Una de las principales líneas de trabajo de la galería Parra & Romero es el estudio de las derivas históricas –y sus ecos actuales– del Minimalismo y el Arte Conceptual. En este contexto se inscribe su última propuesta, una versión adaptada de ‘La música hecha pedazos. Arte sonoro bajo la alargada sombra de Fluxus’, expuesta hasta el pasado mes de abril en el Centro Internacional del Español de la Universidad de Salamanca.Su comisario , Javier Panera, ha estructurado el recorrido a partir de un conjunto documental que reúne fotografías, partituras, catálogos, vinilos, grabaciones y carteles vinculados a Fluxus, un movimiento internacional de vanguardia cuya identidad sigue siendo objeto de debate desde su primera aparición pública en el Festival de Wiesbaden, antigua Alemania Occidental, en 1962.Noticias relacionadas estandar Si CRÍTICA DE: ‘Mascarada de sobremesa’ en la galería Álvaro Alcázar: José Luis Serzo o el arte de personarse Fernando Castro Flórez estandar Si ARTE Santiago Sierra, entre cuatro paredes, en el Museo de Helga Javier Díaz-GuardiolaSu principal hoja de ruta fue eliminar la distancia entre el arte y la vida, pues sus miembros consideraban que las acciones cotidianas eran potenciales acontecimientos creativos. Entre sus actividades, incluyeron conciertos en los que desafiaron el concepto tradicional de música mediante la participación del público, la idea de ‘partitura’ como proyecto abierto –susceptible de ser interpretado por cualquiera– y la reivindicación del carácter objetual y espacial de los sonidos. El desarrollo de Fluxus transcurrió en paralelo al declive de la hegemonía del Expresionismo Abstracto y a la revitalización programática que, por aquellos años, vivieron el Dadaísmo y el ready-made de Duchamp, cuya poética impregnó buena parte de la fórmula musical de Fluxus : al inscribirse en un marco cultural, el ruido alteraba su naturaleza y se convertía en música, del mismo modo que la rueda de bicicleta de Duchamp, presentada como escultura, dejaba de ser simplemente una rueda.Un lugar centralJohn Cage llevó esa premisa al límite con 4’33» (1952), donde el silencio del intérprete revelaba una musicalidad inédita: la calidad acústica del sonido ambiente de la sala de conciertos. La exposición reserva a Cage un lugar central junto a otros nombres clave de Fluxus: George Maciunas, fundador del movimiento en 1961; Yoko Ono, figura emblemática del nutrido contingente femenino del grupo; y, sobre todo, Wolf Vostell, alemán estrechamente vinculado a Extremadura, donde creó en 1976 su Museo Vostell Malpartida. En su obra, el ruido doméstico –aspiradoras, reactores, sierras– se convierte en materia artística vibrante y expansiva. Una selección de grabaciones y carteles documenta su ópera fluxus ‘El jardín de las delicias’ (1982) y los potentes conciertos de gran formato ‘Le Cri’ (1990) y ‘Sara-Jevo’ (1994).La exposición también atiende al imaginario musical de Joseph Beuys, conformado por acciones, conciertos u objetos escultóricos con connotaciones sonoras, siempre en busca de la «plasticidad del ruido» y del absoluto desconcierto del público. Asimismo, la muestra incorpora una reinterpretación de ‘Composition 1960 #10 to Bob Morris’, de La Monte Young, consistente en «trazar una línea recta y seguirla», cuya activación más célebre fue la versión del vídeo-artista Nam June Paik durante el Festival de Wiesbaden de 1962. Paik la llevó a cabo sumergiendo su cabeza y su corbata en un cubo de zumo de tomate para trazar con ellas una línea recta roja sobre un papel extendido en el suelo.