Que Rosario Bléfari (Mar del Plata, 1965-Santa Rosa, 2020) sea tan poco conocida en España es una de esas circunstancias que nos recuerdan cuánto de provincia puede llegar a tener quien se siente capital. Aunque, para ser compasivo con nuestro país, supongo que puede entenderse hasta cierto punto, si tenemos en cuenta el modo tan particular en que Bléfari se integraba en el tejido cultural argentino, desde estrategias y disciplinas diversas, callejeándolo inquieta, menos interesada en ocupar cualquier centralidad que en estar allí donde había vida, apegada a las cercanías. En todo caso, nada de eso le resta universalidad a su voz, como supo ver buena parte de Latinoamérica mientras estuvo viva y demuestra ahora la primera publicación española de un libro suyo, Diario del dinero, que nos llega gracias al esfuerzo de la editorial Comisura, con un prólogo entusiasta de esa estupenda lectora que es Julieta Venegas y varios collages de Susana Blasco. Si me preguntan a mí, se trata de un notición y una gran alegría.
Bléfari fue muchas cosas: cantante, compositora, artista, actriz, escritora, y todas ellas quedan convocadas en este diario impuntual que apareció originalmente en Argentina en 2020, pocos meses antes de su muerte prematura a causa de un cáncer. Al compilar las anotaciones que lo componen, la autora tomó dos decisiones fundamentales: la primera es que las alusiones al dinero (entradas, salidas, alquileres, salarios, gastos superfluos u ordinarios, etcétera) ejerzan de puntuación constante del texto, no tanto hilo conductor como el reflejo de la manera un tanto asmática en que respiran las vidas encorsetadas por el corsé de un capital escaso, finito, que se ingresa desordenadamente pero es requerido a todas horas. La segunda decisión es desordenar (mi repetición es deliberada, porque sospecho que una cosa tiene algo de eco de la otra) la cronología, llevándonos sin avisos previos de 2015 a 1986 pasando por cada década, los ochenta, los noventa, los primeros y segundos dos mil.
Así, con aparente sencillez, Diario del dinero consigue muchos efectos simultáneos: refleja muy bien las condiciones y ritmos de vida de tantos trabajadores del sector cultural, registra los caminos raramente sistemáticos por los que se manifiesta la creatividad, y nos permite acceder a una intimidad hiperactiva y eléctrica que jamás deja de entrelazarse con el paisaje social de fondo, inserta como está en un país para el que las oscilaciones del valor del dinero son la medida más inmediata de la historia. Para quienes ya amaban a Bléfari, el libro supuso (supone) una despedida muy hermosa. Para quien la desconozcan, es una carta de presentación de lo más pertinente.
Recuerden que hablamos de un diario, ese género en el que la literatura aparece por acumulación de observaciones y detalles a menudo diminutos, de apariencia trivial. Además, en la mayoría de los pasajes Bléfari desnuda sintaxis y anécdota hasta lo mínimo, una compra, una reunión de trabajo, unas horas mirando por la ventana y ya, lo cotidiano convertido en una metáfora invertida que pronuncia lo real como otro nombre de lo misterioso. Y de pronto, a veces, nos asalta una belleza exultante, como el lunes 18 de marzo de 2018, cuando la autora baila “a pesar de la enfermedad”, y tú bailas con ella.
Que Rosario Bléfari (Mar del Plata, 1965-Santa Rosa, 2020) sea tan poco conocida en España es una de esas circunstancias que nos recuerdan cuánto de provincia puede llegar a tener quien se siente capital. Aunque, para ser compasivo con nuestro país, supongo que puede entenderse hasta cierto punto, si tenemos en cuenta el modo tan particular en que Bléfari se integraba en el tejido cultural argentino, desde estrategias y disciplinas diversas, callejeándolo inquieta, menos interesada en ocupar cualquier centralidad que en estar allí donde había vida, apegada a las cercanías. En todo caso, nada de eso le resta universalidad a su voz, como supo ver buena parte de Latinoamérica mientras estuvo viva y demuestra ahora la primera publicación española de un libro suyo, Diario del dinero, que nos llega gracias al esfuerzo de la editorial Comisura, con un prólogo entusiasta de esa estupenda lectora que es Julieta Venegas y varios collages de Susana Blasco. Si me preguntan a mí, se trata de un notición y una gran alegría. Bléfari fue muchas cosas: cantante, compositora, artista, actriz, escritora, y todas ellas quedan convocadas en este diario impuntual que apareció originalmente en Argentina en 2020, pocos meses antes de su muerte prematura a causa de un cáncer. Al compilar las anotaciones que lo componen, la autora tomó dos decisiones fundamentales: la primera es que las alusiones al dinero (entradas, salidas, alquileres, salarios, gastos superfluos u ordinarios, etcétera) ejerzan de puntuación constante del texto, no tanto hilo conductor como el reflejo de la manera un tanto asmática en que respiran las vidas encorsetadas por el corsé de un capital escaso, finito, que