Paula Palacios y Ali Ahmed Warsame se conocieron en un centro de detención de inmigrantes ucraniano. Ella grababa para otro proyecto -la migración es una constante en el trabajo de la española, que dirigió el corto ‘La carta de Zahra’ y ‘Cartas mojadas’- y este joven somalí de sólo 15 años la buscó en Facebook decidido a convencerla: tenía que hacer una película sobre él. Era el comienzo de una amistad, así como de un viaje cinematográfico de doce años que se estrena en cines el 22 de noviembre y durante el que -como la propia directora reconoce- los dos han cambiado, pero hay algo que permanece: «Él me llama hermana y yo le llamo hermano».Noticia Relacionada estandar No Jawad Rhalib, cineasta: «El islamismo crece en las escuelas y sociedades europeas» Juan Pedro QuiñoneroEl documental podría entenderse mejor a través de una de sus primeras escenas: Paula y Ali, repantigados en un sofá con la cámara de ella. «Dársela sirvió para que pudiera dar su propio punto de vista», aclarará después la directora. El adolescente le pregunta cómo le ve mientras manipula el dispositivo que le han prestado y que le acompañará allá donde su ‘hermana’ no pueda hacerlo. ¿Cómo fue su pasado? «Una mierda», le confiesa ella. ¿Y su futuro? «Mejor, si Dios quiere», confía.Así, a lo largo de las escenas de ‘Mi hermano Ali’, el espectador salta de Ucrania a Estados Unidos -y con ello, al ‘sueño americano’ durante el primer mandato de Trump-, a un pandémico Qatar y hasta Arabia Saudí. Del vídeo casero o el directo a la grabación profesional, pero siempre tras los pasos del joven somalí y de esa historia sobre hacerse un hueco en el mundo y encontrar un hogar. ¿Un antídoto ante el miedo a lo diferente? Quizás, explica Palacios, en una entrevista en el marco de la Seminci. «Siempre he pensado que para entender lo que pasa en el mundo hay que viajar, pero sé que no todo el mundo tiene esa suerte, y tampoco la de poder ver otras culturas, perspectivas y formas de pensar», refiere la directora, que identifica la diferencia como uno de los temas principales del documental. «Yo con las historias puedo acercar esas cosas que pasan en otros lugares del mundo y creo que esa es otra manera de poderlo ver», propone. «Cuanto más se personalizan o se consigue que la gente conozca una problemática a través de un personaje, más ayuda».Y es que Palacios reconoce una preocupación por un mundo contado en noticias cortas y frenéticas que «bombardean, y más con las redes sociales», indica, para sostener que cuando se es «sensible y empático», presenciar en este formato situaciones como la guerra en Gaza lleva a la saturación y a la impotencia. «Creo en estas historias contadas de forma más profunda, no sé qué otro formato se podría utilizar que no sea el cine», opina, porque implica «meterte en una sala, dejar el móvil y concentrarte». Aquí, por cierto, es la voz de Rosalía la que acompaña los créditos.«Espero que esta película ayude a mirar la migración de forma diferente, porque la mayor parte de la gente llega en busca de una vida mejor, empujados por una mala situación», interviene Ali, en inglés. A día de hoy es un joven adulto, casado y con dos hijos. Pero lleva encima todo un recorrido: frente a la cámara se le ve buscarse a sí mismo con un punto de descaro y una gran capacidad «para hacer bromas también cuando sufría», en palabras de Palacios. «Me convertí en ese personaje principal porque en prisión quería contarle a la gente cómo vivíamos y cómo acabamos allí», cuenta el somalí, aunque admite que no entiende que se construya una cárcel para niños, en la que también recuerda «dos o tres madres afganas» y de la que aún se siente preso a veces, en sueños. El adolescente que fue sólo «quería un buen futuro, viajar, una casa». Y tuvo suerte, asegura. «Estaba algo perdido en este mundo porque estaba solo, y Dios me envió un ángel con forma humana», añade, en referencia a Paula.Dos «tribus»El respeto y el cariño mutuos son palpables. Pero el filme muestra también como ambos se cuestionan el uno al otro, no hay dulcificación ni caricatura. Al fin y al cabo, aunque se ayudan como dos cangrejos frente a las olas del mar, pertenecen a dos «tribus» diferentes, una idea presente en la película.