Tiene la Maestranza de plaza portátil lo que el traje de flamenca de faralaes, pero se empeñaron entre unos y otros – presidente, ganadero y peregrinos ocasionales – en revestirla como si de una talanquera de la España profunda se tratase. Hoy todos venían a ver a Morante, pero en el fondo muy pocos saben verlo. No está hecha la miel para la boca del asno . Y después de haber cuajado su tarde más bravía desde que su mente volvió a darle (darnos) problemas, de insultante arrojo e inigualable personalidad ante dos alhajas, la plaza se decantó al grito de « ¡torero, torero, torero! » por los rodillazos de Talavante en su eléctrica e intermitente faena final. Debería la Delegación del Gobierno crear una comisión de investigación para determinar por qué razón Fernando Fernández-Figueroa , rigurosísimo desde las siete de la tarde en el palco presidencial, aprobó junto a su equipo veterinario animales tan impresentables como tercero y cuarto . Y también averiguar por qué actuaron areneros y mulilleros con tanta prisa en el cuarto, y tanta parsimonia en el sexto. Sevilla, que había amanecido de color plomizo y oliendo a pescaíto frito desde primera hora de la mañana en su viejo arrabal trianero, era una romería sobre el viejo monte del Baratillo . Se daba oficialidad a una Feria de Abril que llevaba días operativa, aunque primero hubiera que asomarse a la Maestranza. De turquesa, bordado en hilo blanco y medias también blancas regresaba Morante de la Puebla a ese balcón de la basílica vaticana de la Maestranza desde el que fue confirmado cuatro días antes como Papa del Toreo. Suya era la expectación total hasta minutos antes de las siete de la tarde. Una tarde de soledad, en singular y sin cinematografía. De aquellos dos papables del pasado 1 de mayo, a la cuestionable competencia de dos viejas leyendas muy venidas a menos, hoy alumbradas por la impresentable corrida de Matilla, que tuvo hasta tres toros importantes , todos caídos en manos de Manzanares y Talavante . De cobre bordado, ese que faltaba en las vías del AVE, se había vestido Manzanares como mejor metáfora de lo que fue y parecía ser cuando el omnipresente Matilla le sirvió este lunes del pescaíto en bandeja de plata una Puerta del Príncipe que sigue aún por abrirse. Y a las nueve y media de la noche, con la ciudad efímera del campo de Los Gordales pendiente del choquito y el adobo, a Talavante le pusieron por delante el botón del alumbrado, de nombre Festín, en la festivalera plaza de la Maestranza. Dos horas antes había salido Aguileño desde el primero de los chiqueros de sobreros con sus cinco años recién cumplidos, con otra alzada, otra cara y otro pelo del titular, y con evidencias concluyentes de haber estado corraleado. Se habían puesto de acuerdo presidente, aficionados y cuadrilla para devolver al primero, como si éste fuese a mejorar su condición. Huyendo de cada cite, se emplazó en los medios. Allí fue Morante a recogerlo y soportar ese primer apretón en la distancia. Le cayó las manos antes de procurar v erónicas imposibles , atropellado entre rectitud y malas formas. Pegado a las tablas del tendido 4 le sopló cuatro estatuarios antes de mecer media pierna adelante y romperlo en un cambio de mano. Y gritó «olé» la Maestranza, que es más torero, dónde va a parar, que el «¡torero, torero!». Fueron cuatro series, cuatro. Una primera en su línea y altura antes de traerlo hacia atrás en la siguiente; con el toro por descolgar, sin entrega ni buenas maneras. Lo redondeó Morante para gusto de Sevilla y despertador de Tejera, que rompió a tocar. Más descompuesto por el pitón izquierdo, terminó con una última serie bragada con la diestra antes de escuchar un aviso cuando cuadraba para matar. Cuán despacio sería la cosa para escuchar un aviso con un breve inicio y cuatro series. La diferencia entre poco y bueno y mucho y malo. Menos impresentable empezó a parecernos Derribado cuando Morante lanzó la moneda sobre la fuente de la exposición. 