pasada semana tras cinco años de cierre. En este tiempo, ha ejecutado una renovación de 220 millones de dólares que estaba llena de riesgos. El proyecto lo ha llevado a cabo el estudio de arquitectura de Annabelle Selldorf. Quizá es uno de los museos más queridos por los neoyorquinos. En una ciudad donde todo es temporal, donde crecen los rascacielos nuevos sin que te des cuenta, donde no se puede querer demasiado a tu bar preferido porque cualquier día lo cierran, la Frick es un ancla de permanencia y de exquisitez.
El temor a una renovación que destruyera su esencia ha entretenido a los guardas jurado de la preservación estos años. Y la renovación no solo es un barniz para abrillantar al museo; también amplía las galerías y crea nuevos espacios. Pero, cuando se ha levantado la tela, el resultado es excelente: la Frick ha cambiado mucho sin que su esencia cambie.
Reuters
«Teníamos que asegurarnos de que todo parezca como si siempre hubiera estado ahí», explica a este periódico el curador jefe de la Frick, Xavier Salomon. «Uno de los grandes éxitos de esta renovación es que ha venido gente que conoce bien el museo y ha preguntado: «¿esta sala siempre fue así, no?» Y la respuesta es que no, es completamente nueva. Pero si se siente como si siempre hubiera estado ahí, es que hemos hecho bien las cosas».
Salomon habla desde su despacho, rodeado de libros de arte, carpetas, papeles. Fuera, en la trastienda del museo, donde el público no tiene acceso, se ultiman los detalles. Hay alguna sala sin terminar, cajas entre los pasillos. Los vigilantes empiezan la mañana con la sonrisa de quien acaba de empezar en un nuevo trabajo. Un grupo de operarios prepara centros de flores para una de las decenas de recepciones para donantes y patrocinadores que celebran la reapertura. Y un grupo de suscriptores del museo espera afuera para disfrutar de una visita previa, antes de que la Frick esté abierta al público general. El sol de la mañana ilumina la piedra de la fachada neorrenacentista. Es austera, como la quiso Frick, que ordenó a sus arquitectos, los mismos de la célebre Biblioteca Pública de Nueva York, que no fuera «ostentosa». Todo lo contrario que la colección que amasó Frick, que hizo una fortuna con el carbón y con el acero, en aquellas décadas de cambio de siglo, la ‘Gilded Era’, la era dorada industrial, la del despegue económico de EE.UU., la de los Rockefeller, Carnegie, Mellon, Vanderbilt o Morgan.
Reuters
Frick coleccionó arte solo al final de su vida, pero recuperó el tiempo perdido. Hay muchas casas museo en el mundo, pero la combinación de apetito, bolsillo y ambición de eternidad de Frick son diferentes. «Lo que hace única a la Frick es la calidad de las obras y la concentración. Todo lo que hay en la Frick es excelente», explica Salomon. «Compró lo mejor que pudo en los 15-20 años que coleccionó. En ese momento, poco antes de la Primera Guerra Mundial, adquirió lo que mejor que había en el mercado«.
Y lo hizo con la mente puesta en que, tras su muerte, la colección fuera pública. Hay millonarios que se construyen un cine, un spa, un minicampo de fútbol o un estudio de grabación en sus casas. Frick quiso tener un museo. Eso es evidente nada más entrar a la Galería oeste que parece sacada de un gran museo de una capital centroeuropea. Por el tamaño –en Nueva York hay estaciones de metro más estrechas–, por la suntuosidad y por lo que cuelga de las paredes: Rubens, Velázquez, Rembrandt, Tiziano, Goya, Van Dyck, todos los nombres que cualquiera recuerda del libro de historia del arte. Y cubierta por una nueva cristalera que deja pasar una luz tan agradable que pide el selfi a gritos (sin gritar, los vigilantes recuerdan que no se pueden tomar fotos).