«Al final he decidido mostrarme delante de la cámara para poder dar mi punto de vista como personaje», señala la cineasta, que comulga con la idea de que para abordar un tema hay que implicarse de alguna forma en él. Aprecia así un ‘desdoblamiento’ entre «Paula directora» y «Paula personaje» que reconoce que «no ha sido fácil» y fue en parte iniciativa de Ali y las montadoras. «Ahora que estoy viendo la película desde fuera, creo que es esa Paula personaje la que valida esa mirada que contrasta con la de Ali», reflexiona, para poner en valor la intervención de personajes secundarios como Prince, uno de los amigos del joven. «Quizás si yo hubiera querido hacerle esas preguntas se hubiera malinterpretado o habría sido distinto», redondea.Además, las vivencias de Ali están atravesadas por grandes temas como el racismo o la religión. Si en Ucrania llegaron a hacerle burla con algún ‘Heil Hitler’, para él, que considera que rezar en dirección a La Meca es su «terapia», fue alarmante vivir cómo Trump quiso «marginalizar a los musulmanes» y esto causó episodios como el de «gente que fue a tirar cabezas de cerdo a las mezquitas». «Hace falta saber para cambiar», afirma con sencillez. «Mucha gente necesita salir de su zona de confort». Sostiene que «los niños necesitan aprender cosas como lo qué pasó con los nazis hace no tantos años», y recuerda que «el racismo es un problema global». «Al final todos somos iguales: si vamos al médico, no hay nadie con sangre blanca, todos la tenemos roja…» Paula Palacios y Ali Ahmed Warsame se conocieron en un centro de detención de inmigrantes ucraniano. Ella grababa para otro proyecto -la migración es una constante en el trabajo de la española, que dirigió el corto ‘La carta de Zahra’ y ‘Cartas mojadas’- y este joven somalí de sólo 15 años la buscó en Facebook decidido a convencerla: tenía que hacer una película sobre él. Era el comienzo de una amistad, así como de un viaje cinematográfico de doce años que se estrena en cines el 22 de noviembre y durante el que -como la propia directora reconoce- los dos han cambiado, pero hay algo que permanece: «Él me llama hermana y yo le llamo hermano».Noticia Relacionada estandar No Jawad Rhalib, cineasta: «El islamismo crece en las escuelas y sociedades europeas» Juan Pedro QuiñoneroEl documental podría entenderse mejor a través de una de sus primeras escenas: Paula y Ali, repantigados en un sofá con la cámara de ella. «Dársela sirvió para que pudiera dar su propio punto de vista», aclarará después la directora. El adolescente le pregunta cómo le ve mientras manipula el dispositivo que le han prestado y que le acompañará allá donde su ‘hermana’ no pueda hacerlo. ¿Cómo fue su pasado? «Una mierda», le confiesa ella. ¿Y su futuro? «Mejor, si Dios quiere», confía.Así, a lo largo de las escenas de ‘Mi hermano Ali’, el espectador salta de Ucrania a Estados Unidos -y con ello, al ‘sueño americano’ durante el primer mandato de Trump-, a un pandémico Qatar y hasta Arabia Saudí. Del vídeo casero o el directo a la grabación profesional, pero siempre tras los pasos del joven somalí y de esa historia sobre hacerse un hueco en el mundo y encontrar un hogar. ¿Un antídoto ante el miedo a lo diferente? Quizás, explica Palacios, en una entrevista en el marco de la Seminci. «Siempre he pensado que para entender lo que pasa en el mundo hay que viajar, pero sé que no todo el mundo tiene esa suerte, y tampoco la de poder ver otras culturas, perspectivas y formas de pensar», refiere la directora, que identifica la diferencia como uno de los temas principales del documental. «Yo con las historias puedo acercar esas cosas que pasan en otros lugares del mundo y creo que esa es otra manera de poderlo ver», propone. «Cuanto más se personalizan o se consigue que la gente conozca una problemática a través de un personaje, más ayuda».Y es que Palacios reconoce una preocupación por un mundo contado en noticias cortas y frenéticas que «bombardean, y más con las redes sociales», indica, para sostener que cuando se es «sensible y empático», presenciar en este formato situaciones como la guerra en Gaza lleva a la saturación y a la impotencia. «Creo en estas historias contadas de forma más profunda, no sé qué otro formato se podría utilizar que no sea el cine», opina, porque implica «meterte en una sala, dejar el móvil y concentrarte». Aquí, por cierto, es la voz de Rosalía la que acompaña los créditos.