se ingresa desordenadamente pero es requerido a todas horas. La segunda decisión es desordenar (mi repetición es deliberada, porque sospecho que una cosa tiene algo de eco de la otra) la cronología, llevándonos sin avisos previos de 2015 a 1986 pasando por cada década, los ochenta, los noventa, los primeros y segundos dos mil. Así, con aparente sencillez, Diario del dinero consigue muchos efectos simultáneos: refleja muy bien las condiciones y ritmos de vida de tantos trabajadores del sector cultural, registra los caminos raramente sistemáticos por los que se manifiesta la creatividad, y nos permite acceder a una intimidad hiperactiva y eléctrica que jamás deja de entrelazarse con el paisaje social de fondo, inserta como está en un país para el que las oscilaciones del valor del dinero son la medida más inmediata de la historia. Para quienes ya amaban a Bléfari, el libro supuso (supone) una despedida muy hermosa. Para quien la desconozcan, es una carta de presentación de lo más pertinente. Recuerden que hablamos de un diario, ese género en el que la literatura aparece por acumulación de observaciones y detalles a menudo diminutos, de apariencia trivial. Además, en la mayoría de los pasajes Bléfari desnuda sintaxis y anécdota hasta lo mínimo, una compra, una reunión de trabajo, unas horas mirando por la ventana y ya, lo cotidiano convertido en una metáfora invertida que pronuncia lo real como otro nombre de lo misterioso. Y de pronto, a veces, nos asalta una belleza exultante, como el lunes 18 de marzo de 2018, cuando la autora baila “a pesar de la enfermedad”, y tú bailas con ella. Seguir leyendo
Que Rosario Bléfari (Mar del Plata, 1965-Santa Rosa, 2020) sea tan poco conocida en España es una de esas circunstancias que nos recuerdan cuánto de provincia puede llegar a tener quien se siente capital. Aunque, para ser compasivo con nuestro país, supongo que puede entenderse hasta cierto punto, si tenemos en cuenta el modo tan particular en que Bléfari se integraba en el tejido cultural argentino, desde estrategias y disciplinas diversas, callejeándolo inquieta, menos interesada en ocupar cualquier centralidad que en estar allí donde había vida, apegada a las cercanías. En todo caso, nada de eso le resta universalidad a su voz, como supo ver buena parte de Latinoamérica mientras estuvo viva y demuestra ahora la primera publicación española de un libro suyo, Diario del dinero, que nos llega gracias al esfuerzo de la editorial Comisura, con un prólogo entusiasta de esa estupenda lectora que es Julieta Venegas y varios collages de Susana Blasco. Si me preguntan a mí, se trata de un notición y una gran alegría.
Bléfari fue muchas cosas: cantante, compositora, artista, actriz, escritora, y todas ellas quedan convocadas en este diario impuntual que apareció originalmente en Argentina en 2020, pocos meses antes de su muerte prematura a causa de un cáncer. Al compilar las anotaciones que lo componen, la autora tomó dos decisiones fundamentales: la primera es que las alusiones al dinero (entradas, salidas, alquileres, salarios, gastos superfluos u ordinarios, etcétera) ejerzan de puntuación constante del texto, no tanto hilo conductor como el reflejo de la manera un tanto asmática en que respiran las vidas encorsetadas por el corsé de un capital escaso, finito, que se ingresa desordenadamente pero es requerido a todas horas. La segunda decisión es desordenar (mi repetición es deliberada, porque sospecho que una cosa tiene algo de eco de la otra) la cronología, llevándonos sin avisos previos de 2015 a 1986 pasando por cada década, los ochenta, los noventa, los primeros y segundos dos mil.
Así, con aparente sencillez, Diario del dinero consigue muchos efectos simultáneos: refleja muy bien las condiciones y ritmos de vida de tantos trabajadores del sector cultural, registra los caminos raramente sistemáticos por los que se manifiesta la creatividad, y nos permite acceder a una intimidad hiperactiva y eléctrica que jamás deja de entrelazarse con el paisaje social de fondo, inserta como está en un país para el que las oscilaciones del valor del dinero son la medida más inmediata de la historia. Para quienes ya amaban a Bléfari, el libro supuso (supone) una despedida muy hermosa. Para quien la desconozcan, es una carta de presentación de lo más pertinente.
Recuerden que hablamos de un diario, ese género en el que la literatura aparece por acumulación de observaciones y detalles a menudo diminutos, de apariencia trivial. Además, en la mayoría de los pasajes Bléfari desnuda sintaxis y anécdota hasta lo mínimo, una compra, una reunión de trabajo, unas horas mirando por la ventana y ya, lo cotidiano convertido en una metáfora invertida que pronuncia lo real como otro nombre de lo misterioso. Y de pronto, a veces, nos asalta una belleza exultante, como el lunes 18 de marzo de 2018, cuando la autora baila “a pesar de la enfermedad”, y tú bailas con ella.
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