Ámbito dedicado a John Cage de la muestra ABCUno de los capítulos mejor documentados de la cita rememora cómo, en nombre de Fluxus, se llegaron a destrozar violines (‘One for Violin Solo’, de Nam June Paik, 1962), descuartizar pianos (‘Piano Activities’, de Philip Corner, 1962) y, en definitiva, abrir un peculiar camino de violencia contra los instrumentos en contextos musicales, interpretado como un intento de destruir su valor como objetos culturales anclados dentro de una tradición burguesa. La muestra enlaza estas acciones con su rápida adopción popular, ejemplificada mediante el destrozo de guitarras, baterías, bajos y teclados llevado a cabo en el escenario por artistas como Jerry Lee Lewis, Jimi Hendrix, Pete Townshend y Keith Moon (The Who), Paul Simonon (The Clash) o Ritchie Blackmore (Deep Purple), entre otros.El grueso de la producción musical de Fluxus cristalizó en eventos donde la provocación, el azar, la indeterminación y el humor marcaban su sentido. Eventos, por otro lado, muy parecidos a los que por esas mismas fechas protagonizaron los españoles del grupo Zaj –Juan Hidalgo, Ramón Barce, Walter Marchetti, Esther Ferrer y otros miembros eventuales–, quienes rechazaron la invitación de Maciunas para integrarse en Fluxus. Con todo, pese a las estrechas conexiones entre ambos colectivos, sorprende su ausencia en la muestra.’La música hecha pedazos. Arte sonoro bajo la alargada sombra de Fluxus’ Colectiva. Galería Parra & Romero. Madrid. C/ Claudio Coello, 14. Comisario: Javier Panera. Hasta el 26 de julio. Cuatro estrellas.Sí están representados, sin embargo, dos creadores españoles de distintas generaciones que pueden considerarse herederos de la poética de Fluxus: el artista sonoro José Iges –que fue comisario de ‘Vostell y la música’ (Malpartida, 2002)–, con una exquisita composición, ‘Dylan in Between’ (2001-2007), que retoma y actualiza la poética del silencio de John Cage, y el contundente cóctel –mezcla de minimalismo, apropiacionismo, música, imagen y palabra– que ofrece Luis San Sebastián. Una de las principales líneas de trabajo de la galería Parra & Romero es el estudio de las derivas históricas –y sus ecos actuales– del Minimalismo y el Arte Conceptual. En este contexto se inscribe su última propuesta, una versión adaptada de ‘La música hecha pedazos. Arte sonoro bajo la alargada sombra de Fluxus’, expuesta hasta el pasado mes de abril en el Centro Internacional del Español de la Universidad de Salamanca.Su comisario , Javier Panera, ha estructurado el recorrido a partir de un conjunto documental que reúne fotografías, partituras, catálogos, vinilos, grabaciones y carteles vinculados a Fluxus, un movimiento internacional de vanguardia cuya identidad sigue siendo objeto de debate desde su primera aparición pública en el Festival de Wiesbaden, antigua Alemania Occidental, en 1962.Noticias relacionadas estandar Si CRÍTICA DE: ‘Mascarada de sobremesa’ en la galería Álvaro Alcázar: José Luis Serzo o el arte de personarse Fernando Castro Flórez estandar Si ARTE Santiago Sierra, entre cuatro paredes, en el Museo de Helga Javier Díaz-GuardiolaSu principal hoja de ruta fue eliminar la distancia entre el arte y la vida, pues sus miembros consideraban que las acciones cotidianas eran potenciales acontecimientos creativos. Entre sus actividades, incluyeron conciertos en los que desafiaron el concepto tradicional de música mediante la participación del público, la idea de ‘partitura’ como proyecto abierto –susceptible de ser interpretado por cualquiera– y la reivindicación del carácter objetual y espacial de los sonidos. El desarrollo de Fluxus transcurrió en paralelo al declive de la hegemonía del Expresionismo Abstracto y a la revitalización programática que, por aquellos años, vivieron el Dadaísmo y el ready-made de Duchamp, cuya poética impregnó buena parte de la fórmula musical de Fluxus : al inscribirse en un marco cultural, el ruido alteraba su naturaleza y se convertía en música, del mismo modo que la rueda de bicicleta de Duchamp, presentada como escultura, dejaba de ser simplemente una rueda.Un lugar centralJohn Cage llevó esa premisa al límite con 4’33» (1952), donde el silencio del intérprete revelaba una musicalidad inédita: la calidad acústica del sonido ambiente de la sala de conciertos. La exposición reserva a Cage un lugar central junto a otros nombres clave de Fluxus: George Maciunas, fundador del movimiento en 1961; Yoko Ono, figura emblemática del nutrido contingente femenino del grupo; y, sobre todo, Wolf Vostell, alemán estrechamente vinculado a Extremadura, donde creó en 1976 su Museo Vostell Malpartida. En su obra, el ruido doméstico –aspiradoras, reactores, sierras– se convierte en materia artística vibrante y expansiva. Una selección de grabaciones y