509 kilos decía la tablilla que tenía el famélico animal… y yo me parezco al « negro del Whatsapp », claro. Se lo trajo de una hombrera a la otra entre ayudados por alto, dos fueron soberbios, antes de entregarse primero él, y después la plaza. Le pasaban como balas en el campo de batalla las finas guadañas de este cuarto de Matilla, sin entrega, recto y ligero, que pasó una y otra vez junto al hilo blanco de sus taleguillas. Era Belmonte en su expresión, por momentos apurado frente a los arreones de la bestia. Con la cuadrilla pendiente, con la plaza en vilo ante un alarde de valor por ambas manos. Como en su estocada, lenta hasta encontrar el momento, eterna en su verdad. Lo mató por alto y salieron lanzadas las mulillas para que, sobre la bocina, sacara Fernández Figueroa un único pañuelo…Fue Zarabando el toro del reencuentro de Manzanares con Sevilla , el del recuerdo de aquel torero que parecía desaparecido y que por momentos se apareció ante la franqueza, bondad y estilo de este segundo de Matilla, altote y un punto descarado, que había descubierto Talavante con la sencillez de su lanceo por la espalda en el quite. Sin necesidad de abrirlo, iba y venía en ese punto moderado de mansedumbre que tanto ayudó para que, en un momento como éste, Manzanares se compactara y entregara como hacía años, aunque no terminara de exprimir ese gran pitón izquierdo por la falta de compás, vuelos y prestancia de sus telas, también conocidas como muleta. Volvió, eso sí, su incontestable espad a . Que fue la que faltó cuando ante el extraordinario quinto , que traía la vibración que le faltaba al anterior, por lo tanto aún mejor, logró momentos. Ese toro merecía más . No tenía explicación la pobre y bizca cara de Espléndido . ¿Quién aprobó un toro así para Sevilla? Que a pesar de ello fue c ertero en la cornada a Javier Ambel , él sí espléndido banderillero, en un entregado tercer par. Se taponó con sus manos mientras lo llevaban por el callejón a la enfermería. Después tuvo empuje y hasta cierta franqueza el de Matilla, aunque sin ritmo. Como Talavante, acelerado y difuminado en una sigilosa faena que sólo escuchó las palmas cuando mató, eso sí, con arrestos y por derecho. Otra melodía traía Festín, el del festín final, con el que se desmayó en un par de lances a pies juntos antes de poner a la plaza –una parte de la plaza– en pie tras sus cambiados de rodillas. Faltó hondura y reposo en una faena con demasiadas alharacas y gestos para la galería . Le hubieran dado las dos. Y quién sabe si hasta el rabo…REAL MAESTRANZA Plaza de Toros de Sevilla. Lunes 5 de mayo de 2025. Décima del abono. Se colgó el cartel de ‘No hay billetes’. Dos horas y cuarenta minutos de festejo. Presidió Fernando Fernández Figueroa. Se lidiaron toros de García Jiménez (Matilla), muy mal presentados y de juego intermitente, destacaron 2º, 5º y 6º. Morante de la Puebla, de turquesa e hilo y medias blancas. Pinchazo y estocada caída y perpendicular (ovación); aviso tras estocada (oreja). José María Manzanares, de azul marino y cobre. Estocada levemente caída (oreja); aviso entre pinchazo y estocada trasera (ovación). Alejandro Talavante, de blanco y oro. Estocada (silencio); estocada (oreja con fuerte petición de la segunda).. Tiene la Maestranza de plaza portátil lo que el traje de flamenca de faralaes, pero se empeñaron entre unos y otros – presidente, ganadero y peregrinos ocasionales – en revestirla como si de una talanquera de la España profunda se tratase. Hoy todos venían a ver a Morante, pero en el fondo muy pocos saben verlo. No está hecha la miel para la boca del asno . Y después de haber cuajado su tarde más bravía desde que su mente volvió a darle (darnos) problemas, de insultante arrojo e inigualable personalidad ante dos alhajas, la plaza se decantó al grito de « ¡torero, torero, torero! » por los rodillazos de Talavante en su eléctrica e intermitente faena final. Debería la Delegación del Gobierno crear una comisión de investigación para determinar por qué razón Fernando Fernández-Figueroa , rigurosísimo desde las siete de la tarde en el palco presidencial, aprobó junto a su equipo veterinario animales tan impresentables como tercero y cuarto . Y también averiguar por qué actuaron areneros