«Espero que esta película ayude a mirar la migración de forma diferente, porque la mayor parte de la gente llega en busca de una vida mejor, empujados por una mala situación», interviene Ali, en inglés. A día de hoy es un joven adulto, casado y con dos hijos. Pero lleva encima todo un recorrido: frente a la cámara se le ve buscarse a sí mismo con un punto de descaro y una gran capacidad «para hacer bromas también cuando sufría», en palabras de Palacios. «Me convertí en ese personaje principal porque en prisión quería contarle a la gente cómo vivíamos y cómo acabamos allí», cuenta el somalí, aunque admite que no entiende que se construya una cárcel para niños, en la que también recuerda «dos o tres madres afganas» y de la que aún se siente preso a veces, en sueños. El adolescente que fue sólo «quería un buen futuro, viajar, una casa». Y tuvo suerte, asegura. «Estaba algo perdido en este mundo porque estaba solo, y Dios me envió un ángel con forma humana», añade, en referencia a Paula.Dos «tribus»El respeto y el cariño mutuos son palpables. Pero el filme muestra también como ambos se cuestionan el uno al otro, no hay dulcificación ni caricatura. Al fin y al cabo, aunque se ayudan como dos cangrejos frente a las olas del mar, pertenecen a dos «tribus» diferentes, una idea presente en la película.«Al final he decidido mostrarme delante de la cámara para poder dar mi punto de vista como personaje», señala la cineasta, que comulga con la idea de que para abordar un tema hay que implicarse de alguna forma en él. Aprecia así un ‘desdoblamiento’ entre «Paula directora» y «Paula personaje» que reconoce que «no ha sido fácil» y fue en parte iniciativa de Ali y las montadoras. «Ahora que estoy viendo la película desde fuera, creo que es esa Paula personaje la que valida esa mirada que contrasta con la de Ali», reflexiona, para poner en valor la intervención de personajes secundarios como Prince, uno de los amigos del joven. «Quizás si yo hubiera querido hacerle esas preguntas se hubiera malinterpretado o habría sido distinto», redondea.Además, las vivencias de Ali están atravesadas por grandes temas como el racismo o la religión. Si en Ucrania llegaron a hacerle burla con algún ‘Heil Hitler’, para él, que considera que rezar en dirección a La Meca es su «terapia», fue alarmante vivir cómo Trump quiso «marginalizar a los musulmanes» y esto causó episodios como el de «gente que fue a tirar cabezas de cerdo a las mezquitas». «Hace falta saber para cambiar», afirma con sencillez. «Mucha gente necesita salir de su zona de confort». Sostiene que «los niños necesitan aprender cosas como lo qué pasó con los nazis hace no tantos años», y recuerda que «el racismo es un problema global». «Al final todos somos iguales: si vamos al médico, no hay nadie con sangre blanca, todos la tenemos roja…»
La directora Paula Palacios lleva a la gran pantalla doce años de la vida de un joven somalí en busca de un nuevo hogar en ‘Mi hermano Ali’
Paula Palacios y Ali Ahmed Warsame se conocieron en un centro de detención de inmigrantes ucraniano. Ella grababa para otro proyecto -la migración es una constante en el trabajo de la española, que dirigió el corto ‘La carta de Zahra’ y ‘Cartas mojadas’- y este joven somalí de sólo 15 años la buscó en Facebook decidido a convencerla: tenía que hacer una película sobre él. Era el comienzo de una amistad, así como de un viaje cinematográfico de doce años que se estrena en cines el 22 de noviembre y durante el que -como la propia directora reconoce- los dos han cambiado, pero hay algo que permanece: «Él me llama hermana y yo le llamo hermano».
El documental podría entenderse mejor a través de una de sus primeras escenas: Paula y Ali, repantigados en un sofá con la cámara de ella. «Dársela sirvió para que pudiera dar su propio punto de vista», aclarará después la directora. El adolescente le pregunta cómo le ve mientras manipula el dispositivo que le han prestado y que le acompañará allá donde su ‘hermana’ no pueda hacerlo. ¿Cómo fue su pasado? «Una mierda», le confiesa ella. ¿Y su futuro? «Mejor, si Dios quiere», confía.
