Vibraba la Monumental navarra con una electricidad que solo Roca prende. Salió el Cóndor con la determinación de defender su trono de Rey de San Fermín en la temporada más mágica de Morante. Pesaba su sombra. Y Andrés, dispuesto a que nadie le arrebatase la corona pamplonica, sacó su artillería en el segundo toro. «¡Perú, Perú!», cantaban. De doblar Gorrero, le hubiese arrancado una oreja con mucha fuerza, pero el jandilla se tragó la muerte y cambió el triunfo por dos avisos.Ondeaban las banderas blanquirrojas desde el saludo y sonaban tambores de guerra. Aquellas gaoneras desafiaban la leyes de la bravura hasta sufrir un golpetazo en el pie. Con el toro de Pamplona entero, con el toro intacto. Era entonces el ambiente un volcán, que erupcionó cuando se echó de hinojos en tres pases cambiados por la espalda. Se le erizaba la piel al rubio corredor de la Estafeta que había sentido el aliento de este colorao en el encierro, mientras mostraba la foto en la grada. Se sucedieron dos de pecho y, rodilla en tierra, otro más. Explosiva la apertura y, de nuevo, el grito de «¡Perú, Perú, Perú, Perú»! en tendidos y andanadas. En los medios se desarrolló su obra, una obra de autoritaria figura. No ha habido en toda la feria muletazos tan exigentes. Ligazón y mando a derechas mientras el de Jandilla colocaba la cara y respondía con nota al poder del Cóndor, que volaba alto a la vez que asentaba los pies en la arena. Más se abría Gorrero por el zurdo, pitón al que ofreció las telas con medio metro por la arena. Sello roquista, con guiño a las peñas en el molinete rodilla en tierra. Hubo un momento en que logró callarlas. Atalonado y con el toro a menos, completamente vencido ya –ojo, tuvo fondo para aguantar aquellas obligadas series–, se metió entre los pitones como el que se adentra en las hojas de un libro. «¡Perú, Perú, Perú..!», que se jodió con el descabello. Tras las bernadinas de broche, se tiró a matar con fe, pero el acero no tuvo la muerte necesaria. Con los dos avisos encima –alargarse tanto jugó en su contra–, el verduguillo guardó pañuelos. Como en en este escenario lo clave es el efecto rápido más que la colocación, la gente se desinfló y el ídolo se marchaba de vacío tras el apagón del triunfo. Oscuro se había puesto en el quinto, con el que solo encontró hueso y pinchó.Noticia Relacionada Las vaquillas de San Fermín reportaje Si Volteretas para todos, caídas y bajadas de pantalones Rosario PérezLas espadas hicieron que la corrida de Jandilla se arrastrase con todas sus peludas. Porque hubo toros buenos, con una primera parte mejor que la segunda. La ficha no hace justicia ni a su juego ni al maravilloso toreo que contemplaron los ojos. Pintada con acuarelas fue la obra de Pablo Aguado, un susurro en el escenario del ruido. Ni se escuchaba: todos los sentidos estaban inmersos en su naturalidad, que nos trasladaba a un templo de silencio. Allí queríamos quedarnos, atrapados en esas telas, refugio del sosiego, de luz natural. Un misterio que pocos elegidos conocen. Y Aguado es uno de ellos. Qué suerte tuvo con este Histórico jandilla, de divino cuello y preciosas hechuras. Y qué fortuna la de Histórico de saborear la cadencia de su sevillanía y de leer cada línea de sus palmas, tan a compás, tan auténticas. Un gozo fueron sus lances antes de las verónicas de Ortega de pata p’alante. Eternas las del trianero.