y mulilleros con tanta prisa en el cuarto, y tanta parsimonia en el sexto. Sevilla, que había amanecido de color plomizo y oliendo a pescaíto frito desde primera hora de la mañana en su viejo arrabal trianero, era una romería sobre el viejo monte del Baratillo . Se daba oficialidad a una Feria de Abril que llevaba días operativa, aunque primero hubiera que asomarse a la Maestranza. De turquesa, bordado en hilo blanco y medias también blancas regresaba Morante de la Puebla a ese balcón de la basílica vaticana de la Maestranza desde el que fue confirmado cuatro días antes como Papa del Toreo. Suya era la expectación total hasta minutos antes de las siete de la tarde. Una tarde de soledad, en singular y sin cinematografía. De aquellos dos papables del pasado 1 de mayo, a la cuestionable competencia de dos viejas leyendas muy venidas a menos, hoy alumbradas por la impresentable corrida de Matilla, que tuvo hasta tres toros importantes , todos caídos en manos de Manzanares y Talavante . De cobre bordado, ese que faltaba en las vías del AVE, se había vestido Manzanares como mejor metáfora de lo que fue y parecía ser cuando el omnipresente Matilla le sirvió este lunes del pescaíto en bandeja de plata una Puerta del Príncipe que sigue aún por abrirse. Y a las nueve y media de la noche, con la ciudad efímera del campo de Los Gordales pendiente del choquito y el adobo, a Talavante le pusieron por delante el botón del alumbrado, de nombre Festín, en la festivalera plaza de la Maestranza. Dos horas antes había salido Aguileño desde el primero de los chiqueros de sobreros con sus cinco años recién cumplidos, con otra alzada, otra cara y otro pelo del titular, y con evidencias concluyentes de haber estado corraleado. Se habían puesto de acuerdo presidente, aficionados y cuadrilla para devolver al primero, como si éste fuese a mejorar su condición. Huyendo de cada cite, se emplazó en los medios. Allí fue Morante a recogerlo y soportar ese primer apretón en la distancia. Le cayó las manos antes de procurar v erónicas imposibles , atropellado entre rectitud y malas formas. Pegado a las tablas del tendido 4 le sopló cuatro estatuarios antes de mecer media pierna adelante y romperlo en un cambio de mano. Y gritó «olé» la Maestranza, que es más torero, dónde va a parar, que el «¡torero, torero!». Fueron cuatro series, cuatro. Una primera en su línea y altura antes de traerlo hacia atrás en la siguiente; con el toro por descolgar, sin entrega ni buenas maneras. Lo redondeó Morante para gusto de Sevilla y despertador de Tejera, que rompió a tocar. Más descompuesto por el pitón izquierdo, terminó con una última serie bragada con la diestra antes de escuchar un aviso cuando cuadraba para matar. Cuán despacio sería la cosa para escuchar un aviso con un breve inicio y cuatro series. La diferencia entre poco y bueno y mucho y malo. Menos impresentable empezó a parecernos Derribado cuando Morante lanzó la moneda sobre la fuente de la exposición. 509 kilos decía la tablilla que tenía el famélico animal… y yo me parezco al « negro del Whatsapp », claro. Se lo trajo de una hombrera a la otra entre ayudados por alto, dos fueron soberbios, antes de entregarse primero él, y después la plaza. Le pasaban como balas en el campo de batalla las finas guadañas de este cuarto de Matilla, sin entrega, recto y ligero, que pasó una y otra vez junto al hilo blanco de sus taleguillas. Era Belmonte en su expresión, por momentos apurado frente a los arreones de la bestia. Con la cuadrilla pendiente, con la plaza en vilo ante un alarde de valor por ambas manos. Como en su estocada, lenta hasta encontrar el momento, eterna en su verdad. Lo mató por alto y salieron lanzadas las mulillas para que, sobre la bocina, sacara Fernández Figueroa un único pañuelo…Fue Zarabando el toro del reencuentro de Manzanares con Sevilla , el del recuerdo de aquel torero que parecía desaparecido y que por momentos se apareció ante la franqueza, bondad y estilo de este segundo de Matilla, altote y un punto descarado, que había descubierto Talavante con la sencillez de su lanceo por la espalda en