carteles documenta su ópera fluxus ‘El jardín de las delicias’ (1982) y los potentes conciertos de gran formato ‘Le Cri’ (1990) y ‘Sara-Jevo’ (1994).La exposición también atiende al imaginario musical de Joseph Beuys, conformado por acciones, conciertos u objetos escultóricos con connotaciones sonoras, siempre en busca de la «plasticidad del ruido» y del absoluto desconcierto del público. Asimismo, la muestra incorpora una reinterpretación de ‘Composition 1960 #10 to Bob Morris’, de La Monte Young, consistente en «trazar una línea recta y seguirla», cuya activación más célebre fue la versión del vídeo-artista Nam June Paik durante el Festival de Wiesbaden de 1962. Paik la llevó a cabo sumergiendo su cabeza y su corbata en un cubo de zumo de tomate para trazar con ellas una línea recta roja sobre un papel extendido en el suelo.Ámbito dedicado a John Cage de la muestra ABCUno de los capítulos mejor documentados de la cita rememora cómo, en nombre de Fluxus, se llegaron a destrozar violines (‘One for Violin Solo’, de Nam June Paik, 1962), descuartizar pianos (‘Piano Activities’, de Philip Corner, 1962) y, en definitiva, abrir un peculiar camino de violencia contra los instrumentos en contextos musicales, interpretado como un intento de destruir su valor como objetos culturales anclados dentro de una tradición burguesa. La muestra enlaza estas acciones con su rápida adopción popular, ejemplificada mediante el destrozo de guitarras, baterías, bajos y teclados llevado a cabo en el escenario por artistas como Jerry Lee Lewis, Jimi Hendrix, Pete Townshend y Keith Moon (The Who), Paul Simonon (The Clash) o Ritchie Blackmore (Deep Purple), entre otros.El grueso de la producción musical de Fluxus cristalizó en eventos donde la provocación, el azar, la indeterminación y el humor marcaban su sentido. Eventos, por otro lado, muy parecidos a los que por esas mismas fechas protagonizaron los españoles del grupo Zaj –Juan Hidalgo, Ramón Barce, Walter Marchetti, Esther Ferrer y otros miembros eventuales–, quienes rechazaron la invitación de Maciunas para integrarse en Fluxus. Con todo, pese a las estrechas conexiones entre ambos colectivos, sorprende su ausencia en la muestra.’La música hecha pedazos. Arte sonoro bajo la alargada sombra de Fluxus’ Colectiva. Galería Parra & Romero. Madrid. C/ Claudio Coello, 14. Comisario: Javier Panera. Hasta el 26 de julio. Cuatro estrellas.Sí están representados, sin embargo, dos creadores españoles de distintas generaciones que pueden considerarse herederos de la poética de Fluxus: el artista sonoro José Iges –que fue comisario de ‘Vostell y la música’ (Malpartida, 2002)–, con una exquisita composición, ‘Dylan in Between’ (2001-2007), que retoma y actualiza la poética del silencio de John Cage, y el contundente cóctel –mezcla de minimalismo, apropiacionismo, música, imagen y palabra– que ofrece Luis San Sebastián.
Una de las principales líneas de trabajo de la galería Parra & Romero es el estudio de las derivas históricas –y sus ecos actuales– del Minimalismo y el Arte Conceptual. En este contexto se inscribe su última propuesta, una versión adaptada de ‘La música … hecha pedazos. Arte sonoro bajo la alargada sombra de Fluxus’, expuesta hasta el pasado mes de abril en el Centro Internacional del Español de la Universidad de Salamanca.
Su comisario, Javier Panera, ha estructurado el recorrido a partir de un conjunto documental que reúne fotografías, partituras, catálogos, vinilos, grabaciones y carteles vinculados a Fluxus, un movimiento internacional de vanguardia cuya identidad sigue siendo objeto de debate desde su primera aparición pública en el Festival de Wiesbaden, antigua Alemania Occidental, en 1962.
Su principal hoja de ruta fue eliminar la distancia entre el arte y la vida, pues sus miembros consideraban que las acciones cotidianas eran potenciales acontecimientos creativos. Entre sus actividades, incluyeron conciertos en los que desafiaron el concepto tradicional de música mediante la participación del público, la idea de ‘partitura’ como proyecto abierto –susceptible de ser interpretado por cualquiera– y la reivindicación del carácter objetual y espacial de los sonidos.