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Viernes, 11 de julio de 2025. Séptima corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Jandilla, de buenas hechuras en general, unos más finos que otros dentro de un conjunto con opciones de triunfo; destacó el excelente 3º, Histórico de nombre; con su fondo el 2º. Juan Ortega, de verde manzana y oro: bajonazo enhebrado y estocada baja (saludos); media delantera y desprendida (silencio). Roca Rey, de purísima y oro: estocada desprendida y dos descabellos (palmas tras dos avisos); cinco pinchazos y estocada corta (silencio tras aviso). Pablo Aguado, de negro y oro: dos pinchazos y otro hondo tendido (saludos); pinchazo y estocada trasera tendida (silencio).A Aguado –y a todo el escalafón– le había encantado Histórico. Se le notaba en la sonrisa y en ese ser y estar ante el toro. Avanzaban primorosamente las agujas del reloj de su muñeca, con una trinchera que condensaba el sentir de la torería. Todo transcurrió en calma, con una armonía que hacía olvidar el estruendo. De encender la Giralda aquellos zurdazos donde las miradas de la afición eran tan felices. Pura alegría asistir a tanta belleza frente a las dulces excelencias de Histórico. Qué clase la del toro y la del torero. Cada broche, una ola de emociones. En los ayudados rodilla en tierra, el runrún del Guadalquivir navegó hasta el Arga, con lágrimas de rabia cuando pinchó. ¡No se puede matar así después de torear ASÍ!La exclamación sirve para Ortega, torerísimo con Espía, colocándose en el sitio de la pureza, pese a no terminar de afianzar el ritmo. Tenía matices buenos este primer toro, pero también una doble velocidad a la que no era fácil hallarle el son. El segundo de su lote, más bastote, fue el garbanzo jabonero. Sus cositas tuvo el sexto, pero ahora la luz era la de la tormenta que se avecinaba. En medio de los relámpagos, buscábamos la naturalidad de Aguado: qué bonito es ver torear ASÍ y qué pocas veces se ve. Vibraba la Monumental navarra con una electricidad que solo Roca prende. Salió el Cóndor con la determinación de defender su trono de Rey de San Fermín en la temporada más mágica de Morante. Pesaba su sombra. Y Andrés, dispuesto a que nadie le arrebatase la corona pamplonica, sacó su artillería en el segundo toro. «¡Perú, Perú!», cantaban. De doblar Gorrero, le hubiese arrancado una oreja con mucha fuerza, pero el jandilla se tragó la muerte y cambió el triunfo por dos avisos.Ondeaban las banderas blanquirrojas desde el saludo y sonaban tambores de guerra. Aquellas gaoneras desafiaban la leyes de la bravura hasta sufrir un golpetazo en el pie. Con el toro de Pamplona entero, con el toro intacto. Era entonces el ambiente un volcán, que erupcionó cuando se echó de hinojos en tres pases cambiados por la espalda. Se le erizaba la piel al rubio corredor de la Estafeta que había sentido el aliento de este colorao en el encierro, mientras mostraba la foto en la grada. Se sucedieron dos de pecho y, rodilla en tierra, otro más. Explosiva la apertura y, de nuevo, el grito de «¡Perú, Perú, Perú, Perú»! en tendidos y andanadas. En los medios se desarrolló su obra, una obra de autoritaria figura. No ha habido en toda la feria muletazos tan exigentes. Ligazón y mando a derechas mientras el de Jandilla colocaba la cara y respondía con nota al poder del Cóndor, que volaba alto a la vez que asentaba los pies en la arena. Más se abría Gorrero por el zurdo, pitón al que ofreció las telas con medio metro por la arena. Sello roquista, con guiño a las peñas en el molinete rodilla en tierra. Hubo un momento en que logró callarlas. Atalonado y con el toro a menos, completamente vencido ya –ojo, tuvo fondo para aguantar aquellas obligadas series–, se metió entre los pitones como el que se adentra en las hojas de un libro. «¡Perú, Perú, Perú..!», que se jodió con el descabello. Tras las bernadinas de broche, se tiró a matar con fe, pero el acero no tuvo la muerte necesaria. Con los dos avisos encima –alargarse tanto jugó en su contra–, el verduguillo guardó pañuelos. Como en en este escenario