Así, a lo largo de las escenas de ‘Mi hermano Ali’, el espectador salta de Ucrania a Estados Unidos -y con ello, al ‘sueño americano’ durante el primer mandato de Trump-, a un pandémico Qatar y hasta Arabia Saudí. Del vídeo casero o el directo a la grabación profesional, pero siempre tras los pasos del joven somalí y de esa historia sobre hacerse un hueco en el mundo y encontrar un hogar. ¿Un antídoto ante el miedo a lo diferente? Quizás, explica Palacios, en una entrevista en el marco de la Seminci. «Siempre he pensado que para entender lo que pasa en el mundo hay que viajar, pero sé que no todo el mundo tiene esa suerte, y tampoco la de poder ver otras culturas, perspectivas y formas de pensar», refiere la directora, que identifica la diferencia como uno de los temas principales del documental. «Yo con las historias puedo acercar esas cosas que pasan en otros lugares del mundo y creo que esa es otra manera de poderlo ver», propone. «Cuanto más se personalizan o se consigue que la gente conozca una problemática a través de un personaje, más ayuda».
Y es que Palacios reconoce una preocupación por un mundo contado en noticias cortas y frenéticas que «bombardean, y más con las redes sociales», indica, para sostener que cuando se es «sensible y empático», presenciar en este formato situaciones como la guerra en Gaza lleva a la saturación y a la impotencia. «Creo en estas historias contadas de forma más profunda, no sé qué otro formato se podría utilizar que no sea el cine», opina, porque implica «meterte en una sala, dejar el móvil y concentrarte». Aquí, por cierto, es la voz de Rosalía la que acompaña los créditos.
«Espero que esta película ayude a mirar la migración de forma diferente, porque la mayor parte de la gente llega en busca de una vida mejor, empujados por una mala situación», interviene Ali, en inglés. A día de hoy es un joven adulto, casado y con dos hijos. Pero lleva encima todo un recorrido: frente a la cámara se le ve buscarse a sí mismo con un punto de descaro y una gran capacidad «para hacer bromas también cuando sufría», en palabras de Palacios. «Me convertí en ese personaje principal porque en prisión quería contarle a la gente cómo vivíamos y cómo acabamos allí», cuenta el somalí, aunque admite que no entiende que se construya una cárcel para niños, en la que también recuerda «dos o tres madres afganas» y de la que aún se siente preso a veces, en sueños. El adolescente que fue sólo «quería un buen futuro, viajar, una casa». Y tuvo suerte, asegura. «Estaba algo perdido en este mundo porque estaba solo, y Dios me envió un ángel con forma humana», añade, en referencia a Paula.
Dos «tribus»
El respeto y el cariño mutuos son palpables. Pero el filme muestra también como ambos se cuestionan el uno al otro, no hay dulcificación ni caricatura. Al fin y al cabo, aunque se ayudan como dos cangrejos frente a las olas del mar, pertenecen a dos «tribus» diferentes, una idea presente en la película.
«Al final he decidido mostrarme delante de la cámara para poder dar mi punto de vista como personaje», señala la cineasta, que comulga con la idea de que para abordar un tema hay que implicarse de alguna forma en él. Aprecia así un ‘desdoblamiento’ entre «Paula directora» y «Paula personaje» que reconoce que «no ha sido fácil» y fue en parte iniciativa de Ali y las montadoras. «Ahora que estoy viendo la película desde fuera, creo que es esa Paula personaje la que valida esa mirada que contrasta con la de Ali», reflexiona, para poner en valor la intervención de personajes secundarios como Prince, uno de los amigos del joven. «Quizás si yo hubiera querido hacerle esas preguntas se hubiera malinterpretado o habría sido distinto», redondea.
Además, las vivencias de Ali están atravesadas por grandes temas como el racismo o la religión. Si en Ucrania llegaron a hacerle burla con algún ‘Heil Hitler’, para él, que considera que rezar en dirección a La Meca es su «terapia», fue alarmante vivir cómo Trump quiso «marginalizar a los musulmanes» y esto causó episodios como el de «gente que fue a tirar cabezas de cerdo a las mezquitas». «Hace falta saber para cambiar», afirma con sencillez. «Mucha gente necesita salir de su zona de confort». Sostiene que «los niños necesitan aprender cosas como lo qué pasó con los nazis hace no tantos años», y recuerda que «el racismo es un problema global». «Al final todos somos iguales: si vamos al médico, no hay nadie con sangre blanca, todos la tenemos roja…»
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