El desarrollo de Fluxus transcurrió en paralelo al declive de la hegemonía del Expresionismo Abstracto y a la revitalización programática que, por aquellos años, vivieron el Dadaísmo y el ready-made de Duchamp, cuya poética impregnó buena parte de la fórmula musical de Fluxus: al inscribirse en un marco cultural, el ruido alteraba su naturaleza y se convertía en música, del mismo modo que la rueda de bicicleta de Duchamp, presentada como escultura, dejaba de ser simplemente una rueda.
Un lugar central
John Cage llevó esa premisa al límite con 4’33» (1952), donde el silencio del intérprete revelaba una musicalidad inédita: la calidad acústica del sonido ambiente de la sala de conciertos. La exposición reserva a Cage un lugar central junto a otros nombres clave de Fluxus: George Maciunas, fundador del movimiento en 1961; Yoko Ono, figura emblemática del nutrido contingente femenino del grupo; y, sobre todo, Wolf Vostell, alemán estrechamente vinculado a Extremadura, donde creó en 1976 su Museo Vostell Malpartida.
En su obra, el ruido doméstico –aspiradoras, reactores, sierras– se convierte en materia artística vibrante y expansiva. Una selección de grabaciones y carteles documenta su ópera fluxus ‘El jardín de las delicias’ (1982) y los potentes conciertos de gran formato ‘Le Cri’ (1990) y ‘Sara-Jevo’ (1994).
La exposición también atiende al imaginario musical de Joseph Beuys, conformado por acciones, conciertos u objetos escultóricos con connotaciones sonoras, siempre en busca de la «plasticidad del ruido» y del absoluto desconcierto del público.
Asimismo, la muestra incorpora una reinterpretación de ‘Composition 1960 #10 to Bob Morris’, de La Monte Young, consistente en «trazar una línea recta y seguirla», cuya activación más célebre fue la versión del vídeo-artista Nam June Paik durante el Festival de Wiesbaden de 1962. Paik la llevó a cabo sumergiendo su cabeza y su corbata en un cubo de zumo de tomate para trazar con ellas una línea recta roja sobre un papel extendido en el suelo.
ABC
Uno de los capítulos mejor documentados de la cita rememora cómo, en nombre de Fluxus, se llegaron a destrozar violines (‘One for Violin Solo’, de Nam June Paik, 1962), descuartizar pianos (‘Piano Activities’, de Philip Corner, 1962) y, en definitiva, abrir un peculiar camino de violencia contra los instrumentos en contextos musicales, interpretado como un intento de destruir su valor como objetos culturales anclados dentro de una tradición burguesa.
La muestra enlaza estas acciones con su rápida adopción popular, ejemplificada mediante el destrozo de guitarras, baterías, bajos y teclados llevado a cabo en el escenario por artistas como Jerry Lee Lewis, Jimi Hendrix, Pete Townshend y Keith Moon (The Who), Paul Simonon (The Clash) o Ritchie Blackmore (Deep Purple), entre otros.
El grueso de la producción musical de Fluxus cristalizó en eventos donde la provocación, el azar, la indeterminación y el humor marcaban su sentido. Eventos, por otro lado, muy parecidos a los que por esas mismas fechas protagonizaron los españoles del grupo Zaj –Juan Hidalgo, Ramón Barce, Walter Marchetti, Esther Ferrer y otros miembros eventuales–, quienes rechazaron la invitación de Maciunas para integrarse en Fluxus. Con todo, pese a las estrechas conexiones entre ambos colectivos, sorprende su ausencia en la muestra.
‘La música hecha pedazos. Arte sonoro bajo la alargada sombra de Fluxus’
Colectiva. Galería Parra & Romero. Madrid. C/ Claudio Coello, 14. Comisario: Javier Panera. Hasta el 26 de julio. Cuatro estrellas.
Sí están representados, sin embargo, dos creadores españoles de distintas generaciones que pueden considerarse herederos de la poética de Fluxus: el artista sonoro José Iges –que fue comisario de ‘Vostell y la música’ (Malpartida, 2002)–, con una exquisita composición, ‘Dylan in Between’ (2001-2007), que retoma y actualiza la poética del silencio de John Cage, y el contundente cóctel –mezcla de minimalismo, apropiacionismo, música, imagen y palabra– que ofrece Luis San Sebastián.
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