lo clave es el efecto rápido más que la colocación, la gente se desinfló y el ídolo se marchaba de vacío tras el apagón del triunfo. Oscuro se había puesto en el quinto, con el que solo encontró hueso y pinchó.Noticia Relacionada Las vaquillas de San Fermín reportaje Si Volteretas para todos, caídas y bajadas de pantalones Rosario PérezLas espadas hicieron que la corrida de Jandilla se arrastrase con todas sus peludas. Porque hubo toros buenos, con una primera parte mejor que la segunda. La ficha no hace justicia ni a su juego ni al maravilloso toreo que contemplaron los ojos. Pintada con acuarelas fue la obra de Pablo Aguado, un susurro en el escenario del ruido. Ni se escuchaba: todos los sentidos estaban inmersos en su naturalidad, que nos trasladaba a un templo de silencio. Allí queríamos quedarnos, atrapados en esas telas, refugio del sosiego, de luz natural. Un misterio que pocos elegidos conocen. Y Aguado es uno de ellos. Qué suerte tuvo con este Histórico jandilla, de divino cuello y preciosas hechuras. Y qué fortuna la de Histórico de saborear la cadencia de su sevillanía y de leer cada línea de sus palmas, tan a compás, tan auténticas. Un gozo fueron sus lances antes de las verónicas de Ortega de pata p’alante. Eternas las del trianero.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Viernes, 11 de julio de 2025. Séptima corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Jandilla, de buenas hechuras en general, unos más finos que otros dentro de un conjunto con opciones de triunfo; destacó el excelente 3º, Histórico de nombre; con su fondo el 2º. Juan Ortega, de verde manzana y oro: bajonazo enhebrado y estocada baja (saludos); media delantera y desprendida (silencio). Roca Rey, de purísima y oro: estocada desprendida y dos descabellos (palmas tras dos avisos); cinco pinchazos y estocada corta (silencio tras aviso). Pablo Aguado, de negro y oro: dos pinchazos y otro hondo tendido (saludos); pinchazo y estocada trasera tendida (silencio).A Aguado –y a todo el escalafón– le había encantado Histórico. Se le notaba en la sonrisa y en ese ser y estar ante el toro. Avanzaban primorosamente las agujas del reloj de su muñeca, con una trinchera que condensaba el sentir de la torería. Todo transcurrió en calma, con una armonía que hacía olvidar el estruendo. De encender la Giralda aquellos zurdazos donde las miradas de la afición eran tan felices. Pura alegría asistir a tanta belleza frente a las dulces excelencias de Histórico. Qué clase la del toro y la del torero. Cada broche, una ola de emociones. En los ayudados rodilla en tierra, el runrún del Guadalquivir navegó hasta el Arga, con lágrimas de rabia cuando pinchó. ¡No se puede matar así después de torear ASÍ!La exclamación sirve para Ortega, torerísimo con Espía, colocándose en el sitio de la pureza, pese a no terminar de afianzar el ritmo. Tenía matices buenos este primer toro, pero también una doble velocidad a la que no era fácil hallarle el son. El segundo de su lote, más bastote, fue el garbanzo jabonero. Sus cositas tuvo el sexto, pero ahora la luz era la de la tormenta que se avecinaba. En medio de los relámpagos, buscábamos la naturalidad de Aguado: qué bonito es ver torear ASÍ y qué pocas veces se ve.
Vibraba la Monumental navarra con una electricidad que solo Roca prende. Salió el Cóndor con la determinación de defender su trono de Rey de San Fermín en la temporada más mágica de Morante. Pesaba su sombra. Y Andrés, dispuesto a que nadie le arrebatase … la corona pamplonica, sacó su artillería en el segundo toro. «¡Perú, Perú!», cantaban. De doblar Gorrero, le hubiese arrancado una oreja con mucha fuerza, pero el jandilla se tragó la muerte y cambió el triunfo por dos avisos.