Reuters
Lo mejor de la Frick, sin embargo, no es que pueda parecer un museo, sino que sigue siendo una casa. En un vestíbulo modesto –para un palacete de esta grandeza– uno se topa con nada más que dos cuadros de Vermeer. Entre ambos, un rarísimo retrato de Murillo. Esa es la experiencia de la Frick: tesoros artísticos que asaltan en cada esquina de la mansión. Los espectaculares murales de Fragonard. El Greco, escoltado por dos retratos de Holbein, y que mira de frente a un espectacular ‘San Francisco en el desierto’, de Bellini, en el salón de estar, la estancia más fiel al tiempo en que vivía Frick. O el cuadro de Whistler –el retrato del conde Robert de Montesquieou-Fezensacdel– que Richard Avedon dijo que contiene todo lo que alguien necesita saber sobre moda.
Todo esto se encuentra en la planta baja. Algunos recordarán un cordón grueso que separaba las galerías de una escalinata formidable. A través de ella se llega a la segunda planta. Primero fueron las estancias privadas de Frick y su familia. Desde 1935, cuando la casa se convirtió en museo, fueron sus oficinas. Y ahora, en la gran novedad de la renovación, se abren al público. Allí se puede pasear por el dormitorio de Frick y contemplar lo último que veía antes de acostarse, lo primero tras despertar y la última imagen que se llevó al otro mundo: un delicioso retrato femenino de George Romney. Pero también por el cuarto de su hija Helen, que coleccionó arte religioso italiano. O por la alcoba rococó de su mujer, Adelaide. O por una coqueta sala para el desayuno. Todas cargadas de joyas.
Reuters
La Frick ha ganado más cosas con la renovación: una sala para exposiciones temporales, que se inaugurará con una dedicada a Vermeer; un auditorio subterráneo que disparará la programación musical; una cafetería, que abrirá en junio, que mira al jardín… «Estamos en modo celebración. Hay un gran entusiasmo en la ciudad, en EE.UU. y también en Europa por la reapertura», dice Salomon, pero concede que, como en todo ahora en este país, está teñido por la incertidumbre. «El mundo es un lugar diferente que hace cinco años».
Aunque sus cuadros encontraron un hogar temporal y brutalista en el antiguo edificio del Museo Whitney, la Frick ha estado dormida durante la pandemia de Covid-19, durante las turbulencias de la elección de 2020 y se ha despertado con Trump de vuelta en el poder, en medio de una guerra comercial en la que es especialmente agresivo con sus aliados tradicionales. El creciente sentimiento antiamericano en Europa y Canadá es una realidad, igual que la incomodidad de muchos por viajar a EE.UU. «Nos preocupa», reconoce Salomon, que detalla que la mitad de los visitantes de la Frick son turistas extranjeros. «Estamos siguiendo las noticias de cerca, pero no sabemos qué nos deparará el futuro».
Reuters
Arte español: una colección pequeña pero asombrosa
Cuando se piensa en la Frick Collection, lo primero que viene a la cabeza son sus Vermeer –tres obras en total, para un catálogo muy limitado y cada vez más valorado–; o su colección de Whistler, una de las mayores del mundo; o los murales de Fragonard… La presencia de grandes maestros españoles ha pasado desapercibida pese a su importancia. En la Galería oeste cuelga uno de los mejores cuadros de Velázquez en este lado del Atlántico: un retrato de Felipe IV, conocido como el ‘Fraga’, por la localidad en la que el monarca posó para el pintor sevillano. En total, son solo nueve cuadros, una fracción de la colección, algo debido a que cuando Frick se lanzó al mercado del arte los grandes maestros españoles no estaban de moda. Sin embargo, tuvo la intuición de ir a por un Murillo, poco apreciado entonces. Su autorretrato cuelga entre la mejor compañía posible, dos Vermeer. Y es una obra muy rara: solo se conserva otro autorretrato, en la National Gallery de Londres, y es de un Murillo treinta años más mayor.
En la Frick hay otras joyas españolas, como varios cuadros de Goya y del Greco. Uno de este último fue decisivo en el impulso de la preservación patrimonial en España. Se trata de un ‘San Jerónimo’, que fue vendido a Frick en 1905 por la catedral de Valladolid, ahogada financieramente. La venta de ese y otro cuadro causó un escándalo en la ciudad castellana, primero, y después en toda España. El expolio por parte de Frick propició el debate sobre la protección de los tesoros artísticos españoles fuera de la propiedad del Estado. Al menos, Frick lo colocó en uno de los lugares más preeminentes de su mansión: comandando su salón de estar, encima de la chimenea.
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