el quite. Sin necesidad de abrirlo, iba y venía en ese punto moderado de mansedumbre que tanto ayudó para que, en un momento como éste, Manzanares se compactara y entregara como hacía años, aunque no terminara de exprimir ese gran pitón izquierdo por la falta de compás, vuelos y prestancia de sus telas, también conocidas como muleta. Volvió, eso sí, su incontestable espad a . Que fue la que faltó cuando ante el extraordinario quinto , que traía la vibración que le faltaba al anterior, por lo tanto aún mejor, logró momentos. Ese toro merecía más . No tenía explicación la pobre y bizca cara de Espléndido . ¿Quién aprobó un toro así para Sevilla? Que a pesar de ello fue c ertero en la cornada a Javier Ambel , él sí espléndido banderillero, en un entregado tercer par. Se taponó con sus manos mientras lo llevaban por el callejón a la enfermería. Después tuvo empuje y hasta cierta franqueza el de Matilla, aunque sin ritmo. Como Talavante, acelerado y difuminado en una sigilosa faena que sólo escuchó las palmas cuando mató, eso sí, con arrestos y por derecho. Otra melodía traía Festín, el del festín final, con el que se desmayó en un par de lances a pies juntos antes de poner a la plaza –una parte de la plaza– en pie tras sus cambiados de rodillas. Faltó hondura y reposo en una faena con demasiadas alharacas y gestos para la galería . Le hubieran dado las dos. Y quién sabe si hasta el rabo…REAL MAESTRANZA Plaza de Toros de Sevilla. Lunes 5 de mayo de 2025. Décima del abono. Se colgó el cartel de ‘No hay billetes’. Dos horas y cuarenta minutos de festejo. Presidió Fernando Fernández Figueroa. Se lidiaron toros de García Jiménez (Matilla), muy mal presentados y de juego intermitente, destacaron 2º, 5º y 6º. Morante de la Puebla, de turquesa e hilo y medias blancas. Pinchazo y estocada caída y perpendicular (ovación); aviso tras estocada (oreja). José María Manzanares, de azul marino y cobre. Estocada levemente caída (oreja); aviso entre pinchazo y estocada trasera (ovación). Alejandro Talavante, de blanco y oro. Estocada (silencio); estocada (oreja con fuerte petición de la segunda)..
Tiene la Maestranza de plaza portátil lo que el traje de flamenca de faralaes, pero se empeñaron entre unos y otros –presidente, ganadero y peregrinos ocasionales– en revestirla como si de una talanquera de la España profunda se tratase. Hoy todos venían a … ver a Morante, pero en el fondo muy pocos saben verlo. No está hecha la miel para la boca del asno. Y después de haber cuajado su tarde más bravía desde que su mente volvió a darle (darnos) problemas, de insultante arrojo e inigualable personalidad ante dos alhajas, la plaza se decantó al grito de «¡torero, torero, torero!» por los rodillazos de Talavante en su eléctrica e intermitente faena final. Debería la Delegación del Gobierno de crear una comisión de investigación para determinar por qué razón Fernando Fernández-Figueroa, rigurosísimo desde las siete de la tarde en el palco presidencial, aprobó junto a su equipo veterinario animales tan impresentables como tercero y cuarto. Y también averiguar por qué actuaron areneros y mulilleros con tanta prisa en el cuarto, y tanta parsimonia en el sexto.
Sevilla, que había amanecido de color plomizo y oliendo a pescaíto frito desde primera hora de la mañana en su viejo arrabal trianero, era una romería sobre el viejo monte del Baratillo. Se daba oficialidad a una Feria de Abril que llevaba días operativa, aunque primero hubiera que asomarse a la Maestranza. De turquesa, bordado en hilo blanco y medias también blancas regresaba Morante de la Puebla a ese balcón de la basílica vaticana de la Maestranza desde el que fue confirmado cuatro días antes como Papa del Toreo. Suya era la expectación total hasta minutos antes de las siete de la tarde. Una tarde de soledad, en singular y sin cinematografía. De aquellos dos papables del pasado 1 de mayo, a la cuestionable competencia de dos viejas leyendas muy venidas a menos, hoy alumbradas por la impresentable corrida de Matilla, que tuvo hasta tres toros importantes, todos caídos en manos de Manzanares y Talavante.