Ondeaban las banderas blanquirrojas desde el saludo y sonaban tambores de guerra. Aquellas gaoneras desafiaban la leyes de la bravura hasta sufrir un golpetazo en el pie. Con el toro de Pamplona entero, con el toro intacto. Era entonces el ambiente un volcán, que erupcionó cuando se echó de hinojos en tres pases cambiados por la espalda. Se le erizaba la piel al rubio corredor de la Estafeta que había sentido el aliento de este colorao en el encierro, mientras mostraba la foto en la grada. Se sucedieron dos de pecho y, rodilla en tierra, otro más. Explosiva la apertura y, de nuevo, el grito de «¡Perú, Perú, Perú, Perú»! en tendidos y andanadas. En los medios se desarrolló su obra, una obra de autoritaria figura. No ha habido en toda la feria muletazos tan exigentes. Ligazón y mando a derechas mientras el de Jandilla colocaba la cara y respondía con nota al poder del Cóndor, que volaba alto a la vez que asentaba los pies en la arena. Más se abría Gorrero por el zurdo, pitón al que ofreció las telas con medio metro por la arena. Sello roquista, con guiño a las peñas en el molinete rodilla en tierra. Hubo un momento en que logró callarlas. Atalonado y con el toro a menos, completamente vencido ya –ojo, tuvo fondo para aguantar aquellas obligadas series–, se metió entre los pitones como el que se adentra en las hojas de un libro. «¡Perú, Perú, Perú..!», que se jodió con el descabello. Tras las bernadinas de broche, se tiró a matar con fe, pero el acero no tuvo la muerte necesaria. Con los dos avisos encima –alargarse tanto jugó en su contra–, el verduguillo guardó pañuelos. Como en en este escenario lo clave es el efecto rápido más que la colocación, la gente se desinfló y el ídolo se marchaba de vacío tras el apagón del triunfo. Oscuro se había puesto en el quinto, con el que solo encontró hueso y pinchó.
Las espadas hicieron que la corrida de Jandilla se arrastrase con todas sus peludas. Porque hubo toros buenos, con una primera parte mejor que la segunda. La ficha no hace justicia ni a su juego ni al maravilloso toreo que contemplaron los ojos. Pintada con acuarelas fue la obra de Pablo Aguado, un susurro en el escenario del ruido. Ni se escuchaba: todos los sentidos estaban inmersos en su naturalidad, que nos trasladaba a un templo de silencio. Allí queríamos quedarnos, atrapados en esas telas, refugio del sosiego, de luz natural. Un misterio que pocos elegidos conocen. Y Aguado es uno de ellos. Qué suerte tuvo con este Histórico jandilla, de divino cuello y preciosas hechuras. Y qué fortuna la de Histórico de saborear la cadencia de su sevillanía y de leer cada línea de sus palmas, tan a compás, tan auténticas. Un gozo fueron sus lances antes de las verónicas de Ortega de pata p’alante. Eternas las del trianero.
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Monumental de Pamplona.
Viernes, 11 de julio de 2025. Séptima corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Jandilla, de buenas hechuras en general, unos más finos que otros dentro de un conjunto con opciones de triunfo; destacó el excelente 3º, Histórico de nombre; con su fondo el 2º. -
Juan Ortega,
de verde manzana y oro: bajonazo enhebrado y estocada baja (saludos); media delantera y desprendida (silencio). -
Roca Rey,
de purísima y oro: estocada desprendida y dos descabellos (palmas tras dos avisos); cinco pinchazos y estocada corta (silencio tras aviso). -
Pablo Aguado,
de negro y oro: dos pinchazos y otro hondo tendido (saludos); pinchazo y estocada trasera tendida (silencio).
A Aguado –y a todo el escalafón– le había encantado Histórico. Se le notaba en la sonrisa y en ese ser y estar ante el toro. Avanzaban primorosamente las agujas del reloj de su muñeca, con una trinchera que condensaba el sentir de la torería. Todo transcurrió en calma, con una armonía que hacía olvidar el estruendo. De encender la Giralda aquellos zurdazos donde las miradas de la afición eran tan felices. Pura alegría asistir a tanta belleza frente a las dulces excelencias de Histórico. Qué clase la del toro y la del torero. Cada broche, una ola de emociones. En los ayudados rodilla en tierra, el runrún del Guadalquivir navegó hasta el Arga, con lágrimas de rabia cuando pinchó. ¡No se puede matar así después de torear ASÍ!
La exclamación sirve para Ortega, torerísimo con Espía, colocándose en el sitio de la pureza, pese a no terminar de afianzar el ritmo. Tenía matices buenos este primer toro, pero también una doble velocidad a la que no era fácil hallarle el son. El segundo de su lote, más bastote, fue el garbanzo jabonero. Sus cositas tuvo el sexto, pero ahora la luz era la de la tormenta que se avecinaba. En medio de los relámpagos, buscábamos la naturalidad de Aguado: qué bonito es ver torear ASÍ y qué pocas veces se ve.
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