De los muchos cielos posibles de Roma, uno de los más fotografiados es sin duda el de la Capilla Sixtina . Como pasa con Santa Sofía de Constantinopla, la Catedral de Burgos o el Apolo de Belvedere, todo el mundo está de acuerdo en la calidad artística de la obra, la entendamos o no; la podamos descifrar o no; seamos creyentes o no. Incluso aunque, en el caso de los frescos cenitales de Miguel Ángel , no la podamos contemplar con la calma y el espacio que necesitaría, pues desde hace años, al visitante hacinado en mitad de una masa fluyente de turistas sólo se le permite pasar levantando el cuello unos escasos minutos sin apenas detenerse. «È un capolavoro», dicen los guías sin mirar. El grupo de chinos asiente como un solo hombre y a otra cosa, mariposa. Sin embargo, ¡ay! De los centenares de miles de millones de observadores que hemos pasado por allí en los últimos 500 años, casi nadie se había percatado de que, en ese Juicio Final compuesto por más de 400 figuras faltaba una. Precisamente en este Año Jubilar ha sido cuando la restauradora italiana Sara Penco ha abierto los ojos para ver que Ella, María Magdalena , estaba allí. A partir de ese descubrimiento, se plantea una nueva lectura iconográfica recogida en una interesante publicación. Esta Magdalena Sixtina está representada como una dama andrógina (muy del gusto del Buonarroti ) de cabellos rubios y ojos vigilantes, cuyos labios apenas rozan el travesaño de la cruz. Viste una llamativa túnica amarilla, el color característico de las prostitutas de la Venecia renacentista pero también, no lo olvidemos, el color sagrado de la Biblia relacionado con el término ‘Shikinah’ (‘Gloria y Gracia de Dios’).Santa o puta del Vaticano, la polémica está servida , y también la lista de espera para entrar en San Pedro. Sin embargo, el misterio sigue intacto: su amor, su maternidad y su lealtad; su manera de besar los pies desnudos o la cruz del Nazareno; su forma de predicar y de nombrarlo: ‘Gibor’ ‘héroe divino’. Ella, ‘Magdǝlá’, que significa ‘torre’, ha movido a devoción más que algunos apóstoles, y tal vez nunca descubramos cuánto amó Jesús a esta Mujer, pero sí sabemos que, en su tumba, frente al Mediterráneo, se han postrado valientes soldados templarios, cinco poderosos reyes del mundo y siete Papas de Roma. Por algo será. De los muchos cielos posibles de Roma, uno de los más fotografiados es sin duda el de la Capilla Sixtina . Como pasa con Santa Sofía de Constantinopla, la Catedral de Burgos o el Apolo de Belvedere, todo el mundo está de acuerdo en la calidad artística de la obra, la entendamos o no; la podamos descifrar o no; seamos creyentes o no. Incluso aunque, en el caso de los frescos cenitales de Miguel Ángel , no la podamos contemplar con la calma y el espacio que necesitaría, pues desde hace años, al visitante hacinado en mitad de una masa fluyente de turistas sólo se le permite pasar levantando el cuello unos escasos minutos sin apenas detenerse. «È un capolavoro», dicen los guías sin mirar. El grupo de chinos asiente como un solo hombre y a otra cosa, mariposa. Sin embargo, ¡ay! De los centenares de miles de millones de observadores que hemos pasado por allí en los últimos 500 años, casi nadie se había percatado de que, en ese Juicio Final compuesto por más de 400 figuras faltaba una. Precisamente en este Año Jubilar ha sido cuando la restauradora italiana Sara Penco ha abierto los ojos para ver que Ella, María Magdalena , estaba allí. A partir de ese descubrimiento, se plantea una nueva lectura iconográfica recogida en una interesante publicación. Esta Magdalena Sixtina está representada como una dama andrógina (muy del gusto del Buonarroti ) de cabellos rubios y ojos vigilantes, cuyos labios apenas rozan el travesaño de la cruz. Viste una llamativa túnica amarilla, el color característico de las prostitutas de la Venecia renacentista pero también, no lo olvidemos, el color sagrado de la Biblia relacionado con el término ‘Shikinah’ (‘Gloria y Gracia de Dios’).Santa o puta del Vaticano, la polémica está servida , y también la lista de espera para entrar en San Pedro. Sin embargo, el misterio sigue intacto: su amor, su maternidad y su lealtad; su manera de besar los pies desnudos o la cruz del Nazareno; su forma de predicar y de nombrarlo: ‘Gibor’ ‘héroe divino’. Ella, ‘Magdǝlá’, que significa ‘torre’, ha movido a devoción más que algunos apóstoles, y tal vez nunca descubramos cuánto amó Jesús a esta Mujer, pero sí sabemos que, en su tumba, frente al Mediterráneo, se han postrado valientes soldados templarios, cinco poderosos reyes del mundo y siete Papas de Roma. Por algo será.
Lejos de Ítaca
De los centenares de miles de millones de observadores que hemos pasado por allí en los últimos 500 años, casi nadie se había percatado de que, en ese Juicio Final compuesto por más de 400 figuras faltaba una
De los muchos cielos posibles de Roma, uno de los más fotografiados es sin duda el de la Capilla Sixtina. Como pasa con Santa Sofía de Constantinopla, la Catedral de Burgos o el Apolo de Belvedere, todo el mundo está de acuerdo en la … calidad artística de la obra, la entendamos o no; la podamos descifrar o no; seamos creyentes o no. Incluso aunque, en el caso de los frescos cenitales de Miguel Ángel, no la podamos contemplar con la calma y el espacio que necesitaría, pues desde hace años, al visitante hacinado en mitad de una masa fluyente de turistas sólo se le permite pasar levantando el cuello unos escasos minutos sin apenas detenerse. «È un capolavoro», dicen los guías sin mirar. El grupo de chinos asiente como un solo hombre y a otra cosa, mariposa.
Sin embargo, ¡ay! De los centenares de miles de millones de observadores que hemos pasado por allí en los últimos 500 años, casi nadie se había percatado de que, en ese Juicio Final compuesto por más de 400 figuras faltaba una. Precisamente en este Año Jubilar ha sido cuando la restauradora italiana Sara Penco ha abierto los ojos para ver que Ella, María Magdalena, estaba allí. A partir de ese descubrimiento, se plantea una nueva lectura iconográfica recogida en una interesante publicación.
Esta Magdalena Sixtina está representada como una dama andrógina (muy del gusto del Buonarroti) de cabellos rubios y ojos vigilantes, cuyos labios apenas rozan el travesaño de la cruz. Viste una llamativa túnica amarilla, el color característico de las prostitutas de la Venecia renacentista pero también, no lo olvidemos, el color sagrado de la Biblia relacionado con el término ‘Shikinah’ (‘Gloria y Gracia de Dios’).
Santa o puta del Vaticano, la polémica está servida, y también la lista de espera para entrar en San Pedro. Sin embargo, el misterio sigue intacto: su amor, su maternidad y su lealtad; su manera de besar los pies desnudos o la cruz del Nazareno; su forma de predicar y de nombrarlo: ‘Gibor’ ‘héroe divino’. Ella, ‘Magdǝlá’, que significa ‘torre’, ha movido a devoción más que algunos apóstoles, y tal vez nunca descubramos cuánto amó Jesús a esta Mujer, pero sí sabemos que, en su tumba, frente al Mediterráneo, se han postrado valientes soldados templarios, cinco poderosos reyes del mundo y siete Papas de Roma. Por algo será.
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