Hace ahora exactamente 70 años, el fenómeno del rock and roll despegó, desbordando sus dimensiones musicales. La película Blackboard Jungle (en España, Semilla de maldad) se estrenó y arrasó. A pesar de que se iniciaba pidiendo disculpas por lo que mostraba, impactó fuertemente entre el sector objeto de estudio: los adolescentes. La degeneración de la juventud ha sido siempre una preocupación de los adultos pero, a principios de los cincuenta era una obsesión en Estados Unidos: se magnificaban casos de vandalismo, violencia, sexo temprano. Sus teenagers eran especialmente visibles por exhibir gustos propios en ropa, peinados, coches… y música.
Blackboard Jungle ofrecía una visión amable del conflicto generacional: jóvenes y mayores podían entenderse, una vez eliminadas las malas hierbas. Los chavales se identificaban con sus equivalentes nobles en la pantalla y, no lo descarto, con algunos de los gamberros, que incluso rompen (ugh) las pizarras de jazz de uno de los profesores. Se trataba de repudiar la cultura de sus progenitores y reclamar una música propia. Una intuición que el director materializó posteriormente al rodaje.
El Rock Around The Clock, de Bill Haley & His Comets, suena arrebatador sobre los créditos iniciales (y se repite dos veces a lo largo de la cinta). Esa música existía desde años antes, aunque restringida a un mercado mayoritariamente negro. Escucharla por sorpresa y en pantalla grande fue un toque de clarín. Frank Zappa recordaba quedarse electrizado: “¡era el himno nacional de nosotros, los teenagers!”. En otros países, las reacciones fueron más viscerales: bailes espontáneos, destrozo de butacas. Era una forma de afirmar: “eh, existimos y queremos desahogarnos”.
La canción se eligió de chiripa. El director, Richard Brooks, visitó a la estrella de su película, Glenn Ford, que vivía en la antigua mansión del compositor Max Steiner, que incluía una sala de música, con un impresionante equipo de sonido; allí mandaba el hijo del actor, Peter. Brooks buscaba algo de jump o jive y Peter le puso al día. El cineasta se quedó finalmente con Bill Haley.
Por la ley de las consecuencias imprevistas, aquella fue una decisión sísmica. Bill Haley era un ídolo improbable: venía del country pero, como entretenedor, apostaba por ritmos más negroides. No estaba precisamente comprometido con la rebelión juvenil; se discute si entendió que Rock Around The Clock tenía algo especial. Sí, quiso grabarla en 1953 para el sello Essex pero el propietario se negó; al año siguiente se la llevó a su nueva compañía, la potente Decca Records. Allí la registró a toda prisa, sin conseguir entusiasmar a los ejecutivos. Quedó como cara B de un disco que tenía como tema principal 13 mujeres (y un solo hombre en la ciudad), fantasía sobre la situación de un superviviente de la bomba de hidrógeno.
El disco pasó desapercibido. Rock Around The Clock solo subió a lo alto de las listas en 1955, tras el éxito de Blackboard Jungle. Y se contagió al resto del mundo, donde era inimaginable que una pareja se pudiera pasar el día bailando (aquí, en vez de “Rock a todas horas”, se tradujo como “Rock alrededor del reloj”). Haley pasó el resto de su vida tocando y regrabando Rock Around The Clock. Murió con 55 años, alcohólico y delirante.
Una canción añadida a última hora a una película dramática facilitó la eclosión mundial del ‘rock and roll’
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado
Una canción añadida a última hora a una película dramática facilitó la eclosión mundial del ‘rock and roll’


Hace ahora exactamente 70 años, el fenómeno del rock and roll despegó, desbordando sus dimensiones musicales. La película Blackboard Jungle (en España, Semilla de maldad) se estrenó y arrasó. A pesar de que se iniciaba pidiendo disculpas por lo que mostraba, impactó fuertemente entre el sector objeto de estudio: los adolescentes. La degeneración de la juventud ha sido siempre una preocupación de los adultos pero, a principios de los cincuenta era una obsesión en Estados Unidos: se magnificaban casos de vandalismo, violencia, sexo temprano. Sus teenagers eran especialmente visibles por exhibir gustos propios en ropa, peinados, coches… y música.
Blackboard Jungle ofrecía una visión amable del conflicto generacional: jóvenes y mayores podían entenderse, una vez eliminadas las malas hierbas. Los chavales se identificaban con sus equivalentes nobles en la pantalla y, no lo descarto, con algunos de los gamberros, que incluso rompen (ugh) las pizarras de jazz de uno de los profesores. Se trataba de repudiar la cultura de sus progenitores y reclamar una música propia. Una intuición que el director materializó posteriormente al rodaje.
El Rock Around The Clock, de Bill Haley & His Comets, suena arrebatador sobre los créditos iniciales (y se repite dos veces a lo largo de la cinta). Esa música existía desde años antes, aunque restringida a un mercado mayoritariamente negro. Escucharla por sorpresa y en pantalla grande fue un toque de clarín. Frank Zappa recordaba quedarse electrizado: “¡era el himno nacional de nosotros, los teenagers!”. En otros países, las reacciones fueron más viscerales: bailes espontáneos, destrozo de butacas. Era una forma de afirmar: “eh, existimos y queremos desahogarnos”.
La canción se eligió de chiripa. El director, Richard Brooks, visitó a la estrella de su película, Glenn Ford, que vivía en la antigua mansión del compositor Max Steiner, que incluía una sala de música, con un impresionante equipo de sonido; allí mandaba el hijo del actor, Peter. Brooks buscaba algo de jump o jive y Peter le puso al día. El cineasta se quedó finalmente con Bill Haley.
Por la ley de las consecuencias imprevistas, aquella fue una decisión sísmica. Bill Haley era un ídolo improbable: venía del country pero, como entretenedor, apostaba por ritmos más negroides. No estaba precisamente comprometido con la rebelión juvenil; se discute si entendió que Rock Around The Clock tenía algo especial. Sí, quiso grabarla en 1953 para el sello Essex pero el propietario se negó; al año siguiente se la llevó a su nueva compañía, la potente Decca Records. Allí la registró a toda prisa, sin conseguir entusiasmar a los ejecutivos. Quedó como cara B de un disco que tenía como tema principal 13 mujeres (y un solo hombre en la ciudad), fantasía sobre la situación de un superviviente de la bomba de hidrógeno.
El disco pasó desapercibido. Rock Around The Clock solo subió a lo alto de las listas en 1955, tras el éxito de Blackboard Jungle. Y se contagió al resto del mundo, donde era inimaginable que una pareja se pudiera pasar el día bailando (aquí, en vez de “Rock a todas horas”, se tradujo como “Rock alrededor del reloj”). Haley pasó el resto de su vida tocando y regrabando Rock Around The Clock. Murió con 55 años, alcohólico y delirante.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Añadir usuarioContinuar leyendo aquí
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
Flecha
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma

Periodista musical en radio, televisión y prensa escrita, ocupaciones evocadas en el libro ‘El mejor oficio del mundo’. Lo que no impide su dedicación ocasional a la novela negra, el cine, los comics, las series o la Historia.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos
Más información
Archivado En
EL PAÍS