De cobre bordado, ese que faltaba en las vías del AVE, se había vestido Manzanares como mejor metáfora de lo que fue y parecía ser cuando el omnipresente Matilla le sirvió este lunes del pescaíto en bandeja de plata una Puerta del Príncipe que sigue aún por abrirse. Y a las nueve y media de la noche, con la ciudad efímera del campo de Los Gordales pendiente del choquito y el adobo, a Talavante le pusieron por delante el botón del alumbrado, de nombre Festín, en la festivalera plaza de la Maestranza.
Dos horas antes había salido Aguileño desde el primero de los chiqueros de sobreros con sus cinco años recién cumplidos, con otra alzada, otra cara y otro pelo del titular, y con evidencias concluyentes de haber estado corraleado. Se habían puesto de acuerdo presidente, aficionados y cuadrilla para devolver al primero, como si éste fuese a mejorar su condición. Huyendo de cada cite, se emplazó en los medios. Allí fue Morante a recogerlo y soportar ese primer apretón en la distancia. Le cayó las manos antes de procurar verónicas imposibles, atropellado entre rectitud y malas formas. Pegado a las tablas del tendido 4 le sopló cuatro estatuarios antes de mecer media pierna adelante y romperlo en un cambio de mano. Y gritó «olé» la Maestranza, que es más torero, dónde va a parar, que el «¡torero, torero!». Fueron cuatro series, cuatro. Una primera en su línea y altura antes de traerlo hacia atrás en la siguiente; con el toro por descolgar, sin entrega ni buenas maneras. Lo redondeó Morante para gusto de Sevilla y despertador de Tejera, que rompió a tocar. Más descompuesto por el pitón izquierdo, terminó con una última serie bragada con la diestra antes de escuchar un aviso cuando cuadraba para matar. Cuán despacio sería la cosa para escuchar un aviso con un breve inicio y cuatro series. La diferencia entre poco y bueno y mucho y malo.
Menos impresentable empezó a parecernos Derribado cuando Morante lanzó la moneda sobre la fuente de la exposición. 509 kilos decía la tablilla que tenía el famélico animal… y yo me parezco al «negro del Whatsapp», claro. Se lo trajo de una hombrera a la otra entre ayudados por alto, dos fueron soberbios, antes de entregarse primero él, y después la plaza. Le pasaban como balas en el campo de batalla las finas guadañas de este cuarto de Matilla, sin entrega, recto y ligero, que pasó una y otra vez junto al hilo blanco de sus taleguillas. Era Belmonte en su expresión, por momentos apurado frente a los arreones de la bestia. Con la cuadrilla pendiente, con la plaza en vilo ante un alarde de valor por ambas manos. Como en su estocada, lenta hasta encontrar el momento, eterna en su verdad. Lo mató por alto y salieron lanzadas las mulillas para que, sobre la bocina, sacara Fernández Figueroa un único pañuelo…
[En ampliación]
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Plaza de Toros de Sevilla.
Lunes 5 de mayo de 2025. Décima del abono. Se colgó el cartel de ‘No hay billetes’. Dos horas y cuarenta minutos de festejo. Presidió Fernando Fernández Figueroa. Se lidiaron toros de García Jiménez (Matilla), muy mal presentados y de juego intermitente, destacaron 2º, 5º y 6º. -
Morante de la Puebla,
de turquesa e hilo y medias blancas. Pinchazo y estocada caída y perpendicular (ovación); aviso tras estocada (oreja). -
José María Manzanares,
de azul marino y cobre. Estocada levemente caída (oreja); aviso entre pinchazo y estocada trasera (ovación). -
Alejandro Talavante,
de blanco y oro. Estocada (silencio); estocada (oreja con fuerte petición de la segunda).
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